Gala Tasaray[*]
(fragmento)
Rubén Cantor
1
Este libro es sobre Gala Tasaray (el título es claro), sobre su venganza. Son ochenta breves capítulos. Usted ya casi termina el primero, le faltan setenta y nueve (y un epílogo).
2
―A ver, atención, por favor. Les pido se acerquen todos a darle la bienvenida a... ―Lourdes revisó un oficio―. ¡Gala! Gala Novoa, ¿verdad? ―Volteó a verla y esta asintió―. ¡Alex y Cecilia, vengan, por favor! Gala se integra con nosotros a partir de hoy, viene a cubrir a Javier este mes y tal vez la mitad del otro. Aún no sabemos bien cuánto tiempo estará de vacaciones. Les pido sean lo más amables que puedan con Gala y que la apoyen mientras se acostumbra a la carga de trabajo. Es tu primera suplencia, ¿verdad? ―De nuevo el movimiento de cabeza―. ¿Cómo ven si se presentan? Nombre y cargo. Rápidamente explíquenle qué hacen aquí. ¿Quién empieza? No sean rancheros; bien que estaban platicando hace rato. No se crean. A ver ya, empieza tú, Elena.
―Yo soy Elena García. Llevo nueve años en el área de recursos electrónicos…
―Fuentes electrónicas ―corrigió Lourdes.
―¡Eso! Y pues me encargo ahora sí que de apoyar a los alumnos en sus consultas de bases de datos, desde ubicar los artículos hasta ahora sí que hacerles la tarea. Me llamo Elena y estoy aquí para lo que se le venga ofreciendo. Bienvenida a la biblioteca.
―Alex, sigues tú ―dijo Lourdes.
―Me llamo Alejandro Carreño, pero puedes decirme Alex. Soy el responsable de atención a usuarios. Básicamente lo que hago es coordinarme con otras bibliotecas para cuando los usuarios requieren lo que viene siendo un préstamo de un libro que está en otra institución o en otra biblioteca dentro de la universidad. También veo todo lo que son las multas y extravíos, ya sea que se les condone el pago o que traigan un libro de costo similar al que extraviaron. Básicamente, esas son mis labores. Y por las tardes soy herrero, por si necesita uno.
―Aquí somos versátiles. No te creas, Alex. Cecilia, vas tú ―dijo Lourdes.
―Muy buenos días. Mi nombre es Cecilia Escobar y llevo treinta años encargada de las mochilas. Mi trabajo es recibir, vigilar y entregar las mochilas a los alumnos. Cuido que no se metan en la biblioteca con jugo, comida, chilaquiles, agua, etcétera, etcétera. Igualmente estoy a sus órdenes para lo que se le ofrezca.
―Sigo yo, ¿no? Soy Diego Orozco Zárate y pus estoy en el área de circulación. Ayudo a los usuarios con cualquier dudilla, ¿no?, checando que esté en orden la estantería y que no haya libros tirados por ahí. Coloco los libros del carrito en su lugar de acuerdo con la clasificación.
―¡América! Ven tú también, por favor ―dijo Lourdes, y continuó en voz baja―. Nuestra secre es refloja. No camina nada de nada, ¿verdad? ―América llegó lentamente hasta ahí y dijo:
―¿Qué pasó, licenciada?
―Preséntate con Gala. Nombre y cargo, y qué haces aquí.
―Ay, Cristo santísimo. Me agarra desprevenida, licenciada. Soy América Ojeda, clave de trabajador diez seis ochenta y tres. Me desempeño como secretaria de la biblioteca. Y ya.
―Cuéntale un poco qué haces en un día normal, América.
―Ay, bendito Dios. A ver... llego a las ocho, me preparo mi cafecito, prendo mi compu, reviso el correo. Si alguien marca, contesto. Hago oficios, saco las copias que me pide la licenciada, y ya.
―Muchas gracias, América. Sigue usted, Francesco ―dijo Lourdes a un hombre imponente y severo, vestido con ropa deportiva fosforescente, noventera, con lentes de asesino de John Lennon.
―Hola, mi nombre es Francisco Alanís Torres, pero me dicen Francesco. Estoy en el escaneo de periódicos. Escaneo los periódicos de hace treinta años hasta la fecha, por eso uso estos guantes, el tapabocas y mi boina. El polvo hace mucho daño y se me estaba empezando a caer el cabello, mira. Estoy en el cubículo del rincón. Siempre tengo la puerta cerrada para no contaminarlos a ustedes con el polvo de los periódicos. Es muy dañino. Si quieres ir a verme, te recomiendo que uses guantes y tapabocas, tal vez boina. En la entrada del cubículo puse una mesita con cajas de guantes y tapabocas.
―Gracias, Francesco. Ya sólo faltaría Piero. No ha de tardar, está en clase. ¿Qué hora tienen? ―preguntó Lourdes.
―Las nueve, licenciada, nueve en punto ―respondió Alex.
―Ah, pues ya mero llega Piero. ¿Qué hacemos mientras?
―Preséntese usted, señora Lourdes, falta usted ―dijo Cecilia.
―Sí es cierto, se me olvidó. Soy la licenciada Lourdes Montes, egresada de la UNAM, cien por ciento puma. Estudié Bibliotecología en la Facultad de Filosofía y Letras, orgullosamente egresada de la honorable Universidad Nacional Autónoma de México. ¡Goya! ¡Goya! No se crean. Trabajaba y estudiaba, qué tal, ¿eh?, en una reconocida editorial como correctora de estilo, de ahí que ahora use mis benditos lentes. A cada rato se me pierden, ¿verdad? Luego trabajé en la biblioteca de la Universidad de Cocoyoc, dos años, como jefa de procesos técnicos. Luego me vine a vivir a Timorato, donde encontré un espacio en esta biblioteca, y volví a ser responsable de procesos técnicos. Revolucioné la biblioteca, vale destacar. No se crean. Pero sí, cuando llegué no había ni una sola sección en orden, era un caos. El entonces director de la biblioteca, el fallecido ingeniero Rivapalacios, mi mentor y quien descansa en paz, me echó el ojo y me hizo su mano derecha. Me fue preparando poco a poco y, cuando él se jubiló, me nombró directora de las bibliotecas. La primera mujer en ocupar este cargo, así como me ves. ―Hizo una pausa en espera de algún cumplido, pero el público estaba harto de su presentación―. Yo dirijo desde hace diez años el sistema bibliotecario de la universidad y ya, eso sería todo de mi parte. ¿Qué hora tienes ahora, Alex?
―Déjeme ver. Son... las nueve y dos minutos, licenciada.
―Entonces ya no ha de... ¡Piero! Justo a tiempo, córrele, ven ―dijo Lourdes.
Piero era una mole amorfa con los brazos despegados del cuerpo e inseparable de su gorra. Los pocos que lo llegaron a ver sin ella dijeron que no había mejor imagen de Sócrates que él. Movió su pesado cuerpo al círculo de bienvenida. Sudaba.
―Disculpa la tardanza, Lourdes. Estaba entregando un trabajo. ―Siempre hablaba en voz baja, como si contara un secreto de Estado.
―No te preocupes, Piero, estábamos terminando la bienvenida. Gala acaba de incorporarse al equipo. Viene a suplir a Javier. ¿Puedes decirle tu nombre y puesto, por favor?
―Claro que sí. Me llamo Piero Vega. Estoy a cargo del repositorio institucional de la universidad. ¿Qué es el repositorio?, te preguntarás. Es la base de datos donde almacenamos las tesis y, a través de ahí, pueden ser consultadas en cualquier parte del mundo. Ahorita debemos de estar, si mal no recuerdo, en el octavo lugar del ranking nacional de repositorios universitarios.
―¿A poco ya está funcionando, Pedro? ―preguntó Alex.
―Bueno, en teoría no. A lo que voy es que aún faltan detalles, sin embargo, seguimos ingresando materiales. Este... y además de eso soy músico, pintor, poeta, trovador, fotógrafo y artista conceptual. No seas malita, checa mi Instagram, es @soypierocreador. Sígueme. Te paso mi tarjeta.
―Este Piero es un estuche de monerías, ¿verdad? Es bien talentoso. Podría estar exponiendo su obra en cualquier parte del mundo y prefirió estar sentado aquí con nosotros, con gente sin talento artístico. ¿Pero qué tal somos de creativos, Piero? Si vieras cómo nos divertimos y las ocurrencias que nos salen. Te vas a divertir un montón aquí, vas a ver.
Nadie pareció compartir su entusiasmo por el ambiente laboral.
―Estaría bien que se presente la señora suplente, señora Lourdes ―dijo Cecilia.
―Tienes razón, Cecilia. Ahora cuéntanos un poco de ti, Gala.
―Me llamo Gala, Gala Novoa. Voy a suplir a Javier.
―¿Y qué cosas te gusta hacer? ¿Cuál es tu hobby?
―Me gusta leer.
―Uy, una de las mías. ¿Quién es tu preferido? ¿Coelho, Benedetti, Mandino?
―John Kennedy Toole.
Gala era la primera bibliotecaria lectora en la historia de la institución.
3
―¿De dónde es tu apellido? Está curioso ―dijo Lourdes, ya a solas.
―Es alemán ―mintió.
―Novoa. Hitler. Mercedes Benz. Sí, suena alemán, ¿verdad? Ya se me hacía. ¿En qué estábamos?
―Me ibas a explicar mi trabajo ―dijo Gala.
―Ah, sí es cierto. Vente para acá. Como te gustan los libros, te la vas a pasar bomba aquí. Huelen bien rico, ¿verdad? Me encanta olerlos. ―Quiso ejemplificar su falsa afición y para su mala fortuna tomó una enciclopedia polvosa de inicios de siglo, lo que naturalmente le ocasionó un ataque de estornudos.
―¿Cuál es tu libro favorito? ―preguntó Gala sin antes decir «salud».
―Me la pones difícil. Déjame pensarlo. Son tantos que... ¡Diego, qué bueno que te vemos! Ayúdame a explicarle a Gala su trabajo.
―¿No que iba a estar con Francesco escaneando periódicos, licenciada? En eso había quedado usted en la mañana. Pero, bueno, si quiere que esté en circulación, pus mejor, ¿no? A final de cuentas sí hace falta una mano más. Ya ve que estoy solillo, ¿no?
―Sí, mejor que te apoye a ti. Francesco hace bien su trabajo y no creo que necesite ayuda.
―Quién sabe, licenciada. Yo lo escucho quejándose todo el tiempo de que...
―Bueno, bueno, ya, estará contigo acá abajo ―lo interrumpió Lourdes.
―Por mí está bien, licenciada. Ahora sí que usted es la jefa, ¿no? ―dijo Diego.
―Exacto, yo mando, yo soy la jefa. No se crean. Pero sí, Gala estará contigo este mes o mes y medio que esté supliendo a Javier. Por favor, capacítala. No seas malito.
―Claro, licenciada ―contestó Diego.
El gran cuerpo de Lourdes se alejó de los dos. Diego era el más joven de la biblioteca; tenía veinticuatro años, uno más que Gala.
―¿No se muere de calor? ―Gala se refería a Lourdes, quien vestía una chamarrota color mostaza.
―Si vieras cuántas veces le hemos dicho que se la quite y no quiere. Nunca se la quita para nada. Así anda por la calle en medio del calorón. Ha de ser por la menopausia.
―Qué señora tan rara.
―Pus bueno. Es tu primer día, ¿no?
―Sí.
―¡Qué padre! Yo aún recuerdo mi primer día de trabajo en la universidad ―volteó al techo.
4
―Diego Orozco Zárate. ¿Dónde está Diego Orozco Zárate? ―preguntó el, en ese entonces, responsable de recursos humanos.
―Aquí... soy yo, licenciado ―dijo Diego ocho años atrás, en el ojo del huracán de la pubertad.
―Tienes la cara llena de granos, niño. ¿Estás seguro de que puedes trabajar?
―Sí, licenciado. Pus vengo a aprender primero que nada y pus ya he trabajado antes en...
―No me digas, ¿en qué has trabajado? Tienes toda mi atención, niño.
―Pus empecé en una ferretería de una tía. Ahí estuve... estuve de los trece a los quince. Después trabajé un año en Blockbuster.
―En Blockbuster. Ya ni hay. ¿Te gustó trabajar ahí?
―Pus...
5
―Diego Orozco Zárate, ¿así te llamas? ―preguntó el, en ese entonces, gerente de Blockbuster.
―Sí, así me llamo, señor ―dijo Diego nueve años atrás, en la barrera que divide el ojo del huracán del resto del huracán.
―El trabajo es sencillo. Por eso pagamos poco. Te limitas a recibir las películas, checar que no estén tan rayadas, cobrar y acomodarlas en la sección que les corresponda. Tienes un día de descanso. No puede ser el domingo ni el sábado... ni el viernes. Ve pensando qué día vas a escoger.
―Ok.
―Entras a las tres y sales a las diez y media, casi once. Blockbuster, por ser trabajador de Blockbuster, te regala cinco rentas a la semana. No pueden ser estrenos ni cine de arte... ni comedia. Ve pensando qué películas vas a sacar esta semana.
―Ok.
―¿Te gusta el cine?
―Pus sí. De chico veía las del canal cinco que pasaban los sábados.
―Permanencia voluntaria ―dijo el gerente.
―¿Qué?
―Así se llamaba esa programación: permanencia voluntaria.
―Ah, sí, sí me acuerdo ―dijo Diego.
―No puedes comer en horas de trabajo, por eso les recomiendo que lleguen bien comidos. Enfrente está la zona de comida de la plaza. Está el Benedetti’s, el McDonald’s, la comida china... Hay un buen de opciones. Puedes llegar a las dos y media, dejar tus cosas, ir a comer y regresar para checar a las tres.
―Ah, pus sí, ¿no? Yo creo que así le haré.
―Ya, por último, ¿cómo te ves de aquí a nueve años? ―preguntó el gerente.
―Pus...
6
―Pus... sí, sí me gustó. Me dejaban llevarme películas ―dijo Diego al, en ese entonces, responsable de recursos humanos.
―¿Cuál es tu director de cine favorito? El mío es Tarantino.
―Ah, pus yo creo que también él, ¿no?
―¿Cuál es tu película favorita de Tarantino? La mía es Bastardos sin gloria.
―Ah, pus yo creo que también esa, ¿no?
―Tienes buenos gustos, niño. Tú haz lo que se te ordene, llega temprano, no te metas en problemas y en menos de lo que piensas estarás en un buen puesto. ¿Cómo te ves en ocho años?
―Pus...
7
Diego retiró la vista del techo, vio a Gala a los ojos y dijo:
―No, pus sí lo recuerdo aún. Un poquillo, ¿no?
―¿Podrías explicarme qué es lo que tengo que hacer? ―dijo Gala.
―Sí, es muy fácil. Lo primero lo primero es identificar tu lugar de trabajo. Está la recepción, que es esa mesa de allá. Ahí te sientas, ¿no? Está también ahí la computadora donde registras y desmagnetizas los libros. El desmagnetizador está sencillo: sólo pasas el libro y con el botón verde desactivas la cinta magnética; con el rojo, la activas. Está deverillas bien sencillo. Está el carrito, ese de allá, donde los usuarios dejan los libros una vez que los usaron. Tú esperas a que se llene el carrito y, cuando ya está lleno lleno, vas colocando cada libro en su lugar; la clasificación es bien fácil, sólo te fijas que siga la secuencia. Eso al rato lo vemos con más calmilla. Ah, se me olvidaba: el sindicato nos sugiere que no carguemos más de cien libros por día. Con cargar me refiero a agarrarlos del carrito y ponerlos en estantería. Si ya llevas cien, te puedes venir a sentar en la recepción y esperar a que den las tres y media. Te recomiendo mucho que hagas eso, ¿no? Si no respetas esa sugerencia, te vas a echar a todos los compañeros encima. Eso no te lo recomiendo. En cuanto al apoyo en las búsquedas de los alumnos, pus sólo tienes que escuchar qué libro buscan, lo ingresas en el Aleph, que es el programa de búsqueda que tenemos, anotas la clasificación en las hojillas que están en esa caja y ya; los estantes en las orillas tienen de qué número a qué número van. Le vas a ir agarrando la onda ya sobre la marcha, ¿no? Y pus creo que eso es todo. Para empezar, ya con eso la armas. Sé que parecen muchas actividades, pero vas a ir viendo cómo está bien papa la chamba. Si yo, que soy medio malillo organizando libros, siempre logro sacar la chamba, tú, que eres lectora y eso, pus lo vas a hacer mil veces mejor, ¿no? ¿Tienes alguna dudilla?
―No.
―Qué bueno, porque me puse nervioso al principio. ¿No se notó?
―No.
―Vientos. Pus si quieres empezar, ahí ya veo un montoncillo de libros en el carrito. Si quieres, acomódalos en la estantería y cualquier pregunta que tengas voy a estar acá en la recepción. Yo ya acomodé setenta libros, así que voy a descansar un ratillo y ya en la última hora me das chancecilla de terminar los treinta que me faltan, ¿no?
―Está bien.
Rubén Cantor (Ciudad de México, 1987). Estudió la licenciatura en Comunicación y Periodismo y la maestría en Literatura Contemporánea de México y América Latina en la Universidad Autónoma de Querétaro. Sus libros más recientes son Régules (Escafandra, 2019), Norcorea (Sindicato Sentimental, 2021) y Gala Tasaray (Palíndroma, 2024). Ha sido beneficiario del PECDA (categoría novela) en dos ocasiones.
[*] Este texto forma parte del libro Gala Tasaray (Palíndroma, 2024).