La pantalla de la creación:
la poesía digital en los locos años veinte
Horacio Warpola
I
Libros digitales, literatura electrónica y usuarios despistados
Sacar la poesía del libro físico no es un berrinche de la era tecnológica, es aprovechar las herramientas que se nos ofrecen como espacio efímero de la cultura digital. Hace algunos años apenas comenzó la búsqueda de la conceptualización y liberación del software. ¿Cómo hacer para que estos nuevos lenguajes arrancaran y mutaran junto con la intocable poesía? Para mí ha sido muy claro desde el origen de la digitalización de mis libros. Siempre he publicado en editoriales pequeñas e independientes, con tirajes cortos y poca distribución. Los alcances de lectura eran limitados, los asistentes a las presentaciones eran pocos, el libro se movía entre algunas manos locales y casi nadie hablaba de la experiencia de lectura. Cuando empecé a digitalizar mis libros y a compartirlos en las redes sociales de manera gratuita, comenzaron a aparecer lectores entusiastas; nunca me habían leído de una manera tan rigurosa, masiva y crítica. Sin embargo, estos formatos de lectura me seguían pareciendo comunes: el PDF, el ePUB o el mismo blog carecían de posibilidades de inmersión y navegación. Era importante en ese momento no sólo digitalizar un libro que antes era físico, había que asumir las posibilidades y llevarlo más allá comenzando a crear piezas de literatura electrónica.
Aquí es esencial marcar la diferencia entre un libro digital y una pieza de literatura electrónica. Digitalizar libros es tan necesario como leerlos, sin embargo, sabemos que los formatos de lectura se vuelven obsoletos y el libro puede desaparecer de este espacio; por eso antes de marcar testimonio y entrar en debates, para mí, el libro físico sobrevivirá al fin del mundo antes que el libro digital, y eso es incuestionable. Entonces comenzamos a subir a internet libros clásicos y de arte y cualquier tipo de libro, alguien lo descarga y lo lee desde su dispositivo. Lo que hay detrás de una pieza de literatura electrónica es un trabajo que requiere varias personas y distintos símbolos que forman parte del ajetreado y polémico arte contemporáneo.
Hacer literatura electrónica es un trabajo colaborativo en donde están involucrados diseñadores, editores, programadores, escritores, músicos, artistas visuales y otras disciplinas, según el proyecto. Las piezas literarias creadas para internet tienen la ventaja o desventaja de vivir ahí para siempre y no poder ser vistas o leídas en ningún otro lado. Trabajar en colectivo siempre ha sido para mí indispensable, mientras el escritor se sigue considerando un ente solitario y romántico que escribe textos en la oscuridad de su habitación. Con esto regreso a una sentencia que creo firmemente y pienso cada que desarrollamos un libro digital: el poeta es más un artista que un escritor.
Amo hacer libros. Esto quiere decir que cada que hago un libro digital deseo hacer arte y quiero crear un libro de poemas. Las posibilidades que hemos encontrado en la red son las de un infante descubriendo su noción del espacio y el tiempo. Las articulaciones que envuelven a la literatura electrónica van desde la literatura generativa hasta el meme y de esta manera nos adentramos en la quinta esencia del desarrollo web y su binomio con la memoria digital, la data y el archivo. Todo en el internet es creado y destruido hasta que nuestro gadget lo permita. La programación y los lenguajes informáticos se nutren de la inteligencia artificial con la necesidad de estar mostrando imágenes que nos permitan acercarnos a la inestabilidad de nuestros pensamientos. Espectadores y lectores infinitos todo el tiempo conectados.
II
Lector, espectador y memoria a corto plazo
Buscar credibilidad y lugar en la escena literaria nos ha estancado en las fauces de la licitación creativa. Crear poesía digital y arte electrónico ni siquiera es una posición de rebeldía ante los cánones literarios, es una necesidad y una búsqueda por hacer que el género llegue a todas las personas posibles. En un país con poquísimos lectores, en un país donde las librerías no venden poesía, en un país donde las editoriales que publican poesía lo hacen como bono de calidad, es normal que los poetas busquemos nuevos detonantes y plataformas alternativas. Ya ni siquiera se busca provocar, se busca que la poesía se lea, se vea, se escuche y se perciba como un elemento artístico en donde todos y todas puedan sentirse cómodos/incómodos y entusiastas. El debate sobre la posición del libro y el lector en los nuevos formatos es obsoleto. Con internet sabemos lo que significa leer en el siglo XXI, sabemos de las nuevas experiencias con la lectura y de la necesidad exhaustiva por encontrar lectores. Querer llevar la poesía a los nuevos medios tampoco es algo novedoso, se hace desde el siglo XIX y se ha efectuado en cientos de experiencias visuales, sonoras, gráficas, cinematográficas, conceptuales, tecnológicas y performáticas. Seguir intentando explicar por qué es necesario sacar a la poesía de sus plataformas convencionales ya es repetitivo y absurdo. En los gremios poéticos sigue siendo frecuente no querer ir a leer a las mesas de paño verde porque sabemos que los asistentes siempre somos los mismos y la mayoría de las veces nos aburrimos infinitamente. ¿Cómo es el lector de poesía casi entrando al 2020 y qué espera del poema?
Mucha gente sigue creyendo que el poeta debe rimar y hablar de amor; que en los flyers de las lecturas se debe seguir poniendo una pluma y un tintero, como si todavía la poesía se escribiera como lo hizo Sor Juana o San Juan de la Cruz; y que cuando se habla de poesía se habla de algo semisagrado e incomprensible, y es ahí donde el lector se hunde. Creo que las posibilidades de la poesía son un regalo. A diferencia de otros géneros literarios, la poesía es multidisciplinar y una exploración salvaje del lenguaje. Esto hace que pueda funcionar en múltiples formatos y seguir siendo poesía. No es performance, no es arte digital, no es arte visual, no es música; es poesía, poesía diluyéndose en las más acertadas y emblemáticas materias del futuro. Debemos crear lectores, porque los nuevos poetas existen desde hace siglos.
El poema se mueve distinto. Con las redes sociales hemos presenciado una ruta multifacética en la periodicidad del poema. Algunos poetas han utilizado estos espacios como esparcimiento y área de juego; otros se han ofendido profundamente porque conciben el poema como objeto dimensional que sólo debe funcionar junto a otros poemas en un equilibrio físico y natural. Esto no quiere decir que todo lo que se publique en internet sea bueno, naturalmente, y, como siempre ha sucedido, hay poetas malos; pero esta mala poesía que curiosamente gana likes es lo que desequilibra a las teorías de la poesía moderna y sus nuevos formatos. Publicar a desparpajo en las redes también es un embudo que al fin se drena. No podemos negar que los dadaístas hubieran estado fascinados con estas herramientas y estarían haciendo exactamente lo mismo que muchos artistas y escritores digitales. Inclusive tendrían su propio grupo de shitpost en Facebook.
En mi caso, he situado mis poemas jugando con los seudónimos. No es lo mismo publicar un poema tuyo que publicar el poema de alguien que no existe, pero tiene un nombre. Muchos usuarios a veces no lo saben, pero se sienten más seguros al respecto y comparten el poema como si este ya hubiera tenido la aprobación de la historia. Dicho juego ha dado lugar a varios proyectos, libros y ficciones que nutren mi espacio poético y hablan desde la voracidad de mi escritura dentro de las redes sociales.
Los más conservadores creen que el ruido monumental de las redes sociales hace que la supuesta seriedad ritualística que lleva el poema se desvanezca; sin embargo, el poema nunca se había movido con tanta fuerza y con tanto esplendor orgánico, a tiempo real, en las “reverberancias” de una lectura inmediata, que, aunque dure poco, marca líneas de fuerza y memorias explosivas en los lectores espontáneos y reprimidos. Publicar libros nunca había sido tan factible y monstruoso; publicar poemas nunca había sido tan inmediato y desolador.
III
Bots, Instagram y tecnochamanismo
Las máquinas todavía no saben escribir poemas. Las inteligencias artificiales comienzan a despertar en los “aurales” de los grandes programadores sin escrúpulos. Los humanos siguen siendo la unidad central de procesamiento y eso los hace los amos invencibles de la carrera tecnológica. Vamos a velocidades impensables, pero junto a un sistema que acarrea destrucción e intereses de capital. Los artistas digitales han desarrollado escudos contra la imposición y crean sus propios métodos de ejecución. Apropiarse de las redes es necesario y estimulante.
En el caso de Carcass, un libro para Instagram stories, se aprovechó lo que el Instagram stories ya tiene para darnos. No es necesario ser un gran programador o diseñador para utilizar los espacios digitales a nuestro favor. Entre la burla de los programadores y la discriminación de los poetas, es indispensable posicionarse y seguir haciendo libros en donde el espacio digital sea sólo una excusa. Lo mismo sucede con los bots literarios, rupturas y epitafios de la máquina en donde de nuevo la apropiación es el simbolismo ideal para la creación de conceptos y piezas literarias. El bot sigue haciendo lo que tú le digas que haga. En el juego de las definiciones parece que él toma sus propias rutas, pero aún no es tan inteligente. Cuando llegue ese momento podremos hablar de poesía compuesta por inteligencias artificiales.
El tecnochamanismo parece conciliar entre la psique y la máquina. ¿Será posible la unión mística entre el espíritu humano, la mente y la inteligencia artificial? En este tiempo donde los millennials y centennials se sienten más identificados con la magia, la brujería, el esoterismo y las drogas psicodélicas que con el cristianismo o el catolicismo, se ha formado una gran comunidad digital de búsqueda interior. El ritual comienza en las redes sociales o en el archivo. El chamanismo y la tecnología han tenido que practicarse y reformarse para equilibrar las fuerzas. La poesía y el arte han descubierto en estas prácticas un portal donde nuestro yo más ilegible parezca un mapa de la realidad que habita. Sanar y ser sanado por medio del código, el performance o la poesía digital. Encontrarse en el ritual continuo de la transformación.
La poesía es un píxel que se abre camino en las brechas de la historia. No importa si tenemos las herramientas más sofisticadas o una roca de río, la poesía se abre paso entre los submundos y se posiciona como materia lúdica y ambigua. El poeta carga con su propia responsabilidad en donde el ego y la necesidad de crear deben difuminarse. Mientras sigamos avanzando junto a los procesos tecnológicos, continuaremos construyendo caminos para el arte. La exploración apenas comienza.
Horacio Warpola (1982). Autor de los libros Lago Corea (Herring Publishers México), Física de Camaleones (Fondo Editorial de Querétaro), METADRONES (Centro de Cultura Digital), Triste suerte de los peces voladores (DaSubstanz-GoldRain-NewHive), Gestas (Ediciones El Humo-Conaculta), 300 versos – para la construcción de un protocyborg orgánico (Ediciones Neutrinos), Reencuentros con hombres notables de Jänko Erwin (Mamá Dolores Cartonera) y Badaud Electrónico – Antología de poesía komandroviana (Mantarraya Ediciones). Ha aparecido en antologías como Todo pende de una transparencia -Muestra de poesía mexicana reciente (Vallejo & Co.), Guasap -15 poetas mexicanos súper actuales (La Liga Ediciones) y Relatos de Música y Músicos (Alba Editorial). Ha sido becario del PECDA y el FONCA. Se puede ver más de su trabajo en newhive.com/warpola