ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Hermes: aproximaciones a un país imaginario

Antonio Tamez

 

A quienes han visitado Hermes.

 

 

En el verano de 2017 miré con asombro en las redes sociales cómo un grupo de más de diez jóvenes se infiltró al desfile de la Feria de Comunidades Extranjeras en las calles del centro histórico de Querétaro enarbolando la bandera komandroviana y vistiendo los trajes nacionales. Lograron avanzar durante varios metros vitoreados por el público hasta que alguien se dio cuenta y fueron detenidxs. Lo más desconcertante fue que prácticamente no conocía a ninguna de aquellas personas y no sabía que alguna de mis antiguas amistades estuvieran involucradas en aquel atentado. Pregunté entre mis amigos más cercanos, pero no obtuve demasiado. La verdad era que ya no se hablaba de Ciudad Hermes en las fiestas, el komandroviano había sido olvidado, la vieja patria se había convertido en un recuerdo. Entonces, ¿quiénes eran estos komandrovianos y cómo habían logrado llegar a esta realidad?

 

 

Unos meses más tarde recibí una carta del Comité Emergente de Topografía Alternativa, con la que me invitaban a formar parte de la “primera sesión ordinaria de cabildo para los preparativos de los festejos orientales a todas las divinidades posibles e imposibles”. Respondí, desde luego, en mi mejor komandroviano, agradeciendo la invitación y manifestando mi sorpresa por todo, pero excusándome, ya que mis obligaciones académicas me impedían estar presente el día de la sesión. No se comunicaron de vuelta.

Con el tiempo pude dar con el director del Comité de Topografía Alternativa, un hombre que se hacía llamar Fou de la Calle, quien también había estado al frente de la famosa infiltración del 17.
Nos estuvimos carteando durante algún tiempo hasta que se ofreció a visitarme en mi casa en las montañas de Guanajuato, en donde estuvo viviendo durante un par de semanas en la habitación de Sputnik, mi gato. Fou es un artista callejero de Sankt Miko, graduado en Patafísica por la Komandroviana General, que ha dedicado una parte de su vida a reconstruir Komandrovia a partir de sus ruinas arqueológicas, es decir: entradas de blogs en sitios abandonados desde 2008, libros extraviados, complejos murales, documentos apócrifos y relatos de tradición oral.

 

 

I. La ciudad

 

Hace veinte años comencé a imaginar una ciudad. No se trata de cualquier ciudad, sino de la más poblada y extensa del mundo: Ciudad Hermes, una metrópoli euroafricana, próxima a las costas de Portugal y Marruecos, capital de un enorme país insular rico en recursos minerales que bordea las costas de África del Norte. Una antípoda de Madagascar, pero cercana en la historia al Imperio romano y a la Edad Media. Después de todo, una casualidad posible, como son casualidades posibles muchas de las naciones insulares más extrañas.

 

 

 

La he visto en sueños algunas veces y otras, cuando no consigo dormir, enfoco mi mente en recorrer y nombrar sus barrios y distritos. En ocasiones me gusta salir a dar largas caminatas durante la vigilia con la única finalidad de visitarla mentalmente. Me gusta pensar en todo, desde que el avión aterriza hasta el trayecto del aeropuerto a mi hospedaje. Atravieso sus museos y bibliotecas, pruebo su comida callejera y trato de comprender su historia a través de sus ruinas, antiguas y modernas. También me gusta salir a correr, ponerme los audífonos e imaginar que me subo en un tren y que por la ventana va desfilando la sucesión de sus paisajes fracturados.

 

 

 

Aquí he pasado ya la mitad de mi vida. He sido testigo de sus conflictos políticos, sus desastres naturales y económicos, sus fiestas patrióticas y patronales, sus coronaciones, derrocamientos, noches y nieblas de septiembre, especialmente densas debido al microclima que impera en el norte. Aquí he descubierto mi propio linaje familiar y he acompañado a otrxs, quienes como yo, no sabían que pertenecían a alguno de los pueblos que conforman esta nación, tan real o imaginaria como cualquier otra.

 

II. Sim City

 

Al contrario de muchos niños de mi generación, a mí los videojuegos no me gustaban mucho que digamos. Me creía torpe, incapaz de pasar del tercer nivel en Super Mario Bros y el rival más fácil de vencer en Street Fighter; pero al cumplir los trece años, Tagore Valente, un niño neoyorquino, me enseñó un hack para la primera versión del Sim City que venía instalada con el sistema operativo Windows 95. El juego consistía en desarrollar un asentamiento a través de sus distintas etapas urbanísticas, desde una aldea hasta una megaciudad. Para esto era necesario ir obteniendo fondos mediante una planeación urbana asertiva e ir superando ciertos obstáculos, como la contaminación, un terremoto, inundaciones, un tornado, una ola de crímenes o el ataque de un monstruo gigantesco.

El hack que me enseñó Tagore consistía en presionar la tecla shift y escribir con persistencia la palabra FUND para conseguir fondos ilimitados. Tal vez ese fue un preámbulo de lo que vendría más tarde: no solamente perder la noción del tiempo delante de la computadora, sino el estado de trance que implica poder abandonar esta realidad, no para imaginar una diferente, sino para explorarla o descubrirla, algo, por cierto, muy parecido al proceso de escritura. Pero como voraz jugador de Sim City yo no estaba muy consciente de la etapa del descubrimiento, sino más bien abstraído por la ambición de llenar todo aquel lienzo digital con edificios y vías de comunicación. De esta manera fui construyendo modelos, cada uno más elaborado que el anterior, hasta que aquel juego terminó por aburrirme. Hacia el final del milenio apareció el Sim City 2000, programado esta vez para bloquear el invaluable hack que me había enseñado Tagore Valente.

 

III. Querétaro-Springfield

 

La necesidad de imaginar un ámbito urbano con todas las características que conlleva su enormidad fue, desde luego, una reacción estética en contra del Querétaro de 2003. Lo que más me molestaba de vivir aquí y quererme dedicar a la literatura era lo insoportablemente aburrida que me parecía la ciudad a mis 19 años. Estaba seguro de que no había nada que decir acerca de esta pequeña provincia a donde hordas de familias y retirados llegaban elogiando precisamente su tranquilidad, es decir, la sensación de inercia y la falta de emociones fuertes. Si la ciudad no era suficiente para contar historias, había que inventar una.

En un taller conocí al poeta Horacio Warpola, cuando todavía no era poeta y cuando todavía no utilizaba su hermético apellido, que salió durante los primeros meses del curso como una deformación del nombre del escritor inglés Horace Warlpore. Nos hicimos amigos desde la peda de bienvenida. Además de nuestra aversión por la ciudad, Warpola y yo compartíamos una adolescencia esculpida por los Simpsons como fuente de la verdad filosófica. Había un capítulo de la serie para cada problemática de la vida cotidiana, tanto a nivel individual como social. Su marcada ironía impedía que los tomáramos demasiado en serio, pero al fin y al cabo eran un código generacional para entender el mundo. Con la intención de caricaturizar el provincialismo clasemediero en donde habíamos ido a parar, llamábamos a este lugar Querétaro-Springfield.

 

IV. Visiones

 

En El matrimonio del cielo y el infierno (1792) William Blake escribió que todas las personas podíamos tener visiones, pero que, en la sociedad moderna, habíamos perdido mucho de esa capacidad debido al rompimiento entre el hombre y el mundo espiritual. Recuerdo que esta idea se me quedó grabada, pues ya desde aquel entonces experimentaba una especie de “raptos” mentales, de involuntaria sucesión de imágenes en la cabeza, en un principio relativas a ángeles y demonios (por Blake y por haber estudiado en un colegio católico), que tenían la particularidad de corresponderse con esta realidad mediante casualidades o coincidencias en el ámbito cotidiano.

En este contexto apareció Ciudad Hermes como una visión en medio de alguna sesión del taller. Vi un gran parque y un palacio, en torno a los cuales giraba un tráfico enloquecido y no sé por qué, pero había elefantes negros sentándose en el cofre de los taxis; después se fueron. Era una ciudad inmensa con un desierto rojo en la puerta. Había muchos negros y mulatos, pero también muchos blancos y gente con la piel apiñonada o de color oliva, con rasgos mediterráneos y de Oriente Medio, algunxs con el iris de diferentes colores y el cabello completamente blanco desde la infancia. Los edificios guardaban cierta relación con los del Viejo Continente, aunque claramente no se trataba de una ciudad europea, sino de una decrépita, descomunal y sobrepoblada capital del tercer mundo.

 

 

 

 

Al concluir aquella jornada Warpola y yo fuimos a tomar unas cervezas a La Vida Es Así, nuestra cantina predilecta del centro histórico en aquellos días, y le hablé por primera vez acerca de Ciudad Hermes. Al final, cuando le terminé de contar todas las cosas que se me habían aparecido en aquellas dos o tres horas, le dio un buen trago a su cerveza y simplemente dijo: “No lo sé, está muy apocalíptico tu pedo”.

 

V. Dibujar en clase

 

En el verano de 2004 fue inaugurada la licenciatura en Historia de la UAQ, y me matriculé para formar parte de la primera generación. Ahora me gustaría decir que la razón principal por la cual estudié historia fue para conocer más acerca de Ciudad Hermes. El siguiente motivo fueron las visiones que emanan de la historia; la posibilidad de contemplar imágenes, objetos y tecnologías olvidadas, extraños personajes y eventos increíbles que tuvieron lugar en el plano de lo real y cuyo testimonio palpable ha llegado hasta nosotros. Supongo que buscaba lo mismo para Ciudad Hermes en la medida de lo posible, necesitaba fincar los fundamentos de su geografía en el terreno de la verosimilitud. ¿De qué manera la historia mundial había configurado la realidad de aquel país atlántico y viceversa? En aquel tiempo, esa era una de las más grandes interrogantes.

Sobra decir que las visiones acerca de Hermes no sólo continuaron, sino que irrumpieron con mayor fuerza y frecuencia en todos los aspectos de mi vida cotidiana: en medio de una fiesta, mientras conducía, bajo el chorro de la ducha, a mitad de una cita romántica, en el autobús, en los cafés, en las cantinas. De pronto, el país y la ciudad me parecieron más interesantes que cualquier relato que pudiera narrar en ella. Intuía que el proyecto traspasaba los intereses de la literatura y dialogaba con otros medios y disciplinas. Aunque escribí algunos cuentos, la pulsión fue dibujarla en todo momento, especialmente durante las clases en las que los profesores no me decían nada. Me acostumbré a llevar a todos lados un fólder con papel bond, lápiz, sacapuntas, goma y bolígrafo. Tracé los mapas del país, de la ciudad, las prefecturas, los sectores y los distritos; mapas hidrográficos, orográficos, demográficos y de crecimiento de la mancha urbana. Ilustré algunos edificios importantes, escaneé los materiales y los edité con Paint.

 

VI. Komandrovia

 

 

Al centro de una inmensa plaza, tan grande como el zócalo o Tiananmén, vi una estatua de veinte metros de alto de san Miguel Arcángel combatiendo a la hidra. Debajo, una estación de metro con intersección de seis líneas y alrededor galerías comerciales estilo art nouveau, multitudes, motocicletas, tranvías, automóviles, marquesinas, pantallas gigantes y neón, muchísimo neón. Se trataba de Oval das Arkangel, en el centro de Komandrovia, uno de los distritos más poblados de aquella ciudad. Yo estaba en mi habitación fumando un cigarro antes de irme a la cama y desde las bocinas de mi computadora se escuchaba Exakt neutral de Stereo Total.

La palabra Komandrovia se la debemos a José Velasco, a quien conocí por haber estudiado en el mismo colegio católico y quien se ganó de inmediato el título de Rex Pontificex Komandroviano por auspiciar nuestras fiestas en el jardín de la casa de sus padres. Velasco incluso llegó a quemar un CD titulado Komandrovia Lounge Motel, en el que figuraban pistas de Fischerspooner, Fat Boy Slim, los Zquirrel Nut Zippers y, por supuesto, Stereo Total, que bailábamos frenéticamente una y otra vez hasta el amanecer.

Poco a poco comenzamos a habitar otra realidad, todos eran alguien más en Ciudad Hermes y todo era otra cosa allá. Comenzamos a cambiar el nombre de nuestrxs invitadxs y a celebrarlo como si fuera la entrega de un título nobiliario, a veces hasta con algún ritual inventado, que de inmediato pasaba a formar parte del folclor nacional. Fue maravilloso conocer a gente de tantas regiones de aquel país y tomar nota minuciosa sobre sus costumbres. En las fiestas se comenzó a hablar en komandroviano, la lengua franca de los pueblos herméticos, que es también una de las lenguas oficiales, junto con el inglés, el portugués y el árabe.

Una tarde, un tal Gerardo Arana se apareció en una de las fiestas en casa de José Velasco y dijo ser escritor. Nadie le creyó. Para probárnoslo, nos mandó unos textos que Warpola y yo leímos una noche. No quedamos muy convencidos, pero claramente era porque sabíamos que aquel muchacho era mejor escritor que nosotros juntos. Nos empezó a frecuentar, argumentando entre otras cosas que quería hablar sobre Ciudad Hermes, hasta nos dijo que era originario de Glü-glü Ararat, en la provincia de Andeonimbva, en donde se bebía licor de pegaropas y había una catedral inundada, ciénagas, praderas y regiones habitadas por tribus romanís. Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que decía la verdad y lo admitimos como uno de nosotros.

 

 

Mariana Barbarela y yo nos vimos una noche en el aeropuerto y tomamos un vuelo Ciudad de México-Ciudad Hermes. En aquel tiempo ella era azafata en Airmes, la aerolínea nacional, así que le daban descuentos. Me pasó a primera clase y nos emborrachamos con champán hasta el aterrizaje. Durante algunos años Mikaela Dundinopolus también patrocinó nuestras fiestas en la casa de su familia en Tekomoros, llena de escaleras, terrazas y barandales junto a los acantilados marítimos. Con la escritora Daphne Hëhjx viajé a Deniselea para las fiestas de Sankt Lucipheros, sin duda las más extrañas de todas las tradiciones de aquel país. Amé a un chique llamade Marcele Simon, a quien conocí en Komandrovia, pero que no dejaba de hablarme sobre su tierra natal, la remota isla de Kgustopheros, aún en mi lista de lugares por visitar. Quise a mujeres de Andeonimbva, Saint Charles, Andrea-Casandandra y Salustia. Incluso estuve casado con una chica de Ambvridia, con la cual viví cuatro años en Kamp de Velo. Caminé la gran Divolaria siempre borracho y de noche; primero con Adrianus y Marius, dos hermanos miembros de la camorra local, y más tarde con Yud, un especialista en la obra de Atlas Pardo. Con Urilos Prinx atravesé la Prefectura de los Desiertos Centrales a bordo del Ferrocarril Nacional Transinsular. Con Alvar Wardok estuve en Phatar Baboo. El arquitecto Lucas Hoops me explicó la razón de ese curioso medio sótano en las casas de Hermes. Siempre me acuerdo mucho de Fabio Quinto-Seaux, especialmente por haber incursionado en la escena electrónica de los primeros 2000 con uno de los mejores álbumes de la década, su famoso Closteriano, hoy, desde luego, extraviado.

 

 

 

VII. Imagen y ciudad

 

Fue hasta muchos años después, cuando me desempeñé como profesor de literatura en un liceo, que conocí el famoso cuento de Borges “Tlön-Uqbar Orbis Tertius”, en el cual una sociedad secreta se dedica a falsear un país que, tras subsiguientes investigaciones por parte del narrador, resulta ser un universo entero tratando de suplantar su realidad. La coincidencia de aquel argumento con la conformación involuntaria de la obra hermética puso énfasis en la creación colectiva de los mundos imaginarios que comienzan a operar tomando en cuenta las mismas reglas de la realidad, pero a partir de los cuales estas pueden alterarse de manera gradual.

Tras aquel contacto con los nuevos komandrovianos y el Comité de Topografía Alternativa en 2017, decidí regresar a Hermes después de casi una década. Algunas cosas se habían logrado durante aquel tiempo: Gerardo Arana había pintado su famoso Mapa para magos, del que ya he hablado en otra parte, cuya nomenclatura influyó de manera significativa para una reorganización cartográfica definitiva. Hasta hoy, Warpola se ha dedicado a difundir el trabajo de lxs poetas komandrovianxs contemporánexs.

Yo había escrito una novela sobre un viaje a Hermes en 2007, pero nunca la publiqué porque me pareció vergonzosa. Desde entonces me había dedicado, sí, a escribir un poco sobre política hermética en algunas revistas rusas, hoy, desde luego, desaparecidas; pero, sobre todo, a seguirla dibujando en la clandestinidad, a visitarla mentalmente, a recordarla y soñarla. Ciudad Hermes se había convertido en un side project, mientras que, por el contrario, mi exploración literaria se había decantado cada vez más por la realidad, primero con textos de ficción situados en espacios conocidos, como Querétaro o la Ciudad de México, y más tarde con relatos no ficcionales acerca de otras ciudades y países.

Pero Hermes continuaba vigente, ya no a través de la escritura, sino de la imagen, tal y como había estado presente desde la primera vez. Paulatinamente, pero también en forma compulsiva, comencé a almacenar imágenes —algunas de revistas viejas, la mayoría de mis listas de favoritos de Pinterest y Tumblr y más tarde de carpetas en mi computadora— de otras ciudades que pudieran falsear Hermes, que por un momento pudieran no ser lo que decían ser, sino presentar evidencia convincente sobre Hermes. Entre estas imágenes se encontraban unas diapositivas en color Kodachrome de 35 mm de una vista aérea nocturna de Oval das Arkangel, con la enorme estatua de san Miguel y el dragón en medio, rodeada de multitudes, letreros de neón, carros, autobuses y tranvías.

En 2018 abrí un blog en Instagram, pues me percaté de que disponía de algo que quince años atrás no era posible aún: miles, tal vez millones de imágenes de ciudades de todo el mundo en Internet. La dinámica siempre fue sencilla: postear una foto en blanco y negro y escribir un caption sobre el distrito, sector, región o prefectura de la cual se trataba. Con este ejercicio me di cuenta no sólo de que Hermes estaba en cualquier ciudad, sino de que representaba la fantasía babélica, por otro lado también borgesiana, de una ciudad infinita.

 

VIII. Inteligencia artificial

 

Las cosas dieron un nuevo giro en junio de 2022, cuando apareció Dall.E Mini, la primera IA generadora de imágenes de libre acceso en Internet. Por primera vez en la historia los seres humanos podíamos, en cuestión de segundos, obtener una representación de cualquier cosa que imagináramos. Al principio las imágenes fueron un poco difusas, pero su grado de precisión dejó a todo mundo asombrado. Como sea, Ciudad Hermes no fue lo primero que busqué, sino Querétaro: el Parque de los Alcanfores con nieve, un rally de Hitler en el templo de la Cruz, Godzilla, una explosión atómica vista desde Menchaca. Pero en cuanto este morbo dialéctico fue satisfecho, no esperé un minuto más para explorar los distritos de Ciudad Hermes.

En agosto de ese año apareció Midjourney 3, una versión más avanzada que había logrado aumentar el nivel de precisión de la imagen de manera considerable. Recuerdo que me había desvelado una noche o dos con Dall.E Mini, pero Midjourney me mantuvo al filo de la pantalla durante por lo menos dos semanas, durmiendo de madrugada y comiendo hasta no poder aplazarlo más. De pronto era como cuando tenía trece años y pasaba las tardes enchufado al Sim City. También como en 2003, pero con aquella compulsión de mapas, visiones y fotografías magnificada por el aceleramiento tecnológico de las dos últimas décadas.

Una de las cosas con las que siempre fantaseé fue con ver un render de algunas calles de Hermes o un programa de realidad virtual que me permitiera recorrer una porción de su geografía, tomar un tren, entrar a un hotel, pedir una cerveza, coger el metro, etcétera. Sabía que tal vez nunca me sería posible contar con el ejército de artistas y programadores necesarios para algo semejante, pero cuando vi lo que Midjourney podía hacer y lo comparé con las capacidades de Dall.E Mini apenas unos meses antes, pensé que, después de todo, la idea no era tan descabellada.

 

IX. A modo de conclusión

 

Si bien la IA me ha permitido visualizar Hermes de una manera que jamás creí posible, me ocurre ahora un fenómeno extraño: he dejado de imaginarla, me han abandonado las visiones que solían irrumpir una tarde cualquiera en la caja del Oxxo, por ejemplo. No me preocupa, lo ideal sería que las IA comprendieran Hermes y terminaran el proyecto o, mejor aún, que siguieran creándolo durante siglos, después del fin de la humanidad: cada calle, persona, casa, ventana y cada objeto que hubiera existido en aquel país durante sus miles de años de historia. Creo que el límite de toda esta fantasía siempre ha sido generar el espacio digital de Hermes para poder descargar mi consciencia.

Pero el futuro es incierto y por ahora las IA presentan grandes limitantes. Midjourney ha sido incapaz de reproducir Oval das Arkangel tal y como lo vi desde mi habitación esa noche de 2003, y Chat GPT no ha podido generar nombres y apellidos hermetropolitanos. Creo que ningún proyecto estético puede ser delegado a las IA por más que uno quisiera. Adicionalmente, uno de los más grandes pendientes de este proyecto ha sido abordar a fondo, precisamente, sus características colectivas y transmediales; es decir, concebir Hermes en el espacio físico con la colaboración de otrxs artistas.

Es muy difícil sacar conclusiones sobre lo que siempre ha sido y siempre será un trabajo en progreso. A lo largo de estos veinte años Ciudad Hermes ha sido un refugio mental, pero también un punto de encuentro y un espacio de creación colectiva, una especie de portal que apareció en mi vida de manera inesperada, y que por el momento me ha permitido contactar a algunxs seres humanxs e inteligencias artificiales.

Actualmente combino la generación de imágenes a través de Midjourney con la redacción de textos para una futura guía de viajes, cuyos avances pueden ser consultados en https://ciudadhermes.wordpress.com También comparto algo de este trabajo en la cuenta de Instagram https://www.instagram.com/ciudadhermes

 

Tekomoros, primavera de 2023.

 

Antonio Tamez (Ciudad de México, 1984). Es autor de Bengala (Herring Publishers, 2011), El templo de los animales disecados (Montea, 2017) y Todo eran historias. Cuadernos de viaje (Universidad de Guanajuato, 2021). Está incluido en las antologías Neónidas (Herring Publishers, 2009), Zurita, una cartografía poética (Colofón-Universidad de Guanajuato, 2019) y Viajes al país del silencio (Gris Tormenta, 2021).