Poemas inéditos
Eduardo Padilla
¿Es honesto un hipnotista?
Bernays baja
por Coppelius
haciendo sonar la madera
de sus tacones
en el empedrado.
Sus pasos se ajustan
a los faroles
que bailan como ahorcados
bajo una lluvia
métrica
que ayuda al mundo
a olvidar
lo que apenas
había recordado.
Bernays
atraviesa el parque
y da vuelta en
Spallanzani.
Juega con
la cadenita de oro
que antes colgaba
de sus lentes.
“¿Lentes espirales?
No hablará usted en serio”.
“Bernays habla
siempre en serio”
piensa Bernays
mientras repite
su propio nombre
bajo el dosel negro
del cielo
y cuenta todas las espirales
que hay camino
a la vitrina donde tienen aquel
maniquí sin brazos
que tanto le gusta.
William Gruber guarda mis ojos en su bolsillo
Mi primer recuerdo es el mar
trepando por el aire
para pinchar al sol en el ojo
y aprovechar la negrura
para caer sobre mí
y darme una zurra
frente a mis padres.
Mi madre era una estatua de queso.
Mi padre
un garrote sombrío.
Seguro fue
oírlos pelear
por pavadas
lo que hizo que yo perdiera el temple
y diera mis primeros pasos
hacia la crítica
contra la autoridad
(el mar)
y siendo yo
muy joven
es probable
que la crítica
saliera más bien
como un insulto.
Es usted un matón
vestido de azul,
le dije al mar,
aunque igual podría yo
habérselo dicho al cielo.
El mar no dijo nada y se quedó muy quieto.
Yo —minúsculo,
arisco—
me tomé ese silencio
a la mala.
Es usted ridículo.
¿Por qué se viste de azul?
¿Así de grande y deja
que su mamá lo vista?
El mar comenzó a echar espuma.
Yo, impávido.
El dolor era un cuento chino
que mi madre había usado
para empapelar las paredes del útero.
O al menos eso pensaba.
Justo entonces
dejé de pensarlo.
El mar me tomó de los caireles
y me azotó contra la arena.
(imagíname con caireles)
Fue una escena
de terror mágico
y humillación cristalina.
Enterarse del mundo
es como pisar una aguja;
el proverbial relámpago
a cielo abierto.
Es usted horrible.
Huele como el perro
cuando se cayó al aljibe.
Huele a pescado
con calzones rosas.
Y es frío
como el metal de las cucharas
cuando tocan
los dientes de leche.
Todo esto
que no le dije al mar entonces
se lo digo ahora
al espejo
cuando el terapeuta se ausenta
para atender
una llamada personal
que lo devuelve cambiado,
perdido,
sin color
en el rostro.
Feto budista
Seré el que era, cuando muera.
Fui el que vendrá, tra-lalá.
Soy el que duerme en la pelusa,
el que hoy observa en forma obtusa.
No tengo edad, otredad.
Mejor me abstengo.
No quiero
escalar el Ixtlasiwato.
En mi alcoba tengo lo necesario
para que un nene nonato
flote barato.
Asar pescado
es muy caro.
Mejor azar afuera,
flotando
en salmuera.
Mi patria es el ocaso,
acaso.
Casi casi
no heredo casa.
Soy objeto de la suerte,
de la buena suerte
de nunca
haber nacido.
Eduardo Padilla (Vancouver, 1976). Es autor de Zimbabwe (El Billar de Lucrecia, 2007), Minoica (escrito en colaboración con Ángel Ortuño, Bonobos, 2008), Mausoleo y áreas colindantes (La Rana, 2012), Blitz (Filodecaballos, 2013), Un gran accidente (Bongo/3pies, 2017) y de la antología Paladines de la auto-asfixia erótica (Bongo Books). Su libro más reciente es Hotel Hastings (Cinosargo, 2018).