ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Poemas inéditos

Eduardo Padilla

 

 

¿Es honesto un hipnotista?

 

Bernays baja

por Coppelius

haciendo sonar la madera

de sus tacones

en el empedrado.

Sus pasos se ajustan

a los faroles

que bailan como ahorcados

bajo una lluvia

métrica

que ayuda al mundo

a olvidar

lo que apenas

había recordado.

 

Bernays

atraviesa el parque

y da vuelta en

Spallanzani.

Juega con

la cadenita de oro

que antes colgaba

de sus lentes.

“¿Lentes espirales?

No hablará usted en serio”.

“Bernays habla

siempre en serio”

piensa Bernays

mientras repite

su propio nombre

bajo el dosel negro

del cielo

y cuenta todas las espirales

que hay camino

a la vitrina donde tienen aquel

maniquí sin brazos

que tanto le gusta.

 

 

 

William Gruber guarda mis ojos en su bolsillo

 

Mi primer recuerdo es el mar

trepando por el aire

para pinchar al sol en el ojo

y aprovechar la negrura

para caer sobre mí

y darme una zurra

frente a mis padres.

 

Mi madre era una estatua de queso.

Mi padre

un garrote sombrío.

 

Seguro fue

oírlos pelear

por pavadas

lo que hizo que yo perdiera el temple

y diera mis primeros pasos

hacia la crítica

contra la autoridad

(el mar)

y siendo yo

muy joven

es probable

que la crítica

saliera más bien

como un insulto.

Es usted un matón

vestido de azul,

le dije al mar,

aunque igual podría yo

habérselo dicho al cielo.

 

El mar no dijo nada y se quedó muy quieto.

Yo —minúsculo,

arisco—

me tomé ese silencio

a la mala.

 

Es usted ridículo.

¿Por qué se viste de azul?

¿Así de grande y deja

que su mamá lo vista?

 

El mar comenzó a echar espuma.

Yo, impávido.

El dolor era un cuento chino

que mi madre había usado

para empapelar las paredes del útero.

O al menos eso pensaba.

 

Justo entonces

dejé de pensarlo.

 

El mar me tomó de los caireles

y me azotó contra la arena.

 

(imagíname con caireles)

 

Fue una escena

de terror mágico

y humillación cristalina.

Enterarse del mundo

es como pisar una aguja;

el proverbial relámpago

a cielo abierto.

 

Es usted horrible.

Huele como el perro

cuando se cayó al aljibe.

Huele a pescado

con calzones rosas.

Y es frío

como el metal de las cucharas

cuando tocan

los dientes de leche.

 

Todo esto

que no le dije al mar entonces

se lo digo ahora

al espejo

cuando el terapeuta se ausenta

para atender

una llamada personal

que lo devuelve cambiado,

perdido,

sin color

en el rostro.

 

 

 

Feto budista

 

Seré el que era, cuando muera.

Fui el que vendrá, tra-lalá.

Soy el que duerme en la pelusa,

       el que hoy observa en forma obtusa.

No tengo edad, otredad.

 

Mejor me abstengo.

No quiero

escalar el Ixtlasiwato.

En mi alcoba tengo lo necesario

para que un nene nonato

flote barato.

 

Asar pescado

es muy caro.

Mejor azar afuera,

flotando

en salmuera.

 

Mi patria es el ocaso,

acaso.

Casi casi

no heredo casa.

 

Soy objeto de la suerte,

de la buena suerte

de nunca

haber nacido.

 

Eduardo Padilla (Vancouver, 1976). Es autor de Zimbabwe (El Billar de Lucrecia, 2007), Minoica (escrito en colaboración con Ángel Ortuño, Bonobos, 2008), Mausoleo y áreas colindantes (La Rana, 2012), Blitz (Filodecaballos, 2013), Un gran accidente (Bongo/3pies, 2017) y de la antología Paladines de la auto-asfixia erótica (Bongo Books). Su libro más reciente es Hotel Hastings (Cinosargo, 2018).