ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Presentación del libro Con imborrable tinta alegre[*]

Iván Pérez González

 

Aquella mañana del sábado 26 de julio de 1851, el joven Teófilo Fonseca agradeció con unos versos a Nicanor Carrillo y Cano y a Tomás Orozco la donación de las prensas tipográficas y algunos utensilios para la imprenta. Hoy que estamos reunidos para recordar aquel momento, en nombre de la doctora Marina Garone Gravier y mío, emulamos aquella acción para expresar nuestra gratitud a todos los que están presentes y a todas aquellas personas que desinteresadamente apoyaron esta investigación. Nuestro reconocimiento se extenderá por siempre, muchas gracias.

 

 

En 1851 se inauguraron los talleres de litografía y tipografía del Instituto Literario del Estado de México. Si bien existen fuentes al respecto, de aquel proyecto cultural se tenían pocos datos; por ello, en esta presentación intentaremos desempolvar un poco de aquella historia que fraguaron alumnos, impresores, profesores y gobernantes de esta capital. Esa imprenta hoy forma parte de la identidad de la Universidad Autónoma del Estado de México, de ahí que la memoria de esta casa de estudios y la histórica de la imprenta tienen en este contexto un vínculo estrecho y directo. Para profundizar un poco, esta presentación la dividimos en cuatro apartados: en el primero se expondrán aspectos históricos del taller de tipografía; en el segundo nos adentraremos a las tareas de la imprenta, es decir, cómo se hacía un libro; en el tercero, hablaremos del repertorio tipográfico y de dónde procedían los tipos móviles; en el cuarto se mostrarán los géneros editoriales, la procedencia del papel y la distribución de los impresos institutenses. Por último, daré mi punto de vista de algunos aspectos editoriales. Dicho lo anterior, entramos en materia.

 

A principios del siglo XIX, los impresos que requería la capital mexiquense se mandan hacer a la Ciudad de México. Entre los impresores que destacaban se encontraba Martín Rivera, quien imprimió la Constitución Política del Estado de México, sancionada en Texcoco el 26 de febrero de 1827. En el título sexto de este documento se leía: “En el lugar de la residencia de los supremos poderes habrá un instituto literario para la enseñanza de todos los ramos de instrucción pública”.

 

Cuando los poderes se trasladaron a Toluca en 1830, las autoridades gubernamentales contrataron al impresor Juan Matute y González para que fuera el director de la imprenta estatal. No podemos dejar de mencionar a José María Heredia, quien fue un punto clave para las artes gráficas en el Estado de México durante el siglo XIX, pues este escritor sabía de tipos móviles, formatos para libro e instó a las autoridades mexiquenses a que compraran una imprenta.

 

La imprenta del gobierno mexiquense duró de 1830 a 1837. Esta etapa fue el preámbulo para que después otros impresores toluqueños se dieran a conocer, como Manuel R. Gallo, los hermanos Atanasio y Juan Quijano, Manuel Jiménez, Antonio Campos Vega, Loreto de Jesús Casabal y su esposo Abraham López, entre otros.

 

En 1850, la presidencia de la república la ocupó Mariano Arista. Noticias de índole político y económico se podían leer en El Monitor Republicano, periódico de gran trascendencia para el siglo XIX.

 

En ese mismo año, estuvo como gobernante del Estado de México Mariano Riva Palacio, quien, el 29 de enero de 1850, dirigió una carta a su amigo el impresor jalisciense Ignacio Cumplido, en la que expresó: “Mi estimado amigo: me resuelvo a comprar una litografía y destinarla para el servicio del Gobierno del Estado o Instituto Literario del mismo” (agn, rollo 85: f. 2).

Como se observa, ya desde 1850 el Instituto Literario contó con una prensa litográfica. Fue hasta 1851 cuando se inauguraron los talleres de artes gráficas. De acuerdo con Víctor Ruiz Meza, 1851 fue “año de oro” para Toluca. Veamos por qué:

 

En aquel periodo, la capital mexiquense inició una época de bonanza que se manifestó en el impulso a los proyectos culturales y educativos. El director del instituto, Felipe Sánchez Solís, consideró que los alumnos no sólo deberían nutrirse de conocimientos teóricos, sino que además podían cultivar algún arte y ser diestros en algún oficio; por este motivo, planteó al gobernador Riva Palacio la posibilidad de instalar talleres y academias en el instituto. Esta solicitud fue vista con buenos ojos, de suerte que en el Primer Congreso Constitucional del Estado Libre y Soberano de México se decretó: “… en el Instituto Literario habrá una escuela de primeras letras, una academia de dibujo y pintura, un taller en donde se enseñe la litografía y otro de tipografía, otro de herrería, otro de carpintería”.

 

Por el primer impreso hecho por los alumnos del instituto, sabemos qué sucedió en la inauguración de los talleres de litografía y tipografía. Ahí, el gobernador del Estado de México, Mariano Riva Palacio, dirigió estas palabras:

 

Íntimamente convencido de que el estudio de las artes forma el complemento de una buena educación, miro con verdadera complacencia el establecimiento de la litografía y una imprenta en el Instituto Literario. En este año [1851] han recibido un impulso muy eficaz todas las academias de bellas artes y se han abierto nuevas, las de dibujo lineal y las de botánica. Nuevos afanes se preparan a la juventud que está a mi cargo; la imprenta, que hoy inauguramos, promete una importancia trascendental para el instituto.

 

A este evento también asistieron dos impresores y empresarios de la Ciudad de México, Nicanor Carrillo y Cano y su cuñado, Tomás Orozco, quienes, al ver la necesidad de instrumentos para que los alumnos aprendieran un oficio, donaron dos prensas y distintos utensilios para los talleres. Ellos eran impresores de la Ciudad de México, como se aprecia en las siguientes imágenes.

 

Cabe mencionar que por las reseñas históricas conservadas se conocen algunas características de la ubicación y la descripción física del taller de imprenta. Aurelio J. Venegas señaló al respecto:

 

Comprende este plantel cinco grandes divisiones que corresponden […] al jardín; […] otros tantos patios ya formados, […] al N. está en vía de construcción y el del S. subdividido pertenece al antiguo colegio. El edificio […] está comprendido entre la calle del Instituto al O., calle del costado de la cárcel al N., terrenos que se destinan a jardín botánico al E. y un callejón cerrado sin nombre, al S. y cuya vía desemboca frente a la Garita Olaguíbel, para continuar con las calles del Calvario al Occidente.

 

Sobre esa calle del Calvario estaba ubicada la entrada al patio de la dirección que tenía comunicación con dos grandes salones de la escuela normal, los salones que sirvieron de imprenta y portería y con las escaleras que dan acceso a la planta alta, paralelo a esto, de la consejería sigue la dirección de imprenta, de donde se pasa a la gran sala destinada a los cajistas y prensistas que comunica con el departamento de maquinaria.

 

Si analizamos la ubicación, el jardín botánico se encontraba en la parte donde actualmente está el Monumento a la Autonomía; el jardín abarcaba hasta el parque Simón Bolívar, de ahí que aún hay un viejo vigilante que no se ha doblegado, llamado el “árbol de la Mora”. En efecto, en el Patio de los Naranjos, planta baja, se encontraba la imprenta.

 

En sus 38 años de existencia, la imprenta contó con cuatro impresores, de los que se conocen algunos datos y sus firmas; también contamos con el retrato de Isauro Manuel Garrido. A continuación, ofrecemos una reseña brevísima de ellos:

 

Manuel Jiménez. Desde la inauguración de los talleres hasta principios de 1863, Manuel Jiménez Salgado quedó como director del taller de tipografía. Oriundo de Toluca, el maestro Jiménez llegó a la dirección de la imprenta por recomendación de los hermanos Atanasio y Juan Quijano, impresores toluqueños. Manuel Jiménez tuvo imprenta propia, hecho que conocemos por el pie de imprenta del Devocionario a la Purísima Concepción, fechado en 1840. A él se debe un impreso de 1851, el cual nos permite conocer, mediante la descripción visual y textual, cómo era una parte de la ciudad de Toluca en el siglo XIX.

 

Para suplir a Manuel Jiménez, llegaron Francisco González y Pedro Martínez. Este último nació en la Ciudad de México el 1º. de agosto de 1823 y estuvo casado con Antonia Fernández y Riva, con quien tuvo cuatro hijas: Rafaela, Eulalia, Micaela y Andrea.

 

Este impresor se formó en los talleres de los hermanos Atanasio y Juan Quijano, quienes lo recomendaron para trabajar en la imprenta del instituto. Por su parte, Francisco González fue el mismo profesor que impartió clases de Medicina en el Instituto Literario. Desconocemos más aspectos de este maestro.

 

Cuando estuvo Martínez como impresor, las fuerzas francesas, comandadas por el coronel Berthier, entraron y tomaron la ciudad de Toluca el 5 de julio de 1863 y algunos soldados invadieron el actual edificio de Rectoría de la actual Universidad Autónoma del Estado de México. De esta forma, el instituto se utilizó como cuartel. Fue entonces cuando el director del establecimiento educativo, el presbítero José Mariano Dávila y Arrillega, ordenó trasladar las prensas a lo que hoy es la iglesia del Carmen. Además, comenzó a escasear el papel, y los recursos económicos no eran suficientes para las impresiones.

 

La imprenta estuvo de 1864 a 1866 en el exconvento, periodo que coincide, además, con la entrada a la ciudad de Toluca de Maximiliano y Carlota, el 25 de octubre de 1864. Durante los cinco días que duró el periplo, la pareja imperial visitó “la cárcel de la ciudad, los pueblos de los alrededores, la iglesia principal”. Con esta visita, las autoridades del instituto aprovecharon para solicitarle al emperador presupuesto para comprar otra prensa tipográfica. La respuesta a esta petición fue la siguiente: “En vista de lo informado por la Prefectura por fecha 17 de octubre acerca de la reposición de la imprenta del Instituto Literario [...], el gobierno de S. M. el Emperador se ha servido aprobar el presupuesto que se remitió”.

 

Con la muerte de Martínez, las autoridades del instituto y los herederos del impresor realizaron un inventario para conocer qué le pertenecía al tipógrafo y qué utensilios y maquinaria eran del espacio educativo. Los parientes de Martínez y las autoridades llegaron a un acuerdo, y la maquinaria e instrumentos pertenecientes a dicho impresor se quedaron en el recinto educativo a cambio de un pago de 60 pesos mensuales a las hijas. El maestro Isauro Manuel Garrido fue el responsable de la imprenta en el establecimiento durante el último periodo de funcionamiento, es decir, entre 1888 e inicios de 1889.

 

El 31 de julio de 1890 se realizó el último inventario de la maquinaria, herramienta y tipos móviles que pertenecían a la imprenta del instituto. En la Memoria de 1889 se escribió la siguiente frase: “Imprenta de la Escuela de Artes y Oficios”.

 

Esta escuela estuvo ubicada en lo que en la actualidad es la Plaza Acrópolis, en la calle Mariano Matamoros sur, 104.

 

En efecto, los talleres de litografía y tipografía pasaron a formar parte de la Escuela de Artes y Oficios. Alumnos de distintas municipalidades acudirían a esta escuela para aprender un oficio. He aquí la muestra de algunos alumnos de aquella escuela:

 

 

 

El trabajo de los impresos y su relación con los alumnos, calificaciones, se pueden observar en documentos del Archivo Universitario —de donde se pueden apreciar los horarios, tipo y variedad de clases— y con la revisión física de los impresos salidos del taller, específicamente por los datos de los colofones, en los que se lee la descripción puntual de la división de tareas que se daba entre los alumnos. Cabe mencionar que el taller, además de los trabajos que requería el instituto, también hacía trabajos para el gobierno estatal, así como trabajos particulares, como publicidad para un negocio, algún cartel para un evento, entre otros impresos.

 

El Instituto Literario tenía tres clases de alumnos: municipales, de gracia y pensionistas. Los primeros provenían de algún municipio del Estado de México y se caracterizaban por no tener recursos económicos para continuar con una educación profesional. Sin embargo, debido a que esos alumnos se destacaban por algún tipo de talento, eran enviados al instituto a cursar los estudios preparatorios para obtener una carrera profesional con gasto a cargo del municipio. La educación de los alumnos de gracia la cubría el instituto desde sus estudios preparatorios hasta su formación profesional. Finalmente, los alumnos pensionistas “eran los que vivían en el instituto y pagaban una pensión de 10 pesos mensuales; los semipensionistas sólo pagaban 6 pesos mensuales”.

 

Desde 1846, los alumnos ya cursaban talleres relacionados con las artes gráficas. Vinculado con estos aspectos de enseñanza en destrezas manuales y artísticas, podemos mencionar que el taller de dibujo fue uno de los primeros; después este taller se convertiría en academia de pintura. Se puede apreciar la portada del manual que usaban. Estos documentos están en el Archivo Histórico del Estado de México y en el universitario.

 

Como la mayoría de las imprentas del siglo XIX, la asignación de funciones en este taller corría a cargo del director o regente, quien indicaba a cada alumno qué actividad desarrollar; de esta forma es posible identificar cuándo un estudiante realizaba la composición, el tiro, la distribución o la encuadernación.

 

Ahora veamos brevemente las etapas por las que pasaba la impresión de un libro (no mencionaré las etapas de encuadernación ni de la impresión litográfica).

  1. Entrega del manuscrito: cuando el gobernante, director o profesor entregaba el manuscrito al impresor, este tenía que saber la cantidad de pliegos que utilizaría para la impresión, así como seleccionar el tipo de letra, determinar qué tipo de interlíneas metálicas usaría, entre otros aspectos. Una vez seleccionado esto, se pasaba a la composición.
  2. Composición: es la reunión de letras tipográficas para formar palabras, líneas y párrafos. Esto se hacía en un componedor, en donde el cajista colocaba y armaba, de manera inversa, los tipos móviles para que al momento de la impresión se pudiera leer. Una vez formadas líneas, se pasaba a la formación.
  3. Formación: aquí se colocan en orden los paquetes dentro de una galera o volanta de metal, para que después todos esos paquetes pasen a una mesa de mármol, se coloquen en forma ordenada a unos triángulos de metal llamados ramas, en donde se sujetarán los tipos móviles para que al momento de la impresión no se zafen. Una vez que tenías en orden tus paquetes, llegaba el momento de la corrección.
  4. Corrección: aquí el impresor, regente o alumno, revisaban cada paquete para ver si había faltas de ortografía o se había intercalado un tipo de letra diferente al del resto o si la interlínea era distinta de un paquete a otro. Lo que hoy hace un corrector de estilo.
  5. Tiro: consiste en entintar los tipos móviles con un rodillo y ejercer presión por medio de la palanca de la prensa para efectuar la impresión. Cuando se terminaba la etapa del tiro y la impresión salía adecuadamente, se pasaba a la distribución.
  6. Distribución: esta actividad consiste en quitar los tipos móviles de las ramas, de estos triángulos de metal, limpiarlos y regresarlos al chibalete o comodín, para después volver a usarlos, así como limpiar las prensas tipográficas.

 

El tipo de papel que se usaba para la impresión, llamado pliego común, tenía dos dimensiones: 32 x 44 cm o 70 por 45. Esto último se puede comprobar tomando la medida del cartel que lleva como título “16 de septiembre”, el cual se encuentra en el archivo universitario. En efecto, esto para la impresión tipográfica; para la impresión litográfica, con una prensa más grande, los pliegos eran sólo un poco más grandes, de 70 x 55. Basta ver las cartas geográficas del Estado de México.

 

Los talleres y cursos se calificaban con las siguientes letras: B, que significaba bien; MB, muy bien; R, regular. Esto se puede constatar porque se conservan las boletas de 1870 de los alumnos que cursaban el taller de tipografía.

 

 

Por los inventarios, sabemos con detalle la clase de fundiciones, de máquinas e instrumentos de imprenta que hubo en el taller:

 

Tanto las prensas tipográficas como litográficas procedían de empresas estadounidenses, como Robert Hoe & Company, Gordon Printing Press Works y Alauzet & Company.

 

Los inventarios consignan varios tipos de prensas tipográficas;

 

cajas, componedores y entintadores;

 

máquinas para la impresión litográfica;

 

e instrumentos para encuadernación;

 

 

 

El universo de letras y tipos móviles que se desarrolló desde mediados del siglo XV experimentó cambios desde las primeras décadas del siglo XIX en lo referente a aspectos formales y productivos; por ejemplo, en la comunicación visual, la publicidad gráfica y la producción escrita. En relación con la letra, surgieron las letras egipcias o mecánicas, tambiénapareció la letra bold o negrita.

También se dieron abundantes variaciones de letras modernas o didonas, que si bien habían tenido su primera aparición hacia la séptima década del siglo XVIII, cobraron singular trascendencia por los múltiples revivals del siglo XIX y fueron de alguna manera la antesala a la presentación de una nueva variante de peso en las letras: el surgimiento de la letra negrita o bold.

 

Otro estilo gráfico que tuvo numerosas variantes fue el que de manera general se conoce como fantasía. Vemos en ese sentido copiosas expresiones decorativas. También la caligrafía tomó auge, pues los alumnos del instituto cursaban la materia de caligrafía, incluso escuelas de Toluca practicaban este arte, y se realizaban certámenes.

 

En Toluca, una de las primeras empresas en promocionar sus productos fue la Cervecera Toluca. En la imprenta del Instituto Literario se hizo publicidad a negocios regionales; verbigracia, encontramos folletos que sólo contienen letras itálicas, estilo Didot o con alguna ornamentación. Ejemplo de ello fue la publicidad que se le hizo a la Fonda Francesa y a la nevería El Cazador, en Tenango del Valle. Sin embargo, cuando se imprimía un libro, la designación de tipos móviles obedecía a nombres que hoy en día ya no se usan. Así, por ejemplo, la expresión cícero (equivalente a 12 puntos tipográficos) surge por la obra impresa en 1469 de las Epistoloe ad familiares, de Cicerón; la denominación San Agustín tenía un tamaño de 14 puntos, surgió del autor de La ciudad de Dios; y el tamaño filosofía equivalía a 10 puntos. Por ello, la denominación de los tipos móviles durante el siglo XIX tenía la siguiente nomenclatura:

 

El impresor analizaba el tipo de publicación y él determinaba el tamaño y el tipo de fuentes para el libro. Veamos un ejemplo, que significaba lo siguiente:

Libro en cuarto con cuerpo de texto en cícero. Equivalía a que tu pliego tendría dos dobleces con una tipografía de12 puntos tipográficos.

 

 

Uno de los aspectos que nos interesa presentar también es la clasificación que realizamos de los tipos móviles de la imprenta del instituto. Para ello, nos auxiliamos del método de Francis Thibaudeau, descrito en el libro La letra de imprenta. 12 lecciones para las artes del libro (1921). Nuestra clasificación fue la siguiente:

 

Asimismo, indagamos de dónde provenían los tipos móviles de la imprenta institutense. Si bien hay escritos en donde los impresores solicitan letras de imprenta, no se han encontrado facturas de su procedencia; sin embargo, por comparaciones de los tipos de letra y dado que en México en el siglo XIX no había fundidoras de tipos móviles, consideramos que la procedencia de los tipos móviles fue de fundidoras estadounidenses o incluso de algunas de Europa.

 

 

El papel con el que se imprimían los libros se traía desde la papelera Belem hacia Toluca. Por facturas encontradas en el Archivo Universitario conocemos su origen. Los dueños de esta papelera fueron el inglés Benfield, Nicanor Carrillo y Cano y Tomás Orozco. En la actualidad esta fábrica es el Museo Interactivo de la Policía Federal, que se encuentra en la Ciudad de México.

 

La imprenta contó con libros religiosos, literarios, científicos, institucionales y patrióticos. La clasificación de géneros editoriales puede hacerse atendiendo a diferentes preguntas —orientadas ya sea a los aspectos del contenido literario de las obras o a su forma física y estructura material—, por eso en este libro la clasificación de publicaciones se hizo con base en el tema general que esbozan los títulos, que se confirmó además con los encabezamientos de materia que tienen las obras en algunas bibliotecas y lo que en las bibliografías mexiquenses consultadas se había consignado para dicho título. Veamos un recorrido general por las publicaciones de la imprenta:

 

 

 

Libros científicos

 

 

Libros didácticos

 

 

Libros elementales

 

 

Libros institucionales

 

Libros literarios

 

 

Libros patrióticos

 

 

Libros políticos

 

 

Libros religiosos

 

 

Varias publicaciones periódicas

 

 

 

 

 

 

Otras publicaciones.

 

 

La imprenta del Instituto Literario realizó impresos para casi todos los municipios del Estado de México. En el Archivo Universitario se encuentran facturas de los pedidos que hacían las distintas municipalidades, las que pedían libros para la enseñanza básica. He aquí el mapa de distribución. Como reflexión final podemos decir que el estudio de los libros, periódicos y otros impresos de los talleres de litografía y tipografía de aquel Instituto Literario del Estado de México nos acerca a algunos aspectos históricos, estéticos, gráficos y materiales de los inicios de este recinto educativo; de esta forma, el libro Con imborrable tinta alegre se engarza con la historia y los estudios del libro en México y en América Latina.

Desafortunadamente, no sabemos dónde quedaron las prensas, las piedras litográficas, los tipos móviles, no se diga de las publicaciones, pues andan por distintos recintos o acervos bibliográficos. Es una lástima que no se haya tenido el cuidado de resguardar nuestra historia editorial.

 

Cabe mencionar que realizamos un arduo trabajo de investigación, pues lo que aquí presentamos lo hayamos en distintos recintos, como la Biblioteca Lagrafua, en Puebla; el Archivo del Estado de México; el Archivo Universitario; el Acervo Bibliográfico de la Biblioteca Nacional de México; el Acervo Bibliográfico de la Universidad Iberoamericana; el Acervo Bibliográfico de la Biblioteca del Instituto Mora; el Acervo Bibliográfico del Estado de México; las misceláneas bibliográficas de la Universidad de Guadalajara; el acervo digital de la Universidad de Nuevo León; el Archivo Municipal de Toluca; la Biblioteca del Colegio Mexiquense, entre otros. Todo esto nos ha permitido contar esta historia, no sólo aquí, la hemos difundido también en el VIII Congreso Internacional de Bibliología, vía internet (en septiembre de 2020), en la Cátedra Extraordinaria Francisco Toledo, UNAM (en enero de 2021), en el podcast de Historias Sonoras, encabezado por la doctora Marina. Ahí pueden encontrar también parte de la historia de la imprenta (marzo de 2020).

 

Para finalizar, en este año se cumplen 171 años de la imprenta institutense, del origen de nuestras publicaciones. Hoy me pregunto, con esta historia a cuestas: ¿qué perspectiva tenemos de la edición universitaria de libros, de revistas y de las publicaciones digitales?, ¿hacia dónde queremos dirigir nuestras publicaciones? o ¿sólo hablaremos de edición de libros o de los programas editoriales cuando hay cambio de administración?, ¿o pregonaremos consignas diciendo consolidemos el programa editorial, juntemos los distintos programas editoriales y hagamos uno solo? Eso suena bien, pero en la práctica todo es muy distinto. Yo me pregunto si hablamos de consolidar, creo que primero hay que conocer la historia de nuestras ediciones, qué se ha hecho antes de nosotros; segundo, tenemos que revisar nuestros procesos editoriales, la atención con nuestros clientes, que son los investigadores, los creadores, aquellos que tienen algo que decir. Todos debemos contribuir a la mejora de nuestras ediciones, sin disputas, sin envidias, sin competencias, porque todos vamos en el mismo barco. Hoy, como diseñador gráfico, me he propuesto no sólo manejar una computadora, también me gusta reflexionar, analizar, proponer, difundir, compartir el conocimiento.

Sería genial también escuchar las voces de correctores, diseñadores, distribuidores para saber necesidades y hacia dónde queremos dirigir nuestras publicaciones.

Yo me pregunto y les pregunto: ¿echaremos a la borda nuestra historia editorial? Hoy, con la tecnología, ¿inculcaremos a las nuevas generaciones el aprecio por los libros ya sean impresos o digitales?, ¿cómo le dejaremos a las generaciones venideras la edición universitaria?, ¿qué legado le dejaremos en cuestión editorial? Yo deseo dejar este breve aporte como lo menciona el título del libro: con imborrable tinta alegre. Muchas gracias por su atención.

 

Iván Pérez González (San Miguel Totocuitlapilco, Estado de México,1980). Estudió Letras Latinoamericanas y Diseño Gráfico en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). Su labor se enfoca, sobre todo, al diseño y la corrección de libros. Actualmente labora en el Departamento de Producción y Difusión Editorial de la UAEM. Es integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.

 

 

[*] Este texto fue leído en la presentación del libro Con imborrable tinta alegre. Historia del taller de imprenta del Instituto Literario del Estado de México (1851 – 1889), de Iván Pérez González y Marina Garone Gravier (UAEMéx, 2021).