ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Dos poemas

Jennifer Adcock

 

 

Plancto de la guitarra

 

Hace poco llegué a la conclusión de que soy una guitarra.

Había numerosas pistas que indicaban lo anterior, pero hasta ahora 

había vivido cegada a ellas. 

 

Están en primer lugar mis vertiginosas curvas, 

mis huecas resonancias, 

la rigidez de mis brazos, 

la tensión de las cuerdas que me mantienen amarrada

a no sé que espeluznantes notas del pasado. 

A eso hay que agregar mi habilidad para alinear mi espalda 

contra el vientre del músico, 

mi afición por los números 5 y 12, 

mi melancolía de sólo poder sonar al rasgueo, 

mi inevitable posición de objeto

mi relación con balcones y malos poetas

mi repetibilidad en acordes simples

mi empolvada tablatura

mi forma fija

mi frustración de no ser sombrero, 

o pájaro, 

o árbol, 

o violín por lo menos. 

Todos los días me levanto temprano, 

me cuelgo de una pared, 

o un hombro, 

o me siento en una rodilla, 

y repito las frases de los muertos, 

frases que no son mías, 

palanca del histriónico, 

caparazón vacío. 

 

Sólo una cosa me trae consuelo:

que los finales son mero artificio: nada empieza ni tiene final. 

Ni siquiera yo empecé en mi ombligo ni termino en mi piel.

 

 

Del amor y las lenguas a punto de morir

 

En nuestras rotas lenguas madres,

en nuestro inglés llano,

en nuestro cuarto rentado,

en nuestro país extranjero,

con nuestros amigos migrantes,

poco a poco construimos

un vocabulario conocido sólo por nosotros.

 

Por ejemplo:

kamilo, derivado de mi palabra para caminar y tu palabra para camello, significaba ‘el camino elegido a través del desierto’

pardo, ‘los puntos de luz que se queman en la retina después de mirar al sol’, también ‘atardecer’ o ‘gato güero’

pero kamilopardo: ‘lindo’ o ‘hagamos bebés’

thalassa, de tu palabra para denominar el mar y mi palabra para talar árboles, era una palabra usada para significar ‘duele en la boca del estómago’, o ‘entiendo’, o ‘lo amamos porque es inasible, como la punta del arcoíris, o el color azul de la distancia’

 

Desarrollamos nuestra propia sintaxis.

El presente continuo siempre se perdía.

Los artículos se obviaban.

Los sueños eran algo que se veía, en lugar de algo que se soñaba.

No había objeto indirecto.

El futuro era un acto de pureza de voluntad. Por ejemplo:

shlixá, la palabra ‘discúlpame’, se utilizaba para significar ‘¿tienes quizá

un cigarro?’; el ‘quizá’ era un importante marcador de cortesía, como

cuando el gobierno israelí te llama por teléfono para decirte que tu casa será demolida dentro de 10 minutos en lugar de tomarte por sorpresa.

 

También había cosas que nunca debían mencionarse:

la palabra ‘amargura’

o la palabra ‘perdón’ ante una crítica.

 

*

 

Un día me tuve que ir. Me llamaron del trabajo, al servicio militar, o a

atender a la muerte de mi abuelo.

 

Tú te tuviste que quedar. Terminar tu libro, o los estudios, o hacer té

de cúrcuma para tu madre.

 

Al otro lado del océano, dejé que el sol me perforara los ojos con sus

agujas, dándole instrucciones a cada músculo de mi cara para que no

se contrajeran. 

 

Pensé en un hilo de seda, que unía mi lagrimal con el tuyo. Le puse al hilo pardo, y canté canciones junto al lecho de muerte de mi abuelo. ‘Esto es a lo que vine para’, me dije. Para era una nueva preposición que significaba tanto ‘desde’ como ‘hacia’, en términos de origen y destino. Tenía la ventaja adicional de que, para ti, la palabra para significaba tanto ‘junto a’, como ‘más allá de’, como la manera en que la gente se queda junta en las buenas y en las malas.

 

Todas las noches me dormía repitiendo la palabra thalassa con cada

exhalación, como una ola estampándose en el acantilado donde estaba

encaramada tu casa. Pensé que esto te ayudaba a dormir.

 

Luego me escribiste una carta diciendo que llevabas meses sin poder

pegar el ojo. Que las olas exaltaban tus sentidos.

 

 

Antisyzygy Stardust: escritura  como álbum
conceptual o  resistencia política

 

Antisyzygy tiene que ser una de las palabras más bellas e inverosímiles del idioma inglés. Aprendí su significado apenas hoy, en un paseo zombi por mi feed de Facebook. La traducción al español sería antisizigia, un sustantivo que denota lo contrario a un eclipse, o sea, cuando los astros están perfectamente desalineados. O bien, algo como el ying y el yang, pero como fuerzas maniqueísticamente antagónicas, en lugar de complementarias. El término fue acuñado en 1919 por un historiador de la literatura para denominar la característica supuestamente típica de la psique y la literatura escocesa. En mi imaginación esta característica se traduce a una típica pareja: polos opuestos que, en vez de atraerse, viven enrollados en un drama telenovelero y etílico, y sin poder salir del depa porque el clima está horrible, el transporte público está suspendido y la lana no alcanza ni para el Uber. 

Unx colega poeta utilizó el término antisizigia en relación con mi libro de poesía Split (publicado en 2019), y aseveraba que mi título era intento de referencia (fracasada, claro) a esa antisizigia escocesa. Esto me hizo sonreír. Ojalá mis ambiciones literarias me hubieran dado para tanto. En realidad elegí el título por algo mucho más aburrido: mi condición desarraigada y biculturaloide, atravesada para siempre por el océano Atlántico. En otras palabras, por no poder definir mi identidad de manera sólida, como sería apropiado para un adulto normal. Pero me encantó la idea de que, a 13 años de vivir rodeada de una cultura ajena, logré sin querer hacer referencia (aunque sea fracasada) a una de las nociones más fundamentales de su historia literaria, que además me era hasta el momento desconocida. Supongo que algo se me tenía que pegar, además de la extraña costumbre de echarle vinagre a mi comida en lugar de chile y limón. 

Pero sí quería que el título fuera un término polisémico que funcionara además como hilo conductor para todo el libro, que aborda temas como la división norte-sur, lo mainstream y lo marginal, los muros fronterizos, lo falso y lo auténtico, lo nativo y lo migrado, la frontera invisible entre el “ser” y el “otro”. El libro comienza con una conversación entre una mujer y una serpiente. Hablan de Descartes y el dualismo, de las religiones, del deseo y del lenguaje. La conversación se desarrolla a modo de una obra de teatro, y los poemas están en las notas al pie de página (para denotar otra oposición: texto y paratexto). La historia queda inconclusa, y el libro empieza a dividirse en múltiples ramificaciones: la falda de Coatlicue lleva a una reflexión sobre la labor femenina y la industria textil, cuyos hilos se bifurcan hacia otros temas, como la migración y el desplazamiento, la minería y otras formas de explotación de la tierra, pasando por los feminicidios de Juárez y Ecatepec. Quería que el conjunto se sintiera como una visión caleidoscópica y maximalista de las conexiones que hay entre muchos de los problemas que el mundo enfrenta actualmente. Una especie de viaje de ácido, como los mejores álbumes conceptuales de los setenta, pero sin los delirios de grandeza de un macho glam, y todo dentro de un marco teórico marxista-feminista al estilo Silvia Federici. Cuando leo novelas, pocas veces puedo acordarme de la estructura de la trama. Pero la estructura de un álbum conceptual suele quedárseme impresa en el alma para siempre. Por eso se me da más organizar mis ideas de ese modo. Quería jugar también con la polifonía, utilizando una gran variedad de registros, desde la parodia del lenguaje oficial hasta los cut-ups burroughescos de textos históricos, pasando por una variedad de ondas vanguardistas, hasta llegar a la sinceridad estilo spoken word y a la liricidad más desvergonzada. Creo que en gran parte este mashup de estilos se debió a la dificultosa tarea de pasar a escribir en inglés, después de hacerlo en español toda la vida.

Porque vivo en el Reino Unido, porque quería hacer vida y carrera aquí, porque quería que mis congéneres angloparlantes pudieran leer mi trabajo, porque quería publicar aquí y que me tomaran en serio como autora (y no tener que decir “escribí un libro buenísimo, nomás que está en español y no lo puedes leer”), escribí Split en inglés. Aunque es un idioma que leo y hablo desde la infancia, no me fue fácil cambiar de idioma de escritura. No ha sido una transición lineal. Me perdí muchos años tratando de encontrar una voz nueva que se sintiera auténtica y no imitativa, pero que al mismo tiempo fuera inteligible dentro de una tradición a la que estaba tratando de asimilarme y que me sigue siendo bastante desconocida (como el ejemplo de la antisizigia lo indica). Me autotraduje muchas veces, nadando de la orilla de una lengua a la otra, ahogándome a ratos, las palabras hechas agua, llenándome la garganta. Los poemas son los restos de muchos naufragios. La autora americana “exofónica” Jhumpa Lahiri escribió en italiano su libro In altre parole (Guanda, 2015), donde habla de la experiencia de recomenzar su carrera literaria en un tercer idioma: no la lengua de sus padres, ni la lengua que aprendió en el colegio; una tercera lengua, por ningún motivo en particular, excepto el amor al idioma italiano. Escribir formaría parte del proceso de aprendizaje, un aprendizaje que nunca termina, porque aunque uno domine la gramática a la perfección, la totalidad de una lengua es un océano. Hay que tratar de volverlo lago, e intentar nadar por el centro aunque no haya orilla de dónde agarrarse. Es la metáfora que ella usa.

 

*

 

Uno de mis primeros contactos con la cultura escocesa fue hace 20 años, con el álbum post-rock Young Team, de Mogwai. Me llamó la atención por estar repleto de contrastes, y fue el primer disco que escuché que estuviera mezclado de tal manera que el contraste entre un sonido suave y flotante y un repentino incremento de volumen en un ataque casi metalero (en la canción “Like Herod”) casi me causara un paro cardiaco cada vez. El efecto era adictivo. Me parecía que había más chiaroscuro que en Caravaggio. Siete años después, me había mudado a Glasgow, ciudad natal de Mogwai, una ciudad plagada de binomios “antisiziescos”. Partida siempre en dos, ya sea por el río Clyde, la carretera M8, o las rivalidades entre protestantes y católicos (la mayoría descendientes de inmigrantes Irlandeses o de Europa del Este), Rangers contra Celtic, clase obrera contra hipsters e intelectualoides pretenciosos, unionistas contra republicanos (rivalidad importada desde Irlanda del Norte). En 2014 era independentistas escoceses (los que votaron yes en el referendo) contra conservadores (quienes nos garantizaban que para permanecer en la Unión Europea había que votar “no” - true story!) Y, desde 2016, Brexiteros contra remainers, quienes a ratos parecemos haber abandonado toda esperanza. Después de más de una década de políticas de austeridad, recortes a los servicios públicos y saqueo de bienes comunes por parte de los dinosaurios del poder (¿será lo mismo en todos lados?), la campaña de culpabilización de los extranjeros como chivos expiatorios y causantes de todo mal va viento en popa hacia el fascismo. Lo único bueno de todo este demencial proceso es que tiene que (aunque sea por las leyes de física más newto-
nianas) generar mayor resistencia. Es hora de alzar la voz.

 

Jennifer Adcock (Monterrey, 1982). Poeta y traductora. Escribe en español e inglés. En 2016 fue nombrada una de las “Diez nuevas voces de Europa” por la organización Literature Across Frontiers. Ha publicado Manca (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2014; Argonáutica 2019). Su más reciente colección de poesía es Split, que se publicará en el Reino Unido en este año.