La princesa japonesa y el zapatero
Marifer Michel
En el otoño de la era Edo, en Kioto existió una princesa llamada Reiko Yumikawa. Era tan bella que los habitantes la comparaban con la luna. Tenía piel blanca como el arroz, mejillas del color de los cerezos, su cuerpo parecía una grulla y sus manos eran fuertes como un bambú. Las cortesanas a su disposición le enseñaron a tocar el shamisen. Cada noche se sentaba en una roca de su inmenso jardín a tocar el instrumento y a cantar. Las estrellas eran su público. Su melodía esplendorosa resonaba en toda la ciudad.
Un zapatero la escuchó y se prendó de su voz al instante. Decidió seguir aquel sonido e imploró a los astros que le permitieran encontrar su origen. Ellos lo encaminaron retumbando la sonoridad. Cruzó la urbe y llegó a un palacio. Se fijó en que no hubiera nadie y, a escondidas, atravesó el jardín. Se paró detrás de un arbusto y desde ahí vio a la princesa Reiko tocando el shamisen. La belleza de la princesa lo eclipsó, lo que dilató los acordes del instrumento.
Cada noche el zapatero se escabullía entre los matorrales del palacio para oírla y admirar su hermosura. En una de esas tantas fue sorprendido por la princesa Reiko Yumikawa. Sus corazones se conjugaron en un hechizo musical. A partir de entonces, se escondían entre los cerezos para que el padre de la princesa no los descubriera. Ella tocaba para él. Cada nota acrecentaba su amor.
Una mañana el zapatero se dirigió al palacio y le pidió a una de las cortesanas que le entregara a la princesa una carta y unas sandalias amarillas que brillaban como luciérnagas. La sinfonía fue el hilo; el alfiler, su conjuro. La princesa Reiko leyó la carta, y una libélula escapó de su estómago al colocarse las sandalias, conocidas como okobo. En la noche, la princesa le remitió al zapatero su respuesta: se escaparían. Acordaron reencontrarse en la séptima luna en el puente Mikura, en Ueno.
La princesa salió del palacio con sigilo. Las pesadas sandalias le impedían ir rápido. Su corazón retumbaba. Al llegar al puente se puso pálida y se le desdibujó la sonrisa. Su padre los había descubierto. Este sacó una catana de entre sus ropas y atravesó el vientre del zapatero. Reiko Yumikawa se desplomó; un grito hizo que vibrara la noche. Su padre le arrebató las sandalias y las arrojó al agua. Se la llevó a rastraspara después encerrarla en un calabozo. Su única compañía, el instrumento musical. Una cortesana se lo dio para mitigarle el dolor. Tocaba todas las noches y cantaba implorando el regreso de su zapatero. Murió de pena, abrazando el shamisen.
Cuentan las geishas de Kioto que en la séptima luna de octubre en el puente Mikura suena un shamiseny una voz corea evocando a su amado. Las parejas depositan en el puente okobos amarillos cuando la luna está en su mayor esplendor, para que su amor sea eterno.
Marifer Michel (Toluca, 1981). Cursó el diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores Mexiquenses “Juana de Asbaje” y estudia el diplomado Literatura Contemporánea Mexicana en el Centro Cultural Universitario “Casa de las Diligencias” (UAEMéx). Textos suyos aparecen en las antologías Historias al descubierto, Cuentos inesperados, Aullidos de Quimera y Cuentos del sótano VI, así como en las revistas Guía Cultura Metepec y Revista Universitaria, entre otras. Publicó Amantes de sobremesa (Comuna Girondo) y Princesas (Grafógrafxs, 2022). Es integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs.