ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Cuatro poemas

Jenni Fagan

 

 

De vuelta en la casa rodante (o el lobo y el juglar)

 

En ocasiones creo

que la poesía me dejará

 

— como quien llegó a las siete,

fisgoneó en cuadernos

 

robados, y deja el mundo entero

más frío que un cuarto de láminas.

 

Las pesadillas tan reales

que oriné en el rincón,

 

las siluetas y sombras

tan desconocidas como una sala de espera,

 

dormí en el suelo,

me trepé a una cama

 

en la mañana,

fue como si ella se hubiese metido en mí

 

y así, soñar —

como si me encogiese hasta ser un punto.

 

En ella había acentos,

gente vestida de gala o conjuntos deportivos

 

triunfaron por aquí y por allá, regresaron,

se ganaron sus “me gusta” y “no me gusta”

 

había polvo sobre la

flácida piel de

 

los gatos de porcelana, puré de papas

el golpe sordo de los platos contra las mesas,

sillas delirantes,

niños copiones-devorando pisos —

 

mi voz abandonada por completo

¿a quién echar la culpa?

 

Haciendo garabatos en la página

y una palabra que sigue a la otra —

 

¡Mira eso!

en ocasiones creo que

la poesía me

 

abandonará — como con quien me senté

en la unidad habitacional hasta al amanecer,

 

después de una noche interminable,

y él trajo un foco rojo,

 

y todavía logró esbozar

una sonrisa medio torcida,

 

contempló

el suicidio de una preadolescente

 

completamente decidida a morir —

todos tenemos ese derecho,

 

fue el azul y grana de las luces

del antro,

 

frenos metálicos pulverizando

dientes torcidos,

 

fueron los haces de las luces

del metro, destellos de ratas

 

corriendo a lo largo de las vías,

los latidos —

 

y el carrusel a la nada

ella sabe que los esqueletos

 

se visten con seres confundidos,

atrapados,

 

excluidos, cautivos,

ella fue tan inevitable como la lujuria,

 

el remedio no fue el karaoke,

como tampoco el sudoku supuso un reto.

 

Ella ya conocía el olor a mar

en mis bragas después de bañarme en el

río todos los días,

cuando dormía por una semana

 

en el bosque,

por una semana (ni siquiera era adolescente)

ella llegó (para entonces) como una canción de cuna

 

precisa como la infancia.

 

Se negó a irse.

Ella siempre juró discutir

 

el punto es, dijo, que el suspiro

más superficial no tiene fin,

 

volvió a pintar indiscriminadamente los cielos,

se recostó cada noche

 

a escuchar mi corazón,

prometió siempre estar consciente.

 

Si lo hice, los segundos agazapada

en rincones me enseñaron

 

a amacizar las lápidas

bajo la suela de mis Doc Martens —

 

¡Ella siempre le subía a la música!

¡Ella siempre supo del lobo y el juglar!

 

Se casó conmigo sin saberlo,

se fue al otro lado

 

y colgó esa pintura nuestra

de cuando nos casamos.

 

 

 

Nadé en la tristeza

 

Nunca me gustaron los rábanos

de ningún tipo — en los días fríos

nadé en la tristeza.

 

 

 

Nuestra última carta

 

Mi amada y yo

estamos en una tina

 

una carta de

dos reinas drogadísimas

 

en una casa de seguridad,

mientras las armas están desenfundadas

 

y un millón de otros menores de edad

te amenazan en las mismas calles

 

que les quitan todo,

intercambiamos quinientas

 

malditas muertecillas,

entre nosotras

 

nos las repartimos,

como si fueran cartas,

 

hasta que una de nosotras dice:

¡Snap![1]

 

 

 

Las chicas lindas hacen tumbas

 

En el centro de búsqueda de empleo

le digo a la encargada

 

Estoy harta de limpiar

o de servir

 

o de capturar textos

o esta mierda, chingada mierda,

 

quiero el trabajo de sepulturera.

 

Un guardia de seguridad

acompañaba a una chica hacia la salida,

 

acababa de darle un cabezazo

a la pantalla de plástico.

 

Solía cortar madera

Era la mejor en el pasamanos

 

Mis brazos pueden hacer lo que sea

Levantar la pala*[2]

 

La mujer escribe

algo en la pantalla

 

mientras pienso en cielos celestes

y vistas sobre la plaza

 

escuchar el iPod, trabajar en exteriores.

¡Recomiéndame!

 

Le mujer ni siquiera me mira.

Sella mi expediente.

 

Nunca logro ni siquiera que me entrevisten.

 

Traducción de Fred Castillo Dávila

 

Jenni Fagan (Livingstone, Escocia, 1977). Novelista y poeta. Ganó el premio del Sunday Herald de cultura en 2016 a la mejor escritora. Gracias a su novela Panopticon, fue incluida en la lista de mejores autores británicos de la revista Granta.

 

 

[1] Snap: el ruido o chasquido alude al juego de cartas llamado snap y al ruido de los tiros de las armas.

[2] Juego de palabras spade (pala, pero también representa las picas o espadas en las cartas, y en la cultura británica se ha usado para referirse de manera racista a las personas afrodescendientes).