La poesía como lengua materna: un brevísimo homenaje
a Pura López Colomé[*]
Xitlalitl Rodríguez Mendoza
¿Cómo empezar a celebrar una obra deslumbrante y, en igual medida, inabarcable como la de Pura López Colomé? ¿Cómo empezar a abrigarnos en este manto, esta “tela matizada” como, dijera la autora y cito, “un lienzo con todo lo que has visto, bestias que hablan lenguas múltiples / y dormitan bajo el mismo techo?”. ¿Cómo poner el pin de “hoy conocí la obra de Pura López Colomé” cuando me siento inmersa en ella desde que bebí el sorbo accidentado que me entregó a la alquimia de la poesía?
Atesoro el momento en que la conocí en persona: fue en un encuentro del Fonca, en Oaxaca, si mal no recuerdo. Coincidimos en una mesa a la hora de la comida: ella, alejada del Olimpo de los tutores, fue a sentarse con nosotros, que ya para entonces éramos medio fósiles del fundamental programa Jóvenes Creadores. Sentada a la mesa, parecía un hada punk. Mi bobo recelo de grupie me hacía preguntarme si de verdad me sentía lista para inmolarme en el fuego de mi ignorancia ante una de las autoras vivas más importantes de la literatura mexicana, en un entorno más o menos público. Cuál no fue mi sorpresa al ver que Pura era la más generosa con sus anécdotas y aventuras entre lenguas y además, divertidísima y dulce.
Se preguntarán qué tiene que ver la anécdota con la obra: bueno, en mi caso, mucho. Creo que cuando tenemos la oportunidad de conocer a la persona que encarna a los poetas fascinantes que además son buena onda, es que te permiten indagar en su obra de diversas formas, no solamente desde la admiración y el asombro, sino que también dan pauta a la duda, al respingo: te permiten preguntar y preguntar, escudriñar, dar lata hasta que te regresan un latazo en un punto de la cabeza en el que nunca antes te habían dado. Te dejan volver amorosísimamente a ellos, te reciben, te refugian.
Recordaré con muchísimo cariño la lectura de este año en Poesía por Primavera, que organizan Antonio Calera y mi querida Melisa Arzate: el festival estuvo dedicado a Pura López Colomé y además leyó David Huerta, en la que probablemente haya sido su última lectura pública en México. Aún guardo el gozo de escuchar leer a Pura, en el andador San Jerónimo, en el centro de la Ciudad de México. De pronto, como manando de la fuente de su voz, fuimos dejando el chacoteo y el convivio y nos acomodamos, sin ponernos de acuerdo, alrededor de la fuente sobre la cual leía Pura. De pronto vi a Maricela Guerrero —cuyo más reciente libro abre con un epígrafe de Pura— de un lado y a varios poetas jovencísimos del otro. Todos, unidos un instante por una voz y una fascinación en común.
A diferencia de otras obras, en donde hubo un punto de partida, un poema, un libro, una canción o un señalador en el mapa que levó tal o cual ancla, siento que la obra de esta fascinante poeta, traductora y ensayista de alguna forma ha creado intereses, patrones y guías en poetas de mi generación y las venideras (me encantó ver, en un premio nacional de poesía joven que fallé hace poco, que varios de los libros concursantes llevaban como epígrafe poemas de Pura, un dato sociológico que me devolvió el alma al cuerpo, ya que estamos hablando de autoras y autores menores de 30 años de edad, lo que quiere decir que la obra de Pura es un magma que emerge de alguna forma en la joven poesía mexicana).
Ahora bien, ¿de dónde viene este sentimiento de omnipresencia, de qué fuente mana esta luz, por traer vagamente a cuento a uno de sus poetas pilares, San Juan de la Cruz? ¿Ante qué oscuridad, ante qué noche, ha erigido Pura López Colomé su columna de poemas, plegarias, pensamiento? No me quedaba de otra sino preguntarle directamente a la ganadora del Premio Nacional Alfonso Reyes, Premio Nacional de Traducción de Poesía y Premio Xavier Villaurrutia, que comparte con Elsa Cross: “Querida Pura, ¿cómo escribes poesía?”. Me contestó, desde la voz tempranísima, aunque ya clara y portentosa de su primer libro, publicado en 1985, El sueño del cazador: “Inmóvil, en más de una ocasión, / he posado la vista intentando / recuperar la expresión original”.
Luego pregunté: ¿En qué consiste, entonces, esa expresión original? Me respondió: “Termina siendo una cuestión de ritmo; nada mejor que sus cadencias / —de verso latino, de sol / o de grandes aguas cuando se las cruza”.
Empecé a intuir que su poesía no es un solo confín, sino múltiples espacios que, de alguna forma, nos multiplican también al habitarlos. En ese afán generoso y constelado con los astros particulares de su sino, y aquí empezamos, el de la traducción de poesía, Pura me replicó desde Un cristal en otro, publicado en 1989 y cuyo título ya presenta esta fractalidad de cuarzo: “La piedra no es lo mismo para mí, / regresa sin forma a mi regazo / como mirada de soslayo, / alabanza en boca propia, / palabra madre”.
Madre. Este es el punto de partida. La lengua madre de Pura es la poesía. Esto se intuye todo el tiempo en la lectura de su obra, imposible de encasillar en solamente poesía o ensayo o glosa; Pura López Colomé dinamita el género: el poema deja de ser una forma para convertirse en un órgano vital, en una función: el poema irriga el pensamiento, trae a cauce el ritmo, el rito, las respiraciones y oscuridades que, de tan ajenas, nos interpelan. Pura nos enseña que la palabra es la oración que elevamos al significado.
Quizás a este rasgo se remita esa holgura omnipresente, ese estrato de la lengua Poesía que emerge del manantial del sentido. De nuevo es en la respiración devocional de este libro donde Dios es Diosa y es madre y es lengua que desvela de forma clara la enunciación de la autora: “Temor de ti, Señora, / y esperanza cotidiana. / Ten piedad de estas cuencas / impregnadas de mirar ajeno, / que un día creyeron entrever / la punta de tu hilo de oro”. Podría seguir una a una con la señalética a esta multiplicidad de voces que Pura despliega una y otra vez, hasta hacernos comprender que esa diversidad de sujetos poéticos, situaciones y significados se distienden en nosotros solamente gracias al poema. Estamos, entonces, ante una poética de la traducción, esta “forma en movimiento”, como la llama otra enorme escritora y traductora mexicana: Tedi López Mills.
Esta vía luminosa llega hasta Borrosa Imago Mundi, libro de poesía que publicó el FCE en 2021. Un libro que llegó con el tino más afortunado, un bien que nos llegó —como sólo los barcos salvavidas pueden hacerlo— en el peor momento: aún sufríamos los estragos del confinamiento profundo en el que la pandemia nos había recluido. Habíamos olvidado el movimiento, las palabras resonaban, huecas, al igual que nuestros nombres. Qué mejor libro para volver a empezar, para escuchar el silencio o la pausa herrumbrosa de nuestra voz. Esta obra que, me atrevo a decir, es el ars poética de Pura López Colomé, nos rehabilita el cuerpo, nos vuelve reincidentes de la poesía, es decir, de la vida. El libro inicia con el sonido, la escucha, la forma primera de tantear y medir y entender y estar en el mundo. Este libro es un devocionario a la palabra: lejos de quemar el fastuoso castillo de un engolamiento de la lengua, que bien podría hacerlo, Pura López Colomé muestra de forma cristalina, transparente su constelación de influencias, de recurrencias, de diálogos, donde, desde luego, vuelven su Emily Dickinson, su Seamus Heaney, sí, y también poetas en nuestra lengua, como San Juan de la Cruz, tan de Pura desde el inicio, Olvido García Valdés, todos sus todos, todísimos en varias lenguas pero también en varios registros: ella lanza el poema y estos la interpelan, la acompañan, y nos encontramos de nuevo en esa maravillosa sala de estar que ha construido la mitología de la autora que hoy celebramos aquí, en Bellas Artes.
Me pregunto si es justo lo que estoy haciendo: leer en retrospectiva la obra poética de una autora a la luz de su obra como traductora que, dejémonos de cosas, es también su obra poética: porque traducir poesía es abrir de nueva cuenta una rosa de Jericó en un espacio diferente, en otro tiempo, con otras cantidades minerales componiendo el agua y, sin embargo, hacer que se extienda de nuevo y haga lucir la pecera transparente del mundo, en ese “cristal en otro”. O, como ella misma lo afirma en el proemio de Imperfecta semejanza II. In nomine vocis. Ulteriores meditaciones en torno a la traducción poética, publicado en 2018 en la colección de ensayo literario Diagonal, de la Dirección de Literatura de la UNAM: “Los traductores-poetas, los poetas-traductores somos mineros cuyo faro es la linterna propia al centro de la mente, al centro del corazón, en el descenso al yacimiento del tesoro universal”.
Este “centro del corazón” del que habla Pura me recordó lo que dice la teórica de la traducción Gayatri Chakravorty Spivak en su texto The Politics of Translation, donde afirma, según mi atrevidísima traducción del inglés, que “la traducción es el acto más íntimo de la lectura. […] La tarea de la traductora es la de facilitar este amor entre el original y su sombra”. Esta dedicación amorosa de Pura López Colomé alcanza esfuerzos indecibles en los dos tomos en esta espléndida serie de la traducción de la obra de mujeres poetas en lengua inglesa y que conforma un canon de esta literatura en sí misma. En los dos tomos reúne a 11 poetas, entre las que se encuentran Emily Dickinson, la primera; Marianne Moore; Elizabeth Bishop; Fanny y Susan Howe [Jau]; Anne Carson, y, quien varios años después sería Premio Nobel, Louise Glück. Además, en el primer tomo, titulado Imperfecta semejanza. Meditaciones y diálogos en torno a la traducción poética —un libro que, junto al tomo XXV de las obras completas de Alfonso Reyes, Traducción: literatura y literalidad, así como los comentarios a versiones de varios autores que realizó Octavio Paz, Noche en blanco de Mallarméde Tedi López Mills y su compilación Traslaciones, y algunos cuantos libros e investigaciones más sobre traducción y traductores que encabezan proyectos como la Enciclopedia de la Literatura en México, auspiciada por la Fundación para las Letras Mexicanas y el INBAL y por investigadores de instituciones como la UNAM y El Colegio de México, conforman la dieta básica no sólo de quienes deseamos traducir poesía, sino de quienes deseamos escribirla—. Y es que, para Pura “escribimos para dialogar con los poetas que admiramos, bajo cuya luz de faro sobrevivimos”.
No sé si sea justo engolosinarse con los coloridos relinchos que proporciona el calidoscopio del poema al tiempo que una busca delimitar cada una de las piedras que lo componen. Tampoco sé si se trata de justicia; creo que más bien estamos en el terreno de la “justeza”, como han afirmado algunos poetas-traductores. Pero es imposible dejar de mirar a la traducción cuando, para Pura, el inglés fue, según entiendo por su Visita guiada a una sala de estar, una patera que la salvó de una terrible orfandad temprana tras la muerte de su madre; una lengua en donde, siendo niña, fue acogida por sus amados Emily Dickinson, Robert Frost, Mary Shelley y tantos otros que la acompañaron en una tierra que fue, por un periodo muy breve, lejana y que luego se convertiría en parte de ella y, gracias a su obra, en parte también de nosotros.
Ese mismo libro, brutalmente tierno a ratos, confrontativo a otros, es de esos libros formativos que me habría encantado leer a los 19 años y que habrían apurado aún más mi necesidad por abandonar mi ciudad natal y venir a nombrar estos nuevos espacios, y de renombrarme en cada uno de ellos. Lo encuentro como una especie de Detectives salvajes donde Emily Dickinson es una Cesárea Tinajero más esquiva, que es perseguida o, mejor dicho, reconstruida, por una joven que hace lo verdaderamente radical y desquiciado: traducir poesía en lo que era una de las ciudades más grandes del mundo y alcanzar, de esta forma, su completa libertad mientras se las arregla para sobrevivir haciendo otra nobilísima labor: ser profesora en este mundo colapsado en sus ruinas de dinero.
Para conseguir esta libertad, Pura López Colomé tradujo, tradujo y tradujo: cultivó la columna de traducción que la uniría a su amigo, el Premio Nobel de Literatura Seamus Heaney, alrededor de quien gira este fragmento que Pura nos comparte en su extraordinaria ejecución del género deniziano “visitas guiadas”:
Rebosaba de emoción por escuchar, en persona al autor de “Aullido”, poema que conocía al derecho y al revés. Me moría por proponerle traducciones de poemas suyos a Huberto [Batis] al regreso de Morelia. Durante su lectura compartida con otros, Tomás Segovia notó que estaba en las nubes con Ginsberg al centro del escenario, leyendo y tocando su armonio: “Si quieres que te tome en serio, hazme caso: al que hay que traducir es a Seamus Heney”.
Y qué éxito. Pura misma refiere la emoción que la embargó cuando recibió la primera carta de Heaney, en la que este le informaba que ya conocía su columna de traducción. Y es que, ¿qué acto más generoso, más amoroso que el de la traducción? Recordemos que estamos frente al género menos vendido, la poesía, y luego, la poesía en lengua extranjera, y luego, la poesía en circulaciones periféricas, como revistas o diarios.
La herencia a su entrega, a su trabajo, a esta “economía de las sombras”, como Tanya Huntington llama al trabajo de la traducción, se ve en los maravillosos juegos de hibridación en la obra de Maricela Guerrero, en la entrega absoluta a la traducción de literatura lusófona que realiza Paula Abramo, en el laborioso “Soneto en ix” de Mallarmé que realizó Irene Selser, en el increíble esfuerzo de Sergio Ernesto Ríos para mantener una columna semanal de traducción de jóvenes poetas brasileñas y en las traducciones y retraducciones de Emily Dickinson de Juan Carlos Calvillo. Si siguiera con la lista de autores de mi generación a quienes admiro y con quienes he descubierto en ti, Pura, la vía de la libertad hacia ese “hilo de oro” que referiste más atrás, en tu poema, estaríamos en aprietos de tiempo.
Para finalizar, vuelvo a Intemperie, publicado en 1997, de donde tomo este fragmento: “Qué viva es la sabiduría de lo que no es nosotros. / Qué tanto nos recrea y nos aplasta. / Nos hace creer ver. / Nos hace”.
Y es exactamente así como la extraordinaria obra de Pura López Colomé nos hace.
Xitlalitl Rodríguez Mendoza (Guadalajara, Jalisco, 1982). Poeta y editora. Licenciada en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Con el libro Jaws [Tiburón] (Mantis/Conaculta, 2015) obtuvo el Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2015. Sus libros más recientes son Hotel Universo (Grafógrafxs, 2019) y Poesía y desempleo(Libros Soberanos, 2020). Aparece en la antología Desgracia, ebriedad, locura y tal vez Illinois. Poemas de amor de Grafógrafxs. Es miembro del SNCA.
[*] Este texto fue leído durante el homenaje a Pura López Colomé, el cual se realizó el 8 de noviembre de 2022 en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.