Dos poemas
Diego Armando Guerrero Medina
La rebelión de Ganímedes
El abismo no nos detiene: el agua es más bella despeñándose.
Si morimos, moriremos como soles: despidiendo luz.
Ricardo Flores Magón
Ojalá hubiera muerto de amor,
como mueren los ruiseñores en los cuentos de Oscar Wilde,
pero el VIH me enseñó a sobrevivir,
a habitar la casa de muñecas (esa que se rompió por los golpes de mi padre),
a meter las manos al fuego cuando alguien dice «te amo»,
así que no frotes la lámpara
porque las serpientes no sabemos de caricias,
guardamos un revólver bajo la almohada (por aquello de la inseguridad y las pesadillas),
buscamos en la nota roja, todos los días, el nombre de nuestras amigas,
con la esperanza de escribir versos y no epitafios
porque una no viene a la vida a travestirse de Ofelia con su propio llanto;
no, uno viene a dejarlo todo en las barricadas,
como Pasolini contra la República de Saló,
con el puño en alto
y sin miedos
para escandalizar al mundo
cuando los involucrados se tengan que mirar al espejo
después de que los periódicos hablen de sodomitas y asesinos
y tengan que reconocerse en alguno de los bandos.
Ciertamente ser homosexual tiene su componente erótico
pero hay algo más profundo que el deseo,
algo más caníbal
porque aun entre los que se comen a los de su misma especie
el que se come a los de su mismo sexo
es acusado de diabólico, de perverso, de corrupto.
Es por eso que ante todo el homosexual debe tener una postura política. ¿Cuál es esta política? ¿El hedonismo, el cinismo, la «ternura radical», la venganza, el travestismo, el barroco? El analquismo,
el desprecio a la historia del hombre, la rebelión contra las categorías y los dioses
porque al fin y al cabo las religiones adoran a una raza, no a un dios,
la sublevación contra la esclavitud del salario mínimo y el placebo de las propinas,
la beatificación de la guillotina,
la sexualización de los futbolistas,
el desempate de las putas
el armisticio de los antirretrovirales
el silencio de J.K. Rowling
el fanfic fujoshi
la fantasía drag
la duda del heterocurioso
los labios de James Dean
la ketamina, los poppers, el cruising, el BDSM y toda la dinamita necesaria para derribar los pedestales de la familia tradicional y el mundo civilizado.
Total, ¿qué es un grafiti más en el rostro de Ozymandias?
No sé a qué edad uno deja de soñar con cambiar el mundo,
pero sé exactamente el día en que empecé a desear venganza…
No fue mi primera noche en los separos,
no fue cuando me boletinaron por armar un sindicato,
no fue el día que me atropellaron,
mucho menos el día de mi diagnóstico.
Fue un día lluvioso
llovían, desde mi ventana, calcetines, libros, cajas grandes, cajas chicas
y recuerdos con forma de colchón, silla y escritorio.
Fue un día de desalojo
cuando descubrí que no, que la vida no es un parque de diversiones,
y que uno no se muere de amor como en los cuentos de Oscar Wilde,
que al igual que el autor irlandés,
uno está más cerca de los trabajos forzados y del odio del mundo
que de ser raptado por un águila que nos lleve al Olimpo
(en cuyo caso sería lícito esperar a que Zeus duerma para degollarlo y reclamar su trono).
Pero yo sé, yo sé, los puños se cansan de agitarse en los aires (de lanzar bombas)
y a veces toman la pluma —en vez de las calles—
para hablar de la herida de la nostalgia:
de nombres propios,
de las fotografías rotas,
de la sal de las lágrimas,
de Cartago y del juramento de Dido,
de las flechas de sagitario y el cinturón de Orión,
porque eso es lo que enseña la quiromancia:
el camino de brasas para volver a casa,
sólo no olvides que,
así como algunos acusan a mi poesía erótica de ser militante,
el amor y la venganza son caras de la misma moneda
y que así como hay algunos a quienes la tristeza los convirtió en cucarachas
también «hay pájaros que se sueñan pájaros y se despiertan ángeles»,
porque Cupido es un animal bicéfalo
y sus dardos nos han atravesado a todos.
Más allá del Edén
¿Por qué pensé que sería una buena idea pintarme el cabello?
Quizá porque creí que iba a salir a buscarte
y necesitaba un abrigo,
un consuelo,
una caricia,
un final feliz para los maricas, quizá fue eso.
Existe un lugar más allá de la palma de mi mano,
una palabra fugitiva de mis sueños
que no alcanzo a escuchar cuando despierto.
Es un fantasma entre mis dedos,
de algo que hacía molde, mejor que anillos y dinero.
Quisiera encontrar la senda por la que se esfuman las ninfas,
ese lugar en el que Dios se quita la máscara
y los sueños arden como si alguien hubiera dejado los poppers abiertos.
Quisiera vivir en ese lugar donde «tigre de bengala» y «masturbación» son sinónimos,
pero soy anarquista
y los anarquistas somos como el diablo,
tenemos que recordarle al mundo que el infierno existe.
Y no me refiero a la labor forense de darle nombre
a las cosas que arrojamos al fuego, sino al delito de Prometeo, a la voluntad de no morirnos.
Me refiero a no olvidar,
a volvernos locos tratando de recordar el NIP de la tarjeta de débito,
a tener dos trabajos, a dejar las drogas, a que el hambre nos quite el sueño,
a envejecer, a comprar una motocicleta en abonos,
a llegar cansado a casa, pero al menos tener casa,
es decir, a recordarnos que el infierno existe…
Pero sé que hay un lugar donde tú y yo podríamos ser felices,
andar desnudos por los pasillos, cantar las canciones viejitas de Shakira,
planear un mitin pro-Palestina, leernos Giovanni’s Room hasta quedarnos dormidos hasta morirnos,
para que los crisantemos, las rosas y la lavanda recuerden nuestros nombres
cuando se haga de noche.
Pero yo que de los filósofos aprendí a no masturbarme en público,
no actualizo mi foto de perfil, no tengo cuenta en TikTok y no lloro con las luces encendidas.
Sólo busco ese lugar donde podríamos ser felices, busco en las playas nudistas, en la entrepierna de mis vecinos, en clínicas del sida.
Y sé que más allá del Edén,
cerca de la tumba de Patroclo,
hay un rincón del cielo llamado Cruising.
Diego Armando Guerrero Medina (Tlalnepantla de Baz, México, 1992). Estudia Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa. Obtuvo el primer lugar en el Concurso Internacional de Poesía Nadie Hablará del sida Cuando Hayamos Muerto, de Inspira, A.C. Es autor de El llanto es un perro inmenso (Vitrali Ediciones) y de Una caricia sin venganzas (Vitrali Ediciones).