ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

La vida sin centro

Leandro Llull

 

 

El libro se gestó sin intención de unidad. Los primeros poemas aparecieron a fines de 2015, y para mediados de 2018, el conjunto estuvo prácticamente terminado. Cuando lo revisé para editar —2020—, saqué algunos textos y agregué otros que aparecieron en el ínterin, lo que me hizo alterar un poco el orden. De ese tiempo de escritura, recuerdo que para encontrar el poema yo sentía que debía alcanzar en la página la concreción de un panel visual y sonoro: el verso se me presentaba como una sustancia densa que debía descargarse en el siguiente sin espacio para el silencio, hasta encontrar el punto de fuga que terminara por articular la imagen —una que abarcara el poema entero—. Tal vez por eso todos los textos poseen una única estrofa y se despliegan como cuadros de gran formato; a primer golpe de vista lo saliente es lo dicho a lo alto y a lo ancho, y no la profundidad.

Hace poco, en una reseña sobre el libro, Anahí Mallol señaló: “El poeta nos invita a caminar por ese hilo del verso y de la voz. Para eso, eligió cuidadosamente cada imagen, que cae como un copo de nieve que se superpone a otros, y en esa suma produce un efecto musical, de poema a poema, hasta lograr un tono emotivo pero también de registro de lo que pasa afuera, que es único, lo que hace del texto un libro en un sentido fuerte”. Creo que esta idea de Anahí describe con plasticidad la sensación de continuidad que percibí para darlo por cerrado; una especie de nota dominante que algunas veces suena bien al frente y otras muy por debajo, como remota, pero siempre determinante en la armonía, hilvanando fantasías y vivencias, ensoñaciones y recuerdos, confrontados en un acá y un allá de cotidianidad y desplazamiento.

 

 

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Desde hace un tiempo, llevo un diario de apuntes. Acá van algunas de las entradas que tienen relación con la escritura:

 - Pensaba en que, de no haber escrito lo anterior (es decir, el relato de una caminata a pie por la orilla del río Sarela un día de lluvia), la tarde se hubiera perdido; aunque más bien habría que decir que no hubiera llegado a ser del todo. Escribir es singularizar. Por singular no hay que entender excepcional o preminente ni, mucho menos, sobresaliente. Singularidad es aprehensión de lo propio a través de la ajenidad que brinda la distancia. Las palabras nos alejan de lo hecho, en el buen sentido. Abren un espacio de diferencia, uno que nos permite palpar el ahora como ahora, como algo. Vivir la vida mediante la reconfiguración de lo escrito. Lo acontecido sólo termina de acontecer ahí. Como el sueño, que requiere despertarnos para cumplir el deseo satisfecho en él; la cuestión es regresar a la vigilia para finalizar lo que el sueño comenzó. Así la función de la escritura sobre la vida. Se hace en el plasma onírico de los hechos, se afirma en la página ante ojos bien abiertos.

- ¿Dónde está el poema? Hay un sendero para cada uno, en un laberinto descentrado. El laberinto a la vez es un jardín, pero no lo sabemos. El sendero es tan exclusivo que no tiene más que nuestras huellas. No podemos ver hacia adelante, apenas hacia atrás. Recién al final hay una línea trazada que los otros pueden ver desde lo alto. Muchos años pasamos sin darnos cuenta, permaneciendo quietos pese a creer que nos movíamos: la era de la aspiración formal, de los modos y modelos. No existen. El suelo siempre nos recibe con lisura. Es para que hundamos los pies.

- Un verso es como una rama. Hay que lograr eso: que las palabras se sucedan sin interrupción, se fundan en una línea orgánica con volumen. El tronco es invisible.

- Experimentar la escritura como “la parte que faltaba”. Combinación de dos modos de existencia o complemento de lo que ya había, la cuestión es que ahora los hechos tienen su sombra.

- Sentir la escritura como raspones suaves sobre la seda de la nada. Rasguños que se curan y que curan. Develar la textura, darle profundidad a través del vacío.

- Perder con frecuencia la noción de ser alguien que escribe, y durante esos momentos manejarse en la vida como un viejo extraviado en su propia casa.

 - Arrancar el día con la sensación de que si no hago un gesto determinado, propio, voy a ser absorbido por lo que me rodea, igual que una rama de arbusto por el arbusto o una ola en el mar. Pero ¿cuál ese gesto?, ¿cuándo?, ¿cómo hacerlo?

- Cuando me levantan el puente de la escritura, quedo a dos orillas, pero como el río. Ciego, en caída, ruidoso y sin saber nada de mí ni de las criaturas que cargo conmigo.

 

Leandro Llull (Rosario, Argentina, 1983). Es autor de Disonancia del jardín (Editorial Municipal de Rosario, 2009), Horas menores (Huesos de jibia, 2013), A los pibes crudos (VOX, 2015), Maratón (Ediciones 27 Pulqui, 2016), El gamo(Ediciones 27 Pulqui, 2019) y La vida sin centro (Salta el pez ediciones, 2022), y del trabajo “La lengua en soledad”, dentro de la obra colectiva Prueba de soledad en el paisaje (Mansalva, 2011). Recibió el primer premio de la Municipalidad de Rosario en 2009 y el primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2013.