De un mensajero a otro
Luis Alberto Arellano
Querido David S.J. Hodgson:
No tengo más opciones que escribirte esta carta para agradecerte, de corazón, el haberme arruinado la vida. Te cuento un poco sobre mí. Era, lo veo ahora lejano, un escritor de medio pelo, arruinado, en una ciudad de medio pelo. Tenía un trabajo decente, algunos amigos cercanos, una mujer en mi vida. Ahora no tengo nada de eso, y todo gracias a ti. Fallout New Vegas es la más diabólica arma de destrucción masiva (uno por uno, David, ahí está lo siniestro) que la humanidad ha conocido. Es el instrumento de evasión más perjudicial para la salud, la estabilidad y la continuidad de la especie humana. Y la amo profundamente. Bethesda es la compañía más despiadada y cínica del occidente, por encima de Facebook, Blackwater, Apple y Coca-Cola. Juego tras juego, hora tras hora, nos roban la poca plata que podemos conseguir cuando no estamos frente a la pantalla. Si lo conseguimos gratis, no podemos bajar las extensiones, que siempre son lo más alucinante del mundo. Así que nos tienen, me tienen, a su total merced. Hace un par de meses, en un intento de ponerme sobrio y conservar el único ingreso fijo que tengo en la actualidad, terminando mi doctorado, regalé mi consola. No tengo qué decirte la terrible agonía que he sentido desde entonces. Las noches de insomnio, los sueños asaltados por fragmentos de la historia del mensajero en las rutas del Mojave postapocalíptico. Las pesadillas donde un par de Deathclaws me emboscaban. La fría alucinación de encontrar a Raúl Alfonso Tejada, el ghoul mexicano (extrabajador de una compañía de petróleos) en la cocina de mi departamento.
No voy a mentirte, David, las cosas han estado oscuras últimamente. Sé que debí ser fiel a mi visión y entregar el control remoto sólo cuando lo quitaran de mis frías y engarrotadas manos de cadáver. O desarrollar un estilo de vida ascético, que permitiera sólo lo mínimo (mi consola y yo). Pero fui débil, he tenido que sobrevivir. No hay punto medio entre Fallout y yo. He tenido separaciones con menos visitas al hospital, trastornos del sueño y de la alimentación, agotamiento físico y mental.
Lo realmente demoniaco es que supe que estás trabajando en un Fallout 4. Que te encuentras escribiendo la historia que luego será modelada y animada para las nuevas generaciones. Por favor, detente. Algo que me ayudó a soportar estos meses es el hecho de que terminé la historia incontables veces, y que pude recorrer, al menos una vez cada una, todas las misiones adicionales. Si amplías el universo Fallout me veré en un problema mayor. La sola idea de que existan zonas nuevas del conflicto moral en que envuelves la historia, y que esas zonas sean desconocidas para mí, me produce un dolor en el pecho que se mezcla con la emoción de la más tierna infancia ante la llegada de los Reyes Magos. Soy un hombre adulto, David. Tengo un hijo de casi la edad legal para jugar tu juego. No puedo solamente abandonarlo todo y renunciar a la vida para mezclarme alternadamente con todas las variantes de la saga. Sólo te pido una cosa: lanza el juego después de 2015, cuando tenga entregada mi tesis. Que el dolor que siento ahora no sea en vano y pueda sobrevivir a mi doctorado.
Lo que me consuela es la perspectiva de que no puedas realizarlo. Que no puedas conservar la tensión y las líneas de divergencia entre la historia central que arma el universo propuesto y la historia personal que podemos desarrollar como jugadores. Esa ha sido la genialidad de Fallout, las perspectivas casi nunca entran en conflicto. O cuando lo hacen, es parte de la misma historia central. Sé que eso es un logro mayor. No menos que los detalles: las historias profundamente humanas de los Supermutants en la montaña; la venganza como leitmotiv y como herramienta en toda la historia; la esperanza de una sección sobreviviente de Enclave, en los graciosos pitidos de Ed; la fiebre caníbal de la White Globe Society. Esos logros los veo difícil de superar. Tienes que reconocerlo, David, Fallout New Vegas es tu Capilla Sixtina, tu Revolver; tu Breaking Bad, tu The Shining, tu Confedarancy of dunces. Creo que es la hora de decir basta, David. Retírate ahora que estás en la cima. Deja al público rabiando por más. No seas ambicioso ni altanero, David. No nos crees falsas expectativas. No juegues con nuestros sentimientos. Fallout 4 debe tener al menos el mismo nivel de intriga, de sensación de poder, de dilemas morales y de consecuencias desastrosas pero recuperables que tiene New Vegas. No juegues con nosotros, David, no somos tontos. O no demasiado. Y amamos New Vegas. Conocemos cada rincón de ese desierto. Hemos padecido, casi muerto de sed y hambre; hemos amado; hemos asesinado; hemos sobrevivido ahí. Conocemos qué bóveda almacena mutaciones vegetales en formas humanoides que se reproducen por esporas. Conocemos en qué rincón radioactivo se esconden armas portentosas. Conocemos qué tiro de mina es la guarida de los Nightstalkers y cómo debemos combatirlos. Conocemos en qué túnel del metro habitan los Ghouls temibles y en cuál no. Conocemos el paraje donde cayó una nave extraterrestre y el paraje donde se encuentra aterrizando. Conocemos qué se esconde en la boca de un tiranosaurio gigante de metal apuntando a un cruce de caminos. Conocemos qué clase de pervertidos querrían a una Ghoul campirana como pasatiempo nocturno. Hemos traficado, vendido drogas, reciclado armas, matado inocentes, salvado niños, auxiliado a los crucificados de la Legión, sobrevivido al envenenamiento radioactivo, a la abstinencia de drogas que ni siquiera pueden ser descritas. Hemos recorrido una y otra vez el mismo camino, matado a los mismos escorpiones y hormigas gigantes que lanzan fuego; hemos asesinado por corcholatas de colección; hemos probado a robots que tienen un chip de acompañante sexual; se nos ha engañado; hemos engañado; se nos ha intentado matar sin razón alguna, hemos devuelto el golpe. Estuvimos en batallas gloriosas, derrotamos a enemigos imposibles. Vimos la crueldad en los ojos del Caesar, y la indolencia en los ojos de la ncr. Conocimos la benevolencia y la furia de Mr. House. Tenemos cicatrices que gritan nombres propios. No trates de reciclar viejas historias venidas de versiones anteriores, te descubriremos tratando de potabilizar el agua de New New Hampshire, por ejemplo. O si aparece un robot gigante combatiendo un Supermutantdescomunal, nos miraremos con asombro y furia. No intentes si no puedes, David. Somos duros, somos sobrevivientes. Hemos atravesado un desierto postapocalíptico lleno de criaturas indomables. Y aquí estamos. Me gustaría transmitirte que confiamos en ti. Pero no lo des por sentado. No queremos ser decepcionados, no vale la pena. Muchos no sobreviviríamos. Mi vida social se reduce a comentar Fallout con aquellos que lo han jugado. El resto del tiempo no tengo nada que decirle a nadie. Si nos fallas, enmudeceré por completo. Escribiré todo el tiempo cartas hostiles a Bethesda. Organizaré boicots descomunales, y luego entraré en una espiral de depresión y abandono. No nos falles, querido David. Porque si nos decepcionas, recuerda siempre: sé dónde vives.
Luis Alberto Arellano (Querétaro, 1976-2016). Es autor de Erradumbre (Mantis, 2003), De pájaros raíces el deseo (Écrits des Forges/Mantis 2006), Plexo (FETA, 2011), Bonzo (Ediciones El Quirófano, 2012) y Grandes atletas negros (Luzzeta, 2014). Algunos de sus poemas y ensayos han sido traducidos al catalán, árabe, inglés, alemán, portugués y francés. Tradujo Todo alrededor de lo que se vacía, de Linh Dinh, y Una probada de miel, de Bob Flanagan y David Trinidad.