Libros y lecturas
Elianne Santiago
1. ¿Qué representa para ti un libro?
Considero que un libro abre la posibilidad a un diálogo —permanente y cambiante— con la multiplicidad de voces que somos y la de muchos otros que nos acompañan desafiando las dimensiones espacio-temporales. Un libro es huella del eco de otras vidas, que orienta hacia lo más íntimo e invisible de cada ser, en un afán por dar respuesta a inquietudes que insisten de generación en generación. Un libro se propone, en tanto, como dispositivo de encuentro a través del cual se reconfigura la realidad al entrar en contacto con la singular mirada de cada lector.
Es también el hogar que edifica un creador para asilar a su particular percepción del mundo, su manera de entregarse al delirio de la invención de un universo propio acorde con sus más genuinos deseos e hipótesis respecto a cuanto concibe; ahí donde una lógica discursiva única le confiere libertad y resistencia contra la alienación a las formas tradicionales de asumir la existencia.
La provocación siempre aguarda en un libro, la palabra como medio para hacer estallar la realidad en esquirlas a través de las cuales la luz transfigura cuanto toca. Un libro será siempre un elemento revolucionario para desautomatizar y desmontar aquello que se propone rígido, inamovible, a fin de abrir rutas a inesperados horizontes de proximidad y encuentro.
Y es refugio seguro ahí donde todo se desmorona; presencia amorosa que conjura la soledad y a «las bestias del olvido».
2. ¿Qué autores jugaron un papel fundamental en el desarrollo de tu vocación?
Entre los autores fundamentales en el desarrollo de mi vocación se hallan —preponderantemente, y por un afortunado encuentro aleatorio a lo largo de mi vida— autores judíos, como Edmond Jabès, Paul Celan, Esther Seligson, Yehuda Amijái, Amos Oz, Hannah Arendt, Edith Stein, entre otros, quienes me despertaron al enigma que se teje entre el blanco indecible que aproxima las palabras y las almas. Aquello que se plantea como pregunta imposible de respuesta, territorio rebelde a lo definitivo, desierto por reinventarse a cada tormenta.
Asimismo, el encuentro con la urgencia de lo sagrado ocurre en mí a partir de la lectura de mis maestros poetas Enriqueta Ochoa y Óscar Wong: la comunión de la mística como medio para acceder a las verdades que nos habitan y reúnen con la majestad de lo más diminuto, lo más humilde de nuestra humanidad en simetría con lo divino.
José Hierro y César Vallejo son dos autores en cuya voz templada por lo árido de la adversidad encuentro cobijo y resonancia. Una luz no disminuida por los golpes de la vida, sino magnificada en la creación de lo divergente, de un posicionamiento rebelde a partir del lenguaje, que posibilita trascender la experiencia del dolor. Sin dejar a un lado a poetas esenciales, como mi entrañable favorito Rilke, Blas de Otero, Vicente Aleixandre, Huidobro, Girondo y Pessoa, en sus diversas voces.
Vienen también a mi mente poetas cruciales, Wislawa Szymborska, Chantall Maillard, María Zambrano, Olga Orozco, Susana Thénon, Blanca Varela, Claudia Masin, Eunice Odio, Anne Sexton, Elizabeth Bishop, Mary Oliver, Circe Maia, Ida Vitale, Teresa Wilms Montt, Miyó Vestrini, Gloria Fuertes, Piedad Bonnett, Adélia Prado, Idea Vilariño, Rosario Castellanos, Guadalupe Cárdenas, María Baranda, Mariana Bernárdez, Salvatore Quasimodo, Milosz, Bertolt Brecht, Roque Dalton, Juan Gelman, Fernández Retamar, Jorge Teillier, José Emilio Pacheco, José Carlos Becerra, Bonifaz Nuño, Juan L. Ortiz, Roberto Juarroz, Eugénio de Andrade, Gorostiza, Gamoneda, Porchia, Ungaretti, Seferis, Dylan Thomas, Peter Handke, Charles Simic, Houellebecq..., entre tantos más imposible de condensar aquí.
3. ¿Qué te han regalado los libros?
Los libros me han obsequiado compañía y lucidez en días de infierno, en que he perdido certezas, amigos, salud, lo más amado, el trabajo, un posible destino. Tras la muerte de los dos hombres que fueron mi referente primordial en la vida (mi hermano mayor, Enrique Yuri, tan sólo un mes después de la partida de quien fuera el gran amor de más de la mitad de mi vida), todo arrojaba un sinsentido, y ese agujero en lo Real que deja tras de sí la muerte sólo pudo ser resignificado, de a poco, por obra de la palabra, a través de la poesía y el psicoanálisis de Freud, Lacan, Jean Allouch, Davoine, Kristeva, Winnicott, Daniel Gerber..., la logoterapia de Viktor Frankl y Elisabeth Lukas; así como de tantos otros maestros a través de los cuales me fue posible armar un puente.
Tras la pérdida, algo se re-anuda (no sin demasiadas vueltas), se reenlaza simbólicamente, y es posible reinventarse distinto, integrar lo amado ausente, recrear el eco de una voz, el destello de una mirada, la signatura perdurable de un roce en la mejilla: hacer pasaje merced a la palabra, a fin de continuar vivo. Todo ello sólo gracias a la presencia consoladora de un libro, como madero en medio de las tormentas, voz que sostiene a través de las mareas. Porque estos amorosísimos objetos son navío capaz de mantenernos a flote a través de las corrientes cambiantes de la vida, que con certeza nos habrá de conducir a puertos más seguros.
4. ¿Cómo te fuiste introduciendo en el mundo de la lectura?
Mi introducción en el mundo de la lectura ocurre en un entorno familiar cuyo bien mayoritario eran los libros: nací y crecí en medio de una cuantiosa cantidad de estos enigmáticos objetos, motivo de curiosidad y encantamiento en compensación por los escasos juguetes que mis padres nos podían costear con su sueldo de maestros. Mis primeros signos fueron trazados juguetonamente sobre los libros de mi madre y mis primeros sueños echaron raíces entre sus páginas.
Considero que la formación en Letras Españolas de mi madre determinó en mucho mi aproximación a la lectura y la posterior elección de mi primera carrera profesional en Letras Latinoamericanas, donde tuve acceso a una lectura teórica más formal. Apreciar que alguien esencial en tu vida ama los libros tanto define la devoción por estos desde los primeros años.
Una alegría grande que me confería cierto aire protector consistía en contarles, ocasionalmente, cuentos en voz alta a mis hermanos antes de dormir; compartir mi fascinación por este artefacto de maravillas cuyos únicos requerimientos eran la atención sostenida y el despliegue de una imaginación ávida. Vocación de lectora que también compartí cuando en la educación primaria fui asignada para enseñar a leer a estudiantes más pequeños, a quienes motivaba con dulces que les compraba con mis monedas del almuerzo. Niños que lograban más avances mediante la paciencia y la ternura que con los aberrantes métodos del profesor, quien solía lanzarles una tiza a la cabeza ante el más mínimo error, y quien no daba crédito a su mejora.
5. ¿Qué libro que leíste en tu infancia sigue rondando en tu cabeza?
Siempre tuve a mi alcance libros de cuentos clásicos y muchos más de diversos temas. Aún conservo uno de mis primeros libros favoritos de la infancia: Cuentos de la Alhambra, de Washington Irving, libro que generó un eco tal en mi imaginario que me llevó a elegir ese destino en un largo viaje sin itinerario previo, movida por cuanto mi fantasía construyó en torno a aquellos palacios y jardines de deslumbrante arquitectura nazarí.
Más tarde, durante la educación media superior, me introduje en la lectura de la poesía a través de autores como Alfonsina Storni, Jaime Sabines, Octavio Paz, Tomás Segovia y Homero Aridjis, quienes muy seguramente forjaron una influencia en mis precarios afanes poéticos de aquellos breves años.
6. ¿Realizas lecturas unitarias de autores —para captar su espíritu— o lees una obra de uno y otra de otro?
Mi estilo como lectora le apuesta al hallazgo, a la sorpresa. Puedo leer a varios autores a la vez durante una temporada. También disfruto tomar por azar algún libro y abrirlo en la página que la intuición me sugiera. He hallado respuesta a varias inquietudes que me han tomado por asalto a través de tales lances y sincronías. Me enfoco en la lectura exhaustiva de un autor en particular únicamente cuando deseo desarrollar un ensayo al respecto o hacer un estudio particular sobre este, como me ha ocurrido con la poeta norteamericana Anne Sexton, de quien desarrollo un ensayo en torno a la melancolía, a partir de un enfoque psicoanalítico.
7. ¿Qué temas están presentes en tu obra?
En mi obra asoman temas como la soledad, la muerte, el desasosiego ante lo irreversible, el espanto frente a la crueldad humana, la reconciliación con la pérdida, la inquietud por cuanto nos trasciende y una contemplación ante la belleza de cuanto sólo dura un instante. Disfruto de la poesía oriental por ello, del mono no aware que la caracteriza, y pese a esta inclinación considero mi obra, por momentos, intrincada, sin la maestría aún de la sencillez que condensa esta otra tradición poética. Una aspiración que espero lograr conforme madure mi obra.
8. ¿Qué libros has releído?
Los libros que más he releído son, y serán, los tomos de ensayos de Sigmund Freud, debido a mi formación apasionada como psicoanalista. El legado de una mente absolutamente brillante, que fundó un enfoque revolucionario con el descubrimiento del inconsciente y la articulación teórica en torno a las mociones pulsionales del aparato psíquico, la peculiaridad de sus mecanismos y manifestaciones. Un parteaguas, junto con Lacan, otro de mis autores fundamentales. Quienes muy probablemente serán los autores a quienes más leeré a lo largo de mi vida, junto con otros teóricos, como Recalcati, Bleichmar, Klein, André Green, Maleval, Mannoni, Lou Andreas-Salomé, etc., dado mi ejercicio profesional actual en el ámbito clínico.
Asimismo, libros a los cuales retorno continuamente son las obras de Gaston Bachelard, la filosofía y poesía de María Zambrano, los estudios de Mircea Eliade, Graves y Joseph Campbell. Cabe agregar que entre los libros que releería más de una vez se hallarían cualquiera de Pascal Quignard, Byung-Chul Han, Julia Kristeva, Borges, Clarice Lispector, Gianni Rodari, Rulfo y Elena Garro; así como la filosofía vertida en las obras de los estoicos y de Lévinas.
9. ¿De cuántos libros está compuesta tu biblioteca y qué podemos encontrar en ella?
A lo largo de mi vida he hecho de los libros mi objeto predilecto más amado, por lo que mi biblioteca es numerosa y me sorprendo acomodando libros en cualquier recoveco vacío que se preste para ello, así como comprando algunos ejemplares más, como quien se asegurara un poco más de vida para leerlos un día futuro a través de dicha treta. Mis predilecciones se enfocan en el ensayo, la poesía, el cuento, el aforismo, y en temáticas en torno al psicoanálisis, la logoterapia, el estudio de las religiones y el arte.
10. ¿Cuál es el libro que te ha impresionado más y por qué?
Dos obras que me han acompañado desde mi juventud y que releo cada tanto son El libro de las preguntas, de Edmond Jabès, y Rayuela, de Julio Cortázar. A través de ambos puedo recorrer parte de mi propia historia, desandarla y rearmarla. Eso me atrae de ellos: nada es fijo, determinante, ni aun la muerte; todo inaugura una posibilidad distinta. Un orden inédito de los sucesos y los signos muestra un rostro desconocido de la realidad: un devenir insospechado hasta entonces, según la combinatoria lúdica a que invitan los creadores. Jugar con la trama, escribir, reescribir, construir, deconstruir: un poliedro de múltiples posibilidades. Ahí donde un cambio de posición, una decisión futura, pueden cambiar incluso la narrativa del pasado. Ahí donde nada está dicho en definitiva. Quizá les guardo tanto afecto por ser libros que definieron mi gusto en la juventud y porque coinciden con mi particular modo de asumir la vida.
11. ¿Qué significa para ti publicar un libro?
Publicar un libro significa para mí la posibilidad de liberar aquello que durante algún tiempo supuse mío y no fue sino ocasión para continuar el eterno diálogo entre generaciones, épocas, imaginarios. La edición de un libro implica la posibilidad de embarcar un mensaje sin destino conocido, aproximar orillas, dejar que las palabras tripulen hasta el encuentro de algún otro que pueda hallar en estas la ocasión a más preguntas. Un libro —en mi caso de poesía— es un objeto íntimo que ha adquirido la fuerza en su composición para atrever otras aguas, desnudo de su autor, su casa y su tierra originaria, para emprender la aventura de recrearse ante los ojos de un otro. Un objeto propiedad de muchos en tanto a alguien más le signifique y atraviese, le reconfigure.
12. ¿Con qué autores te nutres actualmente?
En la actualidad me nutro cotidianamente de la poesía de mis contemporáneos y de poetas de diversas generaciones a quienes admiro, algunos con quienes mantengo un diálogo de hermandad a la distancia: ellos configuran la constelación que me orienta y posibilita no saberme tan distinta. Entre ellos se encuentra la poesía de almas contemporáneas muy preciadas, como Maraluza Maranesi, Filomena L. Sieiro, Sandra Galina Fabela, Margarita Escobar, Mar Cascallares, José Natarén Aquino, León Peredo, Edgar Trevizo, Leonardo Cruz Parcero, Leonel Rodríguez, Sergio Ernesto Ríos, Josué Vega López, Jorge Contreras, Fer de la Cruz, Hugo de Mendoza, Sergio Antonio Chiappe, Juan Álvarez Salas, Carlos Andrés, Harold Alva Viale; poetas como Nélida Cañas, Silvina Felice, Héctor Berenguer, Pedro Burgos Montero, Sergio Morán, Ahmed Zaabar, Garrett Smith, Cosme Álvarez, A. E. Quintero, Mariana Finochietto, Norma Medrano, Olga Edith Romero, Ruby Myers, Claudia Bakún, Cecilia Galeano, Raquel Jaduszliwer, José Luis Greco, Daniel Rafalovich, Rafa Mora, María Isabel Saavedra, Ana Montojo, Alfonso Brezmes, entre muchos otros de quienes aprendo y me enriquezco cotidianamente.
13. ¿Qué tipo de libros te producen antipatía?
No hay libro que me desagrade, cada uno es portador de cuanto le resultó significativo a un ser; resguarda el tiempo que su autor y su editor depositaron en cada página, los esfuerzos, desafíos, inquietudes, sacrificios y satisfacciones. Incluso en el libro más repudiado por los críticos estoy segura de que se podría hallar un guiño que posibilitara replantearnos una visión distinta, quizá una frase que trastocara, removiera y desvaneciera los límites y prejuicios afianzados hasta entonces. Pero nunca elegiría leer forzada ningún libro. No depositaría mi tiempo en un ejemplar cuyo fin estuviera enfocado exclusivamente en hacer de este una mercancía para beneficio económico de un grupo o aquel a través del cual se pretendiera manipular con base en un enfoque político sesgado, tampoco un libro que sirviera únicamente como medio de vanagloria; es decir, materiales en los que no ha sido impresa el alma de quien los crea y, en cambio, se juega una dialéctica del amo. Pero estoy segura de que aun de dichas posiciones mezquinas es posible aprender, definir una postura, aun cuando esta pudiera implicar no volver en definitiva a sus páginas, discernir entre la opacidad del embuste y lo traslúcido de cuanto trasciende.
Tal vez sólo se trate de escuchar los libros que nos llaman, aquellos que misteriosamente aguardan revelarnos mayor luz en nuestra travesía, y sin los cuales muy seguramente quedaríamos extraviados de ser quienes estábamos destinados a través del encuentro con el otro y con lo inusitado de nosotros mismos.
Elianne Santiago (Toluca, Estado de México, 1977). Estudió Letras Latinoamericanas (UAEMéx) y es licenciada en Psicología (UVM). Realizó el diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores del Estado de México «Juana de Asbaje». Además, realizó estudios de perfeccionamiento de la lengua portuguesa en la Unicentro, Paraná, Brasil. Se ha desenvuelto como catedrática, correctora de estilo y como coordinadora de la revista Castálida, así como correctora de estilo de la revista La Colmena. Es autora de la separata Pavesas, editada por La Colmena (núm. 59, julio-septiembre, 2008). Textos suyos aparecen en diversos medios electrónicos y en antologías como La Mujer Rota (Literalia Editores, Guadalajara, 2009), Cien poetas del mundo en la capital con valor (Gobierno del Estado de México, 2017) y Coordenadas de voces femeninas, XII (La Comuna Girondo, 2020).