Libros y lecturas
Sebastián Rivera Mir
1. ¿Qué representa para ti un libro?
Desde mi trabajo como historiador del ámbito de la edición he escuchado y leído numerosas formas de referirse a los libros: su doble cariz de elemento simbólico y comercial, las posibilidades que abren para conectar con otras realidades o experiencias, su aporte a la democratización o a la participación, la necesidad de convertirlos en espacios de goce en contra de la obligatoriedad, entre otras opciones.
De todas estas formas de definir al libro, la que me ha parecido más fructífera para mi propia labor se relaciona con la necesidad de pensarlo como un espacio en disputa. Las definiciones que nosotros podamos otorgarle son finalmente manifestaciones de tensiones o procesos sociales, que buscan establecer determinadas nociones sobre lo que debe ser o no la cultura. Los libros son, en este sentido, parte de dichos conflictos, los que a su vez nunca dejan de estar en movimiento.
2. ¿Qué autores jugaron un papel fundamental en el desarrollo de tu vocación?
Coincidentemente, uno de los libros que marcó mi desarrollo profesional fue La gran matanza de gatos, de Robert Darnton. Estudiaba periodismo, sin muchas ganas, y la lectura de este conjunto de ensayos sobre historia cultural me abrió un campo que en ese momento desconocía. En un principio mi atención se volcó sobre la historia en general, especialmente en el ámbito de la violencia y sus dinámicas culturales. Esto está en el centro de esos ensayos de Darnton. Pero después, con el tiempo, mi atención se fue moviendo hacia la historia de la edición y la lectura. Esto ya no tuvo que ver con algún libro en particular, sino con las experiencias de los propios sujetos que estudiaba, para quienes los materiales impresos eran parte central en sus actividades. En este plano, la obra del historiador Ricardo Melgar Bao fue otro momento clave: sus libros me permitieron comprender en buena medida cómo se produjo una relación estrecha entre la militancia política y las labores editoriales.
3. ¿Qué te han regalado los libros?
Desde mi perspectiva como historiador, los libros han sido una forma de comprender a la sociedad en su conjunto, sus problemáticas políticas, sus dinámicas culturales, sus movimientos sociales, entre otras variables. Por ello me parece compleja la actual concentración de lecturas en el ámbito académico a sólo aquellas que son útiles para la obtención de determinada calificación o necesarias para la elaboración de alguna tesis. Este reduccionismo en el ámbito universitario nos ha restado la posibilidad de emprender diálogos más amplios con otras disciplinas, con perspectivas ideológicas diversas o simplemente con quienes nos rodean. Contradictoriamente, la sobreproducción de libros o revistas que hoy atravesamos ha implicado la construcción de nichos de lectura cada vez más reducidos. Al contrario, si algo me han entregado los libros, es precisamente esa necesidad de avanzar sobre aquello que muchas veces está fuera de lo «útil» o de lo cómodo.
4. ¿Cómo te fuiste introduciendo en el mundo de la lectura?
Al igual que la mayoría de las personas que reconocen ser lectores, mi familia fue clave en este proceso. En mi casa solía leerse permanentemente de todo: el periódico, libros, cómics, revistas, el horóscopo. En esto concuerdo con la idea de que la lectura debe ser una actividad cotidiana, una forma de construir las relaciones sociales. Tengo mis dudas sobre la noción del goce como la única y exclusiva forma de promover la lectura, pero sobre la necesidad de que sea algo cotidiano, me parece fundamental.
5. ¿Qué libro que leíste en tu infancia sigue rondando en tu cabeza?
En algún momento de mi infancia tuve problemas de salud y estuve en cama varias semanas. Recuerdo pasar ese periodo leyendo una serie de libros infantiles muy comunes en Chile en esa época. La colección se llama Papelucho, de Marcela Paz, y cuenta las historias de un niño, como si fuera un diario de vida, en distintos contextos. Justo hay un par que se vinculaban a lo que estaba viviendo en ese momento. Papelucho en la clínica, por ejemplo, calzaba casi de manera precisa con mi situación. Mi hermana Ji es otro de los títulos de la serie y justo una de las formas que usaba para llamar a mi propia hermana se parece al «Ji» de la hermana de Papelucho. Eran varias las coincidencias que aún me siguen llamando la atención. De hecho, aunque en ese momento no tenía ninguna relación con lo que pensaba sobre mi futuro, hay otro libro de esta colección que se llama Papelucho historiador. Ahora, en perspectiva, es muy interesante ver cómo la literatura infantil es capaz de captar la atención de los niños y niñas con pequeños detalles que resultan extremadamente familiares.
6. ¿Realizas lecturas unitarias de autores —para captar su espíritu— o lees una novela de uno y otra de otro?
Regularmente combino la lectura de novelas contemporáneas, ojalá aparecidas en el año en curso, con novelas clásicas. Y en los últimos años también trato de darle preferencia a escritoras en lugar de escritores.
Y si hablamos de las lecturas propias de la labor de historiador, lamento mucho no tener el tiempo para dedicarle un periodo específico a un autor o autora en particular. Este recorrido me parece crucial para entender la obra de alguna persona, pero desgraciadamente la mayor parte de las veces no lo puedo hacer.
7. ¿Qué libros están presentes en los tuyos?
Todos. No sé en qué medida, pero creo que todas las lecturas que realizo forman parte de lo que escribo. No creo que otra posibilidad sea factible. Además, me preocupa dialogar especialmente con la novela, con las formas de construcción de los relatos desde la ficción. Por eso, dedico una parte de mi tiempo a leer obras que podrían considerarse lejos de la labor del historiador, pero que creo son vitales para transformar una idea en un texto que logre conectar con un lector.
8. ¿Qué libros has releído?
Quizás el texto que más veces he releído es El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg. Este libro relata la historia de un molinero italiano acusado de herejía, precisamente por sus vínculos heterodoxos con la religión y con los impresos. Hace algunos años incluso se hizo una película basada en el libro. Lo interesante para mí es la capacidad del autor de construir una explicación sobre procesos de largo alcance a partir del relato de un fragmento de la vida de un sujeto en los márgenes. Eso me sigue sorprendiendo cada vez que vuelvo a revisar el texto.
9. ¿De cuántos libros está compuesta tu biblioteca y qué podemos encontrar en ella?
Debo de tener cerca de 2 mil 500 libros, la mayoría de ellos relacionados con la historia y las ciencias sociales. En realidad, se trata de una biblioteca especializada en las temáticas que trabajo. Desde hace un tiempo trato de reducir las compras de libros físicos que no sean funcionales para mi propia labor profesional. Aprovecho las herramientas digitales para acceder a otro tipo de materiales.
Una parte de mi biblioteca, no sé si llamarla sección, se enfoca en impresos de los años treinta. Aunque evito a toda costa entrar en las dinámicas de los coleccionistas, muchos de esos textos son muy difíciles de conseguir en bibliotecas universitarias, por lo que lamentablemente he tenido que comprarlos, la mayoría de ellos en las librerías de viejo.
10. ¿Cuál es el libro que te ha impresionado más y por qué?
Justo en estos días el libro que me tiene impresionado no lo he podido ver ni leer. Es un volumen de la editorial Polis, que decidió hacer un libro a principios de la década de 1940, a todo lujo. Se trata de Notas de platería, de Artemio de Valle Arizpe, de 650 páginas, con 130 ilustraciones y una portada a cinco tintas. Los cinco ejemplares de mayor lujo fueron imprimidos en papel Corsican Dekl, con capitulares iluminadas a mano, con un costo de 100 pesos. Para que se hagan una idea, el precio regular de un libro bordeaba los 2.5 pesos. Pese a todos los años que llevo estudiando estos temas, me sigue impresionando la enorme distancia que puede existir entre quienes ven en el libro un potencial democratizador y aquellos que insisten en la necesidad de pensar en el libro como la propiedad de una elite, ya sea cultural o económica. Por supuesto, esto finalmente obedece a dos proyectos políticos muy distintos, que ven elementos muy diferentes en lo que representa el libro.
11. ¿Qué significa para ti publicar un libro?
Hace poco apareció un nuevo libro de mi autoría: Ningún revolucionario es extranjero. Intercambios educativos y exilios latinoamericanos en el México cardenista. Y algo que ha gatillado su aparición es precisamente una reflexión sobre lo que significa su lanzamiento. Por supuesto, como cualquier persona que expone algo a la luz pública, se genera un poco de temor, especialmente por la recepción, y a la vez es motivo de alegría, por la conclusión de un trabajo realizado durante varios años.
Pero además, como alguien que trabaja en el análisis de los procesos asociados al ámbito editorial, me parece que esta reciente aparición involucra una serie de labores de divulgación y difusión. Creo que esto en general ha sido algo que los académicos han tendido a olvidar, pensando que la tarea de producir un libro termina con su publicación. Al contrario, para mí eso corresponde sólo a una etapa en el largo proceso de construcción de las ideas.
12. ¿Con qué autores te nutres actualmente?
Le he estado prestando especial atención a los escritores y las escritoras publicados en el Estado de México. Me parece que hay algunos que son realmente destacables, y que por lo general no tienen el espacio que deberían. En este esfuerzo, por supuesto, me parece que las experiencias editoriales del estado también son otro de los elementos que uno debería destacar.
13. ¿Qué tipo de libros te producen antipatía?
En el actual contexto de sobreproducción, me parece que las editoriales universitarias y académicas deberían realizar un esfuerzo por construir de mejor forma sus catálogos. En este sentido, nos hemos llenado de libros colectivos con escaso aporte a las materias que dicen tratar o que lisa y llanamente repiten lo que se ha dicho en otras partes. Por supuesto, después se habla de la crisis del libro académico, cuando muchas de las publicaciones sólo apuntan a cumplir las exigencias del sistema de evaluación, ya sea de las propias universidades o del Conahcyt. Esos son los libros que me provocan mayor desazón, y lamentablemente abundan.
Sebastián Rivera Mir (Santiago de Chile, 1978). Es doctor en Historia por El Colegio de México y profesor investigador en El Colegio Mexiquense. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores del Conahcyt, Nivel II. En octubre de 2020 apareció su libro Edición y comunismo. Cultura impresa, educación militante y prácticas políticas (México, 1930-1940). Es coordinador del volumen Historias entrelazadas. El intercambio académico en el siglo XX: México, Estados Unidos, América Latina. Ha publicado artículos y capítulos de libros en México, Argentina, Estados Unidos, Colombia, Chile y Alemania. Actualmente coordina un proyecto de investigación, financiado por el Conahcyt, sobre el ecosistema del libro en el Estado de México.