El Penumbra
Lolbé González Arceo
I
Eliminar a los vampiros satánicos de la noche es sencillo.
Lo difícil fue, con esos ojos oscuros como gafas negras,
atravesar el tiempo
contemplar la destrucción que dio paso a lo que sabemos.
Hicimos el amor debajo de la sombra de un pino
y no nos preguntamos nuestros nombres
porque ya los sabíamos desde antes y lo supimos
después.
En doscientos mil siglos algo se aprende:
el sabor de las gambas, el bacalao,
las coquinas al ajillo,
la rumba de la calle.
La luna surgió de la tierra y no al revés,
no te hagas lío
y si no te lo crees, problema tuyo.
II
De lo que yo te hablo es del clitorítico pipotero de las extraterrestres
de la sombra de los pequeños meteoritos
en lo que después supimos que se llamaba domingo
al delirio sistemático le pusimos religión
al delirio experimental le llamamos “lo científico”.
Desde mi ovípara paraexistencia te digo
no te líes los cables: yo soy Adán.
Éramos dos pero mi madre tenía tres tetas
la necesaria existencia algo anhelado por inalcanzable
se sabe
un pezón en la boca y el otro en la contemplación
en el deseo jamás satisfecho.
III
Volucionamos con la volución de los que a cada paso llevan la desmemoria
por eso me enredas los argumentos
por eso te ríes y me preguntas por Adán.
En doscientos mil siglos algo se aprende:
volvería a decirle sí a Eva y su manzana
coordenadas del sudor de la frente
parirás con dolor. No como mi madre.
Alienígena ancestral
mezcla de gallina y pez
concentrada en su proyecto de inoculación de la vida.
He construido una réplica
a su imagen y semejanza.
Algunas noches la desempolvo y me acuesto a su lado
para evocar su olor a sedimento galáctico.
Nota
Una vez le mostré un libro (inédito) de poemas a una amiga. Ella me dijo está bien, pero chiquito. Y era verdad. Más que poemas aquellos eran hipos. Para hacer este poema traté de escuchar a José Verdún, también conocido como El Penumbra. Descifrar lo que terminaría siendo el poema fue como alzar un telón por la esquina o pellizcarse el párpado y espiar mirando hacia adentro.
A veces en el proceso de la escritura hay una voz un tanto irreconocible. En algunos casos es difícil distinguir si lo que hay que hacer es aguzar el oído y tomar nota o colocarse las manos sobre las orejas (tarará-tarará) y esperar a que se calle. Se acumulan las palabras. Como decir pájaro, hierba seca, alambre oxidado clavándose sobre la piel, cosas así.
En su ensayo Sobre el miedo, Mary Rueffle dice: “Entre mis miedos puedo contar la profunda inquietud que rodea la posibilidad de que un día se me revele que consagré mi vida a una imbecilidad”. A manera de confesión nada arriesgada puedo decir que para hacer este poema me vi en la necesidad de ignorar ese miedo que comparto con Rueffle. Me propuse escribir con la seriedad puesta en el delirio.
El Penumbra se trata de la recuperación y calculada distorsión de las afirmaciones de José Verdún, cuya entrevista puede verse en la siguiente liga: https://www.youtube.com/watch?v=O5aBsDguelw
Lolbé González Arceo (Mérida, Yucatán, 1986). Es maestra en Psicología Clínica por la Universidad Autónoma de Yucatán y obtuvo el título de técnico en Creación Literaria por parte del Centro Estatal de Bellas Artes de Yucatán.
Es docente en la licenciatura en Lengua y Literatura Modernas de la Universidad Modelo y estudia la especialidad en Psicoanálisis en el Colegio de Saberes de la Ciudad de México. Es integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.