ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

La lucidez candente de un organismo vivo: Entera nueva

Eduardo Milán

 

 

Una doble articulación enmarca este poemario de Melisa Arzate: la seguida adjetivación «entera nueva» oficiando como nombre, con la conciencia siempre presente de que la contigüidad adjetival tiende a sustantivar a uno de los elementos en relación con el otro. Hay también, claro, algo de «nueva», algo de «enterar», en el sentido de transmisión. Y de provenir de, un «traer», una «anunciación», con un protagonista lírico o sujeto emisor que está ahí, suelto, sin antecedente. Eso abre una poética formalmente atractiva. Pero la singularidad del gesto es semánticamente contundente también: es una doble alusión lunar. Aquí hay un guiño de carácter «activista». Parece proponer el sentido de que lo mujer (formulado siempre paradójicamente desde un lenguaje patriarcalizado) necesita articularse doblemente para enfrentar el dominio genérico masculino característico de nuestras sociedades capitalistas devastadoras. Lo interesante de la propuesta poética de Arzate reside a mi modo de ver en cómo lograr trasladar esa formalización de lucha genérica al plano de una estética, es decir, de una filosofía poética.

 

1. La forma poética es política. La asunción del fragmento, es decir, de una estética del fragmento, de una filosofía de la forma trunca (pero autoabastecida) parece una negativa a aceptar lo poéticamente correcto. Y lo es. Aun en poesía el sintagma es el sintagma, exige completud. Mallarmé había quebrado a fines del siglo XIX la idea de completud para el sentido poético. Los blancos (blancs) hacían de sustracción explícita de una falta: la falta del mito poético de finales del siglo XIX donde se da el clímax de la tensión de ese momento secular. Pero la modernidad faltó al mito tanto como el mito faltó a la razón. Sólo que la razón estaba instrumentalizada al máximo y no había costado por donde escapar —contigüidad, metonimia, insecto de la metamorfosis—. En este sentido Melisa Arzate hereda la tensión erizada de ese período histórico poético. Hay una honda conceptualización reflexiva en sus poemas que asombra por el contexto en que se da. La nueva poesía mexicana parece haber abolido el pensamiento sobre el poema y ha decidido pasar directamente a la exploración de los niveles de un yo lírico que sólo se recupera en la memoria de lo que fue desde la gran apertura romántica que empieza en 1800. Hoy no se sabe de qué se habla. Arzate, en cambio, recupera la poesía como problema, en primer lugar, para la propia poesía. Y sin duda la barroquización de su estrategia es contundente:

 

Desde el tendido tiro a mansalva y hiero
al de nazareno y purísima,
derramado sobre el albero:
en la hemorragia descubro mi herida de lidia
la sangre de casis podrido, soñé estar viva.

 

Si es cierto, como dice Augusto de Campos, que «só o incomunicável comunica» («sólo lo incomunicable comunica»), ese emblema-talismán de una radicalidad insólita pensado ahora, Melisa Arzate hereda el posible comunicable de hoy. La comunicación del lenguaje poético puesta en jaque desde el formalismo ruso de principios de siglo XX se cumple, otra vez, a ras de historia. Lo comunicable actúa en forma conjunta con lo incomunicable. Ya no está en juego la posibilidad de una pureza enunciativa, en el sentido de ausente de contradicción. Al contrario, la ausencia vuelve a presentarse como motor generador del movimiento poético. Y de nuevo, sólo si confundimos «sociedad objetual» (o sociedad de consumo o «sociedad de marca nueva» como diría Ferlinghetti) con presencia humana podemos confundir hiperproducción con plenitud. La poesía es el arte que acusa directamente la situación real. Atenta a la ausencia que es el origen de la mentalidad poética, es desde esa fuerza donde la poesía de Melisa Arzate realiza su mejor.

 

2. El lenguaje poético es un cuerpo disponible que juega a la neutralidad. La poesía no toma partido. Se diría que no es su función. Pero, otra vez por paradoja, es cuando deja ver en el que lo asume su voluntad de un camino o de otro. Es decir, la decisión poética es siempre anterior a la pragmática que lo hace estar en movimiento. En el atreverse está la actitud que —aunque hoy parecen tan lejanas en su punto de quiebre— funda a las vanguardias históricas y dispara lo fecundo de la realidad del arte poético moderno. La conciencia de esa anterioridad decisiva es lo que funda la fuerza del lenguaje poético de Melisa Arzate. No había en los últimos años un recorrido por lo real poético tan convencido de su potencia. Habíamos acordado por pasividad un repliegue de época, un cansancio de época. Sin el ánimo del cambio visto en retrospectiva parece haber habido un pacto de suspensión. El «fin de la historia» pareció coincidir con un anhelado fin de la poesía como búsqueda, como generador de alternativas. El poema se dedicó a su variación. Se puede argumentar favorablemente a la variación cuando se concede al «ya todo está dicho». Pero ese sintagma de cancelación puede devenir fácilmente cierre, conclusión. La estética moderna tiene su punto alto de articulación en la premisa hegeliana de «muerte del arte». Eso, que parece una mueca macabra del gran filósofo alemán del absoluto. Pero Hegel se refiere a un «a partir de aquí», no a un «hasta aquí». Ningún poeta actual piensa en estos términos. Confían en que la poesía es un dato de hecho, un estado de cosas consumado. De ahí a la repetición o al mutismo, más no hay. Entonces, es ahí donde la conciencia de Melisa Arzate parece actuar: en la decisión poética. El gesto, en última instancia, sí tiene un giro místico: el de Angelus Silesius que tanto les gustaba a Borges y a José Ángel Valente: «La rosa es sin porqué. Florece porque florece». Eso es el fundamento de una actitud de sacralización. Pero es también un principio de fecundidad poética sin el cual no hay —hoy lo sabemos— poesía posible. Lo otro es entregar el lenguaje poético a los brazos de la historia que secuestra para su causa todo lo que se deja. Lo otro es esto que se llama poesía y que no deja duda quieta:

 

¿Hacia dónde se va,
vida de por medio,
sino hacia lo medular de las ideas, del hueso?
¿Por el tuétano corre el acto de intentar existir?

 

Eduardo Milán (Rivera, Uruguay, 1952). Poeta y ensayista. Fue miembro del consejo de redacción de la revista Vuelta,de Octavio Paz, y del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Recibió el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1997 por Alegrial. Ha publicado diversas antologías en conjunto con Blanca Varela, José Ángel Valente, Ernesto Lumbreras, entre otros.