La luz
José Luis Zárate
I
Viajábamos sumergidos en el tiempo de Aurora, navegando en medio de sus transmisiones, hechos lanzados al espacio desde años diferentes, en el eco de su historia. El aurorano que habló por primera vez ante un primitivo micrófono no podía haber imaginado que, al otro lado del tiempo, los seres humanos íbamos a escuchar atentamente su simple y fervoroso mensaje sobre un dios tan omnipotente y nebuloso como el que algunos de nosotros pretendíamos olvidar. La humanidad había recorrido toda la galaxia sin encontrar otra raza, otras voces, hasta que llegó a creer que estaba sola y su mente era la única de toda la creación. Y ahora seguíamos esas lejanas voces hacia un distante sistema solar para decirles de nuestra existencia y de nuestro poder.
El Magallanes es una nave de guerra y ninguna de las misiones científicas que van a bordo modifican este hecho. Debemos descubrir quiénes son los auroranos, la lógica que rige sus vidas y las casi incomprensibles transmisiones que lanzan al aire, el porqué están obsesionados por la religión, cómo son en este momento y por qué no han llegado a dominios de la humanidad.
El hiperespacio susurra allá afuera y en su interior moran bestias oscuras y serpientes desconocidas. Es peligroso cruzarlo, más aún permanecer largo tiempo en él... pero es necesario. Esas voces lejanas nos llaman; los receptores de la nave recogen todas las transmisiones en nuestro viaje hacia la estrella binaria llamada Aurora: el equivalente de una década de historia por día. Viajábamos en el tiempo, en un espacio ajeno, desde su pasado hasta su presente, testigos de su raza.
* * *
Alser se ha convertido en su portavoz, es quien dice, cada noche, un sucinto resumen de lo que ha pasado en diez años en Aurora. Recuerdo esa vez que llegó pálido y triste y dijo que había guerra entre los mundos de ese sistema. Esa noche sufrió por cadáveres desconocidos. Era como llorar por nuestro pasado: no tiene caso, son hechos que no nos conciernen. Pero todos seguimos paso a paso el rumbo de esa guerra, preguntándonos quiénes eran los Totales y por qué los Otros combatían contra ellos, cuál era la importancia de discutir sobre la mensurabilidad de Dios y el verdadero motivo de esa contienda al parecer sin sentido.
¿Cómo saberlo? Hojeábamos a toda velocidad el libro de su historia y sólo era posible recuperar imágenes dispersas, el rostro de los hechos, leproso y sangriento como lo es siempre. ¿Ellos eran así? ¿Su faz idéntica a su historia? Viajábamos en su tiempo y nunca supimos quiénes eran en realidad.
* * *
(No hay forma, manera, de describir lo que yo, Alser, siento en este instante. Sé que no comprendo el verdadero ritmo de Aurora, pero tampoco ignoro que, ahora, soy parte de ellos. Su voz es mi ser. ¿Cómo decirlo? Es igual a poner la caracola inmensa de su civilización en mi oído y escuchar el rumor de Dios.)
* * *
Llevábamos una Biblia, el Corán, las mil religiones de nuestro mundo en un microcircuito, y un oscuro regalo, o más bien, una herejía a su raza religiosa: el concepto de la soledad.
Poco podíamos entender del fragor de las transmisiones, pero algo era seguro: no eran seres humanos, sus empresas no eran iguales a las de los hombres. Podían mover montañas con su fe: todos eran Uno. Su fuerza era la fuerza de la Comunidad. Si estorbaba el Everest a sus propósitos lo trasladaban piedra a piedra, hombro a hombro, a otro lugar. Alguien dijo que eran termitas, un cerebro y millones de células organizadas. Nuestro capitán soñó con las banderas de los ejércitos ondeando sobre la sangre-mar de nuestro planeta. Son individuos, pero también son Aurora. Todos y Uno.
Nosotros no. Podemos decir que pertenecemos a la humanidad, pero también es cierto que cada uno de nosotros puede escuchar la fría música de las distancias. Antes que nada: yo soy. René Descartes puede ser un ejemplo de los humanos. La soledad es lo contrario de la mítica voz de Dios, es sentirse parte del caos. Es ser nada.
* * *
Hay dos Magallanes, dos grupos diferentes: los religiosos y nosotros. Nuestras fuerzas son iguales y el debate que sostenemos es cíclico y el mismo. Estábamos solos y esa era la prueba contundente para ambos lados: Dios existe, Dios no existe. Ahora hay una raza religiosa al otro lado de la galaxia y es hora de usarla para desequilibrar una balanza milenaria.
* * *
Alser no llegó a cenar. El silencio se hizo en la mesa al entrar el capitán. En su uniforme se veía una mancha de sangre. Era una mano, la silueta de unos dedos agonizantes. Afuera se escuchaba una tormenta inimaginable. En el hiperespacio se cierran todas las ventanas, se ignora el exterior, es mejor no saber qué hay en ese fragor. Era adecuado el marco para las palabras del capitán.
—Las transmisiones han cesado.
El rumor de la tormenta.
—Una de las estrellas del sistema binario de Aurora estalló. Todos los planetas fueron arrasados. Llegaremos en unos días, llegaremos tarde.
No dijo más. De nuevo estamos solos, otra vez las estrellas sólo eran eso. El único comentario pertinente era esa mano roja que gritaba desde el uniforme.
No había ningún presente al cual llegar...
II
El Magallanes reingresó al espacio normal en el límite del sistema planetario de Aurora.
Mirar esos mundos era contemplar los desechos de un naufragio, la lápida de seis mundos habitados, de una civilización completa.
¿Qué es lo que cada uno de nosotros veía en ese momento? El capitán, seguramente, un campo de batalla, un enemigo menos. ¿Yo? Nada, eso era lo peor de todo, no había más que una sensación lejana de pérdida. No habíamos llegado a tiempo. Mala suerte. Sólo eso.
* * *
Estaba tallado en piedra en uno de los planetas interiores, casi toda la cara oculta al resplandor de la nova cercana cubierta con esas letras gigantescas. Era la primera frase de lo que podía ser el equivalente de su libro religioso. Un terrible comentario cuyo telón de fondo era un sistema arrasado. No creí que fuera una plegaria, una muestra de sumisión, el último vestigio de una religión que no conocíamos.
NO HAY NADA QUE NO SEA UN ACTO DE DIOS.
* * *
En el tercer planeta encontramos a la civilización de Aurora. Microcircuitos tallados en piedra, en el interior de una roca, bajo una capa metálica en el fondo de un evaporado mar. Estaban muy dañados, pero en su interior se hallaban todos sus logros técnicos, un sucinto resumen de su historia, su civilización. Bajamos el equipo del Magallanes y nos pusimos a trabajar.
* * *
Esa noche Serve fue a mi camarote. Supe qué quería de mí. Dejé que durmiera a mi lado sin que tuviera que ofrecerme su sexo como pago. No era placer lo que buscaba, sino, simplemente, compañía. Estuvimos abrazados gran parte de la noche, observando la oscuridad. Antes de dormir ella, una niña detrás de sus grandes ojos, susurró:
—¿Crees en fantasmas?
Sabía lo que iba a preguntar a continuación.
—¿Crees en Dios?
¿Qué decirle, que mirara allá afuera, que le echara un vistazo a ese sistema solar? No dije nada. Sólo la apreté contra mi cuerpo.
Sobre nosotros una palabra:
DIOS.
* * *
Recorrer el tercer planeta, el que contenía esa ciudad, los campos, el muerto mar, era igual a caminar por el silencio.
* * *
(Gremiu quiso taparse los ojos. Sus manos temblaban tanto que parecían ya no pertenecerle. Miró la pantalla sintiendo que la realidad se hundía en ese simple resultado matemático. Temió, durante un instante, a las cifras, como si estas fueran un fuego blanco y silencioso que acabaría con él y con su ¿alma?
Tomó de nuevo los papeles, las transcripciones de la ciencia matemática de Aurora. Siguió paso a paso el resultado hasta su última consecuencia, hasta el último decimal.
¿Cómo podría decírselo a los demás? ¿Cómo podría decírselo a sí mismo?
Era increíble y era cierto. Mi mano recorre por fin la llaga —pensó—. Mi mente en la herida. ¿Su mano se secaría? ¿Como Simón, perdería la voz? No había error posible en los cálculos. Recordó que una zarza en llamas no fue consumida por la Voz. ¿Era él un Mensajero?
No, simplemente un matemático, un hombre de ciencia que creyó que los números eran la realidad. No adorarás a los príncipes de este mundo. Él había adorado a lo mensurable y ahora este era el castigo: la revelación.
Datos, sólo eso eran: una ecuación, dígitos, números, cifras factibles, hechos reales. Sólo eso. Más que eso.
¿Es posible cartografiar el interior del Leviatán? ¿Reducir a pentagramas el sonido de las esferas celestes?
¿Cómo decírselo a los demás? ¿Cómo convencerlos de que la operación era real, el resultado lógico?
Miró la pregunta inicial, la tradujo a palabras.
CALCULAR LA POSIBILIDAD DE LA EXISTENCIA DE DIOS.
Miró el resultado.
POSITIVA.
Dios +)
* * *
—Repítalo.
—De acuerdo... Según los auroranos no hay libre albedrío. Todo es un acto de Dios y ellos, al ser parte de Su Obra son, al mismo tiempo, parte de Su Acción. Su libro sagrado, al contrario de los nuestros, sólo puede ser interpretado en una forma.
—Hubo una guerra por cuestiones religiosas.
—Hubo cientos. Son parte de la Obra de Dios y eran necesarias según su Libro.
—No entiendo.
—Ellos murieron por esas palabras. Su Dios formaba la historia, ellos eran simples juguetes del destino. Enseñanzas divinas, eso era su Libro. Dios los moldeaba.
—Entiendo. Y bien, ¿cuál es la herejía que lo molesta, sacerdote?
—Todos ellos, hasta el último, se dijeron Hijos de Dios.
—Todos los somos según nuestros Libros, ¿no?
—Lo digo literalmente, capitán, los auroranos se consideraban Hijos de Dios. HIJOS. Mírelo así, su teología, que a todo esto es, al mismo tiempo: su religión, su ciencia, su política y su arte, dice que eran niños, niños divinos que crecerían... ¡Hijos de Dios que serían Dios al crecer! ¡HEREJÍA!
—Sacerdote... ¿Herejía?... Sólo fue un engaño. Están todos muertos y nosotros sobre sus cenizas.
* * *
Toda esa raza orgullosa se puso en movimiento antes de su muerte. Dadas sus ideas, ¿qué sintieron al saberse condenados? ¿Cuál fue su reacción? Ellos eran Uno. Y ese Uno abandonó los planetas. No podían escapar al desconocer el hiperespacio. ¿Qué hicieron entonces? ¿Por qué se dirigieron al tercer planeta? ¿Por qué faltan lunas? ¿Dónde está todo el metal de esta civilización? Uno que eran miles de millones; Uno en el tercer planeta. Podían mover montañas sin esfuerzo... ¿Cuál fue su última obra? ¿Cuál su último Acto de Dios?
* * *
Serve lo descubrió. El tercer planeta no existía, estábamos en la superficie de la mayor construcción jamás hecha. Ella encontró una de las puertas que conducían al interior, a las entrañas del lugar, por pasillos oscuros que tenían la Palabra de Dios. Una oración de kilómetros de largo, un mural con la fe de seis mundos, de millones de auroranos. Había un silencio terrible en su interior y ella estuvo consciente de estar penetrando en una tumba.
Los muros se habían derrumbado en múltiples lugares, el calor residual interno forzaba los enfriadores del traje espacial de Serve. Nada podría haber sobrevivido ahí, pero Serve no buscaba vida.
Fue ella quien encontró la Luz.
* * *
(Ellos dicen que estoy muerta, pero se equivocan. Nunca pensé que Usert me llorara. El capitán mira mi electroencefalograma y no le dice nada. No hay actividad en mi cerebro y por eso creen en mi muerte. Tontos. ¿No están mis ojos abiertos? ¿No respiro por mi propia voluntad?
Ellos me han sacado de los pasillos que yo sé son algo más y me han traído al Magallanes, lejos de los Signos que ellos ignoran, sobre los que caminan sin saber su significado. Yo lo sé. Yo lo sé todo, en un instante comprendí la función exacta del tercer planeta. Usert me llora aún, acaricia mi rostro y dice palabras tiernas. Yo lo amo. Puedo amarlo. Sé cómo. Sé dónde. Sé cuándo.
No estoy muerta; de quererlo puedo recitar el milésimo nombre de Dios. ¿No es acaso suficiente mi expresión para que sepan que estoy viva, dichosamente viva?
Díganme, ¿acaso no puedo hacer milagros?)
* * *
(El robot dobló el pasillo. Sus ojos transmitían directamente a los seres humanos del Magallanes. Dentro de un instante estaría ante la Luz. Unos pasos.
Mil voces retumbaban en su interior, un fragor desconocido. Ignoraba si podrían escucharlo los humanos, era como sumergirse en las aguas de la vida, en el centro del Universo. A su alrededor las Presencias. Era imposible cuantificarlas, reducirlas a datos trasmisibles.
Y, entonces, estuvo ante la Luz.
No gritó. No hizo nada. Simplemente fue fundiéndose a sí mismo sin dejar de transmitir la misma frase.
¿LO VEN? ¿LO VEN? ¿LO VEN?
* * *
—No —dijo Serve— no pueden verlo.
Todos nos volvimos hacia ella. Luego, sin más, desapareció.
* * *
—Uno a la vez... Por favor, uno a la vez... Usert...
—Hablaré por todos. Creemos haber descubierto la función del tercer planeta. Es un aparato, un instrumento preciso. Toda la ciencia de Aurora está contenida en él: es un aparato religioso, capitán. La última obra de los Hijos de Dios. Antes que nada, deberá recordar que, según su religión, ellos no pueden cometer una herejía. El tercer planeta no puede considerarse como una blasfemia tecnificada.
—Sin rodeos teológicos, por favor. ¿Qué es ese planeta, Usert?
—Es una trampa, señor. Es una trampa para atrapar a Dios.
III
El Magallanes puede ser manejado por un solo hombre. Intentaré regresar. El capitán ha ido a reunirse con los otros en el centro del Tercer Planeta. No pudo evitarlo, debía verlo con sus propios ojos, experimentarlo él mismo. En las noches debo luchar contra el deseo de bajar y contemplar la Luz. El sacerdote de la nave me dijo que debía ser blanca, intensamente blanca y tan pura que lo único existente sería la Luz. Allá abajo es el Cielo, afirmó. La Gracia Eterna es contemplar el rostro de Dios; fuera de ello no hay nada.
Gremiu fue el primero en bajar por su propia voluntad, pero antes de hacerlo nos dio los resultados matemáticos de la teología. Dios+. Dios es mensurable, luego entonces puede ser tocado, puede tener una existencia real y no dejar de ser Dios. Puede ser atrapado.
Serve ha venido cada noche, se ha sentado a mi mesa y ha compartido mi cama. Nada dice. Simplemente se acerca a mí y canta y su voz es transparente. Del otro lado está la Luz.
Todos éramos científicos en el Magallanes, incluso los militares; por ello aceptamos que Gremiu no mentía. Todos creímos que la Luz era Dios.
El capitán quiso destruir el planeta, mil cosas más, pero al final sólo pudo bajar y entregarse.
¿Cómo explicarle a la humanidad que el universo está cambiando a mí alrededor? ¿Y que las estrellas giran y cantan y las esferas celestes tienen como centro a la Luz? ¿Cómo decirles que he visto a la materia convertirse en algo más?
¿Creerían que el Magallanes sangró durante diez días y diez noches? ¿Que Serve llegó a mí y su mano atravesó mi cuerpo y acarició mi alma?
¿Quién creería en los Hijos de Dios?
El capitán se ha ido sin saber la verdad. La Luz no es Dios.
El espacio se ha partido en dos y no hay palabras para describir lo que mis ojos ven, imágenes que puedan utilizarse como símbolos, ni sombras que imiten la realidad. Lo que veo es un milagro. Y, como todos los milagros, no es posible explicarlo, describir siquiera su forma.
Pero la Luz no es Dios.
Interpretamos mal a los auroranos. Quisiera compartir la alegría de mis compañeros al comprender, al saber el verdadero propósito del Tercer Planeta.
Pero mi misión es más trascendente y terrible. Deberé enfrentar al Leviatán de mi propio ser.
¿Qué es peor que darle la espalda al Paraíso?
Pero debo ir con la humanidad. Darle la buena nueva, y traerlos aquí. Mi misión es más importante que el Paraíso.
Debo entregar a la humanidad a la Luz.
Serve me lo ha dicho, es la prueba de que podemos cobijarnos en la Luz, ser parte integrante de ella.
El Magallanes me dejará en el Sistema Solar en unos años, mientras tanto estaré dentro de la Ballena. No importa, debo llegar con los míos, decirles lo que es la Obra.
Lo supe en cuanto comprendí que los auroranos habían hecho estallar uno de sus soles con el único fin de usar su energía en el Tercer Planeta. La nova no fue un accidente, sino una acción premeditada.
¿No son acaso los auroranos los Hijos de Dios?
¿No lo somos nosotros mismos?
Porque la Luz no es Dios. Es Aurora. La esencia de sus almas.
El planeta no es más que una cuna, la Matriz Primera, el Inicio. La materia se está reorganizando, trascendiéndose a sí misma. Un paso a un nivel más alto y estable... Comparándolo con el actual, es el caos, la oscuridad.
¿No es lógico?
El planeta se abrirá pronto... En cuanto traiga a los otros Hijos de Dios a su interior, y entonces... sí, entonces nacerá la Luz.
Nacerá Dios.
José Luis Zárate (Puebla, 1966). Estudió Lingüística y Literatura Hispánicas en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Es uno de los escritores mexicanos más reconocidos dentro del género de la ciencia ficción. Ha publicado, entre otros, los libros Hyperia (Lectorum, 1999), Las razas ocultas (Times, 1998) y La ruta del hielo y la sal (FCE, 2020). Ha obtenido varios reconocimientos nacionales e internacionales, como el Premio Más Allá (1984), el Premio Kalpa (1992) y el Premio UPC de ciencia ficción (2000).