ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Underwood portátil.
Modelo 1915
(fragmentos)

Mario Bellatin

 

Quizá todo comenzó cuando tenía diez años. De buenas a primeras se me ocurrió hacer un libro de perros. Estoy seguro de que aquel instante mismo en el que tomé esa decisión instauró la culpa por el hecho de escribir. Recuerdo, entre otras cosas, la estupefacción de mi familia, primero por plantear un ejercicio ajeno a las tareas escolares y luego por la sospecha de la aparición de un testigo constante de la esencia familiar. Cuando advirtieron que el proyecto avanzaba -conseguí una vieja máquina de escribir, cintas entintadas y algunas hojas de papel- se opusieron abiertamente a que continuara con mi idea. Era evidente que no querían tener un escritor entre los suyos. Me imagino que mi familia, bastante endeble a nivel humano pues se sentía signada por interpretaciones crueles sobre la enfermedad y la deformidad de los hijos, no iba a estar en condiciones de mantener su unidad bajo una mirada escrutadora. Para evitar mi empeño comenzaron a hacer uso de burlas solapadas que se transformaron en verdaderas sesiones de oprobio. Creo que el rechazo tuvo una importancia fundamental en la conclusión del libro. En pocas semanas quedó listo un ejemplar de historias de perros, ilustrado además de manera rudimentaria por mí mismo. Mi abuela, la única persona que sospecho se dio cuenta de la verdadera situación, preservó el ejemplar en el fondo de su ropero. Nunca lo volví a ver. Cuando ella murió, la vergüenza me impidió solicitarlo. Aún ahora, cuando quizá exista alguna remota posibilidad de que se encuentre arrumbado entre las pertenencias de la abuela, me es imposible hablar de él con los miembros de mi familia.

 

& & & & &

 

No creo tener ninguna duda de que el misterio que acompaña mi vida se encuentra en el punto de origen de mi escritura. Sólo ahora, después de tantos años de búsqueda e indagaciones, sé que ese misterio seguirá siendo inaccesible hasta el día de mi muerte. Nunca sabré cuáles pueden ser los motivos por los que desde mi infancia he estado empeñado en permanecer sentado durante varias horas seguidas frente a una máquina de escribir, dispuesto a que el ejercicio de escritura sea capaz de construir realidades paralelas a las cotidianas. En un comienzo creí que el placer, o más bien la obsesión, estaba en apreciar la aparición de las palabras por sí mismas. En ese tiempo comencé a pensar que se perfilaba en mí un auténtico mecanógrafo.

 

& & & & &

 

Soy Mario Bellatin y odio narrar, apareció publicado en un diario hace algún tiempo. El hecho de ser escritor está más allá de una decisión consciente que haya podido ser tomada en un momento determinado, continuaba la nota. No recuerdo exactamente cuándo nació la necesidad de ejercer esta actividad tan absurda, que me obliga a permanecer interminables horas frente a un teclado o delante de las letras impresas de los libros. Y eso, que para muchos podría parecer encomiable y hasta motivo de elogio, para mí no es sino una condición que no tengo más remedio que soportar.

 

& & & & &

 

Tal vez el encono familiar hizo posible la existencia de mi proscrito primer libro, así como la decisión de que, salvo la escritura, ninguna otra cosa en la vida tendría mucha importancia. Con el paso del tiempo la culpa que me causa escribir adquirió nuevos matices, pero nunca dejó de estar presente. Curiosamente creo que ese sentimiento hace posible que mi escritura exista. Si bien es cierto que ese ejercicio sigue estando por encima de toda actividad, también es verdad que en lo cotidiano cualquier otra cosa aparenta más importancia. No recuerdo haber dejado nunca pendiente algo por el hecho de escribir. No concibo, asimismo, a nadie negándose a realizar alguna tarea mundana -por más banal que fuera- porque deba redactar un texto.

 

& & & & &

 

Siempre me ha deleitado el sonido que surge de las teclas. El olor de la tinta sobre el papel, la lucha que, de cuando en cuando, debía establecer contra la enredada cinta bicolor de la máquina Underwood portátil modelo 1915 con la que escribí mis primeros textos. En ciertas ocasiones me descubrí copiando páginas enteras del directorio telefónico o fragmentos de los libros de mis escritores preferidos. Aquel ejercicio de transcripción de textos de otros autores reaparecería tiempo después, en Cuba, donde por razones de escasez, mi máquina cumplía con una especie de servicio público. Era la única disponible a varias cuadras a la redonda. Esto hacía imposible negarse al pedido de quien necesitaba redactar alguna petición al Comité Central, los cuentos que debían ser enviados con urgencia a un concurso o la solicitud del permiso necesario para abandonar el país. Fue entonces cuando se me ocurrió cierto sistema para exorcizar mi Underwood. Igual que durante los primeros tiempos de escritura, copiaba fragmentos completos de alguno de mis autores preferidos hasta que consideraba que las teclas recobraban la neutralidad necesaria para seguir escribiendo.

 

& & & & &

 

Esa especie de odio a la escritura hace que no le tenga la menor confianza a quienes declaran tener como meta ser escritores. A quienes se preparan durante años para escribir de una determinada manera y, además, dicen tener claros los objetivos que pretenden alcanzar. Me parece un oficio tan vano y sacrificado que no puedo entender el sentido de esforzarse tanto para obtener tan poco. Estoy convencido además de que el uso de la voluntad como impulso inicial hace que cualquier proyecto nazca muerto. No puedo imaginarme urdiendo tramas, esbozando finales, construyendo perfiles de personajes. Hay un pudor natural que me impide hacer libros como si estuviese consciente de que los estoy haciendo, o pensar que lo que se narra puede ser importante para alguien.

 

& & & & &

 

La obsesión por llevar adelante mi escritura ha hecho posible que nunca haya dejado de ejercitarla. Pero el sentimiento de culpa hace también, y aquí quizá se encuentre el motivo principal de mi actual vergüenza, que de cierto modo lo que escribo no escape a un imaginario propio de los diez años de edad. Parece que el espacio conceptual en el que se sostiene mi obsesión quedó congelado en ese instante, cuando fue rechazado de manera tan grotesca mi primer libro.

 

& & & & &

 

Los muchos años dedicados a la escritura, teniéndola como eje de la existencia, y haber además tomado las decisiones de vida más radicales en virtud de la necesidad de escribir, podría sonar como algo contradictorio con respecto a mi idea de lo absurdo que me parece que alguien pueda siquiera llegar a pensar en practicar este ejercicio. Sin embargo, creo que no lo es, pues tanto escribir como negarlo forman parte de lo mismo.

 

& & & & &

 

El hecho de que haya muchas formas para lograr seguir escribiendo, y que exista, además, el recurso de inventar trucos y artimañas que permiten que la escritura genere nueva escritura, logra que se atenúe la angustia que produce la idea -ojalá absurda- de que llegará un momento en el cual no se podrá escribir más.

 

& & & & &

 

Nunca me he sentido ni ajeno ni parte de lo escrito. Pienso que mi tarea se trata solamente de un ejercicio de creación de espacios, que generalmente no tienen nada que ver conmigo. Desde el principio trato de mantener distancias muy grandes con respecto a los textos que esté desarrollando. Precisamente para hacerlo evidente, para que no quepa duda de mi no intromisión, muchas veces construyo elementos falsamente autobiográficos. De ese modo tengo la sensación de que el lector nunca sabe qué está leyendo exactamente.

 

Mario Bellatin (Ciudad de México, 1960). Narrador. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Lima. Entre otros reconocimientos, en 2001 obtuvo el Premio Nacional Xavier Villaurrutia por Flores; en 2011, el Premio de Narrativa Antonin Artaud, por Disecado; y en 2018, el Premio de Literatura Iberoamericana José Donoso. Entre sus libros se encuentran Underwood portátil modelo 1915 (Sarita Cartonera, 2005), El libro uruguayo de los muertos (Sexto Piso, 2012); Salón de belleza (Alfaguara, 2016) y Carta sobre los ciegos para uso de los que ven (Alfaguara, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al alemán, italiano, portugués e inglés.