ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Fragmentos

Miguel Antonio Guevara

 

 

A estas alturas ya debería parecerle una costumbre las escenas de celos. Como si fuesen atavismos grabados en la memoria hasta la muerte. Hay muchas cartas al lado de su almohada, escritas con detalle, explicando la naturaleza de los sentidos y las contradicciones. Cada una seguida de preguntas sin respuestas.

Tiene una caja repleta de esas cartas. Nunca las releyó, aunque sabe que en algún momento tomarán otro sentido, en algún formato nuevo, como si cambiaran de rostro. Lo que importa de las palabras es el contexto que les damos. Desincorporamos algunas frases aquí, reincorporamos otras por allá.

El tamaño del archivo de cartas es comparable al de sus celos. Ese sentimiento fue el único amigo que ella conservó desde la adolescencia. Asimilado a un nivel tal que se volvió su amistad más leal; y bueno, con un amigo así para qué tener enemigos.

“Sólo es necesario que tenga un poquito de carácter”, se dice a sí misma, aunque llegue a confundir carácter con una dictadura, una verdadera tiranía de los afectos. A veces es tan forzado todo. Como un dilema moral en el momento límite de las películas, ¿quién vivirá?, ¿el joven o el viejo?, ¿quién tiene más derecho a respirar?, nadie sabe si la vida del pequeño valdrá la pena. No olvidemos que los celos son vestigios, son animales que llevamos en el pecho, abandonarlos implica un paso más hacia el compromiso civilizatorio. Los celos son como un mapa. Cartografían. Un mapa sin nombres, leyendas, sólo líneas que se funden entre sí, líneas que se bifurcan a todos lados, esquizoides, todo está conectado entre ellas, pero lo conectado no tiene nombre, todo es especulación, un dejar llevar la mente por senderos en donde se pierde el objeto de deseo. El mapa nos recuerda la posibilidad latente de perdernos, pero también el ataque de celos es de los pocos momentos en donde todas las dudas se transforman en una sola certeza, la del engaño.

 

*

 

La resaca metafísica es la peor de todas. Crisanto sólo podía beber y tomar pastillas para el dolor de cabeza como si fuesen caramelos, al tiempo en que repasaba los timelines de sus redes, actualizando, actualizando y reactualizando. Hoy no era día de futbol, así que se dedicaría a ver resúmenes de goles.

—Quiero helado, podría diseñar un sueño en donde como todo el fucking helado del mundo.

—No seas exagerado, sólo con el helado de la ciudad tienes.

—Pero no es lo mismo decir “podría comerme todo el helado del mundo” a “podría comerme todo el helado de la ciudad”.

—Bueno, la verdad es que depende.

—¿Depende de qué?

—De la ciudad en donde estés, no estoy del todo segura, pero en alguna gran ciudad deben estar disponibles todos los sabores del mundo, sólo hay que saber cuál ciudad.

—He visitado cientos de páginas turísticas sobre heladerías y nunca me he tropezado con nada parecido.

—Hay que seguir buscando.

El loop interminable de los feeds en las redes sociales de Crisanto seguía desparramándose frente a él. Saturia hablaba a solas y lo hacía tan concentrada que sólo se escuchaba su voz, mientras que la de Crisanto se hacía escuchar sólo cuando le entraban deseos de dialogar, justo como acababa de suceder con la charla bizantina del diseño probable de un sueño con helados.

—La resaca sigue. ¿Por qué mejor no inventar un remedio contra la resaca? Sería más útil que todo esto… creo que un sueño de una noche de farra con un día después sin resaca sería un asunto que nos daría mucha taquilla y rareza. Cambiaré la idea del helado por esta. Prefiero una mente sana y atenta, mi cabeza tranquila, a dibujarle una sonrisa a mi estómago.

 

*

 

—¿Cómo sería una selfi apocalíptica?

—Pues, una selfi apocalíptica no mostraría que “el mundo se va a acabar” así nomás, sino más bien con un eco, algo así como: “el mundo se va a acabar y se va a acabar y se va a acabar”, así sucesivamente, como uno de esos gifs.

—¿Y una selfi sobre la ansiedad?

—Umm, pues, para Cioran sería una utopía negra. Para la autoayuda latinoamericana exceso de futuro, como un exceso de forma. Aunque, para serte sincera, cuando se trata de estos asuntos del cuerpo lo mejor que una puede hacer es no opinar en lo absoluto sino vivir. Y si lo que se quiere es ser ético, realmente ético en estos tiempos, y voy a parafrasear malamente a Wittgenstein, una estallaría y así el cuerpo ya no tendría valor para nadie.

—¿Y qué me dices de las anécdotas históricas?

—Son anécdotas para dormir la verdad llamada presente.

—¿Quién fue el que nos llevó siempre a la cama y nos contó esas historias?

—Pues, la noche. La noche es lo que siempre ha sido: un refugio para los insomnes. Para los demás, misterio.

 

*

 

—¿Esa cosa que se ve tan oscura será mi destino?

Se repetía una y otra vez cuando estaba solo. El ruido que le escoltaba al caminar era un equipaje con las dos camisas que traía consigo y un libro de Italo Svevo, su compañía secreta. Solía pensar en el famoso fumador y su idilio epistolar, como un patético casanova que recuerda hazañas.

“No me arrepiento de nada”, era un mantra que le acompañaba y le permitía atormentar a quienes le visitaban de vez en cuando. Repetía las historias de aventuras que incluyen, además de las exageraciones correspondientes, una que otra vitrina para mostrar su ego. No olvidaba contar ni las cicatrices de las paredes, eran detalles que le interesaban. Una verdadera Babel de anécdotas, que si los rincones del universo o cómo se veían las muñecas de un suicida, “esa línea roja es como la orilla de un acantilado”, comentaba. Todo parecía una invención suya. Deseaba poder haber muerto más joven, tal vez en aquel momento en que supo que era una ilusión, una proyección, el sueño de un experto en lenguas que ya nadie habla, pero aun así su principal atributo es que está hecho de carne, esa esencia de la que está hecho el mundo, esa red que une la vida de los hombres como insectos esperando a ser devorados por arañas de jardín, así de pequeños y fugaces. Así eran los sueños de Crisanto, el hombre de los atardeceres, de vigilias y ronquidos eléctricos, el poeta de los ventiladores. El del río de palabras.

 

*

 

Apenas se ve un grupo de personas. Parece que se van a caer. Uno hala al otro como si estuviesen pegados. Nadie quiere zafarse. Los cuerpos se sacuden y son contemplados. Una alarma suena alrededor y su sonido nos ayuda a no perder el objetivo. Hemos venido a entender por qué se mueven estos seres. Son tres cuerpos, están en movimiento y no sabemos a cuál atender. No, no lo sabemos, no tenemos idea. ¿Habrá algo mejor que la ambición de verlo todo, tener a dos pasos el ojo de pez en medio de la puerta del mundo?

La he visto bajar. Es Valeria. Está multiplicada y verla junto a un hombre me ha hecho pensar. Creo que alguien con mejores condiciones y más necesitado de amar la merece. No podemos ser tan exigentes con el deseo o los sueños. Las aspiraciones y anhelos no son de este espectro sino del egoísmo. Demasiadas ganas de haber bajado contigo en medio de los grandes mecanismos, Saturia.

Siguen halándose, pareciera que todos habitan el mismo lugar, pero no es así, son lugares, es la coreografía del tejido la que hace creer que se trata de uno solo. Esta belleza es única. Ojalá que no tenga su otro, su par, su mano izquierda. Porque esta es sobre la vida, la otra sería sobre todo lo feo, terrible, pestilente. La otra sería como una pesadilla de ver a los nuestros sin vida, tendidos a un lado del camino, mancillados.

He visto este lugar repetido. Me ha visto también. Me supera, puedo sentirlo. Soy inútil en cuanto a razón en este lugar, no tengo posibilidad alguna ni la tendré, fueron las primeras líneas que leyó en ese viejo diario. Todo podría ser así a menos que… a menos que te acerques y lo hagas todo, sin compromiso.

¿Hacia dónde ir y cómo?, es la pregunta que se hace. El niño siendo viejo recuerda los años de la escuela, las peleas a muerte con el enemigo del patio. La manopla robada al padre que tatuaría de un solo golpe al rostro del otro crío. Hay cuentos que no son cuentos, lee. Se pregunta por qué dice todo esto. Si alguien insulta a uno por la calle, no haría nada. No buscaría venganza. A medida que lee los apuntes recuerda el porqué de todos ellos: inventos, sólo inventos, historias para un futuro.

El sol sigue bajando y el no hacer pareciera que le revuelca los sentidos. Afuera siguen cantando los pájaros.

De lo que está leyendo puede que luego limpie algunas palabras y algo emerja. En este momento los apuntes para contar algo y los hábitos le ayudan a constatar que no se arrepiente de nada. Son fragmentos.

 

*

 

Era un día fresco, sonaban los insectos eléctricos, que si el zumbido de una lavadora o una bomba de agua, más allá el rastrillo contra el suelo y uno que otro animal, las bolsas de plástico que alguna mano sacude. Digamos que era un día cualquiera de un fin de semana cualquiera. Para ir con Valeria necesitaba esperar no se qué otro trance burocrático y migratorio; mientras esperaba los días se repetían, era incómodo cuando hacía conciencia del vacío de esas semanas; sin embargo, cuando no, era sumamente satisfactorio, como si la verdadera vida fuese esa, sin ruidos de más, sólo los necesarios para saber que la maquinaria del mundo sigue viva y no requiere que él participe de su lenguaje.

El día vuelve a ser el mismo, la maleta que preparó para su viaje aún no ha sido descargada. El correo esperado no llega.

Retirarse del ruido del mundo para concentrarse en una tarea y descubrir en la tranquilidad de ese nuevo espacio que no es necesario hacer dicha tarea. Desaparecen las acciones. Permanece la manía de dilatar ciertas cosas. Está casi seguro de que no es obligación de otro transcribir sus apuntes, debe hacerlo él, porque quiere que quien lea esto siga haciéndolo. Al escribir aspira, entre tantos otros deseos, a seducir mediante las palabras, a enganchar al lector a como dé lugar, no importa lo que cuente, no importa que venga de aquellas notas sin sentido aparente. Lo más seguro es que fracase.

Experimentó un extraño deseo en estos días. Pareciera que la libido aumenta cuando no hay ocupaciones y grandes responsabilidades, como si el ocio nos recordara que existe el régimen de la carne. Este tipo de móvil es del mundo interno, privado, en el de afuera recibiría reprobaciones morales. Se pregunta, ¿el mundo interno es amoral siempre o nos pasamos la vida en una mediación y contradicción, camuflajeando la moral interna con una externa?

Trata de entender por qué no narra, sino que reflexiona. Quiere definir su estilo, quiere apegarse a la digresión como estilo, la introspección, esa otra manera de narrar el mundo, o al menos hacer de la distracción o de la reflexión una manera de contar lo que quiere contar. Pareciera que esta es su forma de hablar de lo que le rodea, de describirlo, tan sólo debe llamarle “contar” a lo que sea que diga. Ya una vez contó, y lo hizo así, haciéndolo. ¿Por qué no repetirlo? Por eso es que no es del todo malo volver sobre los pasos, avergonzarnos del ayer y las viejas formas de comunicación. La introspección es otra forma de etnografía.

 

*

 

Nunca había llegado a una conclusión como esa. Renunciar a ciertos aspectos de la vida pública. Como si supiera que ya inevitablemente hay un nivel de compromiso que siempre lo tendrá cercano a los acontecimientos de la vida real, así que ¿por qué buscar lo que puede llegar solo, más auténtico, menos forzado? No sabía muy bien a qué se debía dicha idea recién adquirida; tal vez no sea un asunto de madurez, no cree en ella, insiste en que es un mito, así como una verdad que no se puede refutar, un llamado a la acción. Se consideraba incapaz de cambiar, creyendo que hasta los más diablos como él no sufren cambios, pero hasta la roca más fuerte es derruida por el paso incesante, silencioso e infinito del agua. Ahora las apariciones públicas le parecían en exceso forzadas, hablar de algo que tal vez no ama tanto como antes no tiene sentido, o sí, pero su cuerpo ya no lo soporta. “Sí”, dice, y su estómago incuba un nosequé, sabe que no es agradable porque ya no es un niño, ya entiende que el cuerpo es finito. No es el superhombre, el adolescente nihilista, el mal lector de Nietzsche o el aventurero de la veintena. Se encuentra en el momento en el que no es lo suficiente joven para ser joven ni lo suficiente viejo para ser viejo. Son, al decir del refrán, tiempos interesantes para él. Ahora es honesto al rechazar propuestas y decir lo que quiere. “Ellos verán”, dice, si de verdad es necesario para una u otra cosa lo llamarán, le telefonearán, porque eso sí le sigue gustando, las llamadas, los mails con buenas noticias que parecen decirle: existes, existes para nosotros, te tomamos en cuenta. Pero como eso sucede seguido tiene su acicate y ya no aspira a la fama, porque según él ya lo estiman quienes quiere que lo estimen, y además ¿por qué querría ser amado y admirado por gente que desconoce?, “no tiene sentido”, se dice a sí mismo.

 

*

 

Se levantó en medio de la madrugada y voló hasta su escritorio para escribir lo que parecía un sueño:

Un ave desciende sobre nosotros, sus alas parecen tener en cada extremo una garra, las lleva hacia el pecho y va haciendo marcas, apenas se asoma el rojo entre sus plumas. Imprime un poco de violencia y lo logra, el ave se rasga a sí misma. Brota el único color que podría verse tras semejante acto, el color de la vida y de la ausencia de vida, el del interior de los cuerpos y todas las carnes. El más contemplado.

¿Qué es una imagen?, pregunta y respuesta que sólo puede hallarse en la imagen misma, en su interior, en las palabras que no tienes, pero que van apareciendo poco a poco. El fondo es el mismo: más imágenes. No hay necesidad de ir hacia el significado de estas palabras, pues no podrían leerse sino observarse. “Imago et similitude” escribieron los adoradores y descriptores de Dios. Una imagen.

¿Cuál es ese poder que te atrae hacia lo ya visto?, las coincidencias no existen y es justo allí donde se resuelven los rostros, en la miniatura de la fábrica de sueños, porque el universo de imágenes, queramos o no, ocurre en la cavidad que llamamos cráneo, en la carne de esa nuez.

¿Qué nos comunica una imagen cuando no se conoce, pero se intuye? Es la sorpresa, la unión de dos seres distintos. La semejanza de Dios que es la mirada nuestra, la divina unión del ojo y lo visto. Podríamos dar más puntadas de lo normal; sin embargo, sería muy difícil representar a un ser del presente unido por hilos, puesto que estos estarían sobre otros hilos, como sueños dentro de otros sueños dentro de otros sueños dentro de otros sueños. Como pensar lo que se piensa cuando estamos pensando, como muñeca rusa, como collage que ordena al mundo.

Tras apartar la punta del bolígrafo, y observando el papel, se preguntó a sí mismo: ¿Qué es una imagen?

 

*

 

Miguel Antonio Guevara (Venezuela). Sociólogo, maestrando en filosofía. Premio Internacional de Ensayo Mariano Picón Salas y Premio Nacional de Literatura Alfredo Armas Alfonzo. It´s a selfie world (ensayo) y Los pájaros prisioneros solo comen alpiste (novela) son sus libros más recientes.