Cuatro poemas del libro Una forma de llegar al futuro
Santiago Venturini
mamá papá
se están gastando mis dientes
uno es una montaña invertida
el otro una ostra
¿no podían darme
unos dientes mejores?
ya sé yo mismo los destruí
con el azúcar
con el bruxismo del éxtasis
con la carne dura de los animales
hecha para resistir la naturaleza
los hijos culpan siempre a los padres
pero qué tipo de hijo soy
que corté la línea de la descendencia
paré la avalancha familiar
hice que la sangre de las generaciones
se cortara en mi cuerpo
mi semen sobre el semen
de otros hombres
es hermoso pero mamá papá
no voy a salvarlos de la muerte
sus caras y mi cara no estarán
en ningún niño del futuro
mi propio hijo soy yo
mi propia madre soy yo
no sé si es la mejor manera
de entrar en la madurez
pero ahí voy
una pechuga de pollo se pudre
en la basura,
una mano martilla con fuerza,
unas chicharras dicen que volvió
el calor.
Quedó atrás otro año
y por un momento creí
que todo iba a empezar de nuevo.
Todavía insisto en corregirme.
Salgo al patio de noche
respiro por la boca en la oscuridad
como si quisiera tragarme
la Vía Láctea.
Las estrellas son las mismas
que hace millones de años,
pero acá abajo todo cambió.
Estoy parado sobre el cemento
en el mismo lugar donde una vez
pasó algo:
se desplomó un animal,
hicieron un fuego,
una mujer o un hombre lloraron
por una razón demasiado personal.
Debería aprender más de la historia
pero me duermo tarde con la luz prendida
y el celular en la mano
prendí el velador a la madrugada
y me senté en la cama para arreglar
todo en una sola noche.
Un grillo ganó el baño,
el hijo del vecino sueña
y le pega a la pared,
la cabeza del ventilador
me negó más de tres veces.
Puedo explicar el origen
de cada cosa en esta pieza:
el ropero del matrimonio
fallido de los abuelos,
la lámpara que traje a pie
desde un negocio del centro,
las mesas de luz de una viuda
que no conocí.
Sé todo eso
pero soy incapaz de decir
cómo llegué hasta acá.
No es que no pueda reconocerme,
el cuerpo se distorsiona
de una manera tan perfecta:
debajo de los estratos las capas
tengo el pelo rubio y los bracitos
de ese nene de 1986.
Quisiera torcer lo que pasó,
aunque sea una sola cosa
para que todo cambie:
haber escapado antes de esa casa,
no haber matado a ese pájaro
en el monte,
no haber llegado a esta ciudad.
Hace tiempo que busco convertirme
en un hombre nuevo
pero apenas soy capaz
de lavarme los dientes
y apagar las luces
antes de irme a dormir
hace bastante tiempo
no hubieras pensado que el futuro
sería una laguna casi seca
estirándose como un animal enfermo,
ni la sombra negra de unas nubes
que la acarician
ni un puente con personas
moviendo sus piernas para pedalear.
Es una ilusión pero todo
parece seguir un orden,
incluso los autos que se achican:
van hacia algún lugar.
Quisiste modificar cosas con las manos,
no derribar un árbol
ni tumbar una casa a puñetazos,
cosas que no se pueden tocar
pero están ahí.
Los últimos años te parecen
una estepa en la que se ve a lo lejos
el fuego de unas chozas.
Hasta las plantas crecen
en algún momento de la noche
cuando nadie las mira,
pero ahí estás vos
dudando sobre cuánto pan comprar
o quieto ante unos paquetes de fideos.
El viejo que llevás adentro dice
que ya se ve el final en el horizonte,
el nene que sos dice
que a veces el sol brilla como si fuera
la primera tarde de la tierra,
la señora que vive en vos dice
que trates de descansar,
que mañana será otro día
Santiago Venturini (Esperanza, Argentina, 1981). Es profesor, licenciado y doctor en Letras. Publicó los libros de poesía El exceso (Torremozas, 2008, Premio Poesía Joven de la Fundación Gloria Fuertes), El espectador (Gog y Magog, 2012), Vida de un gemelo (Iván Rosado, 2014), En la colonia agrícola (Iván Rosado, 2016) y Un año sentimental (Caleta Olivia, 2019). Acaba de publicar Una forma de llegar al futuro (Gog y Magog, 2022). Dirige la colección de poesía Setúbal en la editorial Vera Cartonera.