ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Marejada

León Plascencia Ñol

 

 

Mi mujer está dormida o intenta parecerlo.[1] Escribo este poema porque te quiero, le digo. Ayer, en la playa, mi mujer jugó con un cangrejo asustado o enfermo, no lo sé. Escribo desde el no. Hay olas estridentes, enormes monstruos, krakensfuriosos. Antes de que llegaran hubo marejada, dice el celador. Escribo en silencio mientras pienso en una posible marejada. ¿De qué color es el horizonte? Ayer ella jugó con el cangrejo. Es una escena cómica: el cangrejo asustado, torpe, con sus tenazas lentas. Hay demasiadas posibilidades de encontrar una piedra porosa. Ella está dormida o intenta parecerlo. Hoy corrió desnuda por la playa solitaria. No tengo intención de ser gráfico: escribo este poema porque te quiero. Este me recuerda a otro de Wang Wei, pero también una imagen. Las nubes de este cielo rojo, como la canción, son nubes solitarias. Pero hay más; iba a decir algo: tembló en la madrugada y soñé con un cielo de cormoranes, con la Estación Central de trenes en Kioto y una montaña nevada. Esto es nuevo. No hay escritura. Anoto con rapidez caligráfica: aquí la bóveda celeste es distinta.

Escribo porque ella duerme o finge dormir. Voy a hacer una ecuación demasiado peligrosa. Mi mujer está dormida o finge dormir, repito una frase que no tiene sentido. Mejor, repito una frase como mantra: escribo este poema porque te quiero, digo. Ya estás mucho mejor, me dice el médico (revienta la ola de seis metros con fuerza); cuando vuelvas no olvides traerme un bloqueador solar. La sola imagen de la derrota tiene una línea horizontal que no puedo con ella. 12:35 pm. Preparo un cebiche que probé en Chorrillos. En la madrugada tembló, aunque el velador dice que fue en realidad una ola enorme que cimbró todo. Escucho voces, escucho un murmullo: el mundo cabe en el poema y ella me abraza, me susurra que esto es la felicidad, dice. Aquí estuve antes. Un caballo es un naufragio. Me duele la piel y ella duerme o parece hacerlo. No se ha perdido nada. Casi matamos un jabalí. 2:00 am. La luz del auto blanco lo asustó. El valle de palmeras, la selva, un promontorio: así suenan las palabras. Escribo este poema porque te quiero, digo. Aquel pelícano se lanza presuroso en busca de un pez; el hombre tira la atarraya y regresa con cinco ocotlanes. El cielo tiene púrpuras, brotes blancos, ráfagas que hieren los ojos. A veces estoy ausente y mi voz viene de lejos, un mensaje de texto, murmullos. Tengo voces mudas, voces del mundo flotante. Ella abre sus piernas. No compramos víveres. Una parvada zurea cerca de la espuma. La playa ya no es la misma. Estuve antes.

Hay actos de amor que quedan inconclusos.

 

León Plascencia Ñol (Ameca, Jalisco, 1968). Escritor, artista visual y editor. Dirige Nox Escuela de Escritura Creativa y Filodecaballos editores. Sus libros más recientes son Animales extranjeros (Era, 2021) y La música del fin del mundo(Salto de página, 2020). Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

 

 

[1] Despertarte a mitad de la noche / y ver en el otro lado de la cama / a tu mujer llorando / es una experiencia importante. / Quiere decir, entre otras cosas, / que mientras paseabas por los cuartos iluminados de tu cerebro / algo se estaba gestando cerca de ti. (F C)