Poesía
María Negroni
De Cantar la nada
Algo nunca visto
como cuando se dice a alguien
no te despiertes de mí
no me prohíbas
con tu razón traidora
y a bordo de un velero azul
aparecen de pronto
varias figuras retóricas
la anáfora de un beso
la catacresis de un llanto
y una linterna mágica
alumbra
la sinfonía del mundo
oro mudo
en la noche del pájaro
*
Siguiendo un fuego
ahora
si puede decirse ahora
para esto
que siempre está pasando y vino
y encenderá la luz
detrás de cuál imagen
vos
contra un paisaje
cada vez en su temblor
eternamente mi ciudad
que todavía no se supo
y sin embargo estoy cantando
a ese camino que me abrís
encandilada
como una oscuridad
en otra oscuridad
*
Diecisiete cilindros
para un concepto imposible
apenas un presente
arbitrario en el calor
vencido del verano
y en medio de eso
más verde que la hierba
como acunarse cotidiano
la ausencia
de algo que se toca
pocas cosas
mi amor
como esta tempestad
que todavía ni siquiera
nos delata
tu luz golpea
en las colinas de mi cuerpo
la estación —muy quieta—
festeja
la catástrofe
De Arte y fuga
IV
(canon inversus)
una mujer espera
a la orilla del río
para decir lo que no sabe
y el río la ve y no la ve
y ella
en su desnuda inexperiencia
a punto de llegar a lo que busca
eso
que tal vez podría decir
pero no sabe
querer
canta
canta como dormirse
en el regazo del agua
que la escribe
como llamando
al río de su cuerpo
que calla de deseo
en la indecisa noche
que lo inspira
y así
en la medida de las cosas
espera
lo que ansiaría
preferir
un líquido temblor
una música incumplida
para saber qué dice
cuando dice
no saber
otoño en la ribera
abiertamente noche
no hay
más historia que esta
una mujer que invade
la página nerviosa del deseo
como una muerte atenta
a lo que vive
dentro de ella
esa impaciencia
por ser lo que sería
si el corazón hablara
tranquilo en su orfandad
y el río la ve
y después no la ve
y ella
que ignora lo que supo
sin por qué
la inverosímil casa
de las cosas
canta
está cantando ahora
como emprender un vuelo
hacia sí misma
y el río se va
se va la pena escrita
llevándose su imagen
a las tierras del mar
donde ella todavía
no nació
y es ya una desinencia
De Exilium
Una selva
amniótica donde
morir
se acuna.
Poco más ocurre
en los días futuros
:
la amada
insuficiencia
acopia heridas,
alimenta el juego
de la realidad.
Después amanece
en la isla verbal
:
boda,
ausencia,
mundo y página
sin deletrear.
El dios del parto
en tales modos
del frío.
Poética
1. Un poeta es alguien que escribe sin ser escritor. Jean Cocteau.
2. De Cesare Pavese recuerdo siempre dos ideas luminosas. La primera figura en El oficio de poeta y dice: “Io comincio a fare poesia quando la partita è perduta”. La frase equipara a la poesía con el duelo y tiene la ventaja de considerar, no sin orgullo, la potencialidad del fracaso. La segunda consiste, más bien, en una compleja argumentación. Un libro, escribe Pavese, sólo nace al producirse la intersección entre una obsesión y la forma específica que le corresponde. No hay libro previo a ese encuentro ni lo hay, en un sentido estricto, después, ya que todo lo que precede a ese momento es imperfecto por necesidad y todo lo que lo sigue es más perfecto que necesario.
La idea de que una obsesión pueda “morir”, gracias al encuentro con su forma “ideal”, siempre me fascinó. Su hipótesis es, cuanto menos, audaz. Propone, para decirlo rápido, que la forma en arte es capaz de disolver esos núcleos que nos habitan con la fuerza de las ideas fijas y la perseverancia de lo que desconocemos en nosotros mismos. No sé si Pavese tenga del todo razón pero, en cambio, sí he podido comprobar que hay algo del orden de la despedida en la escritura de un libro, que al escribir —y al hablar, también— abandonamos cosas y, a su vez, esas mismas cosas nos abandonan. La ecuación no es sencilla y abre cuestiones complejas. ¿No se vuelve la obra una estatua, “un sueño de piedra” diría Baudelaire, dispuesta a ser contemplada y admirada por otros? ¿Un mausoleo que nos deja afuera? De todos los poetas que conozco, quizá la que se rebeló con mayor furia ante este tipo de despojo fue Alejandra Pizarnik. Aquel brevísimo poema suyo, con forma de triángulo invertido, que dice “Alejandra Alejandra, debajo estoy yo, Alejandra”, alcanza por sí solo para dar cuenta de su agudísima conciencia de la supresión/expulsión que produce el nombre.
3. Siempre pensé que cada libro que escribía era una manera de desmarcarme de un lugar donde supuestamente podría reconocérseme (soy un poco fóbica). Así escribí poemas que son pseudoficciones, ensayos entre el guion y el cuento, novelas que parecen poemas, y hasta biografías usando archivos y papelitos que nunca existieron. (El cambio de técnica es una característica de la obsesión). Sin embargo, con el tiempo, cada vez confío menos en mis tácticas: todo lo que hago pareciera encaminarse a lo mismo, es decir, a girar con insistencia en torno a un mobiliario mínimo de escenas.
4. La poesía tiene que ver, para mí, con el descenso a lo desconocido de nosotros mismos y también con la conciencia de que sólo ese descenso, esa ceguera trabajosa, puede revelar algo de lo que se resiste siempre a ser nombrado. La poesía, digamos, sabe como nadie que lo real no es articulable, que una falla o grieta se interpone siempre entre realidad y representación. De ahí su carácter de antídoto contra todo discurso calcificado, autoritario. ¿No es acaso la palabra poética la única que no puede tematizarse, porque lo que “dice” no puede volver a decirse en ningún otro lenguaje?
Poesía y desacato son, en este sentido, sinónimos. La subjetividad puede descarriarse en ella, ir hacia eso insumiso, levantisco que no quiere salir indemne, que acepta que algo quede sin decisión, que se atreve a poner en tela de juicio, incluso, las propias categorías, a sabiendas de que no existe peor cárcel que lo convencional, incluyendo aquí las fronteras entre géneros literarios o entre literatura fantástica y realista, nacional y cosmopolita, pura y social.
5. La belleza, escribió George Steiner, es la ruptura de la regla. En efecto, el poema desarma, trae la palabra afuera de la convención, incluso de la convención del propio poema. En el poema, la palabra busca la sombra de sí, el espejo en el cual no verse, a fin de permitir la caza de lo imponderable, ese vacío (lleno de nada) que se alcanza, a veces, por el esfuerzo del fracaso.
La palabra poética sería, así, un puente entre ningún lado y ningún lado. Una consternación. Un atajo para ir, de lo que todavía no ha sido a lo que, tal vez, nunca será. De este modo, y no de otro, el poema habla del dolor y re-conoce, en ese mismo gesto, una suerte de alegría, para la cual aún no existe un nombre.
La poesía es una epistemología del no saber.
María Negroni. Entre los libros que ha publicado se encuentran Arte y fuga, Cantar la nada, Elegía Joseph Cornell, Interludio en Berlín, Exilium, Objeto Satie y Archivo Dickinson (poesía); Ciudad Gótica, Museo negro, El testigo lúcido, Galería fantástica, Pequeño mundo ilustrado y El arte del error (ensayo); El sueño de Úrsula y La anunciación (ficción). Obtuvo la Beca Guggenheim en poesía y el Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, sueco y portugués. Actualmente dirige la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF en Buenos Aires.