ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Poesía

María Negroni

 

De Cantar la nada

 

Algo nunca visto

 

como cuando se dice a alguien

no te despiertes de mí

no me prohíbas 

          con tu razón traidora

 

y a bordo de un velero azul

aparecen de pronto

          varias figuras retóricas

 

la anáfora de un beso

la catacresis de un llanto

 

y una linterna mágica 

alumbra

la sinfonía del mundo

 

oro mudo

en la noche del pájaro

 

 

*

 

 

Siguiendo un fuego

 

 

ahora

si puede decirse ahora

para esto 

 

que siempre está pasando y vino 

y encenderá la luz

               detrás de cuál imagen

 

vos 

contra un paisaje

cada vez en su temblor

 

               eternamente mi ciudad

               que todavía no se supo

 

y sin embargo estoy cantando

a ese camino que me abrís

 

encandilada 

como una oscuridad 

               en otra oscuridad

 

 

*

 

 

Diecisiete cilindros 

para un concepto imposible

 

 

 

apenas un presente

arbitrario en el calor 

vencido del verano

 

y en medio de eso

más verde que la hierba

como acunarse cotidiano

la ausencia

               de algo que se toca

 

pocas cosas

mi amor

               como esta tempestad

               que todavía ni siquiera 

nos delata

 

tu luz golpea

en las colinas de mi cuerpo

 

la estación —muy quieta—

festeja

               la catástrofe

 

 

De Arte y fuga

 

 

IV

(canon inversus)

 

 

una mujer espera

a la orilla del río

para decir      lo que no sabe

 

y el río la ve y no la ve

y ella 

en su desnuda inexperiencia

a punto de llegar a lo que busca

eso 

               que tal vez podría decir

pero no sabe

querer

 

canta

 

canta como dormirse

en el regazo del agua

               que la escribe

 

como llamando

al río de su cuerpo

que calla de deseo

en la indecisa noche

               que lo inspira

y así

en la medida de las cosas

espera

               lo que ansiaría

               preferir

 

un líquido temblor

una música incumplida

               para saber qué dice

cuando dice

no saber

 

otoño en la ribera

abiertamente noche

 

no hay 

más historia que esta

 

una mujer que invade

la página nerviosa del deseo

como una muerte atenta 

               a lo que vive

dentro de ella

 

esa impaciencia

por ser lo que sería

si el corazón hablara

tranquilo en su orfandad

 

y el río la ve

               y después no la ve

y ella

que ignora lo que supo

               sin por qué

la inverosímil casa 

de las cosas

 

canta

está cantando ahora

               como emprender un vuelo

hacia sí misma

 

y el río se va 

se va la pena escrita

               llevándose su imagen

a las tierras del mar

donde ella todavía

no nació

               y es ya una desinencia

 

 

De Exilium

 

 

Una selva

amniótica donde

morir 

se acuna.

 

Poco más ocurre 

en los días futuros

:

la amada

insuficiencia

acopia heridas,

alimenta el juego 

de la realidad.

 

Después amanece 

en la isla verbal

:

boda, 

ausencia, 

mundo y página 

sin deletrear.

 

El dios del parto 

en tales modos 

del frío.

 

 

Poética

 

1. Un poeta es alguien que escribe sin ser escritor. Jean Cocteau.

 

2. De Cesare Pavese recuerdo siempre dos ideas luminosas. La primera figura en El oficio de poeta y dice: “Io comincio a fare poesia quando la partita è perduta”. La frase equipara a la poesía con el duelo y tiene la ventaja de considerar, no sin orgullo, la potencialidad del fracaso. La segunda consiste, más bien, en una compleja argumentación. Un libro, escribe Pavese, sólo nace al producirse la intersección entre una obsesión y la forma específica que le corresponde. No hay libro previo a ese encuentro ni lo hay, en un sentido estricto, después, ya que todo lo que precede a ese momento es imperfecto por necesidad y todo lo que lo sigue es más perfecto que necesario. 

La idea de que una obsesión pueda “morir”, gracias al encuentro con su forma “ideal”, siempre me fascinó. Su hipótesis es, cuanto menos, audaz. Propone, para decirlo rápido, que la forma en arte es capaz de disolver esos núcleos que nos habitan con la fuerza de las ideas fijas y la perseverancia de lo que desconocemos en nosotros mismos. No sé si Pavese tenga del todo razón pero, en cambio, sí he podido comprobar que hay algo del orden de la despedida en la escritura de un libro, que al escribir —y al hablar, también— abandonamos cosas y, a su vez, esas mismas cosas nos abandonan. La ecuación no es sencilla y abre cuestiones complejas. ¿No se vuelve la obra una estatua, “un sueño de piedra” diría Baudelaire, dispuesta a ser contemplada y admirada por otros? ¿Un mausoleo que nos deja afuera? De todos los poetas que conozco, quizá la que se rebeló con mayor furia ante este tipo de despojo fue Alejandra Pizarnik. Aquel brevísimo poema suyo, con forma de triángulo invertido, que dice “Alejandra Alejandra, debajo estoy yo, Alejandra”, alcanza por sí solo para dar cuenta de su agudísima conciencia de la supresión/expulsión que produce el nombre. 

 

3. Siempre pensé que cada libro que escribía era una manera de desmarcarme de un lugar donde supuestamente podría reconocérseme (soy un poco fóbica). Así escribí poemas que son pseudoficciones, ensayos entre el guion y el cuento, novelas que parecen poemas, y hasta biografías usando archivos y papelitos que nunca existieron. (El cambio de técnica es una característica de la obsesión). Sin embargo, con el tiempo, cada vez confío menos en mis tácticas: todo lo que hago pareciera encaminarse a lo mismo, es decir, a girar con insistencia en torno a un mobiliario mínimo de escenas. 

 

4. La poesía tiene que ver, para mí, con el descenso a lo desconocido de nosotros mismos y también con la conciencia de que sólo ese descenso, esa ceguera trabajosa, puede revelar algo de lo que se resiste siempre a ser nombrado. La poesía, digamos, sabe como nadie que lo real no es articulable, que una falla o grieta se interpone siempre entre realidad y representación. De ahí su carácter de antídoto contra todo discurso calcificado, autoritario. ¿No es acaso la palabra poética la única que no puede tematizarse, porque lo que “dice” no puede volver a decirse en ningún otro lenguaje?

Poesía y desacato son, en este sentido, sinónimos. La subjetividad puede descarriarse en ella, ir hacia eso insumiso, levantisco que no quiere salir indemne, que acepta que algo quede sin decisión, que se atreve a poner en tela de juicio, incluso, las propias categorías, a sabiendas de que no existe peor cárcel que lo convencional, incluyendo aquí las fronteras entre géneros literarios o entre literatura fantástica y realista, nacional y cosmopolita, pura y social.  

 

5. La belleza, escribió George Steiner, es la ruptura de la regla. En efecto, el poema desarma, trae la palabra afuera de la convención, incluso de la convención del propio poema. En el poema, la palabra busca la sombra de sí, el espejo en el cual no verse, a fin de permitir la caza de lo imponderable, ese vacío (lleno de nada) que se alcanza, a veces, por el esfuerzo del fracaso.

La palabra poética sería, así, un puente entre ningún lado y ningún lado. Una consternación. Un atajo para ir, de lo que todavía no ha sido a lo que, tal vez, nunca será. De este modo, y no de otro, el poema habla del dolor y re-conoce, en ese mismo gesto, una suerte de alegría, para la cual aún no existe un nombre.

La poesía es una epistemología del no saber.

 

María Negroni. Entre los libros que ha publicado se encuentran Arte y fuga, Cantar la nada, Elegía Joseph Cornell, Interludio en Berlín, Exilium, Objeto Satie y Archivo Dickinson (poesía); Ciudad Gótica, Museo negro, El testigo lúcido, Galería fantástica, Pequeño mundo ilustrado y El arte del error (ensayo); El sueño de Úrsula y La anunciación (ficción). Obtuvo la Beca Guggenheim en poesía y el Premio Internacional de Ensayo Siglo XXI. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, sueco y portugués. Actualmente dirige la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF en Buenos Aires.