Mensajero del mensajero
Anaité Ancira
Por Luis Alberto Arellano sé que mi bisabuelo Rafael Lozano publicó en 1922 en París, en la editorial de Povolosky, un libro completo de haikús escritos en francés, editado en una sola tira de papel doblada en acordeón, y que sólo se sabe de un ejemplar que está en la Biblioteca Nacional de España, en Madrid.
También sé por Luis Alberto que mi bisabuelo entrevistó a Marinetti y conoció a Guillermo de la Torre; que escribió una crónica de cuando conoció a Cazals, dibujante y amigo de Paul Verlaine; que conoció a Tristan Tzara y Francis Picabia cuando eran los capos del dadaísmo; y que entrevistó a Gide, el imposible de encontrar.
Por mi abuela Paz, hija de Rafael, sé que mientras él vivió en París se enamoró profundamente de Germaine (que aparece en las dedicatorias de casi todos sus libros), se casaron y tuvieron un hijo, Ralph. Luego se fueron a vivir a Texas, con los papás de él. Ahí se divorciaron y “mandaron” a Germaine de regreso a París, “nunca se volvió a saber nada de ella”. Ralph se quedó a vivir con sus abuelos e hizo su vida en Estados Unidos. Mientras, Rafael hacía la suya en México con mi bisabuela María.
Por mi abuela también sé que Rafael conoció a María en México, en un recital de poesía en Chapultepec, cuando ella declamaba.
Por una carta que Rafael escribió a mi bisabuela sé que durante un tiempo él se quedó a cargo de su casa y de sus hijos, porque ella estaba internada, por sufrimientos “físicos y morales”. “Procura calmar tus nervios y poner en orden tu mente”, le escribió.
Por la otra hija de Rafael, mi tía Lucero, sé que ella lo buscó durante mucho tiempo, hasta encontrarlo en Caracas, y en una de sus visitas la acompañó su hermano Ralph para pedirle información de Germaine. Pero su papá no le quiso decir nada.
Por mi bisabuelo sé que Luis Alberto tenía un ejemplar del libro de Paul Valery[1] que Rafael tradujo y publicó en su editorial Prisma, con correcciones autógrafas de Carlos Chávez. Lo sé porque lo leí en un ensayo de Luis Alberto, que encontré poco antes de que muriera. Un día volví a guglear, como muchas veces antes durante años, el nombre de Rafael Lozano, pero esta vez, a diferencia de las otras, me aparecieron varias entradas nuevas, todas de Arellano[2]. Me acuerdo de que fue en septiembre porque acababa de ser mi cumpleaños, y a veces me pasa en mis cumpleaños que me da por mirar hacia atrás, por tratar de entender quién soy o qué chingados hago en esta vida y para qué. Hacía ya un par de años que no buscaba a mi bisabuelo en la red, en realidad no sé por qué lo buscaba, para mí él era sólo “ese señor que escribió algunos poemas y dejó a su familia porque se le antojó irse a Sudamérica”. Ese señor del que nunca me había hablado mi abuela, hasta el día que le dije que me gustaba escribir poemas y muy pálida espetó: “Ese oficio no te va a dejar ser feliz”.
Yo no conocía personalmente a Luis Alberto, lo había leído, nos seguíamos en Twitter, era fácil contactarlo. Pero por absurdo que suene, no sabía cómo empezar la conversación; cada vez que empezaba me sentía ridícula o llegaba alguno de mis hijos a pedirme algo o tenía que hacer-alguna-otra-cosa, y así pasaron los meses. Un día abro Facebook y leo: “Murió el poeta Luis Alberto Arellano, amigo generoso y de sonrisa franca”.
No sé si a Luis Alberto le hubiera interesado saber que Rafael murió el 27 de enero de 1993 en Caracas y que “la promoción de oficiales del ejército general en jefe Juan José Flores” le escribió una esquela en el periódico; o que, además de Ralph, tuvo otro hijo, Luis, quien murió muy joven por una enfermedad de la sangre.
Tampoco sé si a Luis Alberto le hubiera parecido curioso saber que una de las bisnietas de Rafael tiene hoy un proyecto editorial independiente, que le gusta la traducción y explora sus formas, que también ha vivido en París en varias temporadas de su vida, como él; o que su hija Lucero, quien todavía vive, hizo libros toda su vida.
O que otra de sus bisnietas es poeta, poco conocida, como él, que su primer hijo también es francomexicano, como su primer hijo. Y que si no fuera por Luis Alberto, tal vez nunca hubiera sabido nada más de su bisabuelo.
Tampoco sé si le hubiera gustado enterarse de que casi todos en la familia hablamos bajito, como dicen que hablaba Rafael. O que en el recital donde se conocieron él y María, ella declamó: “Tú me quieres blanca”, de Alfonsina Storni.
No sé si en su investigación sobre mi bisabuelo estas cosas hubieran sido importantes. Me hubiera gustado preguntarle.
Carajo, me hubiera encantado conocerlo y darle las gracias.
Octubre de 2021
(el texto es parte del proyecto “Forget me not”
intervención y reescritura de la obra de Rafael Lozano)
Anaité Ancira (Ciudad de México, 1980). Publicó en 2018 el libro Play, pausa, rec, mute (Editorial Grupo Rodrigo Porrúa) y en 2019 Antidiario de un ama de casa (Ediciones El Humo).
[1] Poesía de Paul Valéry, Rafael Lozano, Editorial Prisma, 1943.
[2] Las granadas de Lozano, Luis Alberto Arellano, Radiador Magazine.
Rafael Lozano: mensajero de vanguardias, Luis Alberto Arellano, El Colegio de San Luis, 2019.
La literatura como práctica de las buenas maneras: Rafael Lozano durante la década de 1920, Luis Alberto Arellano.