ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Me voy a morir en Costa Rica[*]

Thaís Espaillat Ureña

 

 

Aventuras en el mágico mundo de la autocensura

 

La primera versión de este poema

no debió de haber nacido.

 

El polvo del Sahara

me siguió desde Pompeya

para decirme:

“Thaís,

a nadie le importan

tus crisis.

Tu ansiedad

no es

un poema”.

 

Okay,

gracias,

brote de conjuntivitis,

gracias,

no me toques.

 

No sé qué gano no diciendo

que miro obsesivamente

los last-seen de WhatsApp

porque tengo un miedo terrible al abandono

(mami, ¿por qué no me hacías caso?

Yo no estaba viendo televisión,

ni quería pintar flores).

 

Tampoco sé qué gano

diciendo que sí,

aparte de parecerme a algún meme de mujer irracional.

Porque el patriarcado

también toca mis lugares seguros

y blah, blah, blah.

Yo sólo quiero sentir cosas

y no sentirme culpable después.

 

Le dije a la secretaria de la psicóloga

que no me volviera a escribir,

que sí, todo bien,

yo hablo luego con la doctora,

es que no tengo tiempo.

“Ok, mi amor”.

 

¿Quién le dice “mi amor”

a gente

que sólo ha visto

como luz en un rectángulo?

 

Haha,

bueno,

seguimos.

 

Si tengo que seguir

confesando vainas,

les digo que a veces

me arranco los cabellos más gruesos de la cabeza

y que por un microsegundo

floto en agua tibia

y cierro los ojos

y creo un patrón de conductas autodestructivas light.

Full,

qué loca yo.

Uy, sí.

(Papi me dijo anoche

que no era una niña rara,

quizás el loco sea él).

 

Casi nunca siento nada

aparte de una náusea

color verde sapo enfermo.

A veces creo que escribo

para leerme después

y pensar que quizás

no estoy muerta.

 

Y ahora,

el clima.

 

 

Me voy a morir en Costa Rica

 

¿Por qué me dan

tanta responsabilidad?

Yo no puedo ser

un refugio,

un paréntesis,

un búnker

para la inminente guerra nuclear,

un pedazo de otra cosa menos parecida a mí.

 

No puedo ni esconderme

debajo de la sábana porque lloro.

 

Todo es demasiado,

yo soy demasiado.

Lo que queda al borrar,

una polilla que vuela alrededor

de todos los bombillos apagados.

 

Dice mi hermano que sí,

que es lo peor querer hablarle a alguien

y sentir que no puedes,

o peor, que no deberías.

 

Disculpa la molestia,

de verdad.

 

Yo sólo tengo

quinientas cincuenta y tres preguntas

aplastándome el esófago,

nada grave.

Yo estoy súper chill,

yo soy una jevita cool.

¿A mí que me importa?

No me hables,

no me digas buenas noches,

no me saludes como que yo sé

el tamaño de la mancha

en forma de Alemania

que encontré por ahí.

 

Whatever, men,

lléname el celular de azul.

Yo puedo sentirme patética yo solita,

no necesito ayuda.

Pero gracias,

eres muy amable,

mamagüebo.

 

Ay,

perdón,

no sé.

Perdón por siempre estar triste,

por querer,

buscar,

buscar,

tanto,

tanto.

 

No sé qué estoy buscando,

nunca encuentro nada,

seguro nunca lo haré.

Pero está bien.

Ahora veo algo en Netflix antes de dormir

o termino el libro que empecé a leer el otro día

y me apago un rato.

 

Por favor no psicoanalices mis “poemas”.

Yo sé que soy

una masa gelatinosa

con una piedra de zapato

atascada en el medio,

un palacio de hiedra seca,

un intento de todo,

menos lo que debería de ser.

 

 

Quizás no debí escribir esto

 

Quería escribirte un poema

que empezaba así:

“Qué bueno que existen pastillas

para no parirte un hijo”.

Pero nunca lo hice.

 

Me dio miedo desperdiciar

la rabia

en el papel

el celular

la computadora

y que cuando estúpidamente te lo mandara

pretendiendo que la cerveza me había ganado

ya todo dejaría de tener sentido.

No más te quiero partir la cara.

Violencia, violencia, violencia,

te odio,

te escupo, te dejo hacerme perder el tiempo

y el público apático de la casa en la calle sin salida

aplaudiendo entre bostezos en la distancia.

 

Después,

ya no estás

 

Inserte aquí una pausa dramática

 

Un día,

Nazario nos hizo un regalo que olía a muerte húmeda

y la música sonaba desde cada hoja del parque

y me reí

y la basura y los carros quisieron evangelizarnos

 

todavía no llegabas

 

y nos reímos

y jugamos

y escuchamos música

y comoquiera la tristeza pudo más.

Nunca sentí una tristeza tan pura,

tan te-muerdo-los-intestinos-con-una-sonrisa

como cuando miraba el agua caer en el baño de Inoa

y pensé

y supe con certeza

que las palabras no sirven de nada.

Que son adornos

en los árboles de Navidad

que la gente deja hasta febrero

porque es más fácil

que mirar los sonidos que hace el viento

y no poder con los celos.

 

Quise crear un idioma nuevo

en tres minutos

con sonidos producidos por mis dedos en un pote de gelatina,

mi lengua estrellándose con el cielo de la boca,

la explosión de todas y cada una de mis células en la ducha.

Escribir algún último poema en las tuberías.

 

Algo igual de grande

que el vacío

que siempre dejan

las manchas de sangre

en la ropa interior.

 

 

Escribí esto ayer

 

Hola, mundo cruel,

te escribo para decirte

que te hice un bizcocho

que le da vueltas a la Tierra

aproximadamente tres veces y un cuarto

con su suspiro de plata

y su relleno de sal azul.

 

Lo partí en veinte pedazos desiguales

en forma de bote gris

Todos se llaman Dolores

y cuentan hasta el Infinito.

 

Que es una ciudad

que dejé en el horno.

 

También te escribo para decirte

que todo se siente tan vacío

como muela de cangrejo desmembrada

que baila

y baila en sol

como edificio suicida.

 

Ojalá no hayas cambiado de dirección

porque esto es un secreto

y de llegar a las manos equivocadas

el bizcocho se comería todas mis playas.

Y no quiero.

 

 

Sin título

 

Este es un poema

por encargo

 

Dos puntos

 

Todo siempre es un deseo,

una puerta cerrada,

un te digo que no cuando quiero decir que sí.

La intensidad rechazada.

 

En esta esquina Amable Aristy

y sus camisas de mariposa

te disparan revolvers

con cara de perro con rabia

(¿Qué es un perro

si no tiene rabia?)

Un hoyo en el medio del pecho,

una estrella forzada en el piso

de un parque que ni me gusta.

 

Bebo cerveza

y te digo

que nunca sé nada

y

¿para qué saber las cosas?

Si,

al final,

todo termina siendo todo.

 

Thaís Espaillat Ureña (Santo Domingo, 1994). Poeta, editore y artista audiovisual. Es incapaz de elegir mal las mandarinas en el supermercado. Ha publicado algunos libros y fanzines, entre ellos: A veces quisiera dormir dentro de un pomelo (Ediciones Nebliplateada, 2019), Notas sobre la morfología del Malecón (Ediciones de A Poco, 2020) y ¿Viste los pingüinos? (Editorial Matrerita, 2021). Su trabajo aparece en revistas y antologías de Latinoamérica y Europa. Actualmente está escribiendo una novela por Twitter (https://twitter.com/_concha_nacar_).

 

 

[*] Estos poemas aparecen en el fanzine autopublicado Me voy a morir en Costa Rica (Hacemos Cosas, Santo Domingo, 2017).