ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

El muñeco
(fragmento)

José Retik

 

 

Primera parte

Antes

 

La invención presta el ser a lo que no lo tenía.

Henri Bergson, Memoria y vida

 

I

 

Como el dolor era insoportable, el médico indicó que me colocaran una férula. La correcta alineación de las articulaciones del brazo debería haber tenido una acción analgésica. Ni siquiera los calmantes en altas dosis funcionaron. El mundo entero se volvió inmóvil. Y doloroso. Salvo mi marioneta de hilos, no tenía compañía. A veces leía libros de filosofía en voz alta. Otras veces los leía para adentro. Del cuarto salía poco y nada.

No veía el sufrimiento más que como un punto de partida; y aun sin tener claro en qué consistía ese punto, me había ilusionado con un futuro diferente, o al menos pretendía inventar una esperanza para librarme del presente.

En esas circunstancias no fue tan descabellado que entablara una relación personal con mi brazo. Para ser más preciso, con la férula. Comencé a crear todo tipo de personajes en ella. Compré peluquines, botones, gorritas, cigarrillos, anteojos, rouge, aros, perfumes, etcétera.

De los libros de filosofía pasé a las novelas y a las obras de teatro.

La Biblioteca Pública de la Universidad Nacional de La Plata me permitió descubrir libros que jamás hubiese leído. Fue en la sección de autores locales donde encontré un libro sobre autómatas escrito por un tal Benson. Aunque las páginas estaban amarillas, se conservaba en buenas condiciones. Según la ficha colocada en el interior de la contratapa —4 de agosto de 1959—, el libro no había sido prestado nunca. Busqué sin éxito el nombre completo del autor en la primera página. Benson parecía un seudónimo. Los empleados de la biblioteca tampoco pudieron proporcionarme mayor información. Dijeron que figuraba como Benson en la ficha.

 

El primer capítulo de Historias de autómatas trataba sobre el encuentro entre Jacques de Vaucanson y Le Cat, un cirujano del cual había aprendido todo sobre anatomía. Gracias a esos conocimientos, Jacques de Vaucanson pudo desarrollar artefactos mecánicos que imitaban funciones biológicas, como la circulación, la respiración y la digestión. Su obra maestra había sido el Canard digérateur, un pato de tamaño real recubierto de oro con un sistema digestivo artificial de más de cuatrocientas piezas móviles. Ingería, digería y excretaba granos. Creado en 1748, el pato podía caminar, mover la cabeza de derecha a izquierda, limpiarse las alas y jugar en el agua. Otro de los autómatas mencionados por Benson era Der koch (el Cocinero). Tenía rostro de cerdo y una enorme barriga. Constaba de mil ochocientas piezas y podía realizar hasta cuatro comidas diferentes. Cuando preparaba la salsa alioli, era capaz de mover los ojos, las manos y machacar ajos con un pequeño mortero. Sobre el final del primer capítulo Benson mencionaba a los karakuris, autómatas japoneses de los siglos XVIII y XIX. Hisashige Tanaka, el genio de las maravillas mecánicas, había creado el Yumi-Hiki Doji, un pequeño arquero que disparaba flechas y era capaz de mover la cabeza y hacer gestos. Lo que lo volvía más humano era que fallaba uno de cada diez intentos de dar en el blanco.

 

II

 

Habían pasado semanas desde mi último día en la oficina. Lo que menos extrañaba del trabajo era la rutina de revisar expedientes, inspeccionar legajos y completar fichas. Tener una rutina no es poco; en algunos casos hasta puede ser beneficioso; para mí no era más que una enfermedad. Una enfermedad de la que sólo podía curarme estando ausente. Pero esa ausencia la tuve que justificar institucionalmente.

En Reconocimientos Médicos, el facultativo me recibió con elegante indiferencia. Después de hacer las preguntas protocolarias me derivó a un especialista. Antes de hacerlo dijo que conmigo hacía una excepción, porque no era su trabajo realizar derivaciones: «No cabe la menor duda —remarcó—, usted padece un trastorno emocional que le provoca un sentimiento de tristeza constante. Pero no se desanime, la mayoría de las personas con depresión se sienten mejor con medicamentos».

—¿Tiene días buenos?

—¿Eh?

—¿No comprende la pregunta? Repito, ¿tiene días buenos? —insistió el médico mientras dibujaba círculos en su libreta.

—Sí — respondí sin saber a qué se refería.

—¿Entonces el sentimiento de tristeza es transitorio?

Me quedé en silencio. El médico me miró por encima de los anteojos y decretó: «Carpeta psiquiátrica». Acto seguido anotó en un papel el nombre y el teléfono del Dr. Jorge Alberto Berardi.

Por alguna razón sentí alivio. El ambiente de la oficina era irrespirable y con la carpeta psiquiátrica tenía garantizada una larga estadía fuera del nido de víboras.

Después del diagnóstico de depresión leí Los dos principios fundamentales de la ética, de Arthur Schopenhauer. La relativización del libre albedrío me conmovió: ¿Uno es libre cuando hace lo que quiere?, ¿se puede elegir lo que uno quiere? Yo podría querer un helado de sambayón, pero ¿podría querer que me guste el helado de sambayón si no me gusta? ¿Y qué pasaría con mi libertad si quisiera imponerme la voluntad de querer que me guste el sambayón, siendo que no me gusta? No estaba seguro de que esas preguntas pudieran contribuir a superar el cuadro depresivo. Tampoco pude terminar de entender la idea de libertad de Schopenhauer. Lo único que podía asegurar era que jamás tomaría psicofármacos.

Abandoné Los dos principios fundamentales de la ética y me encerré en la habitación.

Aquel domingo de verano me acordé de Denisse, mi compañera de la facultad.

—¿Qué hacés acá? Qué raro verte salir un domingo.

—Es que no podía dejar de pensar.

—Siempre igual vos… Te voy a preparar un café. ¿Dos de azúcar?

—Sí, por favor.

—¿Y ese libro?

—Lo encontré en la biblioteca de la universidad. Es del año 59 y fue impreso en La Plata. El autor se llama Benson. ¿Por qué será que no figura el nombre del autor? Para mí que es un seudónimo. Además, busqué en Google y no apareció nada.

—¿Y sobre qué trata?

—Son historias de autómatas. Vos conocés bien mi afición por el tema. Desde que me pusieron la férula me convertí en titiritero. Le pongo pelucas, maquillajes, caretas. En fin, hago todo tipo de personajes.

—¿Con la férula?

—Sí, claro. Voy a aprovechar que estoy con carpeta psiquiátrica para terminar de leer el libro. El primer capítulo me entusiasmó.

—¿Carpeta psiquiátrica?

—Sí, Denisse. Es como si hubiese ganado la lotería.

—Tenés cada idea… Ahora que vas a tener más tiempo libre seguro que mejorás de ánimo. ¿Por qué no vamos a cenar? Mañana doy clases en la facultad, pero el resto de la semana dispongo de tiempo.

—Buena idea, Denisse. De paso, salgo de casa…

—No te va a venir nada mal. Pasás muchas horas encerrado. Es como estar preso. ¿Nos vemos el jueves?

Apenas terminó la carrera de ingeniería en computación, Denisse ganó una beca en el MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) para desarrollar computadoras capaces de aprender por sí mismas.

Al finalizar la beca le ofrecieron participar en The Strafford Proyect, una investigación sobre dispositivos tecnológicos capaces de controlar la mente a distancia. Denisse rechazó la oferta. La posibilidad de una tecnología capaz de enviar pensamientos y emociones a través de una brain net la aterrorizó. Pensaba que en un futuro cercano iba a ser posible hackear el pensamiento humano y generar catástrofes éticas. Por ejemplo, se podrían borrar todos los recuerdos de una persona o suplantar verdaderos por falsos, hacer un back up de la memoria en un ordenador, grabar sueños, secuenciar genes para producir alteraciones evolutivas; y, por fin, gracias a esos y otros avances, iba a ser posible enviar las neuronas al espacio a través de un rayo láser. Las redes neuronales suplantarían al hombre y las conciencias vagarían eternamente por el universo.

Cuando Denisse regresó a La Plata continuó trabajando sola. Yo estaba al tanto de sus avances, pero no entendía demasiado. Si bien habíamos estudiado juntos la carrera, a mí no me gustaba ir a los teóricos ni cumplir horarios. De hecho, abandoné mis estudios por eso.

El jueves no tuve ganas de ir a cenar con Denisse y la llamé por teléfono.

—No te preocupes. Ya me esperaba algo así. ¿Cómo anda el asunto de la férula?

—¿Las representaciones teatrales? Es lo único que me mantiene a flote.

—¿Y no pensaste en dedicarte de manera profesional?

—Para eso hay que tener agallas. Abandoné la carrera porque no soportaba la rutina, las caras fracasadas de los profesores, el ímpetu entusiasta de los alumnos brillantes. ¿Y todo para qué? Para trabajar en la administración pública... A mí siempre me gustó crear personajes, inventar historias. Aunque a veces dudo de que sea así. Ahora que tengo tiempo para hacer lo que quiero no se me ocurre nada, salvo los monólogos...

—¿Terminaste?

—Sí.

—¿Querés que te cuente en qué estoy trabajando yo?

—¡Por supuesto, Denisse!

—Estoy estudiando las ecuaciones matemáticas de James Clerk Maxwell. ¿Sabés lo que es eso?

—No.

—Se usan para calcular la física de antenas, radares, receptores de radio y torres de microondas. Esas ecuaciones son fundamentales para las resonancias magnéticas. Si pudiésemos contar con un escaneo más preciso del cerebro entenderíamos cómo se producen patologías como el alzhéimer.

—Interesante…

Corté con Denisse, abrí una botella de Jack Daniels y me serví una generosa medida de whisky. Después coloqué la lámpara de pie a pocos centímetros de la mesa para iluminar la férula de manera lateral. De pronto, ¡zas!, se me ocurrió hacer un focus group sobre el tema del trabajo. Una producción artística acorde requería un despliegue de vestuario, maquillaje y peluquines que me resultaba imposible conseguir en ese momento; resolví que, por única vez, los personajes tendrían una caracterización imaginaria.

Los nombres aparecieron solos: Lucas Butich (futbolista), Carlos Holmes (detective y dueño de una casa de sepelios), Domina Dora (dominatrix) y Benson (el autor desconocido). Yo haría las veces de coordinador.

Coordinador (Yo): Bienvenidos al focus group. Como saben, este tipo de grupos se constituye para que una discusión no se aleje de su tema de estudio. Vamos a relajarnos, a pensar en algo que nos resulte agradable y placentero. Inhalen, exhalen, inhalen, exhalen, inhalen, exhalen. Bien, ¿qué les parece si se presentan?

Lucas Butich: Mi nombre es… ja, ja, Luca Buti. Hice vario gole en la liga... ja, ja. Le agarré el gustito al fulbo y me divierto. Salimo campeone el año pasado. Siempre dije que cuando salgo de una cancha soy el mismo de siempre, ja, ja. Cuando vengo a la provincia voy al barrio, tenemo de todo: papa frita, birra, ferne, chori, pelotas de fulbo; seguimo siendo de la misma manera, ja, ja.

Coordinador (Yo): Gracias, Lucas. ¿Quién más quiere presentarse?

Domina Dora: Manejo mi alter ego a través de personajes. Siempre enfoqué mi trabajo de una manera espiritual. Trato de sacar lo mejor de la gente a latigazos. Por ejemplo, si a vos te asustan los golpes, puedo explorar mi parte masculina y convertirme en Roberto «Manos de Piedra». Lo que más me excita es la dominación mental.

Carlos Holmes: Lo mío es sencillo. Tengo una oficina de detectives y una casa de sepelios.

Benson: Es poco lo que puedo decir de mí. Por ahora diré solamente que soy escritor.

Coordinador (Yo): Gracias por las presentaciones. Estuvieron todas muy bien. Ahora vamos a focalizarnos en el tema que nos convoca. A ver, señor Holmes, dígame, ¿qué es lo más importante a la hora de juzgar un trabajo?

Carlos Holmes: Que la autopsia se haga rápido para que los deudos puedan realizar el sepelio.

Coordinador (Yo): ¿Y para usted Domina Dora?

Domina Dora: Aunque suene paradójico, hacer feliz a la gente.

Lucas Butich: Ja, ja… Soy un pibe normal, quiero disfrutá lo que hice siempre y lo que voy a seguí haciendo. Y algo más que le pido a la Virgen es que el clu nunca deje de hace eso sanguche de milanesa tan rico.

Coordinador (Yo): Y usted, Benson ¿qué opina?

Benson: Prefiero guardarme el comentario.

Coordinador (Yo): ¿Quién de ustedes se anima a decir cómo reaccionaría si le ofreciesen trabajar en algo que no le gusta?

Benson: Yo me animo. Jamás haría algo que no me gusta. ¿Por qué aceptar lo inaceptable? ¿No le parece un despropósito su pregunta? ¿Por qué no hablamos en serio? Cuéntenos usted, ¿por qué hace esta payasada del focus group?, ¿por qué juega a ser ventrílocuo con una férula?, ¿no será que tiene miedo de volver a un trabajo que detesta? ¿No será que trabaja en algo que no le gusta porque no se anima a hacer lo que quiere?

Antes de que Benson formulase la siguiente pregunta, me quedé dormido.

 

José Retik (La Plata, Argentina, 1969). Escritor, productor cinematográfico y guionista. Sus libros más recientes son Los extraestatales (Borde Perdido Editora, 2020), Cine líquido (Borde Perdido Editora, 2022) y El muñeco (Borde Perdido Editora, 2024). Obtuvo la beca del Fondo Nacional de las Artes y el Premio Nacional Fomeca.