Nanovacas
Gabriela Torres Olivares
El extraño suceso de la carne impudrible fue el título que sugirió un reportero para su artículo que, hace un par de décadas, sacó brevemente del anonimato a esta carnicería. La noticia era un evento que bien podía ser resuelto con una investigación de las autoridades sanitarias o de protección al consumo y no ser abordada desde la portentosa curiosidad de un semanario dedicado enteramente al lío local. Y aunque la publicación del reportaje fue retomada sin mucho éxito por algunos medios semejantes, el suceso inspiró a los sociólogos de la región, que acuñaron el término carnificación para referirse al fenómeno de súbita manifestación de esperanza por la posible prolongación de frescura en alimentos perecederos, así como a la subsecuente mitología creada a partir del inexplicable pero axiomático milagro. Aunque en algún televisado panel de debate multidisciplinario con formato de talk show, de esos que en la época proliferaron para sustituir noticiarios, una muy célebre nutrióloga señalara que el deseo de los milagros era producido por la falta de proteína en el cuerpo. Y cuando esta circunstancia pasa de ser individual a volverse colectiva, tienes a un grupo de cuerpos proclives al delirio, al deseo de lo sobrenatural efectuado por una necesidad natural, vital, alcanzó a decir la nutrióloga antes de ser interrumpida para ir a un corte comercial. Eran tiempos complicados. Esas fechas inventaron animales, desgracias meteorológicas, máquinas inútiles, máquinas de todo, espíritus presagiadores de situaciones que hasta entonces a nadie le importaban, emergentes deidades manifestándose en lo más inesperado; revivieron caducas supersticiones, pero también generaron otras más actualizadas. Adaptarse era esperarlo todo y a la vez no esperar nada. Cualquier cosa era posible; la paranoia era el lugar de las certezas, un destino y un naufragio. Esperar todo: la repentina y fugaz popularidad que obtuvo la carnicería tras el reportaje. No esperar nada: las visitas de curiosos no se vieron reflejadas en las ventas, que, en cambio, descendieron tras la polémica que puso en duda la autenticidad de su producto: ¿sería carne?, ¿habría nacido?, ¿alguna vez fue bebé? Eran preguntas complejas, pero complejos eran los tiempos que las parían. Porque en ese entonces se hablaba de ingenierías maravillosas, de reconfiguraciones moleculares, de la materia prima del átomo, de llantas viejas que podían ser convertidas en bisteces. Era alquimia y era transustanciación aquel rumor de proteínas a las que llamaban nanovacas. Una tecnología en ciernes que piloteaba argumentos sobre mitigar la hambruna por intervenir la carne. Desde laboratorios extranjeros, auspiciados por gobiernos extranjeros, científicos extranjeros egresados de extranjeras universidades conjugaban subjuntivos, experimentando esta invisibilidad bajo la poderosísima lente de un microscopio inventado para tales menesteres. Y el eco de sus avances se diseminaba en diluidas traducciones asimilables a cualquier contexto. Y aquí el naufragio milagreó la justificada sospecha de que, sin previo aviso, serían sus estómagos y no los de los extranjeros, los primeros en digerir la furtiva degradación de aquel otrora hule entre sus gástricos jugos, en comprobar la eficacia del nanobistec, antes de publicarlo en los registros oficiales. Aquí el atómico fantasma de aquella tecnología se manifestaba en la contradicción del deseo, del deseo de la carne siendo vaca y de la vaca no siendo más, no siendo más que la fantasía de unas llantas inservibles cosechadas sobre antipodales acotamientos de imparables carreteras para construir bisteces y paranoias inéditas, fundamentar sus sospechas y corroborar temores de ulteriores altruismos con una invisible invasión. El deseo derivaba entre tener la razón y no tenerla. El deseo derivaba mientras la invasión ya sucedía de mil maneras.
Gabriela Torres Olivares (Monterrey, México, 1982). Es autora de Enfermario (FETA, 2010 - Les Figues Press, 2017) y Piscinas verticales (o la bruma un hábitat sustentable) (FETA, 2017). En 2017 obtuvo el premio Frontera de Palabras/Border of Words. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.