ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

José Edmundo Hernandez (1989). Licenciado en Composición Musical, pasante en Instrumentista Musical en Guitarra Clásica y en la licenciatura en Contaduría. Obtuvo el apoyo de la Beca del Fondo de Cultura y las Artes del Estado de México en 2017. Es integrante del taller de narrativa de la revista Grafógrafxs.

 

OFICIO OP. 2

 

Como si fuera una petición muy frecuente, el sonido de los primeros compases rompe el silencio. Un ávido movimiento deja ver la maestría y el virtuosismo de quien interpreta. Ritmos irregulares combinados con las disonancias entre graves y sobreagudos que el instrumento realiza con afinación casi perfecta. Un sonido limpio se puede escuchar, muy subjetivo para los oyentes incidentales, pero extrañamente satisfactorio para los que están en primera fila. Movimientos bruscos nos preparan para la siguiente parte. Ahora la polifonía se complementa con golpeteos irregulares. Nadie se mueve de su lugar, todos siguen el trazo que parece ligero y seguro. Cada compás inevitablemente nos anuncia el clímax, el gran final. Todos se preparan. Sonidos penetrantes llenan el lugar y se van deteniendo, ahogándose; la vigorosidad con la que comenzó se va apagando. Sin aviso alguno, el solista se detiene, llegando al final del recorrido. Como en toda buena interpretación, no queda más que el inminente aplauso, la ovación para una ejecución tan perfecta. Sólo una voz (la más complacida) se atreve a romper esa comunión con el silencio:

—Oiga, joven, ¿me puede poner las vísceras aparte? 

—Sí, señito. ¿Quiere que se las corte también? 

—Si me hace favor.

 

Nota

 

La música, como oficio, es sin duda una de las premisas que como compositor me ronda y persigue. Por medio de los Op. (opus o también traducido como obra) juego con los mundos sonoros y cotidianos que habito, utilizando a la narrativa como único vínculo que los conjunta y encamina a lugares tangibles.

 

El taller de narrativa de Grafógrafxs sigue dando de qué hablar o, mejor dicho, de qué leer. A más de dos años de su primera sesión (presencial en aquellos días), siguen manifestándose voces nuevas, antes ocultas o guardadas. Muchas de ellas serían ignoradas o quedarían sin descubrir (incluyendo la mía) sin esa válvula de escape necesaria, donde confluyen distintos pensamientos, palabras, obras y omisiones.

 

 

OGERETLA

 

Había sido un día pesado y eso que apenas comenzaba. Caminaba con algo de prisa. Por azares del pasado, cronos y yo no sincronizábamos del todo. Desde que desperté escuché mucha tranquilidad y, sin embargo, el aire se hacía tenso, y sólo alcancé a decir “puto viejo, no me va a dejar pasar”. Generalmente el desayuno es el alimento más exquisito del día e importante, y últimamente descubrí que la mezcla de pan con agua no es precisamente la combinación culinaria ganadora. Seguramente ese vejestorio nos contará de nuevo de su gran práctica en la cocina. Para mí que su famoso omelette a las brasas no es otra cosa que huevos quemados. Me acerco al instituto “castrense”. Mi respiración es más agitada. Entre dientes, farfullé “ojalá que esté enfermo”, como aquella vez que lo vi en la farmacia con su camisa morada; al parecer ese color hace que su piel se oscurezca más, pero es una ventaja mínima no poder ver a detalle su cara. No podía dejar de mencionar su pantalón negro de vestir, siempre planchado raya en medio, y sus zapatos como su alma, sin asear. Sin embargo, ya voy tarde, y aunque camino de prisa no puedo dejar de pensar en todos los caracoles que ayer estuve salvando de ser pisados y al parecer a nadie le importó. Ya ni modo, ojalá mínimo no sean tantos y todos hayan sido como aquel bastardo. Lo recuerdo sentado en una jardinera aplastando las hormigas; yo creo que fueron más de cien. Una a una las fue aplastando con sus dedos gruesos. Me daban ganas de ser más grande para hacerle lo mismo, pero sólo de pensar en su sangre en alguna parte de mi cuerpo es algo aún más asqueroso. ¡Ay! Cabr… casi me atropella este pedazo de… ciudadano. “Chin”, ya no llegué, como aquella vez que iba corriendo y llegué antes, y como no había nadie en el salón fui por unos chicles de menta fuerte, para regalarle uno. Su fétido olor bucal a la hora de hacerme la revisión personal es semejante al de la fábrica de grenetina que se percibe aquí por el centro; me vienen a la mente dos palabras para describirlo: insoportable y muy penetrante. Recuerdo que regresé y ya había cerrado, y sólo me dejó pasar cinco minutos antes de terminar la clase para recoger mis cosas. Sus fauces huelen como al fracaso de despertarse rápido y tener que pedirle permiso para pasar y que no te deje. Si hay algo más asqueroso que su olor de muelas es sin duda su voz, es tan monótona y fastidiosa como el motor de un ventilador; arrastra tanto las palabras que estoy seguro de que cuando se dirige a mí ha dicho pendejo en lugar de compañero. ¡Auch! Parece que para el policía que dirige el tránsito pitar en mi oído y verme saltar del susto es su única diversión del día. De haber sabido que mi camión iba a pasar por el carril de en medio a toda velocidad, por estar echando carreritas, no hubiera levantado mi mano para hacerle la seña de que se parara. Toda la gente se me quedó viendo y no hubo de otra que disimular que no pasaba nada. Me da mucho coraje y me recuerda cuando reprobé y con su risa amarillenta me dijo: nos vemos en el extra y estúdiele porque ahora sí viene todo. ¡Híjole! No voy a llegar; ya va a cerrar la puerta. Si no entro me voy a desayunar, aprovecho que no podrá sentarse junto a mí. Qué horror cuando lo hizo; no dejaba de hablar con la boca llena y escupir en mi plato. Su forma de beber provocaba que me dieran ganas de hacer lo contrario a querer comer. ¿Me pregunto si la palabra descomer será una forma de decir elegantemente vómito? Si de por sí caminar rápido cansa, ahora con esta nube de humo es algo más que imposible. Hasta parece que el clima lo controla también; ojalá lo valore el ojete. Por fin llevó su tarea sorpresa, disque está fácil. Seguramente ni él sabe, pero ya aprendí a quedarme callado, porque cuando lo corregí me dijo: “si tanto sabe entonces sálgase”. Todavía riéndose, me expresó: “no lo olvide, es por su bien, sólo la disciplina así se aprende”. Con coraje fui a quejarme y me dijeron que me calmara, que está apadrinado, y que mejor era llevármela tranquila. “Guácala”, ya pisé basura, pero ahí dice “no tirar basura”; parece que está escrito en otro idioma. Por fin, ¡ya llegué!, pero… ¡qué rayos!...

(lo que causó esa expresión lo resume el siguiente aviso)  

“A los que no pude avisar por correo desde ayer en la tarde, les informo que por contingencia ambiental no hay clases hasta nuevo aviso.

Favor de no salir de sus casas

Por su atención… ¡Gracias!”