ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

La orden del día[*]

Paola Escobar

 

 

«No quiero ver a dos mirando la misma computadora». Lo dice a sus coordinadores la directora Amanda Devil, la máxima autoridad del piso trece. Ellos son los mandos medios de una cadena que se extiende por arriba de Amanda escalando hasta el secretario, y por debajo de Amanda sobrevolando el piso donde se arrastran los empleados comunes. Insiste en que tienen que decírselo bien clarito a sus equipos de subordinados, los que se sientan frente a una computadora.

Están reunidos en su despacho como todos los lunes a la mañana para tratar una lista de cuestiones impostergables. Amanda arranca con este tema porque es de la idea de que conviene empezar por lo más doloroso, por eso es el primer punto en la lista de ítems. Dice:

«Si veo a dos mirando la misma computadora es porque: número uno, sobra una persona. O número dos, porque para hacer un trabajo se necesitan dos empleados. Si se necesitan dos para hacer una misma tarea quiere decir que ninguno de los dos está capacitado. Si ninguno de los dos está capacitado entonces ambos son prescindibles y además producen ineficiencia. Podemos llamarlos Empleado Equis y Empleado Zeta. Si producen ineficiencia, esta Secretaría puede despedir justificadamente a Empleado Equis y a Empleado Zeta».

Los presentes asienten con la cabeza y guardan silencio. Amanda se felicita: fue un golazo haber utilizado el ejemplo de Equis y Zeta.

Afuera suenan bombos de una agrupación gremial que reclama por aumento de sueldo y pase a planta permanente. Cada tanto el estruendo de un petardo rebota en la ventana y los vidrios tiemblan. Adentro nadie se mueve. Los coordinadores y sus sillas forman un círculo casi perfecto. Amanda está afuera de esa ronda, ubicada en su escritorio junto a la ventana. Hace una pausa para contestar un mail y con el rabillo del ojo nota a alguien sentado como mirando hacia la puerta, la silla está un poco corrida. Se da vuelta para ver quién es esa mujer en sus treinta que usa una especie de vestido de lana, largo hasta las rodillas huesudas y aros hechos con plumas de papagayo. La escanea por cinco segundos y le pregunta «¿vos quién sos, qué hacés en esta reunión?». Le mira fijo los pies. La mujer es Cecilia Zipper y hoy estrena Crocs de color rosa chicle, que contrastan con el vello oscuro crecido en las pantorrillas. Dejó de depilarse cuando empezó a pensar que el valor de una mujer no se puede medir con una maquinita de afeitar fabricada por el patriarcado capitalista. Tampoco usa desodorante; ella dice que «lo mejor es perfumarse con los aromas naturales del cuerpo».

Como Zipper no puede contestar porque tiene la boca llena, Norma responde por ella diciendo en voz alta nombre, apellido y función: «Viene en representación de su jefe, que no pudo venir porque está de viaje, doctora».

Norma es la secretaria de Amanda, pone los subtítulos y aclaraciones. Es su mano izquierda y su mano derecha. Le corta el pelo a Amanda una vez por mes en el baño de la oficina, improvisa una peluquería al paso sólo para ella en la hora del almuerzo, de una a dos de la tarde. Durante esa hora la entrada al baño está cerrada con una cinta de plástico roja y blanca. A veces esa hora se extiende un poco más.

Zipper se guarda en un bolsillo la bolsa de almendras que está terminando de tragar y sonríe con la boca cerrada. Se atormenta porque no pudo masticar cincuenta veces, contó solamente treinta. Para peor se olvidó de llevar la botellita de agua mineral de medio litro a la reunión.

—¡Acá no me traigan suplentes, quiero a los titulares! —Amanda grita exaltada.

Los titulares miran a Zipper y chequean que no haya alguien más con su mismo rango. Suspiran todos aliviados.

Amanda sólo se comunica con los coordinadores. Si se cruza en un pasillo con los otros empleados, no los saluda. Su retina es como un detector de escalafones, no vale la pena hablar con personas que no pueden tomar decisiones. No sabe cómo se llaman los «soldados rasos», los distingue por sus funciones. Por ejemplo, Iraola es «el de soporte informático» y Zipper de ahora en más será «la suplente».

Zipper sacude la cabeza con una media sonrisa. Se levanta y antes de irse acomoda la silla y le da un papelito a Norma. Le dice al oído que se lo entregue a Amanda antes de que termine la reunión. Se queda tranquila pensando que ella es inmune a los espasmos iracundos de sus superiores, su papá es amigo personal del secretario.

Los otros miran irse a Zipper y se reacomodan en las sillas. Alguien carraspea.

Amanda se olvida de Zipper y le pregunta a Norma cómo sigue el temario de la reunión.

—El segundo punto es «memorándum que establece el tiempo máximo de permanencia en el baño», doctora.

Norma lee la guía de ítems, escrita en una hoja prendida con una chinche en el tablero de corcho. Hay un revuelo de murmullos entre los mandos medios, algunos resoplan indignados. Norma aprovecha para darle a su jefa el papelito. No le gusta quedarse con mensajes encima.

Amanda abre el papel que le dio Norma y lee en voz baja: «Sé que la peluquería en el baño es más que una peluquería».

Afuera suena otro petardo. La chinche se desprende del corcho y la hoja con la orden del día se cae al piso volando como un avioncito de papel. Amanda la pisa sin querer.

Zipper ya está bajando hacia la planta baja para irse del edificio. Considera que su jornada laboral terminó mejor de lo que esperaba. Cuando ella sube y las puertas se cierran sus compañeros de ascensor se tapan la nariz.

 

Paola Escobar (Buenos Aires, 1971). Antropóloga social. Es autora de Las cosas tal y como son (Barnacle, 2022) y Piso trece (Barnacle, 2023). Fue incluida en Búsquedas: antología de escritores de San Isidro (2011).

 

 

[*] Este cuento forma parte del libro Piso trece (Barnacle, 2023).