Poemas
Maria do Rosário Pedreira
Padre, me dicen que aún te llamo, a veces, durante
el sueño —la ausencia no te apaga como la bruma
acalma, al atardecer, el borde de las esquinas. Hay
en mis sueños un territorio suspendido de todo el dolor,
un país de verano adonde no llegan los bandazos de la
muerte y todas las conchas de la playa llevan perlas. Ahí
nos encontramos, para decirnos uno a otro aquello
que finalmente pensamos tener la vida entera para decir; ahí te
llamo, cuando la luz me ciega en el filo del mar, con
labios que se mueven como serpientes, aunque sin ningún
ruido que envenene las palabras: padre, padre. Me cuentan
después que es de este lado de la noche que me escuchan gritar
y que por ello me liberan bruscamente del cautiverio
oscuro de este sueño. No saben
que la pesadilla es la vida en que ya no puedo decir tu
nombre —porque la memoria es una hoguera dentro
de las manos y tú donde estás tampoco me respondes.
* * *
Me alegra
que no morí todas las veces que
quise morir —que no salté del puente,
ni llené las muñecas de sangre, ni
me acosté en los rieles, allá lejos. Me alegra
que no até la cuerda a la viga del techo, ni
compré en la farmacia, con receta falsa,
una dosis de sueño eterno. Me alegra
que tuve miedo: de los cuchillos, de las alturas, pero
sobre todo de no morir completamente
y quedar por ahí —aún más perdida que
antes—a mirar sin ver. Me alegra
que el techo fue siempre demasiado alto y
yo ridículamente pequeña para la muerte.
Si hubiera muerto alguna de esas veces,
no escucharía ahora tu voz llamándome,
mientras escribo este poema, que puede
no parecer —pero es— un poema de amor
* * *
Levántate y maldice el tiempo—
la mañana tan rápida y casi nada
para quedarnos juntos hasta la oscuridad.
Tantas mañanas terriblemente lentas
antes de ti, tantas tardes de retratos
exhaustos sobre las mesas, noches que
nunca abrían grietas para el sueño; y de
repente los días huyeron como agua
desde adentro de una mano, la mañana tan
rápida. No te conformes: maldice
el tiempo. Si hace falta, grita con Dios—
a mí me escuchó mientras te esperaba.
* * *
Dime tu nombre —ahora, que perdí
casi todo, un nombre puede ser el principio
de alguna cosa. Escríbelo en mi mano
con tus dedos —como las polvaredas se
escriben, inquietas, en los caminos y los
lobos manchan la sábana de la nieve con las
señales de su hambre. Sopla en mi oído,
como llevas las palabras de un libro para
adentro de otro —así conquista el viento
el tímpano de las grutas y entra el vaho del verano
en la casa fría. Y, antes de partir, pósalo
en mis labios lentamente; es un poema
azucarado que se derrite en la boca y arde
como la primera menta de la infancia.
Nadie olvida un cuerpo que tuvo
en los brazos un segundo —un nombre sí.
* * *
Sus vestidos negros encerrados
en el armario lanzan una sombra
funesta sobre mis días. Su voz
eterna en la cinta del teléfono es otra
espina clavada en mi silencio.
Le robé, sin saber, todas las
palabras que te dijo —porque,
en un beso mío, son todavía sus
labios los que buscas, es de ella el cuerpo
que abrazas cuando me abrazas.
Si me duermo a tu lado otra vez
esta noche, sé que sus ojos
han de posar helados en mis
párpados, robándome la secreta
ilusión de ese reposo. Y mañana,
si por acaso sales antes que yo,
esos ojos van a perseguirme por los
corredores, como echándome
para siempre de esta casa. El tiempo
es implacable con quien aguarda
en secreto el olvido de
una muerte. Déjame, por eso,
aguardarlo contigo; y, mientras tanto,
basta que me mientas, sí, miente,
pero nunca me digas su nombre.
Traducción de Sergio Ernesto Ríos
Maria do Rosário Pedreira (Lisboa, 1959). Escritora, editora y letrista. Es responsable del grupo editorial multinacional Leya. Publicó la novela Alguns homens, duas mulheres e eu (1993) y en poesía A casa e o Cheiro dos Livros (1996), con el cual ganó el Prémio Maria Amália Vaz de Carvalho. En 2012, apareció su Poesia Reunida.