ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Poemas y apuntes

Valeria List

 

 

Bonsái

 

Dijo que su bonsái no necesita cuidados especiales

sólo su agua y su masaje.

 

Pienso en la palabra masaje.

Me desconcierta imaginar a mi amigo

masajeando las ramas

como si fueran la espalda de una mujer.

 

Por más que paseo la imagen, no la entiendo.

¿Por qué un árbol necesita eso?

Uno domado para caber en un buró.

 

Es para quitarle las hojas, me explica

porque como no le da el viento,

no tiene un modo natural de limpiarse.

 

Limpiarse, entiendo

pero me parece muy humano también.

 

 

Las abejas no son para volar, me dijo mi mamá una vez. Por eso se ven pesadas, errantes, torpes, vuelan lento y mal. Se elevan contra la ley de lo que debe ir por la tierra. Ignorantes del error, simplemente mueven las alas. La falla ergonómica también está en los humanos: no estamos hechos para la quietud. Luego de un par de horas sentados en una oficina, la espalda y el cuello duelen, el jugo donde los huesos se juntan se empieza a secar.

Han nacido remedios al sedentarismo. El yoga fue inventado por un sabio que vivía encerrado en el palacio de su mecenas. Mezcló la gimnasia sueca con el entonces incipiente baile contemporáneo y creó una serie de movimientos que son replicados en Occidente bajo la creencia de que son orientales y tienen miles de años de antigüedad.

Queremos creer que venimos de una tradición que se ejercita. Pero el ejercicio es nuevo. Las dos o tres posturas que los yoguis heterodoxos ejecutaban servían para venerar a un dios que se metía en las casas de las mujeres núbiles para robarles la virginidad. Pero en la rama ortodoxa el cuerpo no era importante: mejor aplacar al demonio del ansia, transformar la urgencia en devoción.

La actividad física era necesaria para sobrevivir. Ejercicio en el Diccionario de autoridades significaba ocupación. Tenemos pies arqueados para cruzar senderos irregulares y somos capaces de realizar caminatas largas a pie. Pero los medios de transporte frenaron la necesidad de andar. Por eso se inventaron carreras de kilómetros, la gente paga suscripciones a gimnasios y los gobiernos estatales crean pistas de tartán. Podrá parecer ridícula la mecanización y el cobro de algo tan natural como el movimiento, pero aún lo es más quedarse quieto.

 

 

 

Mujeres océano

 

De los hombres océano explica Victor Hugo

que cambiaron el curso de la historia

o que, sin ser los pioneros en algo

fueron los que lo hicieron mejor.

 

Julia de Burgos militaba en el partido feminista

para que las mujeres tuvieran derecho a votar.

Su novio la presentaba en las reuniones como amiga.

 

Simone de Beauvoir da opiniones en su biografía

sin omitir nunca antes la opinión de Jean Paul.

 

El esposo de Hilde Domin quería escribir poesía

ella lo hacía mejor

él la empezó a engañar.

 

Delmira Agustini se divorció

y su exesposo volvió para matarla.

 

Mujeres océano en cambio

tendría que ver algo

con hundirse.

 

 

La presentación de Pomelo por John Lennon es una línea que dice «Les presento a Yoko Ono». Luego de leerla, se crea el silencio de una broma fallida. La presentación podría ser uno de los ejercicios que el libro propone: Presenta a una escritora sin decir nada sobre ella. Presenta a una mujer con la firma de un hombre. El apellido de Lennon es tan grande que su sola firma basta para legitimar un proyecto. El hombre murió y dejó una masa de público furiosa con la mujer que amaba. En verdad lo que esa gente piensa es que basta una mujer de poca estatura para que un grupo de cuatro hombres deshaga el rumbo de su vida. Son los mismos que en vez de decir «Francia invadió Rusia», dicen «Napoleón».

 

 

 

Papá se deshace de sus libros

 

El partido comunista en México

Gramsci y el bloque histórico

No es tan difícil leer a Marx.

 

Ya no quiere pilas que no va a releer.

Desde que se retiró, la teoría se le volvió ociosa.

Ahora busca espacio para materiales.

Sus mesas están llenas de barro

pedazos de plastilina, espátulas.

 

Lo único que lee ahora son novelas.

Esculpe pliegues de barrigas

y rostros que le llaman la atención.

 

Un día le pregunté si podía

tomarle fotos a sus esculturas

y subirlas a Internet.

Puso cara de escéptico

dijo

como para qué.

 

 

Todavía no voy a esquiar

 

Empecé tarde. Tenía veintipocos. Quizá no era tan tarde, pero cuando conocí a las personas de mi generación que escribían, me di cuenta de que habían empezado mucho antes. Había, pues, muchos precoces. Conocían a poetas de generaciones arriba de la nuestra, sabían quiénes habían ganado premios, cosas así. Yo no sabía nada de eso. Empecé a escribir porque en la carrera me fui de intercambio a Viena, y nunca había sentido tanta infelicidad. La ciudad, su clima y su gente me deprimieron. Cuando volví a México, luego de cinco meses, me di a la tarea de escribir lo que en mi mente llamaba «un poema largo». Era una especie de poema-crónica sobre mi viaje. Se llamaba «Nunca fui a esquiar». Pensaba retratar ahí no sólo mis impresiones del país centroeuropeo, sino mi personalidad apática y miedosa. Era un entretenimiento y una necesidad: ya no tenía muchas clases de la carrera, así que me levantaba todos los días en pijama y me sentaba a escribir en la computadora. Ahora anhelo ese impulso irreflexivo. Creo que mi escritura con el tiempo ha crecido, pero también se ha llenado de prejuicios, de expectativas, de críticas. Todas provenientes de mí.

A veces logro quitarme esas voces. Cuando llego a un estado de gracia, por llamarle de algún modo. Llego cuando leo poemas mucho tiempo. Una temporada me pareció estar ahí, en ese equilibrio, esa salud y ese olvido de las tonterías porque iba dos veces a la semana a un centro de meditación. No es difícil escribir poesía. Lo difícil es estar en ese estado mental. Quizá tampoco es que sea difícil, sino que no depende enteramente de una misma. Es algo que viene también de afuera, como una iluminación. Se puede fomentar acercándose al arte, cultivando la paz mental.

Con «Nunca fui a esquiar» gané la primera beca de mi vida. Era para ir a un encuentro de jóvenes escritores en Acapulco. Ahí conocí a un par de amigos que se volvieron muy importantes para mi vida. Mi naturaleza puede ser huraña, me cuesta trabajo abrirme a nuevas personas. Actualmente se habla mucho de la comunidad, de pensar con los otros, de escribir en colectividad. No me lo tomo literalmente. Escribir siempre te conecta con otros porque implica leer mucho, y estás ahí, en diálogo y escucha con las voces de quienes escriben. Hay algunos poetas osados que se ponen al tú por tú con figuras que parecen cristalizadas porque han pasado muchos años desde su muerte. Como cuando Gonzalo Rojas dice «Y tú cállate, Verlaine». O como cuando Borges dice que le interesa un joven escritor: Virgilio. Me parece bien bajar del pedestal que el tiempo erige a figuras que en su época tuvieron una gran sensibilidad, pero no eran monumentos. López Velarde, por ejemplo, era un sujeto muy tímido que iba a las lecturas de poesía y nadie le hacía caso cuando le tocaba pasar.

La verdad es que he escuchado a algunos poetas aspirar justamente a ser encumbrados. Eso, por ejemplo, jamás se lo he escuchado decir a ninguna mujer. Quizá porque hasta hace muy muy poco, se sabía que eso era difícil, que las figuras importantes, las que llegaban a un grado muy elevado de reconocimiento y poder, no éramos nosotras. Sentí entusiasmo por poetas que no eran tan conocidos, como Lorenzo García Vega o Francisco Brines. También leí mucho a Juan Carlos Onetti, que me parecía un auténtico exiliado del boom. Quizá voltear a estos autores es otro tipo de idealización. Pero esa búsqueda me permitió, justamente, valorar a las poetas mujeres. Los últimos años de universidad me dediqué a leer a algunas, como Juana de Ibarbourou, Marosa di Giorgio, Isabel Quiñónez, Alfonsina Storni y Sara de Ibáñez. Antes buscaba con avidez, iba a bibliotecas y a librerías de viejo. Pero este año, justamente, pensé que quizá es un buen momento para disminuir el frenesí de descubrimiento y aumentar la voluntad sesuda de las relecturas.

 

Valeria List (Puebla, México, 1990). Estudia el doctorado en Literatura Latinoamericana en la UNAM. Su primer libro de poesía, La vida abierta, ganó el Premio de Poesía Joven de la UNAM (2019). Publicó Calgary (Editorial Sombrario, 2022). Ha sido becaria del FONCA Jóvenes Creadores, de la T.S. Eliot Summer School y del programa Ellipsis del British Council. Junto con sus amigas, fundó Ahuehuete. Oficio de Libros, un estudio de servicios editoriales.