Nos metemos excesivamente con los muertos
José Rui Teixeira
I
Nos metemos excesivamente con los muertos, me decías.
Sus ojos negros, acuáticos, misteriosamente
náufragos del tiempo como momias de niños
enfermas del amor de los padres o árboles quietos
ensimismados sobre su propia soledad.
Aun así observo demoradamente tu desnudez
sin olvidar que también morirás un día.
Háblame secretamente de las magnolias, del modo
como caen los pétalos sobre la tierra en los últimos días.
Los que no saben de la súbita blandura de las mañanas
recogen silenciosamente fragmentos de la luz de marzo.
Pero tú nunca caminas sobre el trigo, ni asistes
a la devastación de un amor más grande que la muerte.
Derramarás tu sangre en la tierra incendiada
para que lloren las flores el ineludible desenlace del invierno.
Nos metemos excesivamente con los muertos.
Descarnamos sus huesos como si nos ardiesen
las extremidades de los dedos y ladrillos dorados
nos pesaran sobre los relieves de las manos.
Me detengo en los silencios descosidos
de tu ropa adentro, en la extrema soledad
que anochece la tundra contra el hambre
esférica en el cielo de la boca o lenguas de fuego
sobre nuestras cabezas.
Serás como el fin del mundo en una caja
a los pies de la cama o la suspensión
demorada en el crepitar de las ausencias.
Hubo un tiempo en que yo desconocía el miedo.
Dios aún amaba a los hijos de los hombres
cuando, años más tarde, dejó de llover.
Cayó un libro de tus manos como presagio.
Es verdad que todavía espero el rumor blanco de las planicies,
la superficie de la mañana, tu boca como el estío.
II
Hubo un tiempo en que yo desconocía el miedo.
Los días eran como tangerinas en las letanías
de julio y mi madre buscaba en el fondo
de la mañana mi cadáver. Su cuerpo pendía
sobre una secreta forma de arrepentimiento,
orgánica como lamentaciones en las paredes del esófago.
De pronto, la palpación de un soplo, un estremecimiento.
Los frutos en el suelo antes de tiempo, un amor inconfesado
o una rara proporción en los segmentos blancos de los dedos.
Mi madre retenía en las manos la aterradora
exactitud de la muerte. Durante años la guardó
como una lámina sobre el corazón.
Un día, un gato escatológico deletreó su
nombre. Creí que era Dios. Cerré las manos
contra los higos con miedo del invierno.
Traducción de Sergio Ernesto Ríos
José Rui Teixeira (Oporto, Portugal, 1974). Realizó estudios en Teología y Literatura. Entre sus publicaciones se encuentran Antípode (2017), Habeas corpus (2022) y Uzume (2024). En 2009 se publicó una antología de su obra poética: Diáspora.