ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Poemas

Elena Milán

 

 

Desde hace varios días

 

Es la estación nocturna

desde hace varios días, sí;

pero no veas la baba de la bestia

colgando aún en mi rostro.

Carlos, todo tú hueles el desastre

y tu mirada es la flecha del sacerdote Zen

cuando la víscera apunta y acierta.

Vamos, tú, versos entre los dientes,

alas húmedas todavía,

a qué la sonrisa cómplice que se disculpa,

a qué repetir todo está en orden y el país en calma:

—alguien se ha fracturado dos costillas—,

—el maestro es generoso y amable—

si las barreras nos impiden salir al sol,

liberarnos de neblinas,

a pesar de los años y el ron bebido juntos,

de la amistad y las gotas entre las pestañas.

Pero cómo acercarse con las palmas abiertas,

alargar la mano,

poner la cabeza en tu regazo para llenarlo de espanto

o decirte, anda filosofito,

toma uno de tus espeluznantes libracos,

ármate de poesía

para acunarme un poco.

 

 

 

Y sin embargo, agente judicial

 

Sin embargo, espero que llames,

que mi vanidad alerte sus pistilos,

vuelva a la lluvia su corona dispuesta.

Pero sé que la conciencia advertirá de nuevo:

—la cobra está lista para el salto.

Me preguntaré si tus dedos

han metido otra vez

la cabeza del preso inexistente

en el barril de mierda del Pocito.

Y surge el movimiento delicado,

la ceja que coquetea consigo misma,

el gesto tan Víctor Mature de los cuarentas (en bonito),

¿nacen del mismo sitio que desborda mi angustia cotidiana?

Di, ¿qué cuerpo enterrarán ahora bajo el cadáver de mi abuela,

bajo la casa nueva de tu amigo?

Soy un polluelo tembloroso de frío y alas exasperadas,

el deseo se atosiga:

en Combray, el lecho de Proust se abre de almidones:

sólo ahí no has matado a nadie esta semana.

Y sin embargo,

telefonea porque no quiero verte,

llama: no necesito pistolas entre la pluma y el tintero,

llama, porque desde mi viejo castillo draculiano,

colegio de monjas teresianas,

de nuevo sueño con robarme las venerables imágenes barrocas,

el espejo que muestra a la hermana estrangulada,

quiero estrenar en ellos el filo,

hacha recién pulida, del leñador de mi pueblo.

 

 

 

Crucigrama I

 

Ambiciosa, demasiado bronca

para ser florecita de durazno,

tanto, que a pesar de tu dulce color

no te importa andar en tratos

con la internacional fascista del Cono Sur.

Ah, si aparecieras

en diarios italianos y sureños

extrayendo del sombrero de copa

respuestas a las más célebres intrigas,

podrías, con nuevos oropeles,

aspirar a la mano del príncipe heredero.

 

 

 

Frente a frente

 

Como puta vieja añoras tu juventud y repites anécdotas, pero sabes que nadie cree en ti, ni tú misma. Sigues siendo codiciosa y despiadada: aún representas peligro: todavía son buenos tu puntería y tu caballo y puedes pagarte todo, incluso gigolós. En la cima de tu historia fuiste generosa tras ser bien pagada, y bastante hábil para salvar las apariencias, tanto, que mi padre creía en ti, que eras el camino seguro. Cuando renegaste de tu principio se supo engañado y sin salida, y se volvió silencioso. Cuando yo te escupí la cara, tuvo miedo. Permitió el exabrupto, jamás la acción. Me hice clandestina; algo se había agrietado para siempre. Ya no te llamabas esperanza, ni futuro. Él alcanzó a oler tu descomposición. Estuvo en tu subasta: a cuánto el camión de arena movediza, y hubo otra quebradura. Ahora ya no hacen falta permisos. Sus hijos te miramos de frente. Conocemos tus más recientes zarpazos, penosos esfuerzos para ponerte de pie, avanzar de nuevo. Y sus hijos, los que nunca fueron tuyos, te preguntamos cómo va tu oficio, buscona, y no te perdonamos.

 

 

 

Crucigrama V

 

Thank you note

Con todo respeto, señor, me permito agradecerle la bella ampliación de la avenida a dos calles de mi casa. Esa mismita que usted hizo más ancha al prohibir el estacionamiento en las calzadas laterales, y renovó al pintar los pasos superiores y poner cercas que impiden el cruce de peatones despistados. Usted lo ignora, pero en la ceremonia de inauguración, entre las banderas, los funcionarios y las porras, usted materializó una de mis fantasías de adolescente: verle la cara al descaro. ¡Aleluya!

Atentamente,

 

 

 

OH SURAMÉRICA, SURAMÉRICA

 

En este avión

cargado cargado de italianos,

donde Teresa colombiana, colombina

y yo, ponemos la nota morena,

el ambiente, coro y soprano,

Kyrie eleison, Kyrie

se llena de Alemania, Austria, Salzburgo

haciendo juego con los colmillos

que desafían al cielo,

al vuelo, por encima de las nubes:

picos andinos exclamando su aquí estoy, a nuestra izquierda:

no somos tan especiales,

no le sacamos más de tres metros a una de sus caries

y siguen ahí, solemnes, bien plantados,

lobos en rabia, blancos zorros,

y mi compañero de asiento,

—primer hombre que he visto con aureola verdadera—

abre más los ojos

y comienza a hablar de Alaska.

 

Cómo no vivir en un bote,

gato negro por toda compañía

si se tiene una novia oscura y brasileira,

—Me gusta tanto Suramérica—

y una cara abierta, interminable

con todos los reflejos de la tundra

o como esa voz que se entrega, enlaza

hace el amor a la flauta, gloria, gloria.

Cómo no tomar a la angustia de la mano,

ofrecerle un caramelo,

llevarla hacia la puerta,

ver cómo mi pie la empuja hasta la nada.

 

(Otra vez tu cara de niño contrito,

juntas las manos al nivel del cinturón

sin encuentro, caricia, travesura.

Esperas que te recoja porque sí,

aunque no traigas nada en la valija,

como no sea un hueco entre los brazos,

ese no admitir a qué has venido,

qué buscas en la esquina del sofá,

en el librero, debajo de la mesa.

Un pretexto sencillo: —Andaba por el rumbo.

Y mientras te quiebro los lentes de un portazo,

respondo: —Pasa, hace tanto tiempo).

 

Vamos, las copas llenas de anécdotas, de bromas,

brillen el vino y el champaña.

Aquí no se valen la tristeza y la nostalgia,

cambiemos dólares por soles y liras por la luna,

la azafata es el tendido del Mercader de Venecia,

hay para todos, señores, calma, calma,

mientras los poetas se retuercen,

claman piedad desde los huesos:

—Aprenda inglés, señora, señorita,

la Escuela César Vallejo de la Avenida Garcilazo

programa, computa, robotiza,

enseña a bailar la nueva marinera:

Laudamus te. Benedicimus te.

¿Qué haces en este asiento, Mozart desconocido?

¿inmovilizaste renos alguna vez en el Yukón

con un disparador de lente japonesa,

o miraste una avalancha caer desde el MacKinley?

El comerciante observa detrás de su inocencia

y su aureola se esfuma poco a poco:

mientras sus focas y bisontes

cubren a diosas limeñas, bogotanas,

los tótems aleutianos espantan a los muertos.

 

(A los pies de San Francisco,

la Paz, y el sol de mediodía,

en secreto, en cuclillas, me decido:

bajo un sombrero hongo

soy cliente de confesora ciega.

Vaticina que vienes, que te rebelarás,

que casi moriré de pena.

Ofrece rezar para impedirlo todo,

excepto que me persigas.

Mi acento le sugiere una vela perfumada

que debo encender ante el altar mayor,

—oro, mugre y recovecos—

debo hacerlo, dice el murmullo,

por supuesto,

sin que el sacerdote se aperciba).

 

Todas las bombas estallan frente a las iglesias,

todas las bombas deben explotar bajo la ITT,

para que no aterricemos.

—El guardia, firme de posición, ordena,

“retírese, el carnaval ya no lanza rebaños de cohetes,

ahora tronamos salvas al Departamento de Estado”—

tu solus Sanctus, tu solus Dominus.

Los templos se sostienen como montañas sin fronteras,

flores, corazones atravesados de espinas,

limosneros y Cristos, marionetas muertas.

Y las bombas revientan escalinatas, saltan piedras,

—vivan la religión, la patria y la familia:

todos los mexicanos somos guadalupanos

tomemos estandartes, marchemos por las calles,

desagraviemos al asta bandera;

muévete pueblo, brinca pueblo, reacciona pueblo,

pero no corras tras Cristo en las aceras

lleva huaraches, no suele visitar al peluquero,

olvida la navaja de afeitar en la botica,

no conoce desodorante, quizá ve telenovelas,

pero sus manos gastadas lo delatan.

Las nubes miserables explotan de colores,

el líder de la CGT ha sido secuestrado,

pero nosotros volamos, simplemente volamos, Teresa.

Allá abajo Cuzco se agarra al monte con todas sus pezuñas,

permiso de fumar, desabrocharse entera

y que revienten, estallen las burbujas del champaña.

 

(No tengo paracaídas para esta suerte de saltos

ni para caer de sueño en sueño por los espacios de la muerte,

abandono por miedo la llaman, dice.

Pero sobrevivo,

como si mi tierra de brujos y ladrones,

nada más el duende Ekeko pudiera aparecer:

quiero su risa agrietando mis paredes,

su alegría de bigotes y empanadas,

su barriga, sus abundancias mentirosas.

Tal vez sigo como un fantasma entre fantasmas

—el Curro, el acuchillado del tesoro—

pero aquí estoy, Llorona:

Ekeko me da su gorro de lana y orejeras:

Spiritu in gloria Dei Patris

para seguir no necesito otra sombrilla).

 

Yo no sé si me he desatado el cinturón

o si traigo la lengua por cabestro.

Las monjas me mandarían al exorcista;

soy otro rumbo, otra mata de cabellos,

el lodo donde una mujer inca vende chicha,

su bebé pájaro y sus cinco polleras;

el jefe quechua en la misa de diez,

todos sus piojos y su bastón plateado.

Y a mi segundo hijo voy a nombrarle Ernesto

sin remedio

y voy a recorrer el sol sin escafandra.

El sacademonios, ¿tendrá las uñas largas,

una hermana viuda y un montón de sobrinos?

¿Iré al campeonato ecuestre en penitencia?

¿Al Country Club, jinetes a la inglesa,

alberca techada de cristal y té-danzante los domingos?

¿A Puerto Rico por el fin de semana?

Chesterton, ¿tus flagelados conocieron Uruguay?

Mozart, no me cedas tu peluca, sácame de este manto,

cuéntame Who took Panama?, dame tu bendición,

no quiero el desayuno, señorita,

que me mareo, que voy a vomitar hasta la sangre.

 

(Buenos Aires. La sombra de las hojas revolotea en la ventana.

Y tú llegas en sabueso:

tu nariz ha rastreado el continente

para saltarme al descender de un taxi:

—Manos arriba, muchacha, señora tentación,

aventurera, escarcha, piensa-en-mí;

colaboro al secuestro:

mis muñecas están listas para tus esposas,

me presto al cateo,

pierdo el reloj, el diario, los cerillos.

Me trago la llave carcelero.

Que nadie interrumpa a las polillas

(están haciendo el amor sobre la lámpara),

que nadie nos moleste

interum venturus est cum gloria

nuestros cuerpos se han apropiado el mundo).

 

Hay un millón de palabras en el aire:

respiro, eructo, papo palabras en vez de moscas

pero no las entiendo.

Los italianos las sueltan como pompas de jabón,

pasan por encima de mi cabeza,

revientan opacando mis lentes.

Hay un millón de palabras en la petición de indulto.

Palabras como súplicas, como lágrimas, Dominus vobiscum,

como madres buscando a sus hijos en las comisarías de Santiago,

como cadáveres devueltos por el Río de la Plata,

palabras enormes como ejecución, ley fuga,

escuetas como el garrote vil,

desastrosas como “un compañero más ha desaparecido”,

torturantes como genital impotente por razones eléctricas,

desgarradoras como la percha del perico,

Crucifixius etiam pro nobis

palabras que sí entiendo,

pero que estos italianos en viaje organizado

no conciben flotando entre sus bromas,

quizá otro día

cuando la votación o el mitin del partido

previo testimonio de asilado político.

Sí, quizá cuando estemos de humor

y las estrellas nos sean propicias.

 

(Te has dormido en el asiento

confiado a mi experiencia de chofer;

te estás perdiendo los lagos suizos de los Andes,

el paisaje de calendario o luna de miel

en el que tú, ficha hotelera,

me niegas el nombre y el registro,

me clasificas parte de tu equipaje,

y duermes.

Tal vez provoque un accidente

que te abra los ojos al horizonte de pinos,

a las olas inesperadas,

a esta curva que me lanza desde tu enojo

—por necesitarme tanto—

hasta la alegría de saberme íntegra, completa,

yo, con las manos sobre el volante,

yo, mis dos ojos y mi cintura,

yo, caminos y tropezones, yo,

a pesar tuyo).

 

La mujer aymara ríe

de mi pregunta al canario adivino

y la llama brilla de cintas rojas;

el color y el hambre saltan en el mercado,

el color y la risa de terraza a terraza

—te cambio mi arado por tu sombrero—

la risa, corredor secreto para el desafío,

la risa y el color despatarrados:

coito vital en un huaco,

calavera bailarina, político de feria,

calavera de todos nosotros oyendo a Mozart

bajo el árbol de la muerte,

cinturones de seguridad bien cinchados;

en línea, como deberemos estar

si queremos seguir siendo amables,

parte del vuelo que la terraza desconoce,

donde nuestro pase al olvido es la ceguera,

la casa que no se lleva el río,

y la risa surge cuando la televisión da el pie,

y siempre que no desentonemos con una carcajada.

 

 

(¿Sabes? Cuando el hechizo me cae encima

cuerpo y conciencia se van al demonio

y el “te amo” pierde la razón de oírse.

En cambio, tus facciones revelan

la tranquilidad de quedarte contigo

en tu pequeña celda de dos por uno:

eres impotente para salir al campo

por la puerta falsa del corral.

Lástima, ignoras el grandísimo contento

el alborozo de ser pirotecnia

que yo conozco al perderme en ti).

 

 

Ah, muchachita, obedece:

el cinturón de nuevo.

Desde Lima sólo has ganado a Mozart.

Ahora Cuzco te llama, joya entre piedras,

Sanctus, Sanctus, Sanctus, oh Altissimo

desde esa pista en que no cabremos nunca

cabrearemos quizá, rebote y hossana en las alturas.

Mozart, si fueras general de todos los ejércitos,

¿adónde iría a parar la música si recobráramos América,

el olor de los Andes y la yuca?

Mozart, ¿bastará con lavar la calle,

regar las plantas con fusiles?

¿Habrá otro barco para Elia Kazan y su abuelo

a cambio de su hambre, sexo, sus ojos griegos,

hacia la tierra de leche y miel?

 

Aquí,

donde el canto y el tordo cotidianos

se mimetizan en la hora queda,

los tiranos se disfrazan, doblan desde los palacios,

tabletean, gritan ¡alto! al amor,

y la ternura puede venderte al diablo.

Ocúltala, mátala, entiérrala,

que no viva, que no pueda ser.

 

 

Pero enlaza tu mano con la suya,

anda, baja la escalerilla,

haz del amor tu enfermedad secreta.

Admite que has llegado,

sigue esa flecha —la clandestina—

la que conduce al ruedo

Item misa est, Teresa,

al lance final,

la vida.

 

 

Estos poemas pertenecen al libro Corredor secreto (Editorial Antares,1983).

 

Elena Milán (Real de Catorce, San Luis Potosí, 1937). Poeta y narradora. Estudió en el Instituto de Intérpretes y Traductores. Fue colaboradora de El Cuento, El Factor, El Nacional, Gaceta Literaria, Nexos, Plural y Tercera Imagen. En 1975 fue becaria del INBA/FONOPAS, en poesía. Publicó, entre otros, Circuito amores y anexas (El Pozo y el Péndulo, 1979) y Corredor secreto (Antares, 1983).