Cinco poemas de Miyó Vestrini.
Selección de poemas de Geraldine Gutiérrez Wienken[*]
Miyó Vestrini
Ternura
Somos teclear de lluvia.
Agonía de los lagartos.
Manos de carbón.
Caracoles de azogue.
La partida de un niño,
un perro doloroso
una hoja muerta.
Somos hombres
sin sílaba
sin sombra
sin lápiz.
Árbol sin viento
y sin ancla
que devoraste nuestras palabras
nuestros limoneros.
Camino de algas y mariposas
que truncaste
el silbido del hombre crucificado.
Somos
aceras mojadas
plegarias de surcos,
Ternura.
Los viajeros
Agitamos la ternura anclada en los parques
como un insecto en una caja de plomo.
Nuestros caminos han perdido sus lagartos que
partían de los ríos hacia el asfalto rojo.
En algún lugar remoto
las fronteras juegan con los perros hambrientos.
Amamos los bances devorados de piernas y el
muchacho negro que le silba a la niebla.
No obstante el grito se estrangula en nuestros dedos.
No obstante las iguanas cargadas de miel
se devoran en los surcos.
He aquí el llanto de los trenes que cruzan las
estaciones sin detenerse.
Y queremos partir sobre la cubierta de un monstruo.
Sobre las manchas de petróleo que flotan en el agua.
Sobre los halcones que no crecen en las esquinas.
Y nos quedamos,
aferrados silenciosamente al silbido del muchacho negro.
Maracaibo, marzo 56
Soledad
a Gloria Reyes, afectuosamente
Soledad es simplemente
ese viejo marinero que nos habla de las Serpientes del Sur.
Es simplemente esa plegaria que se pronuncia
al pasar cerca de un mendigo.
Soledad puede ser
cualquier lagarto arrodillado;
cualquier ciudad que agoniza poblándose de emigrantes
y de mujeres desnudas.
Soledad yo te invoco.
Y la lluvia danza a mi alrededor.
Sobre todas las cosas del olvido clavas tu aullido de niño muerto
y no obstante,
cada vez que te invoco
sólo me traes el gesto de aquel adolescente que quería morir
bajo los puentes.
Resucitaste una tarde
mientras yo le mentía al joven desconocido y él me hablaba
de una casa extraña
donde los ancianos daban grandes banquetes y ofrecían sacrificios.
Resucitaste soledad.
Conocí entonces el nombre del que me hablaba,
comprendí que la casa extraña
no era sino una vieja palabra cuya ternura utilizaban
mis antepasados para enamorar a las bailarinas del fuego.
Descubrí la mentira del tranvía que devoraba al estudiante.
Y nuevamente Soledad
me levanté contra todas las ventanas del mundo,
contra todas las palmadas dadas en los cinematógrafos.
Me levanté soledad.
Y la lluvia danzó a mi alrededor.
Maracaibo, junio de 1956
XIII
a Germán
Si yo hubiera tenido un padre borracho y alegre,
un padre de esos que cruzan el páramo a caballo,
dejando que el frío cale hondo,
el desconsuelo sería más pequeño.
Si yo hubiera tenido un padre burlón,
de esos que llegan de madrugada
buscando el fogón prendido
y el café
y la cobija caliente,
sabría cantar, beber, enamorar
como lo hacen todos los padres de pueblos.
XX
La tristeza
amanece
en la puerta de la calle.
No en vano
he sido tan cruel,
no en vano
deseo
cada tarde,
que la muerte sea simple y limpia
como un trago de anís caliente
o una palmada cuyo eco se pierde en el monte.
Miyó Vestrini (Nîmes, Francia, 1938). Dirigió la página de arte del diario El Nacional, así como la revista Criticarte. Obtuvo el Premio Nacional de Periodismo de Venezuela en 1967 y en 1969. Entre sus libros se encuentran Las historias de Giovanna (1971), El próximo invierno (1975), Pocas virtudes (1986), Valiente ciudadano (1994), Es una buena máquina (2015) y Órdenes al corazón (2001).
[*] Estos poemas fueron publicados en los libros El encierro del espejo (Editorial Blanca Pantin, 2002) y Todos los poemas (Monte Ávila Editores, 1994).