Cinco poemas de La vida sin centro
Leandro Llull
En un subte alguien lee a Virginia Woolf
Una chica alza el mentón hacia la luz quebradiza del metro,
despega la lectura y sonríe bajo el movimiento de los vagones.
Su cara va tomando la forma más bella de la energía
y yo veo cómo sus labios corren con Virginia
a lo largo de una costa paralela al mundo que habitamos.
Entre las nubes van las dos dejando huellas
sobre la arena rumbo al faro que domina la marea.
Pero al llegar, alguien las detiene:
No tenemos aquí nada para darles,
ustedes no necesitan recompensa.
Han amado la lectura.
Pequeña victoria sobre el discurso del cronista
Estoy en una oficina esperando por el dueño.
Una pantalla quejumbrosa desborda la sala
con el canal de las noticias y el diseño
del mundo flota como un vitraux
que filtra la legión de sus demonios.
La crónica es un cuerno que me aturde,
abro el libro y busco un poema.
Quiero leerlo y no puedo. Entonces
lo digo, lo rezo,
tapo el violento staccato y el verso
se escancia y alcanza el vigor de la materia.
Soy un sheik que canta y descubre
la pulpa del silencio. En el vacío
subo hasta la música y me vuelvo
real, sagrado,
sólido,
como la espuma.
Números
Con la luz apagada y una pata menos en los lentes
mi vieja saca cuentas para ganarle a la inflación.
Tengo cinco años, el mundo
es una cocina oscura y una mujer
tentando que las cosas entren en sus números.
Las cifras se ocupan de la impotencia y de la falta
y ella pega tickets, hace sumas
en los márgenes, glosa y adjunta las notas
garabateadas en retazos.
Siendo una de esas bocas destinadas
a salvarse por la maravilla del guarismo,
empiezo a entender que las verdades
son un pequeño tajo de sol
en la habitación ensombrecida
donde una mujer se desvive
para que la matemática sea,
como Descartes quiso,
un arma que descompone,
y al final, nos une.
Huesos
¿Te acordás del monstruo
que unos pibes encontraron
cerca de la rompiente y las aguas vivas?
Ardía negro y perlado un palo
señalando aquel hallazgo y la gente
se amontonaba para verlo.
Pero solamente había una marca,
la intriga y la sorpresa soportando
el embate de la espuma.
Un hueso, dijiste. Un fósil
de alguna criatura milenaria
en la orilla del mar. Blando,
efervescente, irradiaba su latido
y rodeaba con un pecho de medusa
los maravillados años
igual que la sal sobre la piel
cuando nos quedamos encallados
a secarnos en la arena.
Las nubes
¿Ves el río que huye,
la masa terriforme y quieta de tu entorno?
¿Ves el tiempo convertido en jarra,
bacinica de terrina que comprende al agua muda?
¿Ves la zanja de tu vida,
la estancada tarde en que perdiste todo?
Sí, ahora los ves.
Ahora, cuando se ha roto la cápsula de aquellos días
y fluís como las nubes en el cielo de este patio.
Leandro Llull (Rosario, Argentina, 1983). Es autor de Disonancia del jardín (Editorial Municipal de Rosario, 2009), Horas menores (Huesos de jibia, 2013), A los pibes crudos (VOX, 2015), Maratón (Ediciones 27 Pulqui, 2016), El gamo(Ediciones 27 Pulqui, 2019) y La vida sin centro (Salta el pez ediciones, 2022), y del trabajo “La lengua en soledad”, dentro de la obra colectiva Prueba de soledad en el paisaje (Mansalva, 2011). Recibió el primer premio de la Municipalidad de Rosario en 2009 y el primer premio del Fondo Nacional de las Artes de Argentina en 2013.