Gustavo Abel Guerrero Rodríguez,
Abecé de lo esquizo,
ISBN: 978-607-490-304-1, México,
Fondo Editorial Estado de México,
2020, 128 pp.
Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza (Zacatecas, 1988). Narrador, guionista de radio y cine, traductor, columnista en La Jornada Zacatecas, director de El fuego de Luka y colaborador en LugarPoema. Es licenciado en Letras (Benemérita Universidad Autónoma de Zacatecas) y maestro en Humanidades: Estudios Literarios (Universidad Autónoma del Estado de México). Es estudiante del doctorado en Literatura Hispanoamericana (Benemérita Universidad Autónoma de Puebla) y del doctorado en Crítica de la Cultura y la Creación Artística (Universidad Autónoma del Estado de México). Se interesa en la sátira y el humor en la literatura y los medios audiovisuales, estudios de género y las conexiones historia, literatura y filosofía.
Qué sabemos sobre los diccionarios
Adso Eduardo Gutiérrez Espinoza
Los significados de las palabras se buscan en un diccionario, o eso, al menos en la formación de nuestras primeras letras, nos han dicho. Se busca la palabra, o significante y se topa con su definición o sinonimia si nos queremos ver bastante exquisitos. No obstante, a veces ese significante nos lleva a construcciones bastante peculiares. Por ejemplo, jugable: acción y efecto de jugar. Esta fórmula y otras, unas más o menos peculiares, se encuentran en los diccionarios. En un pasado, estas, lejos de darme certezas, producían que frunciera el ceño. Claro, ahora reconozco mi ignorancia y sospecho cuál es la función de esas fórmulas lexicográficas. Sospecho, ignorancia y función.
Sin embargo, no todos los diccionarios son así, enciclopédicos y formales, por más interesantes que fueran. Hay diccionarios que se leen con una mano, otros que no llenan el buche de piedritas y tampoco son tiesos de cogote. Estos diccionarios se acercan más a lo creativo y lo lúdico. Su registro se encuentra en las artes. Además, abogan por un lector jugador, que anote tantos goles como Messi o, al menos, no sea tan malo como Dostoievski, quien por años huyó de sus acreedores y casi deja en la ruina a su familia. Uno de estos diccionarios es el de Ambrose Bierce, que proporciona lúdicas y satíricas definiciones de palabras. Como obra, El diccionario del diablo, vaya título para un libro profundamente humorístico, se encamina a evidenciar la complejidad de un diccionario y criticar su formalidad, incluso la propia seriedad de la enciclopedia. Por supuesto, esta obra lleva en sí misma su propia penitencia: el humor requiere autores jugadores, que participen en la dinámica del texto. Los críticos de esta obra, sin duda, señala Théologie portative ou Dictionnaire abrégé de la religion chrétienne, de Paul Henry Thiry D’Holbach, que justamente aborda con humor algunos aspectos de la teología cristiana y la vida de los cristianos. Este diccionario, sin duda, bebe del pensamiento ilustrado y se precipita a, otra vez, a la Enciclopedia —se sabe que su autor escribió algunas entradas para este proyecto ilustrado—.
Otro diccionario es L’Abécédaire de Gilles Deleuze, una serie-documental para televisión en el que Claire Parnet entrevista al filósofo francés Gilles Deleuze sobre algunos postulados de su proyecto filosófico. Este programa está estructurado por veintiséis conceptos, que son una muestra del pensamiento de este filósofo francés. Por ejemplo, en L de Literatura el filósofo reflexiona sobre su noción de estilo, el papel de la literatura como un fármaco y la importancia de Platón y Nietzsche para la literatura universal. Este documental en sí mismo es una joya que no solo muestra su pensamiento, sino también el quehacer de los filósofos, los científicos y los literatos.
Estos tres diccionarios atraviesan a Abecé de lo esquizo, la razón por la cual estamos reunidos: cobijar y acompañar a esta obra, tan extraña como interesante. El título, una referencia al pensamiento de Deleuze, dibuja los caminos que transitará la obra, ¿novela, cuento largo, noveleta o novela corta? Por fortuna, la obra de Guerrero Rodríguez transita no para dar una cátedra sobre Deleuze, autor por sí mismo oscuro y a veces complicado entender —si me preguntan, leer a Deleuze es leer una obra barroca—, sino procura aplicar aspectos de su pensamiento en el terreno de lo literario. Básicamente, fusiona horizontes de la filosofía con la literatura. Por ello, decir que es una cátedra es un despropósito, pues estamos frente a una obra literaria experimental. Esta obra exige de lectores jugadores y jugables, despreocupados en cierto modo, para identificar y unir las pistas en cada fragmento del texto, que se plantean como una definición lúdica de las palabras y conceptos de cada entrada. Al principio de este párrafo, me pregunté sobre cómo llamar esta obra, pero en realidad no estoy seguro, pues cada entrada funciona por sí misma, unas más breves que otras, las cuales me hacen pensar en la microficción, el cuento y el relato breve. Funcionan en lo individual y también como unidad, en cuyo caso la liga es su propia estructura enciclopédica. Por supuesto, como obra literaria, no busca esclarecer conceptos, sino narrar historias de manera fragmentaria. Algunas veces, estas historias parecen inconexas o que no tienen sentido. Justamente, la fortuna de obras así es su construcción a partir del sinsentido, en el buen uso de la palabra.
¿Barroquismo afortunado o desafortunado? Considero que no siempre hemos tenido una buena explicación o formación sobre este movimiento artístico, pues siempre se nos ha dicho que hay una suerte de terror a dejar espacios vacíos y saturar la obra con ornamentos retóricos. Medianamente cierto. El problema resulta que el Barroco no siempre se inclina a lo ornamental y su saturación puede ser en un nivel narrativo, rítmico e incluso por temas. Por supuesto, el Barroco de esos siglos no es el mismo al Neobarroco del siglo pasado y el Barroquismo, en las que muchos autores contemporáneos desarrollan, sean o no conscientes. Abecé del esquizo es una apuesta a un barroco distinto, claro que se nutren de los movimientos señalados y a la vez se posiciona en contra. Grita: soy oscuro por los temas y la estructura, pero no quiero ser barroco. No obstante, la misma obra, juguetona desde la primera línea, me hace dudar de su palabra. No confío porque la obra sonríe socarronamente y nos hace romper la cabeza, claro a veces me sentí tan angustiado que debí detenerme para tomar alprazolam. Con esto, no quiero decir que es una obra que enferma. Todo lo contrario. Es una obra que va a la salud para hacernos mover. A ver: acá podemos tener libros de todo tipo que se caracterizan por su sencillez y ofrecen historias que no siempre requieren autores jugadores; sin embargo, esta obra plantea el movimiento por el movimiento en sí. Es decir, su salud se construye con el movimiento, forzando al lector a salir de zonas de confort y confrontarse a situaciones establecidas. La obra cuestiona y mueve, es todo lo que puedo decir. Su movimiento suele marear, pero créanme el reto se encuentra en dejarse llevar y evitar mantenerse en un punto. Claro, la obra tiene sus fuentes que nos puede dar una idea, pero solo es el comienzo.
Entonces, ¿qué tan factible es llamarle a una obra barroca? Posiblemente, si se considera que no es la misma a la de hace años. Por ejemplo, Abecé del esquizo no abraza el barroco sorjuanista, sino que se precipita a unir otras tendencias europeas y latinoamericanas. Una de ellas es su sujeción a la literatura brasileña. Mientras leía, no dejaba de pensar en Jorge Amado, en particular su novela Doña Flor y sus dos maridos, aunque no estoy seguro si el enlace sea o no directo. Apuesto, más bien, a mis propios prejuicios de lectores. Por otro lado, algunas de sus entradas me recuerdan a los poemas satíricos de Gregório de Matos, que se burlaba de la sociedad brasileña de su época y sus opositores le llamaban la boca del infierno. Abecé del esquizo, por fortuna, toma lo brasileño y propone una obra delirante.
Ahora bien, el título de Abecé del esquizo es una metáfora en sí mismo, que juega con las referencias, un metalenguaje que parece acompañarnos —con esto, no quiero decir que necesariamente se conozca a Deleuze y sus postulados, más bien es el pretexto para narrar y proyectar una obra delirante—. Ser esquizo es, justamente, jugar y moverse, no tanto con una serie de estrategias y reglas, en realidad, esta obra abraza el movimiento como ruptura y constantemente rompe. Ser esquizo es saber el abecé y construir con cada letra muchos significados y ligarlos. Abecé del esquizo es, sin duda, una experiencia enriquecedora y curativa, más en tiempos de encierro debido a la contingencia.