ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Inti García Santamaría,
Azúcar impalpable,
México, Dharma Books,
2022.


Leandro Llull (Rosario, Argentina, 1983). Ha publicado La vida sin centro (2022), El gamo (2019) y Maratón (2016), entre otros libros de poemas. Se encuentra a cargo del taller literario de la Biblioteca C.C. Vigil.

 

Desafresar la existencia

Leandro Llull

 

 

Una de las características salientes de la poesía de Inti García Santamaría es su doble descentramiento. Por un lado, en relación con la contemporaneidad, y por el otro, respecto a la tradición. Su trabajo es marginal en tanto y en cuanto importa una escritura de los márgenes —y en los márgenes—, sea del poema como género, sea de la literatura como fenómeno social. Cada texto suyo es percibido como una glosa, una nota en los bordes de los libros y de la vida (al menos de lo que esta sociedad entiende como “vida”): pequeña voz inserta en los ángulos del cuadro —léase mundo—, que dialoga secretamente con su espectador.

Para ello, su poética se sirve de la frescura de la oralidad y de la fragilidad del pensamiento interno. Si hay algo renovador en su lenguaje es precisamente la soltura del susurro que resuena en aquel que desea hablar pero no encuentra la fuerza suficiente. Porque, en definitiva, ante la maquinaria comunicacional e ideológica de un mundo mediatizado y panoptizado, todo sujeto se encuentra en situación de ambivalencia frente a la posibilidad de asumir un decir propio. Con ese sentimiento es que los poemas de Inti García Santamaría se hermanan, y de él se nutren.

El tratamiento de la imagen y de la sonoridad en sus versos tiene lugar como un tacto de la minucia, un deshilar de lo dicho y de lo que se está por decir, y conforma el poema como una materia blanda y anhelada, aun cuando sólo se trate de enumeraciones, como en “Suvenires de la identidad nacional”, donde una lista de objetos es paladeada estética y emotivamente por su sola pronunciación. Bien nos vale de ejemplo el final de “Los cañones de Navarone”, segundo poema de este nuevo libro, para que el poeta dé cuenta de este deseo: “Desde entonces, / eso ha sido más o menos mi vida, / buscar monedas doradas de chocolate en la oscuridad / con una linterna que alumbra poco”.

Esta mirada se origina en un apartamiento, un prestar atención a la rebaba del entorno (el confeti desparramado por el suelo al final de una gran fiesta, contemplado desde un rincón lejano a la pista de baile). Y la distancia le permite captar con ternura las diferentes temperaturas de lo periférico, incluso cuando el modo elegido fuese un discurso en apariencia irónico: “Caen las hojas del tepozán, / la luna ilumina chocolatines y panes de muerto / en la vitrina de la cafetería”.

Como bien señala Luis Felipe Fabre, Azúcar impalpable es un libro sobre la pérdida y sobre la conclusión de una etapa (o un orbe). Pero no por ello deja de alinearse con todo el derrotero anterior del autor. El rescate de la belleza relegada de la cultura pop (“Yabba Dabba Doo!”, “Jeepers Creepers”) y las sutilezas de la barrial (“Árboles comunes del Valle de México”); el recogimiento de la vibración anafórica del habla cotidiana (“Jornadas Lingüísticas por el Día Internacional de la Lengua Materna”, “Luciérnagas cian”); el escape a todo formato artístico o vital (“Las nuevas siete maravillas del mundo moderno”); la denuncia preciosa y exótica de las injusticias, las angustias y el dolor (“El rock”) y la actualización del pasado en la emergencia del recuerdo (“Polaroid”) continúan siendo los rasgos de una obra que, sin dejar de ser indiscutiblemente contemporánea, en cada ocasión se afianza en la intempestividad de toda poesía verdadera.

De este modo, y como su título nos hace sentir, este libro nos llama al descubrimiento de una zona de la vida visible pero inapresable (la del día a día y también la de la suma de esos días), en la que, instalados en la desilusión, estamos casi obligados a decir “pienso / qué poco duran / las flores / al apagarse / las velas / al encenderse / mi vida / al volver a apagarse / la jacaranda / al encenderse / las flores qué poco duran / al volver a apagarse”, y, sin embargo, advertimos la obtención de un consuelo ético al hacerlo.

Pero lo que Azúcar impalpable también deja en claro es que si queremos experimentar tal consuelo, primero es necesario asumir la tarea de “desafresar” la existencia consagrando nuestras fuerzas al azar desinteresado del hallazgo (aquella trouvaille de los surrealistas), para que, más allá de la pérdida y el duelo, al final de cada carrera conjunta podamos mirarnos a las caras y serenamente confiarles a los otros: “Las horas que viví con ustedes / serán lo último en oscurecer / cuando todo lo demás se haya apagado”.