ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Virginia del Río,
Colegio para señoritas y otros cuentos,
Toluca, Centro Toluqueño de Escritores/Ayuntamiento de Toluca,
1992, 97 pp.


Anaclara Muro Chávez (Zamora, Michoacán, 1989). Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Publicó No ser la Power Ranger Rosa (Montea, 2017) y Princesas para armar (Editorial el Humo, 2017). Estudia la maestría de Estudios Históricos en la UAQ.


Cuentos para atornillarse sola la cabeza

Anaclara Muro Chávez

 

Escuché hace poco decir a María Fernanda Ampuero que todas las narrativas de mujeres eran inevitablemente una distopía. Decía que como vivimos tanta violencia, no podemos imaginar un futuro prometedor. Las cosas parecen estar cambiando, pero constantemente los feminicidios, la trata, los acosos, las violaciones vienen a recordarnos que no, que las mujeres no podemos bajar la guardia porque cualquier pretexto será bueno para insultarnos, humillarnos o lastimarnos de cualquier forma posible.

Las minificciones de Virginia justamente ensayan sobre las posibilidades del futuro de las mujeres, las explicaciones de estas posibilidades siniestras en su pasado, en los mitos fundacionales, en fin, el origen de nuestros miedos. Las mujeres no son mujeres, son muñecas, mariposas, robots, complejos sistemas de cuerda y joyería; el resultado de que Eva mordiera la manzana y se la ofreciera a un Adán atolondrado que se creyó a sí mismo la historia inventada del pecado original.

Por otro lado, el mundo que rodea a las mujeres parece no entender nada: padres que le cortan las alas a sus hijas, señores que invariablemente van a llegar más tarde, lobos enamorados de niñas, príncipes parlanchines, incluso los hombres de los sueños fracasan en estos cuentos. Los miedos, encarnados en personajes de fantasía, se nos presentan con la comicidad y la violencia de la que sólo la minificción es capaz. Una imagen es suficiente para comprender nuestros dolores más profundos y arraigados. Sin embargo, los escenarios que presenta no son unívocos, la paradoja en los textos abre un huequito para que los personajes inconformes con la historia que les tocó decidan escribir la propia.

Colegio para señoritas y otros cuentos rompe con las expectativas de la feminidad inculcadas por siglos. El giro súbito que permite la minificción nos rompe el encanto de una oración a otra. La perfección femenina solamente puede existir cuando está construida de manera artificial, porque no es humana, existe únicamente en los cuentos de hadas, como la Biblia y la Cenicienta. Por eso las mujeres en este libro albergan una sensación insumisa, desean ser independientes, fuertes, a veces comerse al príncipe y encogerse de hombros.

Del Río logra volver elástica la realidad en los mundos que dibuja. En este sentido se posiciona desde la imaginación como una trinchera infantil que desestima la necesidad de explicaciones lógicas y argumentos sobreexplicados. Los adultos son fantasmas, las mujeres están tristes y se preocupan demasiado, no pueden ser independientes. Pero los niños, las niñas, tienen el mundo a su disposición, de sus cabecitas puede salir cualquier cosa: “mariposas de papel, caballos alados, peces de colores, pequeños elefantes verdes, flores de cristal, insectos metálicos…”

Pero este no es un libro para niños. Los cuentos que podemos leer en muy pocos minutos se abren hacia nosotras, adultas aburridas, para que podamos ver mundos fantásticos que, con no poca ironía, nos recuerdan nuestras debilidades, pero también nuestras ingeniosas formas de escape. La distopía que funciona siempre logra ser un espejo. En este caso, los espejos pequeñitos multiplican nuestro reflejo hasta el infinito desde todas las perspectivas. A veces nos identificamos con una princesa, otras sufrimos con el recuerdo de Eva, de pronto somos esa maestra que mata mariposas sin misericordia, o la mujer cuya cabeza rueda por el piso de tan frágil. Como ellas, también podemos encontrar la ironía en estas situaciones, reírnos de ellas, reinventarlas, transformarnos, reescribirnos.