Juana Adcock,
Manca,,
ISBN: 978-607-516-236-2,Ciudad de México,
Fondo Editorial Tierra Adentro,
2013, 91 pp.
Maricela Guerrero,
El sueño de toda célula,,
ISBN: 978-607-97815-3-8, Ciudad de México
Ediciones Antílope,
2018, 117 pp.
José Peña Loyola. Tiene una maestría en Crítica y Escritura de Arte por la Escuela de Artes Visuales de Nueva York. Ha trabajado como editor y escritor para el festival de cine La Orquídea en Cuenca, Ecuador, y para la plataforma digital Recodo.sx. Actualmente vive en Houston, donde estudia su doctorado en Estudios Hispánicos con concentración en escritura creativa.
Cuando el cuerpo es territorio
Notas sobre Manca y El Sueño de toda célula
José Peña Loyola
Las experiencias propias son, también, archivos. La memoria individual es un documento en la medida en la que se la entiende colectiva. Cuando los recuerdos de nuestra experiencia se escriben se conectan como las raíces de los árboles. Entonces, para llegar a ellos no es suficiente recordar. Tampoco es suficiente la memoria propia. Al escarbar en el cuerpo individual, al pensar en qué hay debajo de nuestros tejidos, de nuestros músculos y nuestros órganos y debajo de nuestros fluidos uno se encuentra con la certeza de que ese cuerpo es muchos porque esos tejidos, músculos, órganos y fluidos serán en la tierra con otros: abono y sedimento. Juana Adcock y Maricela Guerrero comparten en el proceso de escritura de sus poemarios más recientes el ejercicio del desentierro: en el propio cuerpo y, por consecuencia, en el cuerpo común. Ambas parecen entender que un país en guerra, un mundo convulsionado, necesita “desenterradoras”.[1]
Juana Adcock empieza su poemario con un epígrafe del poeta peruano César Vallejo: “más adentro, muy más, de las herrumbres”. Las herrumbres son hierros oxidados, superficies corroídas. Y hay que ir más allá del óxido provocado por la humedad. Más allá, ¿a dónde? A rastrear la genealogía de los propios órganos, de la propia piel, de la propia memoria. Una geología que al ser propia es común a todos los cuerpos vivos, a todos los cúmulos de células que llamamos seres.
“Todos los organismos están compuestos de células. / En las células se producen las reacciones / metabólicas de los organismos”, escribe Guerrero.
Los organismos dejan caer su memoria corporal al suelo y esa es nuestra herencia: “una red de agujeros en cada mano por donde se nos cuela la esperanza”, escribe Adcock.
Ambos poemarios entienden que la memoria del cuerpo propio se convierte en documento en la medida en que es evidencia de un dolor común. Heridas que perforan una piel colectiva y transcontinental. Heridas que recorren lenguas, territorios, geografías y corporalidades.
El cuerpo se enreda con una lengua o varias, o es la lengua la que enreda al cuerpo, o son las lenguas las que mantienen al cuerpo latiendo. La lengua, tanto en Adcock como en Guerrero, es corpórea: tiene órganos y una dermis, un tejido más grueso que la piel sobre la cual esta se asienta. “Un día de estos reconoceremos en lenguas vernáculas / cómo aligerar la lengua del imperio y sacudirla”, escribe Guerrero. Las lenguas del imperio son muchas, los imperios son varios. Y, asimismo, son multitud las lenguas que sacuden, las formas que sacuden; “las formas de estar en otras lenguas” que exploran ambos poemarios. Guerrero se acerca a las lenguas de los olmos y de los abedules, y a las vernáculas, aunque no las nombra. Adcock va y viene del inglés y del español, y en ese ir y venir vuelve extraños a ambos: “Debes renunciar a tu propia lengua”, escribe en inglés en la página 84 de su poemario.
Las lenguas enredadas a los cuerpos, las lenguas que son cuerpo, son, para ambas poetas, también territorio. Con estas lenguas como herramientas, o con la idea de las lenguas imperiales y vernáculas en el caso de Guerrero, ambas poetas proceden con un ejercicio de desentierro de fuentes, las cuales oscilan entre los recuerdos, el diccionario, las telenovelas, los periódicos físicos y digitales, y las guías botánicas.
Existe en ambas poetas una intención de poner las fuentes en evidencia, de ubicarlas sobre el suelo para que sean visibles. Sus procedimientos son distintos. Adcock revela sus fuentes diciendo: plagio de, o plagiado de… Guerrero relata dentro del poema el origen de esa información y al mismo tiempo ubica las fuentes al final del poemario. Más allá de estas decisiones relacionadas con la manera en la que se estructura y presenta el texto, hay una clara intención por desenterrar: un conocimiento, un dolor, unas lenguas, unos cuerpos. Ambos poemarios son ejercicios “de rascar la tierra”;[2] en estos hay una intención de desenterrar la violencia, como en el trabajo de los desenterradores que sacan del suelo los huesos dispersos de cuerpos desconocidos y los clasifican y los nombran. “Les soplamos a los huesos, les devolvemos el alma. Los huesos regresan al mar, recolectan tejidos de otras criaturas muertas”, escribe Adcock.
Referencias:
Adcock, Juana (2013), Manca, México, Tierra Adentro.
Guerrero, Maricela (2018), El sueño de toda célula, México, Ediciones Antílope.
Mónaco, Paula y Wendy Pérez (2019), “Los Jornaleros Forenses”, Gatopardo.
[1] Uso el término en diálogo con un artículo publicado en la revista Gatopardo en mayo de 2019 sobre la labor de los desenterradores en Veracruz, México.
[2] Así se refieren Paula Mónaco Felipe y Wendy Selene Pérez a la labor de los desenterradores en su artículo sobre el oficio.