Phomopsis/Arrebol,
Derretida,
México, Grafógrafxs,
2023, 76 pp.
Sergio Ernesto Ríos (Toluca, 1981). Es director de Grafógrafxs, revista de literatura de la Universidad Autónoma del Estado de México. Publicó Larga oda a la salvación de Osvaldo(UANL, 2019), en coautoría con Minerva Reynosa; El ganador del primer premio del centro de estudios interplanetarios (Periferia de escribidores forasteros, 2019); máquina portadora de cabezas (edición digital, 2018); Quienquiera que seas (FOEM, 2015); Brazuca (Palacio de la fatalidad, 2015); Obras cumbres (Bongobooks, 2014); La czarigüeya escribe (Editorial Analfabeta, 2014), en coautoría con Diana Garza Islas; Muerte del dandysmo a quemarropa (UANL, 2012), yMi nombre de guerra es Albión (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010). Tradujo del portugués copia_de_seguridad_3.1 (Grafógrafxs, 2021), de Érica Zíngano, Una confesión en la boca de la noche, de Danilo Bueno (Grafógrafxs, 2021); Boa sorte, 7 poetas brasileñas (Grafógrafxs, 2020);Bruno Brum a ritmo de aventura, de Bruno Brum (Palacio de la fatalidad, 2017); Droguería de éter y de sombra, de Luís Aranha (Palacio de la Fatalidad, 2014); Oda a Fernando Pessoa (Palacio de la Fatalidad, 2017), Paranoia (Palacio de la Fatalidad, 2013) y Voy a moler tu cerebro (Red de los poetas salvajes, 2010), de Roberto Piva; y la antología de poetas brasileños nacidos en los ochentas Escuela Brasileña de Antropofagia (Kodama Cartonera, 2011). Tradujo del inglés, con Diana Garza Islas, Una noche, senté a Donald J. Trump en mis rodillas/Y otras teorías estéticas del siglo XXI (Oficina Perambulante y Palacio de la Fatalidad, 2017), a partir de un ejercicio de Chris Rodley.
Me gusta que la obra de Arrebol tenga por eje una escritura experimental, y aquí hay un largo etcétera de lo que en la tan eclipsada Poesía Mexicana se entiende como experimental, pues padecemos el anacronismo de los académicos que siguen embrujados por “Blanco”, de Octavio Paz, si bien nos va. En cambio, me parece que esta escritura experimental de Arrebol es genuina y llena de cosas por decir; siempre tiene cosas por decir, como si su lenguaje o visión no fuera a agotarse. Creo que la clave está en que entiende a la escritura como un proceso, un artefacto o una dicción densa, potente. Hablé de escritura experimental, pero quizá es mejor decir escritura residual; el poema se abre en esa vía de referencias, de juegos, humor y un halo luminoso. En ello relaciono su nombre, Phomopsis, un hongo, una plaga. Me recuerda a todas las películas y ficciones y canciones de finales del siglo XX. Los entes máquinas en fusión, musicales, aturdidores, ruidos, borrones, fosforescentes, deambulando con algo de elegía, algo irrecuperable que no termina por aclararse qué es, aunque momentáneamente todo se consume en un hedonismo violento, insobornable. Hay en sus poemas la suma de muchas distopías, contradictorias o vagas, y por eso posibles. Todo lo que puede ser el arte. Mundos imaginados y arrasados. Distingo que funda su escritura residual en el arte, en el cine, en la disidencia sexual y lingüística que se respira en el aire, en las caricaturas, la vieja MTV, la música (muchísima música) y en el placer de la distorsión y la mixtura. A veces encuentro que sus poemas son sólo largas conversaciones, como si alguien hubiera dejado correr una grabadora en una fiesta de artistas veinteañeros. Los poemas se llenan de opiniones, de voces, conjeturas atrayentes. Es curioso que su poética esté en sintonía con otras cosas que están sucediendo en Guadalajara; pienso en el libro Nombre de fantasía, de Alejandra Arreola, y en la obra de Carlos Maldonado y sus exploraciones del mundo editorial desde el arte con Palacio de la fatalidad. Me gusta cómo Arrebol une la noción de arte y escritura, como si fuera una sola cosa y eso implicara su realización libre, caótica y crítica. Asistimos al lado opuesto de una exposición o un concierto, vemos los entresijos del evento, como si estuviéramos del lado de los curadores o atrás del proyector viendo la película y los subtítulos a la inversa, en la cabina del DJ mezclando, poseso, vertido entre mil luces en una sala oscura.
Sí, un poema necesita muchas ideas, viajes, amores, contradicciones, tristezas, aniquilaciones, pero eso no crea el poema. El poema también es la punta del iceberg visible de todo el lenguaje no dicho. Ya hablé de las destrezas temáticas de Arrebol, sin embargo, creo que lo más importante es el destello de su segundo nombre. Cuando Luis Jesús llegó al taller firmando sus poemas como Arrebol pensé que era la tomadura de pelo más sensacional cifrada en ese nombre tan anacrónico y a la vez tapatío, pero burlándose de lo tapatío y de las famosas mañanitas tapatías (que ya no deben ser famosas y sólo anacrónicas), que se refieren a un color que sólo existe ahí. Y era querer romper con todo, pero, y esto hay que subrayarlo, como todos los artistas que valen la pena, colocándose él mismo el chaleco bomba. Un gesto sutil y sólo comprobable en su obra. Me parece que Derretida es el comienzo de una obra poderosa. Ya quiero leer sus siguientes libros. Me hace muy feliz ver que la obra de Arrebol conviva por no sé qué hado con la de otros 21 poetas de la colección Pasavante, y con tantísimxs autorxs de Grafógrafxs. Redundan en la única idea con la que empecé este proyecto hace cuatro años: proponer una nueva estética, e invadirlo todo también.
[*] Este texto fue leído en la presentación del libro Derretida, de Phomopsis / Arrebol, en el Instituto Municipal de Arte y Cultura de Tecate, el jueves 16 de marzo.