ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Sebastián Rivera Mir,
Edición latinoamericana,
Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
Ciudad de México, Clacso-UAM,
2021, 100 pp.

Iván Pérez González (San Miguel Totocuitlapilco, Estado de México, 1980). Estudió Letras Latinoamericanas y Diseño Gráfico en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM). Su labor se enfoca, sobre todo, al diseño y la corrección de libros. Actualmente labora en el Departamento de Producción y Difusión Editorial de la UAEM.


 

El ecosistema de la edición latinoamericana[*]

Iván Pérez González

 

 

Desde la presentación del libro, Sebastián Rivera Mir propone 10 temas para ir introduciendo al lector en los procesos que conlleva la edición latinoamericana. No hay un orden establecido para la lectura; por el contrario, el libro se parece más a un collage que a una lectura ordinal. Para abrir el tema, el autor también de Militantes de la izquierda latinoamericana en Méxicoplantea las siguientes cuestiones: ¿cuáles son los actores del mundo de la edición?, ¿tenemos una edición latinoamericana? La respuesta, sin duda, llevaría un análisis exhaustivo y debatiríamos tantas cuestiones; sin embargo, una clave —a mi juicio— es la palabra ecosistema, la cual en el mundo de la biología se refiere a esa comunidad de seres vivos que se relacionan entre sí, ya sea para clavarse el aguijón, desgarrarse, camuflarse o para comerse. En el ámbito de la edición sucede algo muy similar, pues escritoras, escritores, correctoras, correctores, diseñadoras, distribuidores, editoras, libreros, entre muchos actores más, también interactuamos para que esas palabras transformen y formen un libro impreso o electrónico, un panfleto, una revista, un periódico y demás publicaciones; pero esta transformación y esta interacción no se presentan igual aquí en México que en Chile, por ejemplo; incluso en cada región son distintas, de ahí que también la palabra bibliodiversidad esté muy vinculada con el ecosistema, pues los procesos de edición varían incluso en cada institución.

Entonces deberíamos cuestionarnos si las políticas nos servirían para regular estos procesos de edición o de plano son inexistentes. Por ejemplo: ¿estaría bien fijar un precio único para los libros o para ciertas ediciones? Es una cuestión que se debate día con día. Países como Brasil, con su ley 81 766, y Argentina, con su ley en defensa de la actividad librera, entre otros, proponen distintas alternativas. Sin embargo, al ser culturas diversas, lo que para un país podría funcionar, para otro no. Por ello, Rivera Mir especifica: “En definitiva, América Latina cuenta con un entramado de políticas públicas y también un conjunto diverso de actores dispuestos a confluir en la construcción de dichos esfuerzos por regular y fortalecer el ámbito editorial” (p. 30).

Uno de los capítulos que más me atrajo fue el relacionado con el género, tema tan actual no sólo en el terreno editorial, sino en todos los ámbitos de la vida, pues Sebastián Rivera Mir escribe que el espacio editorial es marcadamente femenino; sin embargo, las mujeres han sido invisibilizadas, y la costra de polvo no nos deja ver el gran trabajo que han hecho en el ámbito editorial a lo largo de la historia. Por fortuna, actualmente están saliendo a la luz historias documentadas de impresoras, encuadernadoras, editoras, promotoras culturales y diseñadoras cuyo trabajo está ahí, pero no hemos podido conocerlo. Sólo por poner un ejemplo: en Toluca se dice que las ediciones decimonónicas estuvieron marcadas por el trabajo masculino (en parte sí); sin embargo, al profundizar un poco en la historia sabemos que Loreto de Jesús Cazabal, esposa del impresor toluqueño Abraham López, contribuyó en gran medida en la impresión de los famosos calendarios y fue la primera impresora en esta tierra del Nevado. Otro ejemplo es la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres, inaugurada en 1871 en la Ciudad de México, en donde toda la actividad editorial, como impresión, encuadernación y grabado, corría a cargo de ellas. En el acervo bibliográfico de nuestra universidad se encuentra el libro Ensayo sobre el derecho administrativo mexicano, obra en donde se lee la leyenda: “impreso hecho en la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres, 1874”. Sin duda, el trabajo femenino debe ser valorizado, y por ello Rivera Mir enfatiza en movimientos editoriales liderados por mujeres, como Comando Plath en Perú, Feria del Libro Feminista en Argentina, Feria del Libro de Escritoras Mexicanas, entre otros movimientos y editoriales. Así es, se necesita ir tejiendo un ámbito editorial con equidad para que todos contribuyamos a prácticas editoriales sanas. Pero también lo que se cuestiona Sebastián, y eso me parece fundamental, es “cuáles han sido esos mecanismos que posibilitaron que dichos nombres fueran postergados” (p. 44). Me pregunto: ¿hoy, en pleno siglo XXI, seguiremos sin reconocer el trabajo de las mujeres en la industria editorial y en otros ámbitos?

Ahora bien, qué usos en América Latina le hemos dado a los distintos impresos, llámense libros, folletos, periódicos, volantes. Así como son de diversos los procesos editoriales, también los usos han tenido el mismo camino. Por ejemplo, en México el libro se ha utilizado tanto para la alfabetización como para la militancia, incluso para sobrevivir. El ejemplo que pone Rivera Mir es que José Revueltas y Clodomiro Almeyda vendían libros para poder alimentarse. Sin embargo, también el libro y otros impresos han servido como combustible de la hoguera: recordemos que en la dictadura chilena los militares quemaron libros. No obstante, Sebastián nos cuenta que “en todo caso esos mismos militares eximieron del fuego el libro Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, por considerarlo un libro de medicina y dejaron entrar cientos de ejemplares soviéticos de Así se templó el acero, de Nicolai Ostrovski, al catalogarlo como un libro técnico metalúrgico” (pp. 36 y 37). Vaya paradoja. Toluca, tan fría, no es ajena a las hogueras: en el siglo XIX, el presbítero y director del Instituto Literario del Estado de México, hoy la máxima casa de estudios mexiquense, José Mariano Dávila y Arrillaga, mandó quemar libros de la biblioteca del Instituto Literario por considerarlos perturbadores para los estudiantes institutenses.

En el apartado de las editoriales, Sebastián hace énfasis en las consagradas, pero también habla de las independientes, pues estas apuestan a que la lectura llegue a un sector más amplio de la población y sobre todo a que transforme de una manera práctica la vida cotidiana. Por supuesto, no se puede dejar a un lado la labor de la edición universitaria, ya que “hasta el día de hoy el panorama editorial latinoamericano no puede completarse sin considerar el profundo impacto que la labor universitaria tiene en este ámbito” (p. 62).

Los objetos editoriales (libros, revistas, volantes, panfletos) son eslabones que prolongan la memoria, más aún en una era en que la digitalización permite que otras generaciones conozcan, lean, escuchen voces que pertenecieron a nuestros ancestros. Al respecto, los archivos y fondos reservados juegan un papel toral, pues, como escribe Rivera Mir, esos impresos “son la memoria colectiva de nuestras sociedades y es el vínculo entre las generaciones” (p. 51).

En el apartado L  y último, el también autor de Edición y comunismo menciona que la lectura es una práctica cultural, y que todos tenemos derecho a ella. Eso está muy bien, pero en países donde lo que importa es comer y no leer, donde lo que importa es trabajar y no recrearse, es más, donde aún no saben leer, mucho menos, qué es un libro, ¿cómo le hacemos para que la lectura llegue a todos, para que ese derecho lo ejerza la mayoría de la sociedad?, porque las condiciones de cada nación divergen de forma notable y más en países latinoamericanos. Basta ver que en nuestro país, en nuestro estado gobernado por el mismo partido de siempre (PRI), sectores de la población están hundidos en la pobreza. Entonces aquellos que tenemos el privilegio de saber leer procuremos enseñar a otros, a los más desfavorecidos, porque si la lectura transforma, hay que transformar nuestro entorno para el bien de todos.

El diseño de forros, la elección de tipografía, los márgenes, los blancos, el tamaño de la caja tipográfica, la distribución, el color, entre otros aspectos, también forman parte fundamental del proceso editorial. Sobre el particular, el diseño de Edición latinoamericana me pareció muy acertado: el formato de 12 por 18 centímetros permite un manejo cómodo, ya que el papel es ligero y puedes transportar el libro a cualquier lugar, y sus interiores se embellecen con la combinación de dos tipografías (Lab Grotesk, de Göram Söderström y Minion, de Robert Slimbach). El aspecto que me pareció muy original fue utilizar como separador de cada apartado la primera letra en mayúscula con la que inicia la oración principal, un acierto muy logrado. Además, al final del libro impreso (ya que hay versión digital e impresa), el lector puede escribir sus observaciones, pues se incluye un apartado de notas.

A manera de conclusión, me gustaría reflexionar sobre lo siguiente: considero que pensarse como una editora o editor, librero, correctora, diseñadora o diseñador latinoamericanos bastaría para estudiar nuestras ediciones. ¿Quién más que nosotros, habitantes de este continente, sabemos las inquietudes, problemas y anhelos de nuestra gente? Estudiar los libros o documentos históricos y, sobre todo, profundizar y analizar los contenidos nos permitirá prolongar esa memoria que menciona Rivera Mir, ya que al fin de cuentas las letras y el idioma nos unen porque ¿qué le dejaremos a las futuras generaciones?, ¿cómo se enterarán de lo que hicieron nuestros antecesores?

Este libro también abre la posibilidad de encontrar un tema de investigación a aquellos estudiantes de diseño, historia, letras, sociología. Aquellos a los que les apasionan los impresos, los procesos de edición, en las páginas de este libro encontrarán muchos hallazgos.

Sin duda, el campo de la edición se encuentra en constantes desafíos, retos relacionados con las nuevas tecnologías, con el debate entre el libro electrónico y el libro impreso, el presupuesto para la edición, qué publicar y qué no, temas que aún no tienen respuestas definitivas.

Para concluir, quisiera expresar que este es un libro muy ameno que dialoga con otros, como El libro en Hispanoamérica,de José Luis Martínez; Libros, de Tomás Granados Salinas, o El libro en la cultura latinoamericana, de Gregorio Weinberg. Reitero mi agradecimiento a Carlos Francisco Gallardo Sánchez por considerarme para esta presentación, a las correctoras Úrsula Treviño y a Mariana Rossetti, por hacer un texto fluido, y a José Alfonso Brozon, por la formación y el diseño.

Felicito a Sebastián Rivera Mir. Sigue compartiéndonos tu talento para la investigación y la escritura. Enhorabuena para todos los participantes de esta edición. ¡Muchas gracias!

 

Sebastián Rivera Mir. Profesor investigador de El Colegio Mexiquense. Doctor en Historia por el Colegio de México. En 2018 publicó Militantes de la izquierda latinoamericana en México 1920-1934. Prácticas políticas, redes y conspiraciones (El Colegio de México / Secretaría de Relaciones Exteriores, 2018). Ha publicado artículos en revistas especializadas y capítulos de libros en México, Argentina, Colombia, Estados Unidos, Chile y Alemania.

 


[*] Este texto fue leído el domingo 28 de agosto de 2022 en la presentación del libro Edición latinoamericana, de Sebastián Rivera Mir, en la Feria Internacional del Libro del Estado de México (Filem).