Diana Garza Islas,
El sol es verde si lo miras,
ISBN: 978-607-27-2278-1, México,
Universidad Autónoma de Nuevo León,
2024, 138 pp.
Luis Eduardo García (Guadalajara, México, 1984). Es autor de Dos estudios a partir de la descomposición de Marcus Rothkowitz (Tierra Adentro, 2012; Libros Tadeys, 2015), Armenia (Filodecaballos, 2016), Dhigavostov (Luzzeta, 2018), Máquinas inservibles (Hijos de la lluvia, 2018), Bádminton (Libros Tadeys, 2018) y Reseñas en un tweet (Grafógrafxs, 2020); así como de las antologías Una máquina que drena lo celeste (Zindo & Gafuri, 2014), Poemas póstumos (Ediciones Liliputienses, 2018) y Un velo de bacterias (Ruido blanco, 2018). Recibió el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2017 por el libro Una extraña seta en el jardín (FCE, 2018).
Apuntes sin contexto sobre el verde, el amarillo y lo que no
Luis Eduardo García
- Algunas escrituras son pájaros: bellas, ligeras y cantan todo el tiempo. Otras, más bien parecen globos de helio: es tanto su deseo de elevarse que se salen del mundo (aunque sabemos cómo terminan los globos de helio).
- Hay, también, escrituras que son aviones o cables de alta tensión o cometas o balas perdidas.
Y, de vez en cuando, escrituras que son ovnis. Objetos extraños que aparecen de la nada y que no sabemos muy bien qué son ni de dónde vienen.
- Según Alexander Theroux, el primer gas que fue utilizado con éxito como arma química fue el gas cloro. Era de un color amarillo verdoso.
- Susana Thénon en Ova completa, Viel Temperley en Hospital Británico, María Auxiliadora Álvarez en Cuerpo, Blanca Varela en Concierto animal, Juan Carlos Bustriazo todo el tiempo. Hay escrituras que abren un lenguaje-otro en el lenguaje-este.
- Cito, para comprobar mi punto, la primera estrofa de «Si sí colmenan», de El sol es verde si lo miras:
Qué tanto nace capullo que no fui y di permiso.
Qué tanto tiene forma oval, color así, dalila en medio
nombre mío, que no vi.
Y con un calosfrío, por no temblar.
Y con un volado roto, para mí.
Y encontrarlo abierto, en la puerta
y ya saber.
Que han venido a vernos
y prender la luz, oval, y vernos.
- La primera vez que leí a Diana Garza Islas fue como estar en una de esas películas en las que detrás del espejo/dentro del armario/debajo de la cama hay un mundo que funciona con otras reglas completamente distintas a las del mundo normal. Abrir los ojos en un lugar en el que alguien puede decir «Eran horcas dibujadas en almelos» o «Al tiempo que un anfibio armorecía». Abrir los ojos en un lugar en el que las palabras no son las palabras que conoces desde siempre. Lo divertido es que esa sensación nunca se va. Leer a Diana es llegar siempre a un lugar extraño.
- Los raths, unas criaturas parecidas a cerdos que aparecen en el poema «Jabberwocky», de Lewis Carroll, son de color verde.
- La artista y escritora francesa Sophie Calle tiene un libro de portada amarilla que me gusta mucho. El título es Blind. En él, Calle reúne las respuestas de distintas personas ciegas a una misma pregunta, ¿cuál es la imagen que tienes de la belleza? Una niña responde que el verde es hermoso porque cada vez que algo le gusta, alguien le dice que ese algo es de color verde: la hierba, las hojas, los árboles.
- ¿La luz con la que los ovnis abducen a las criaturas de la tierra, no es, a menudo, verde neón?
- Debo confesar que algunas veces, al leer a Diana, me vienen a la mente algunas de las preguntas que el poeta Charles Bernstein sugiere para saber si estamos ante lo que él llama un «poema difícil»: ¿El vocabulario y sintaxis del poema le resulta duro de roer? ¿Acaso el poema le hace sentir inadecuado o estúpido como lector? ¿Este poema está afectando su imaginación?
- Aunque, francamente, los poemas fáciles me aburren. Estoy cansado de los poemas que dicen «te quiero mucho», «mírame, sufro tanto» o «la sed y la luz y el silencio, bla bla bla». Prefiero un poema que me diga: «Trenecitos de papel picado / sobre cabezas abiertas manchadas de mí». Que el poema no se convierta en un simple mensajero, sino en un lugar para que el lenguaje saque su kit de magia o de piromanía y algo suceda.
- Hay un fragmento de Hospital Británico, de Héctor Viel Temperley, que sólo contiene un deseo:
Si me enseñaras qué es el verde claro.
- La ciudad esmeralda, el camino amarillo.
- El sol es verde si lo miras es sólo una parte de un proyecto más grande. O, mejor dicho, de una pieza. Es decir, de algo que podría estar detrás de una línea de seguridad o dentro de una gran caja de cristal en una galería de arte. La pieza consiste en un libro de poemas de poco más de cien páginas, doce libros con dibujos y escritura abstractos, una tesis, un juego con tintas de distintos tonos de verde y una artista que decidió afrontar la pérdida de su vista y escribir sobre esa experiencia.
- Cito un pequeño fragmento del ensayo-tesis de la pieza en cuestión:
Si antes me relacionaba verbalmente con el mundo desde el sinsentido, ahora me relacionaría también visualmente y desde lo sentido —tantear empieza a cobrar importancia mientras que el campo visual se va desvaneciendo. Asumí no ver lo que otros ven, que también me abría a la posibilidad de ver lo que otros no ven. Como cuando tienes un amigo imaginario.
- Creo que uno de los versos más mal entendidos de nuestro idioma es el que abre el «Romance sonámbulo», de García Lorca: Verde que te quiero verde. Distintos exégetas comentan en internet que el verso es, por ejemplo: «un símbolo de la belleza y la esperanza, representando la vitalidad, la naturaleza y la pasión» o «un lema para aquellos que buscan comprender la complejidad de la condición humana y la belleza intrínseca de la poesía». Pero, uno de los encantos de la poesía está, precisamente, en la posibilidad que tiene de suspender el sentido. En poder decir Verde que te quiero verde porque sí.
- En uno de los mejores especiales de Halloween de Los Simpson, Bart despierta de una pesadilla y Marge lo tranquiliza diciéndole que todo está bien, que se encuentra con su familia y que no tiene nada que temer, excepto por la niebla verde que voltea al revés a la gente. Acto seguido, la niebla se cuela por la ventana. Un gran momento para el color verde.
- Con caja negra que se llame como a mí,[i] Diana Garza Islas comenzó a explorar terrenos que, al menos en la poesía mexicana, suelen permanecer cerrados. Con sus siguientes libros: Adiós y buenas tardes, Condesita Quitanieve;[ii] Catálogo razonado de alambremaderitas para hembra con monóculo y posible calavera;[iii] y Primer infolio de las vidas reunidas de Almería Smarck, esta búsqueda de una muy particular sintaxis, de una muy particular música y de un muy particular imaginario sólo se volvió más y más afilada, más más y más singular. Pero también más arriesgada, como pasa con los acróbatas que tienen que añadir más peligro en cada nuevo número. De modo que, tarde o temprano, iba a llegar el momento en el que, para poder continuar con esa búsqueda, su escritura tendría que efectuar un gesto radical. La pieza de la que se desprende El sol es verde si lo miras es ese gesto. Como en el aforismo de Kafka: A partir de un cierto punto ya no hay regreso posible. Ese es el punto a alcanzar.
- La artista detrás de la línea de seguridad o dentro de la caja de cristal de una galería apaga la luz.
[i] Un libro de portada amarilla.
[ii] Otro libro de portada amarilla.
[iii] Un nuevo libro de portada amarilla.