ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Aldo Rosales Velázquez,
La luz de las tres de la tarde,
ISBN: 978-607-487-914-8, México,
Fomento Editorial,
2015, 88 pp.

Daniela Escobar (Tlaxcala, México, 1988). Ingeniera ambiental por la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. Es autora del libro de poesía Pantone 347C (2016). Textos suyos aparecen en las antologías Poetas latinoamericanos por la paz (2017), Letra espiral (2015) y Coctel de letras (2013).


 

Explícita luz

Daniela Escobar

 

 

Noté que ver las cosas tal como son no necesariamente es hermoso”. Esto afirma uno de los personajes que Aldo Rosales Velázquez, autor nacido en la Ciudad de México en 1986, retrata en su tercer libro de cuentos: La luz de las tres de la tarde. Tras reflexionar, este protagonista y narrador del texto homónimo parafrasea la anécdota verídica que da el título: “Era la luz de las tres de la tarde, la que, según un cineasta amigo mío, era la luz perfecta para tomar fotos y video, porque no teñía las cosas, sólo las iluminaba, sin deformarlas”.

El libro La luz de las tres de la tarde está compuesto por diez cuentos breves, en los cuales se compilan anécdotas y nombres resignificados que han aparecido a lo largo de la vida del autor, los cuales son reiluminados por esa luz que no da tregua. Sus temas predilectos, el box y la lucha libre, así como un contexto abierta y evidentemente mexicano, han sido dejados atrás para dar paso a historias y personajes nostálgicos, íntimos, desoladores, inasibles, donde lo que no está escrito busca ser más importante que las anécdotas cotidianas, las cuales son mostradas, por aquella luz, tal como son. Esto último resulta terrorífico, no sólo para los personajes, sino para el lector que se identifica con ellos.

Mientras en la mayoría de las historias el narrador es el propio protagonista, en algunas otras es una especie de cámara, pero con un marcado punto de vista. Nunca deja de ser cómplice empático, también afectado, también melancólico; sabe demasiado o al menos todo lo que le importa.

A modo de tragedia, los personajes están destinados a la nada desde un principio. A pesar de que están unidos por la misma luz y lo mundano, hay una diferenciación entre uno y otro, pues su carácter, determinado por los sucesos y sus decisiones, hace único a cada personaje. Estos se encuentran en distintas etapas de su vida, unos son jóvenes, otros, viejos, con diferentes circunstancias y disyuntivas. Algunos están a punto de romper con su pareja, mientras que otros ya tienen un hijo que les cuestiona con naturalidad acerca de la muerte. Hay jóvenes maduros frustrados con su matrimonio, divorciados, padres solteros, incluso un par de viudos que deben vivir con la pesadez de la memoria. Un aspecto que tienen en común es que tienden a ser reflexivos, nostálgicos y divagantes. Incluso el narrador, cómplice que podría caer en ser siempre el mismo, en cada cuento posee rasgos que lo distinguen y configuran como un individuo autónomo.

La presencia femenina es parte de un asidero imposible, la otredad lejana. En este libro las mujeres son figuras detalladas por el anhelo desconsolado, sin esperanza; un recuerdo o una invención, pero completamente caracterizada. Entes inalcanzables, muertos pero no vacíos.

El autor busca la universalidad enfocando su composición en la nostalgia de un momento detenido en tiempo y espacio. Es tan universal que es casi imposible un retrato de su lugar y su tiempo, y cuando se menciona abiertamente a México, este es un país extranjero al cual llegan los protagonistas. A pesar de no hablar explícitamente de su contexto espacial, sí nos habla de una soledad y desesperanza en lo cotidiano. Y es el tiempo algo fundamental, en especial su no trasformación bajo esta luz cruelmente verídica.

Si bien no todos los cuentos están escritos en un tiempo narrativo en pasado, todos, sin excepción, presentan esa sensación de lejanía propia de la nostalgia, de lo que ya no puede tocarse.

El autor tomó lo que tuvo a la mano y ya no dejó que nadie más lo pudiera tocar. Esto dio como resultado un libro muy íntimo, donde la imposibilidad de asirse crea la soledad.

La luz de las tres de la tarde es una obra para los amantes de las historias cotidianas y en las que el subtexto es más importante que la literalidad narrativa, pero que no quieren quedarse con la duda del significado de las figuras empleadas y de los símbolos. Aldo Rosales está muy consciente de que no hay nada nuevo bajo el sol, menos bajo esa luz de las tres de la tarde. Se ha convertido en una más de las figuras que alumbra esta verdad sin mayor pigmento que la brutalidad de la vida cotidiana.