Alonso Guzmán
Górgoro,
México, Diablura Ediciones,
2019, 136 pp.
Claudia Elisa López Miranda. Doctora en Sociología por la UAM-A. Docente en la Escuela de Artes Escénicas y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAEMéx.
Górgoro, de Alonso Guzmán
Claudia Elisa López Miranda
¿llegar a un lugar? […]
¿tener un punto fijo que reclame nuestra presencia? […]
no hay lugar […] no hay lugar que nos anhele
alonso guzmán
El libro inicia con una nota de Cecilia Juárez, que resulta muy relevante por dos razones. En primer lugar, porque subraya una idea central: la ambivalencia del ser, que en la novela está representada por un “rey contradictorio”: poderoso pero iracundo, autoritario pero ingenuo, justo pero terrible. Reconocer y encarnar esta ambivalencia en los personajes es un signo de que quien escribe está pendiente del mundo, un mundo donde los buenos nunca son completamente buenos y los malos tampoco enteramente malos.
La segunda razón por la que es significativa la nota de Cecilia es porque comparte cómo la escritura es un proceso colectivo; habla del grupo literario Mirabilis y sus talleres nocturnos, donde nació Górgoro, que muestran que Toluca no es tan líquida y triste, como piensa Cristina Rivera Garza en su poema Querencia, porque desde hace mucho tiempo hay escritores leyéndose y escuchándose.
Górgoro es una reflexión breve pero contundente de una serie de temas fundamentales; en apenas 136 páginas Alonso Guzmán invita a preguntarse sobre la existencia, el poder, la soledad, el destino, la nada. El autor narra la historia de un monarca absoluto, cuyo poder se acentúa gracias a los servicios de Rathä, un mago experimentado que puede cumplir prácticamente cualquier deseo del rey Górgoro: el mismo rey que por la mañana manda cortar los dedos de una dulce y preciosa niña hambrienta que robó un pan, y por la noche espera ansioso la espalda delgada de Tur-Yevma y su voz, “su voz deseo de azucena […] voz espina que canta”.
Górgoro se cree grande, inmenso, porque su pueblo se lo repite: “eres grande como flores de carne, grande como los pinos varados”. Irónicamente es justamente allí donde radica su pequeñez: un hombre que frente al alago “levanta los hombros y sume el vientre” es siempre un hombre pequeño.
En múltiples pasajes del libro el rey es devorado por su soberbia, pero quizás el ejemplo más radical aparece en el capítulo X, donde Górgoro pide a Rathä que le dé un amigo. Rathä le proporciona varias opciones, que el caprichoso rey combate y desnuca instantáneamente. Rathä, al ver la reacción del rey, decide fabricarle como amigo a un ser prácticamente idéntico a él, un gemelo de Górgoro, con quien este se enfrenta en un combate a muerte y ¡pierde! Rathä, pasmado, incrédulo, decide nunca hablar de este episodio y dobla cuidadosamente el cadáver de su amo, hasta convertirlo en un pequeño cuadro de papel.
El Górgoro campeón de esta batalla a muerte no es menos vanidoso, ni menos ingenuo que el anterior. Los sucesos posteriores al combate a muerte, narrados en la novela, retratan una vez más a un personaje colérico y caprichoso, muchas veces sordo a verdades profundas que se le revelan de múltiples formas.
Al respecto, vale la pena mencionar el capítulo donde un bufón se le acerca y le comparte lo que a mí me parece el secreto del mundo: “¿llegar a un lugar? […] ¿tener un punto fijo que reclame nuestra presencia?”, pregunta el bufón, “Ja, Ja […] no hay lugar, querido rey, no hay lugar que nos anhele”. El rey decide cavar una tumba honda para él y sus palabras; Górgoro, el inmenso Górgoro, conquistador de tierras desconocidas, el todopoderoso, necio, arrogante, se niega a aceptar esta sentencia. Aun cuando la vida le envía otro mensaje con el mismo tono por medio de un hombre que surge de una esquina de su habitación: “tú, rey, eres polvo y la brisa del verano se llevó sus brazos, su tronco, su cabeza, sus piernas, sólo su corazón de monarca quedó palpitante y rojo sobre las telas de seda que cubrían su cama”.
No obstante la necedad del rey, el tiempo lo condena: hacia el final del libro en una colosal batalla donde Górgoro soñaba vencer a su principal enemigo Murduk, un pájaro ceniciento se posa en su hombro y le anuncia su muerte: “respira gran Górgoro, siente la calma, tranquiliza el crespón de tus nervios […] no cierres los ojos, gran Górgoro y siente cómo la oscuridad va lamiendo, despacio, tus pupilas. Górgoro sintió el negro, lo oscuro. El silencio”.
Este cierre nos permite comprender por qué Alonso Guzmán decidió iniciar el libro con un epígrafe de Sergio Ernesto Ríos que contiene la frase “fiel al naufragio vive el hombre” y con un poderoso verso de José Alfredo Mondragón “¿qué pasará si esta muerte no resulta, si no me devuelve la sal del rostro, si me deja hundido y oscilante en la oscuridad?” Es una forma de anunciarnos que ha escrito un libro en torno al vacío de la existencia, un reconocimiento de que no hay telos posible, de que la vida, incluso la del rey más poderoso terminará en polvo y silencio.