Alonso Guzmán,
Herida cubierta de malva,
UAEM, Toluca,
2019, 24 pp.
Escribo esto en la noche del grito de independencia, mientras escuchó a los stooges y mi perro ladra, lo que me remite a su acto, se queja ante el ruido ensordecedor de la pirotecnia, se esconde, corre y aúlla; los vecinos lo escuchan, pero él es invisible, a nadie le importa. Iggy grita “No fun, my babe, no fun”.
Pienso: leer grafógrafxs es subversivo.
¿Subversivo?, se preguntarán algunos. Trataré de responder a la incógnita.
Grafo-Grafía aluden a signo, sonido, idea, pero nada de ello sería sin la codificación del lenguaje, es decir, su significado. Elizondo esbozaba en los setenta algo muy peculiar que resumiré como “escribo, luego existo”, ya que en ello me afirmo, me reconozco, me percibo, me imagino y me recuerdo, entonces, existo.
En cuanto existo me proyecto a… y en este momento me dirijo a ustedes por medio de la palabra, pero por medio de mi alter ego, mi escritura.
¿Quién habla?
¿Quién escribe?
Al leer Herida cubierta de malva, de Alonso Guzmán, veo la lucha constante de aquellos que hemos sido negados, en la constante de querer ser uno mismo, en hablar de eso de lo que nadie quiere ni mencionar. Y es que ese texto es la historia de vida de un amigo, de un hermano, de un hijo; de un carnal que nos acompañaba en el vértigo del baile del madrazo y el ruido desenfrenado, en aquellos talleres de herrería, de pintura, y en los baldíos que por unas horas se convierten en el espacio de catarsis de unos adolescentes eternos que esperan ser escuchados, a gritos y por textos. Alonso y su hermano Carlos pertenecen a esos lugares a los que los investigadores sólo conocen por la etnografía, hablando de identidades, de tribus y de modas. Pero ese texto es la narrativa de la vida bajo el concreto, donde todo lo que se pudre forma una familia, así es como nos hemos conocido, peleando por existir y resistir, la prosa del So inmortaliza el contexto, la vida y la memoria de esos a los que les preguntan ¿por qué hacen esto?, y el gordo Henry escupe: no es una moda, es un estilo de vida, nena.
Las letras se toman como arma, de la experiencia vivida, del reconocimiento de sí para sí, y del otro, ese que no me es ajeno, que es yo. Y es que el arte del ocultamiento contemporáneo nos prohíbe ser subjetivos, limita el sentir y se nos manda enmascararlo con la múltiple personalidad.
Y entonces diré: “tristeza es rebelión” porque los placebos no mitigan el insomnio y nos gusta sentir, sentir que vivimos.
La existencia se reafirma escribiendo, como el girón del eterno retorno, Ananke Stenai, dijeron los griegos, es decir, mi necesidad de estar de pie, sintiendo.
Grafógrafxs, entonces, nos lleva nuevamente a la premisa de las bellas artes, la sensación de conocer el mundo, de sentir y no sólo de explicarlo, de afirmarnos en la realidad, de la consciencia del yo, del otro, de nosotros. Es ahí donde reside la verdad, en la construcción constante, en la luz impactada en colores caleidoscópicos.
[*] Texto leído el 23 de septiembre de 2019 durante la presentación de grafógrafxs en la Facultad de Antropología de la UAEM.
Ricardo Alfredo Romero Aguirre. Es licenciado en Antropología Social y maestrante en Antropología y Estudios de la Cultura.
El maldito DJ de esa religión de hijos de puta:
sobre Herida cubierta de malva, de Alonso Guzmán
Juan Antonio Alfaro
Una herida es algo que nos permite observar “el otro lado del ser”. No es gratuito que el libro que nos ocupa lleve en su título una herida y una planta. Lleva, además, en sus páginas, la capacidad que tiene la poesía, la creación poética, de volcarse sobre el lenguaje como un acto violento, de desarraigo de las palabras para volverse materia, informe y desaliñada, derivada de la experiencia previa de quien escribe. El poeta se convierte entonces en un poseedor de la intuición. Dice Marin Sorescu que “sus pensamientos, sus terrores, sus tristezas son transformados en instrumentos de investigación”. Esta investigación se da a través del poema. El poema, por lo tanto y para seguir a Octavio Paz, se vuelve ese lugar de encuentro entre la poesía y el hombre. Ahí se forma una visión del mundo, una cosmovisión.
Herida cubierta de malva (UAMEX /Grafografxs, 2019), de Alonso Guzmán (Toluca, 1980), es el enfrentamiento del hombre con la palabra. No con la experiencia. La experiencia del poeta va encarnando la palabra. El poema para hacer frente al mundo. Para reducirlo a lo humano. De esta manera, Alonso nos relata la supervivencia de su hermano menor que deambula con el yugo de la droga, del alcoholismo y la locura: “Me quieren matar”, repite como un mantra. Es esta una biografía del desastre en donde persiste el amor de hermanos. El amor por el otro. Escribe Alonso: “He sentido el dolor, hermano, y su activa materia que brota de los ojos. Así es como lloré. Te digo, es tu bandera. Lloré esas obesas prostitutas”. Y este dolor abre las puertas no sólo del mundo interior, sino también del exterior. Tanto como decir que se vuelve un sujeto mostrando sus propias entrañas.
Ese es el carácter confrontativo del libro de Guzmán: enfrentarse a las palabras en su desesperación, a su propia herida y a la del otro, y que permite que su escritura no admita concesión alguna. Escribe para rememorar y hacer lugar a quien no encuentra un lugar en el mundo. Su escritura se vuelve un retrato fiel de las tribulaciones que vive quien es dibujado a lo largo del poema. Así, el poema inaugura un espacio: “como si venir de la realidad me bañara de clase o me vistiera de manto acuífero”. Porque lo que habita el que no tiene lugar es el silencio: “Eras tan silencioso, una ausencia”. “Eras el silencio, hermano”. “¿a dónde vas cuando callas, cuando te quedas tan quieto a medio día?” Es el éxtasis (salir de sí) del que no encuentra su lugar más que en otra parte, en otra sustancia.
Alguna vez, platicando con una maestra, coincidíamos en que tratar de sacar a un adicto de “su mundo” no es traerlo a una casa más confortable, sino que se trata más bien de traerlo al infierno de los sobrios. Cuando el adicto recae, es porque vuelve a casa, al lugar en que se siente seguro. De ahí que el tiempo en el poema esté borrado y la experiencia nos lleve de un padre con “los ojos desorbitados como Zeus de Fidias” a la tierna pero violenta imagen del “gran delantero de cientos de equipos, pateando nuestro pecho con esa exactitud”. Porque lo que importa es siempre volver al lugar seguro. Otra realidad. Una “(...) mamá morfina. Que tú, solamente tú, dulcísima mamá morfina, me has querido bien, me has querido como yo quería”, en palabras de Eros Alesi, de donde, es evidente, proviene esa prosa vertiginosa mezclada con versos de la que abreva Alonso Guzmán.
Clément Rosset dice que la locura habitual de los hombres —la locura dulce, la más tenaz— se caracteriza por esa elección de lo irreal en detrimento de lo real, de lo que no puede alcanzarse en detrimento de lo que se puede alcanzar. Por eso, quien escribe este largo poema, no puede más que preguntarle al otro: “¿allá no somos una estúpida flor de primavera? / ¿acaso allá somos hombres en verdad y no lloramos?” Porque ahí está esa realidad que sólo en otro plano puede alcanzarse o añorarse. Sólo ahí puede aprenderse a Vallejo: “aprendimos a tatuarnos / aprendimos a Vallejo”. Porque sólo ahí son soportables los golpes de la vida,“golpes como el odio de Dios”.
Para finalizar, pienso otra vez en Marin Sorescu y en los versos que cierran su poema “Mal agüero” porque son, para mí, un resumen y una entrada a esta Herida cubierta de malva que nos trae Alonso y en los que, sin temor a equivocarme, puede hallar su bandera, como su hermano abanderó “el bricho y el llanto”. Dice Sorescu: “(...) me enfrento a una suerte... / que ni siquiera mis enemigos pueden soportar / Como el día, igualmente la noche es blanca: // Una herida cubierta de malva. / Un alba de ceniza me deja delante de la puerta / el blasón del tiempo: un gato muerto”.
Juan Antonio Alfaro (San Luis Potosí, México, 1991). Ha publicado poemas en las revistas literarias Infame, Transtierros, Tres Pies al Gato y Des/linde. Reseñas y artículos suyos han aparecido en Luvina, Revista literaria de la Universidad de Guadalajara; Crítica, de la Universidad Autónoma de Puebla; FILHA, Revista Digital de la Unidad Académica de Docencia Superior, de la Universidad Autónoma de Zacatecas; y Los Testigos de Madigan. Coordinó el Taller de Creación Literaria del Altiplano en el municipio de Charcas, San Luis Potosí y el Taller de Poesía Félix Dauajare en la Biblioteca Central del Estado de la Dirección de Publicaciones y Literatura de la Secretaría de Cultura de San Luis Potosí. Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2018, en el área de poesía, por el libro (cápsulas, venados) (ICA, 2019).