Ernesto Kavi,
La luz impronunciable,
ISBN 978-84-16677-09-2, España,
Editorial Sexto Piso Poesía,
2016, 126 pp.
La espera de la luz; la espera en la luz es la espera de un descifrado donde la luz podría morir.
La espera de la luz vuelve a uno una promesa de la esperanza en la luz. El libro de Ernesto Kavi (Ciudad de México, 1981) La luz impronunciable, editado por Sexto Piso en 2016, contiene poemas escritos en París entre 2012 y 2016. De un estilo religioso (del “Cantar de los cantares” y de “Salmo”), trae, como portavoz de polaridades, decantadas referencias de dolor, sufrimiento y podredumbre, esperando, bajo el sol, encontrar desde el prisma de su corazón otra manera de ver algo, formas distintas ante la luz que todo lo inunda.
Por ejemplo, en su Canto I:
Ni en la luz
ni en la oscuridad
acordé a mis visiones descanso
Vi todo
bajo el sol
y digo
todo
es destrucción[ii]
Busqué con mi corazón
la sabiduría
los nombres las palabras
busqué comprender la opresión
del hombre por el hombre
y la desdicha[iii]
También en el Canto IV:
Bajo el sol vi llorar
vi la violencia
sin consuelo
vi el temblor el ruido la música
la fiebre
…
y me alegré por el no nacido
por la nada por la devastación
porque bajo el sol no verá
el mal frente a sus ojos.[iv]
Hay, como promesa en la luz, un antecedente de muerte, un antecedente de destrucción, un antecedente de “nada”. ¿Qué es lo que hace que nada exista bajo el sol? Sólo la posibilidad de ver, ver que hay algo que está siempre bajo el sol, bajo la luz del sol. Y que mis ojos no sean cómplices de su forma de alumbrar, como si estuviera encerrado en el claro del sol:
Canto II:
O mejor callar
mejor la nada[v]
Nostalgia de la unión del sonido y la luz; ambos se desjuntan y mueven su desear en la pura nominación.
Siguieron la luz
y se volvieron la luz
pronunciaron tu nombre
y se volvieron el nombre[vi]
Y es su subordinación a la luz, como espacio de acogida, la que daría lugar a una autoproducción siempre desfalleciente, en cada tiempo, en todos los tiempos. Desfalleciente, sin embargo, porque por más que la escritura de la luz, el tiempo y el nombre sea una promesa, su último poema es la duda de todo lo que escribió y escribiría. Si seguimos a Sloterdijk, su fetalidad es la orilla de la escritura para salir al claro. Tomando la luz como hilo, como cordón umbilical, Ernesto Kavi escribe para desanudar de su boca el nombre impronunciable de la luz. ¿De qué interior, como “fetalidad”, sale Kavi?
Es un interior por el mismo encuentro con la nada, una nada de destrucción, de muerte: ¿es este su interior, nuestro interior? Sí, porque de este quiere salir con la misma luz que vio esta guerra y esta podredumbre, quiere que bajo el sol nos guíe el corazón y una eterna dicha, aunque siempre evanescente. Pero la salida, a diferencia de Sloterdijk, será la del desciframiento.
En mi corazón dije
hay un tiempo para todo
[…]
y a un mismo lugar
se marchan
todos[vii]
O en el Canto V:
Hablé con mi corazón y dije
mira la alegría
mira
la felicidad
todo es viento[viii]
Y es que en sus poemas hay una fuerza innombrable, casi como “yo-soy yo-soy”; el sonido es ese otro mundo circundante donde espera el bien decir:
y sólo hallé
en mis labios desolación[ix]
o
en los labios
oscuro esplendor[x]
No olvidemos, sin embargo, que tanta luz, tanto dado al ojo, descripciones eternas de “guirnaldas” de su ser audiovisual, no hace nada más que encerrarse en un “claro”. Piense ahora en lo que Marguerite Duras dijo en una entrevista ante la observación que le hace su entrevistadora Leopoldina Pallota della Torre:
El imaginario del lector, su deseo, lo que usted llama su “nostalgia de ficción”, que ya no están aprisionados o saturados por la estructura de la narración, se liberarán: no tanto por una acumulación exagerada de detalles como por su misma ausencia.
[MD]: No es más que falta, agujeros que se abren en un encadenamiento de significaciones, vacíos de los que puede nacer algo, como si sólo así, en el umbral de lo decible, se pudiera hacer literatura.[xi]
Y es que, de ese “claro” y ese ser que adviene de sus interiores, la promesa de Sloterdijk[xii] es opuesta a la promesa de la luz y de la palabra. En el filósofo de tradición heideggeriana “abrir los ojos” al ser es su vía, su “periodo del claro” que se supone que no vemos, porque se supone que estamos en la luz; nosotros, en cambio, y como señala Marguerite Duras, cifras, vacío: pleonasmo. Agujeros que, por no decir nada, no dejan de hacer significar lo mínimo. Cifra que procede de Sifr, que en árabe clásico significa “vacío”.
La poesía, aquí en Kavi, en esta ficción del dolor y el amor, de la luz y la oscuridad, muestra lo mínimo para alentar un cifrado, y el lector, descifrarse como tal en el encuentro con la letra: esta es una comunidad des-carnada, en el sentido en que el verbo ya no es más carne, ya no es más efecto del significante en un cuerpo, sino desprendimiento de cifra en el cuerpo de quien lee, y al leer se escribe; de alguien quien se descarnó el verbo y, de umbral, alcanza literatura.
Esto es lo menos a lo que se opone “abrir los ojos al ser”, porque quedar en la luz, en ese sentido, no es quedar ya sin promesa, sino estar en la promesa. Sin embargo, podría pensarse que Kavi sostiene un Dios (y si Dios es luz: sí), pero hay un poema que nos hace replantear esta religiosidad:
Déjame comer el polvo de tu enterramiento
nada poseo de ti
sólo la luz destruida
en cenizas[xiii]
Es que, en busca de la palabra y el vocablo, de la letra y la escritura, la mano que escribe es la boca que comió ese polvo, de ese resto que son cenizas de luz.
la promesa de la alianza
rota
la ley de tu dulzura
Queda, sin luz y sólo polvo, una “rota”, “rota” no sólo la promesa, sino el imperativo de rotar, de girar: la ley de tu dulzura. Y es que tanto romper como girar modifican esa sustancia sostenida de la luz y su promesa:
mi boca
sepultura de tu nombre
Kavi ya había mostrado ese eterno destino que a todos iguala, ya nos había lanzado ante el infinito en potencia del destino para hacer un trazo con el infinito en acto de la escritura desde el corazón. Aquí, la boca, que de agujero que come, no puede ser sino un nihilismo de su propia potencia de un decir, un decir que había sido “bueno”, pero que por hacer de su nombre un muerto no lo hace mal-decir, sino dicción de nada.
Y el ardor es una amplitud más allá de la boca, porque polvo y quiebre, ceniza y giro, la boca puede escribir más allá de ella que el ardor es alivio. ¿Alivio de qué? De las letras como luz que subordinan su cifrado, alivio del alfabeto, el de Él, calcinado.
Y es que, como en el Canto XI sigue existiendo, perdurando, fortalecido, bondadoso:
Como un naranjo
entre los árboles del bosque
así nace tu nombre
entre las letras de mi nombre[xiv]
Pero es su poema, en coda, de letra hebrea He, que escribe lo que cae y descifra.
Déjame comer el polvo de tu enterramiento
nada poseo de ti
sólo la luz destruida
en cenizas
la promesa de la alianza
rota
la ley de tu dulzura
mi boca
sepultura de tu nombre
alfabeto calcinado cuyo ardor
alivia[xv]
Ahora bien, en La luz impronunciable, sí, el alcance de la escritura con la boca y el corazón, con el silencio, el tiempo, el viento, la nada, la muerte, pero también la misma escritura, aquí, en la misma escritura es que se hace una marca de separación ante esa promesa. Porque la promesa es un obsequio despojado de uno, dado a uno, pero desprendido de una Figura, de una Forma, incluso más: tomado desde lo que hace que las formas existan: la luz. Si la luz hace que las formas existan, pronunciar su nombre es enfrentarse a la zarza ardiente y escuchar su nombre: yo soy el que soy, yo soy yo-soy. ¿Qué nombre se pronuncia?
Por eso en este último poema citado hay un alfabeto calcinado: ¿para escribir sin la luz, ya no más luz? Esa luz destruida es, pues, la vía de un descifrado. La luz estaba cifrada, era un sueño vivo, que hacía escribir, que hacía creencia trémula de esperanza sostenerse en su escritura. Ahora, luz destruida, es efecto de descifrado ante la nada: si nada es lo que quedaba como promesa bajo el sol, escribir como descifrar las figuras que se forman bajo el sol. Para ya no escribir más de ellas, para ya no tener un soporte que haga la escritura un intento de nombre, pronunciar así lo impronunciable para saber que no es eso, que nunca fue eso.
¿Quién me dará de beber la luz
que en silencio nace de tu boca?[xvi]
[i] Doctorando en Ciencias Sociales, Universidad Autónoma Metropolitana, Xochimilco. Practicante de psicoanálisis en Mérida.
[ii] Página 23, Canto I.
[iii] Página 25, Canto I.
[iv] Páginas 45 y 46, Canto IV.
[v] Página 29, Canto II.
[vi] Página 31, Canto II.
[vii] Página 40, Canto III.
[viii] Página 51.
[ix] Página 25, Canto I.
[x] Página 32, Canto II.
[xi] Marguerite Duras. La Pasión Suspendida, Entrevistas con Leopoldina Pallota della Torre. Paidós, Argentina, 2014, p. 97.
[xii] Peter Sloterdijk. El imperativo estético. Akal.
[xiii] Página 115.
[xiv] Página 91, Canto XI.
[xv] Página 115, Coda, He.
[xvi] Página 123.