ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Diana Garza Islas,
Primer infolio de las vidas reunidas de Almería Smarck,
México, Grafógrafxs,
2021, 42 pp.

Baruch Martínez Treviño. Practicante de psicoanálisis. En la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco, estudia un doctorado en ciencias sociales enfocado a la comunicación y la política.


 

Primer infolio de las vidas reunidas de Almería Smarck,
de Diana Garza Islas

Baruch Martínez Treviño

 

 

Cuando un proscrito lleva cargando una caja vacía,
entonces es un verdadero mensaje.

Diana Garza Islas

 

Un libro de luz y eco, un libro que cuestiona nuestro lugar de lector: la poesía y el sueño son producciones ahí donde se desvanece la figura del poeta y del lector para ser tomado por su propio proceso. Y esto nos muestra el libro de Diana Garza Islas: ser atravesada por los sueños-poemas como búsqueda del lenguaje.

Cuando Erik Porge menciona que “el inconsciente está estructurado como un lenguaje poético”[1] va en la misma dirección que Freud y que Lacan. Pero, para desglosar esta sentencia podríamos atravesarla en retrospectiva con un texto. El texto de sueños de Diana Garza Islas Primer infolio de las vidas reunidas de Almería Smarck, editado por Grafógrafxs, de la Universidad Autónoma del Estado de México.

La poeta Diana Garza Islas nos entrega un conjunto de sueños, escritos tal cual los recuerda, sin haber pasado tiempo de por medio: más de cien sueños fueron entregados al editor, aproximadamente cuarenta nos son ofrecidos. Hay que distinguir entonces dos (o quizá tres) procesos: el primero y el más relevante en la escritura es la cercanía del sueño y del poema; el segundo es ser usuario del sueño, pero no sin el cuerpo de quien escribe: ¿quién escribe, entonces?

Y es que escribir es usar también el cuerpo, es un cuerpo que busca su lengua, es un lenguaje que por buscarlo entre vida y muerte, se hace: “Teníamos el cadáver de un tipo llamado Alma […] el muerto Alma se trasformaba en un árbol que daba […] nadie más podría contárselo a los otros. Sólo yo” (p. 13).

Escribir los sueños, si bien no es del todo homologable a escribir poesía, sí requiere procesos que surgen en el espacio del soñar. Apuntando al deseo (en Spinoza, en Freud, en Lacan), Diana produce, pero es una producción que “le” pasa, que “le” sucede. Si bien a veces se puede tener sueños lúcidos, no deja de haber momentos ominosos. Escribir empujada por un borramiento de quien escribe (que habrá también de vivirse como extrañeza, pero: ¿que acaso no soy yo, yo sujeto, el que lo estoy soñando?) es lo que muestra Diana Garza Islas.

Cuerpo de escritura que busca, es también un juego de espejos hilado a mano (Diana, me dice, los escribió a mano): de la figurabilidad del sueño (de lo que se cree ver, en lo que se cree ser mirado: la figura tiende al Uno) a la escritura, donde se deshacen las figuras; dada a leer en su propia vacilación, en su propio desprenderse de las cédulas: “Yo le digo a mi mamá: mira, hombre-mujer, hombre-mujer, hombre-mujer, hombre-mujer. Nos reímos mucho de las cédulas, aunque mi madre no logró nunca entender el verdadero significado de hombre, y tampoco el de mujer” (p. 29).

De lo dado a ver y las huellas, “su última preocupación fueron sus propias huellas dactilares” (p. 5), se abren en diversos sueños, pero sólo teniendo en cuenta este instar de la escritura: “Me envían dos cartas, una escrita en alejandrinos y que era el disfraz de un cuento infantil […] estaba segura de que duraría todos los años que me estaban de vida” (p. 6).

Buscar el lenguaje, buscar la escritura, podría estar bajo infortunios:

llévame donde están los verdaderos libros […] Casi al entrar a la librería secreta […]: un tsunami aproximándose […] La ola de treinta metros se había quedado congelada, sin nunca caer. Aun así, todos habían muerto ahogados, excepto yo, que debía vivir para escribirlo todo (p.7).

Escribirlo todo, que “le” suceda en el sueño, es una constante en este libro de Diana Garza Islas. En cada sueño sus piezas se mueven, nacen nuevas, “regresan” otras, algunas se diluyen en su sonoridad (los sueños de las páginas 15 y 25, por ejemplo).

Cada sueño–poema no sólo es un párrafo que se cierra en él mismo; nos abre, a nosotros lectores, la extrañeza que también nos habita: eso que empuja a darse a ver, darse a escuchar, darse a sentir.

Diana nos muestra estos elementos continuos en los que nos podríamos reconocer, pues ¿quién no sueña? Elementos, sin embargo, suyos (lo que de suyo sea quien escribe diciendo: sólo me pasa), pero que abren un espacio compartido.

Hay uno en particular que llama esta relación íntima entre el adentro y el afuera, esta continuación con una ligera torsión: “Luego me dicen que fui dada a luz porque cesé” (p. 16).

Este enunciado sostiene su belleza por los sentidos que abre: dada a luz no sólo como significando el parto, sino abierto en sus propias relecturas: quien escribe está donada en el espacio de la luz; no es un tema menor en su libro, tanto así que el lector puede buscar la referencia al origen de Almería. Este sueño-poema continúa diciendo: “Mi madre se llamaba Blanca […] Era algo como un sol que duerme todavía en mi cuerpo y conoce los nombres del color que me cumplen, que me llaman” (p. 16).

La torsión pasa de ser dada a luz porque cesó al no cesar del sol ahora en su cuerpo de escritura, sol que duerme (¿sueña este sol en su cuerpo?, ¿qué soñará?): nombres de colores, pero ¿cuáles son estos nombres? No olvide, lector, que cada sueño-poema lo puede sorprender, pero sólo si se deja atravesar por la diversidad de sentidos.

Habitar y ser habitada por esa frontera entre potencia (“es hora de aprender a hablar de nuevo”, p.23) y prohibición (“aunque el presidente del país lo ha prohibido pronunciar”, p. 31) hace litoral.

Jacques Lacan, en la clase sobre Lituratierra, escribe: “Entre centro y ausencia, entre saber y goce hay litoral que no vira a lo literal más que si pueden hacer este mismo viraje en todo momento”.[2] Diana hace, en cada retorno, en cada sueño-poema, este litoral de luz y sonido, nos muestra esta intimidad creadora del sueño, la poesía y el cuerpo de escritura.

Por último, el trabajo de curaduría del editor tiene la fortuna de funcionar como médium, como una cueva (en Diana hay una cueva) donde cada lector encontrará sus propias resonancias. Leer este libro, entonces, es aprender a desprendernos del “yo” para soñar también nosotros: “La historia de cuando ‘sucede algo que sólo puedes recuperar si se desprenden de su poder decir yo” (p. 8).

 

Gracias, Diana.

 

 

[1] Erik Porge. Transmitir la clínica psicoanalítica. Freud, Lacan, hoy, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, p. 75 y ss.

[2] Jacques Lacan, De un discurso que no fuera del semblante. El seminario, libro 18, Paidós, Buenos Aires, p. 113.