Thaís Espaillat Ureña,
No me voy a morir nunca,
México, Herring Publishers,
2023, 50 pp.
Francisco José Casado Pérez (Ciudad de México, 1990). Textos suyos aparecen en la antología Pandemials. Una antología viral (Sangre Ediciones, 2021). Obtuvo el primer lugar en el I Concurso Literario Eiruku Ediciones, 2021 (Argentina). Su libro Para mirar los pasos (Escrúpulos Editorial) recibió el premio Don’t Read 2021.
Dietario del arte: No me voy a morir nunca, de Thaís Espaillat
Francisco José Casado Pérez
La escritura, más que una de las principales herramientas socioculturales de la comunicación humana y resultado de la educación básica, es un terreno en constante arado. Escribir no solamente pone en perspectiva qué hace falta en casa a través de una lista para el supermercado o los pendientes del trabajo en un post-it; escribir es un medio para destacar lo que se pasa por alto, defensa contra el olvido, excusa para la reflexión.
Escribir examina qué tanto permitimos escuchar la voz interna, que generalmente se silencia. Hecho que Thaís Espaillat Ureña (Santo Domingo, 1994) ha dejado patente en su más reciente obra: No me voy a morir nunca, con ilustraciones de Nunca Seré Policía.
Lo que me mantiene aquí
es una malla invisible
cibernética medusa
azúcar impalpable
que me atraviesa a toda hora
cualquier hora
miles de millones de veces (p. 7)
Escribir como otra manera de comprender lo que sucede, sin tener que escuchar de otra boca el típico «es complicado, no es un tema para discutir en la mesa», antes de la pregunta obvia que cambia el tema de conversación.
Escena caribeña, acto II
Julio, el último delfín, da una vuelta en la rotonda de coral
blanco. En lo negro del océano brilla una luz amarillenta.
Julio mira la luz —que parpadea— y nada hasta ella.
Nada lento Julio por lo espeso del agua. Hasta que, a medio
camino, el agua se pone blanca de lo caliente y Julio, con la
sonrisa trabada en una botella, dice que gracias. (p. 16)
Escribir para hacer un dietario del arte que habrá de construir la vida por venir.
llora el robot nepalés
arrastrando al último
héroe del mundo
por la grama seca
de la montaña que fue. (pp. 19 y 20)
Escribir para reafirmarse qué es importante.
Just numbers on a page
Maquina la máquina
del inflamable idiota
que distrae y distrae
tu cabeza llena
de manteca y mariposa
Si dicen algo sobre [
]
no hay que hacer caso
Nadie sabe nada verdadero
eso sólo me concierne a mí (p. 21)
Escribir para dejar salir lo que se siente, sin análisis profundos o herramientas metodológicas de distintas academias.
no soy una persona
no quiero ser una persona
pero de la prisión
de esa no podré salir
así que doctora
por favor
sáqueme el útero
qué asco me da pensar en parir
tener a alguien creciendo dentro
lo siento mamás del mundo
[…]
me riego como la risa mi género es la risa
no soy una mujer y no tengo
palabra para nombrarme la tiento burbujeante
desparramade mi género es un liquen
que consigo misme se reproduce miles de esporas
cabalgando hacia la nada
(p. 16)
Aunque ello no implica desconectarse por completo de las circunstancias que ocurren alrededor de quien escribe.
ay ya cállate
evidenciando una parte macabra de la ficción putrefacta
que nos rodea verdadero terrorismo psicológico
todo terrorismo es psicológico
diría
esto suena bien si se piensa frenéticamente
no puedo confesarlo y me hace mal
qué difícil es sólo callarse la boca
[…]
sólo quiero romper cosas porque me aprietan y me aburren
porque me quiero reír pasarme el tiempo riendo
con el cuerpo entero
esa es mi solución
mira
quién dice ahora que la poesía no sirve para nada
aquí estoy yo entregando un proyecto político
entonces vas a ir donde el presidente y vas a decirle
el Estado Nación
son tres hombres llenando un cuarto de humo de hookah
una tortuga albina y una coliflor
(pp. 45 y 46)
Oscar Wilde, en La decadencia de la mentira, advirtió que la vida es una imitación del arte. La realidad se construye dentro de la imaginación de aquellos que dejan a su voz interna que, según las intenciones que en ese momento estén jugando con los hilos de ojos y manos, adopte un peso específico tal, que guíe a la intuición tanto a rozar apenas la superficie como a alcanzar la zona más oscura del iceberg que se proponga a tratar, y finalmente servirlo en un platillo más sobre un largo y repleto banquete, aparentemente interminable.
Banquete que, por más amplio, se enfrenta abiertamente contra tsunamis de dudas en el horizonte, enfatizados mayormente por tener en cuenta la necesidad de medidas cautelares ante una o varias estructuras normatizadas: el idioma, la political correctness, la academia, et al., un mundirijillo perfectirijillo, vaya. Siendo ese el caso, ¿cuál sería el sentido de escribir? Es entonces donde cabría decir que hay quienes escriben para que uno no escriba y otros, para que se diga uno a sí mismo: «Nadie va a arruinar la escritura de la humanidad, más que yo… y tal vez el muchacho». Tal vez por eso quiera escribir, gracias a quienes escriben para que uno se anime también a servir algo pequeño en la mesa.