Pablo Seguí,
Remy LaCroix y otros poemas,
ISBN: 978-987-8952-17-8, Buenos Aires,
Barnacle,
2023, 46 pp.
Santiago Sylvester (Salta, Argentina, 1942). Es ensayista, poeta y escritor. Sus libros más recientes son: Los que se fueron (2019, antología), Sobre la forma poética (2019, ensayo), Ciudad (2020), Antología personal (1974-2022) (2022, antología) y Estar de paso (2022, ensayo).
El trabajo de la forma
(acerca de Remy LaCroix y otros poemas,
de Pablo Seguí)
Santiago Sylvester
Comienzo con una obviedad: para escribir poesía es necesario tener algo que decir. Sin embargo, ya no es tan obvio qué es lo que se tiene para decir: recuerdo que Javier Adúriz solía repetir que un poeta debe decir cosas impresionantes; y en el extremo opuesto aparece aquella boutade de John Cage: “No tengo nada que decir y estoy diciéndolo, y eso es poesía”. No hay limitaciones en el tema: la poesía se alimenta de todo.
Pero hay otra obviedad, que es en realidad de lo que quiero hablar: todo poema tiene una forma propia, y mucho más en el tiempo actual, cuando aparentemente cualquier forma le viene bien a un poema. Digo “aparentemente” porque creo casi lo contrario: si un poema no consigue su forma justa, la intransferible, es muy probable que se frustre. Una fórmula aproximada, pero bastante exacta, sería para mí “un poema es su forma”.
Una cuestión siempre candente es cómo lograr la renovación de la forma o, al revés, cómo evitar su agotamiento: que lo dicho por el poema no pierda vitalidad ni caiga en lo remanido. En la historia de la poesía este ha sido, y sigue siendo, un asunto principal: cómo hacer para que no suene a ya visto, a ya leído, a reiterado, puesto que de lo que se trata es de decir algo que, aunque sea el más antiguo de los temas, produzca una emoción actual, una adhesión contemporánea. Esta renovación a veces es evidente, como ocurre con la invención de formas: se puede mencionar, por su espectacularidad, la llegada del endecasílabo a la lengua castellana o la incorporación del verso libre, con debates sonoros en ambos casos. Y otras veces (las más) esa renovación está en el tratamiento distinto de las formas heredadas. Doy rápidamente algunos ejemplos ilustres.
Hace ya unos siglos, Góngora produjo un sacudón mayúsculo con la distorsión barroca; y, no obstante, no se apartó de los metros tradicionales. Podemos recordar que en la célebre letrilla “Caído se la ha un clavel / hoy a la aurora del seno…” usa el octosílabo histórico, pero lo hace con una prosodia inesperada. Nada le impedía escribirlo del modo convencional y directo: “Se le ha caído un clavel”, ya que esta versión es tan octosilábica como la otra, y además respeta la misma rima, pero Góngora está buscando, no sólo exponer un hecho, sino transformarlo. La trasgresión sintáctica produce la consecuencia de que ya no es la narración de una caída simbólica lo que nos llega, sino que esa caída se materializa. Ya no estamos ante la narración de un hecho, sino ante el hecho mismo.
Otro ejemplo son los “antisonetos” de Alfonsina Storni; y es tan visible su intento de construir otra cosa que necesitó designarla con un nombre opuesto. Elude deliberadamente denominarlos “sonetos en verso blanco”, y antepone el prefijo “anti” para subrayar su propósito de mostrar la cara oculta, modificada, de la versión tradicional.
Finalmente, menciono el ejemplo difundido del Romancero gitano de García Lorca. La forma usada es la del romance clásico, pero todo está rediseñado por una avalancha de elementos, imágenes, giros y recursos novedosos en su época, que terminan dando incluso otra versión de qué es poesía.
Verde que te quiero verde,
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña
Son octosílabos que ya no caben en ningún romance anterior. Todo los separa: un cotejo con cualquier romance previo mostraría que los dos están en octosílabos, con los acentos en su sitio, pero ya no son parientes; en uno resuena la sabiduría austera del viejo romancero; y en el otro se oyen los sonidos de un mundo que comienza.
Me he detenido en estos ejemplos porque, precisamente, el trabajo que conozco de Pablo Seguí, no sólo en este libro sino también en anteriores, consiste en revisar la forma tradicional. Por supuesto, aquellos ejemplos están citados para señalar una manera de trabajar la materia heredada, no para hacer comparaciones ni mucho menos traslaciones automáticas. El trabajo de Seguí con el heptasílabo (lo más frecuente de su tarea) es evidente y, desde luego, intencional. Tiene el propósito de conseguir que ese verso haga un nuevo enunciado, que hable con otra voz, con otro énfasis. No sólo está el recurso de sucesivos encabalgamientos, de cierto prosaísmo, sino de un tono, de alteraciones conversacionales que permiten evitar el “rengloneo” (me disculpo por este neologismo) y mostrar lo que estaba ahí, esperando su formulación. Incluye un “saber hacer” tradicional, combinado con renovación, para una tarea antigua que el poeta pone en movimiento. Pablo Seguí es respetuoso de la forma, aunque tal vez no sea “respeto” la palabra más adecuada, porque se requiere una cierta irrespetuosidad saludable para descubrir lo que estaba oculto en la entretela. El trabajo de la forma para que lo dicho sea otra cosa, distinta de la habitual. Verbigracia:
Primera despedida
a Christian Gebauer, in memoriam
Ahora ya no estás,
Christian, entre nosotros.
Te apartaste del juego
que el mundo te ofrecía
quizá porque pensaras
que en la nada las cosas
serían más amables
con vos. ¡Pero es en vano
querer aún oírte!
(Me pasaste Camus,
sus ensayos...) La arena,
la indiferente arena,
te olvidará. Yo no.
Un cuarto propio
Leíste bibliotecas
grandiosas y renuentes
al olvido. La noche,
sin embargo, te pide
que escribas otros mitos
que los que tanto aducen
los libros diurnos. Algo
que sea un cuarto propio,
algo que te callés
ante el resto y, así,
complacerla. La noche
requiere tu mirada
más íntima. Qué importa
toda literatura.
Qué importan los demás.
La vela
Arde una vela sobre
mi mesa de trabajo
hoy por hoy que soy pobre
en palabras. De un tajo
troncharía el pabilo
el ateo que fui
pero ahora ese asilo
que es la duda ni sí
ni no responde a quien
—mi viejo yo— pregunta
si creo en Dios. Más bien
soy alguien que barrunta
y ya no necesita
verdades ni las grita.
¿Era el gatito blanco?
Sostenés un gatito
entre tus brazos, madre,
en la foto, de pie
junto a tu abuela, doña
Liberata, en un patio
en que, sentada, mira
a la cámara. “¡Todo
ha sido tan veloz...!”,
quizá te digas. Cuántas
remembranzas traslucen
tus ojos al callar,
hoy que por fin te escucho...
Pablo Seguí (Córdoba, Argentina, 1973). Ha publicado los siguientes libros: Los nombres de la amada (Alción, 1999), Claves y armaduras (Foja-Cero, 2005), Naturaleza muerta (El Copista, 2011), Otro verano y éste (Barnacle, 2017), Animal de bien (Barnacle, 2018), Noción de ritmo (Barnacle, 2019), Lizard y otros poemas (Barnacle, 2020), Babía y otros poemas (Barnacle, 2021), La internación (Barnacle, 2022) y Remy LaCroix y otros poemas (Barnacle, 2023).