ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Antonio Calera-Grobet,
Sed jaguar,
México,
Bonobos, 2018.

Sed jaguar, de Antonio Calera-Grobet

Camila Krauss

 

La primera vez que escuché hablar en vivo al poeta chileno Raúl Zurita, esto fue lo que dijo: “ Cuando un poeta escribe, escribe con todos los poetas”. Era 2005, sin altisonancia desplumaba la multicitada ansiedad de las influencias de Harold Bloom. Zurita, como latinoamericano neobarroco de la segunda mitad del siglo XX y aun poeta vaticinante en parte del XXI, defendía que el poeta cuando está a punto de verterse en el abismo del verso, de lo blanco o de lo negro, de una sola palabra o de la cesura, ancha o estrecha, lo hace con todos los poetas de su tradición, pero además, dijo entonces, en ello iban los muertos y los vivos, un poco los amigos y un mucho los enemigos.

Antonio Calera-Grobet nos regala la oportunidad de su leerle, de su asediarnos con la sed, de su importunarnos con los recordatorios de un animal en extinción: la jaguar-el poesía/el jaguar-una urgencia.

Sed Jaguar, editado por Bonobos en 2018, pertenece a una camada de libros de un año que amerita desmenuzarse en afinidades temáticas, en búsquedas y rupturas estilísticas, en frondas semánticas y discusiones sobre la curaduría editorial; todo eso válido y puesto en la mesa (o tal vez no puesto lo suficiente entre la crítica de los que debieran refinarse en la crítica de la poesía contemporánea). Yo quisiera traer a la conversación, con quien también ha sido mi editor y quien me ha convidado a la gran fiesta cívica en la que aspiraba a convertirse (y creo que lo ha logrado), me refiero, al Festival de Poesía por Primavera, repito, quisiera, para celebrar la publicación de Sed Jaguar, 1) preguntarnos, junto con José Revueltas, “¿Qué cosa es presentar a un poeta?” y 2) ensayar una respuesta a ese “Tú, ¿a qué has venido?” que nos lanza el autor de este poemario hacia el final de su libro.

En la hermosa colección de Malpaís Editores podemos encontrar esto que José Revueltas descolló para hablar de otro mexicano, Carlos Eduardo Turón:

¿Qué cosa es presentar un poeta? El poeta no es presentable –y creo que hasta ni representable. Eso sí: presentible. Pues la poesía es un presentimiento: la lectura de la poesía, su asunción, es un presentir […] El poeta es la magia y el milagro, su lector espera en la antesala de los espejos […] nadie presenta a un poeta: el poeta se dice y se escucha. Él habla y nosotros callamos, reunidos…” (La libertad tiene otro nombre, México, 2018).

De esta cita lo último es lo primero que quiero destacar: estamos reunidos, no es poca cosa, reunidos en el Faro de Indios Verdes este sábado 1 de junio de 2019, “magia y milagro” en un México impresentable. “Nadie presenta a un poeta. Él habla y nosotros callamos…”. Antonio ha escrito: “porque cosas hay ya para cruzar la vida” (p.49), Repite contigo mismo: a nadie debes. No debes a tus huesos…” (p.39). Porque, como decía Revueltas: el poeta no es presentable ni siquiera representable, sin embargo, presentible, “pues –de acuerdo con él-- la poesía es un presentimiento”; por eso aquí jaguar es escritura que se anhela, acecho de poesía, urgencia de que no la exterminemos; pero no sólo es animal, instinto…, también es sed humana, consciencia del bien y el porvenir, sed de hacer, de cultura y resistencia; “rumbos […] destinos: pienso, luego resisto”, dice Calera (p.95), más que un abanderarse, un empecinamiento sin falsa modestia al que nos conmina.

Si al responder “¿Qué cosa es presentar a un poeta?” fracaso, cómo intento responderle a Calera cuando increpa “¿A qué has venido?” Voy a más libros, a las lecturas que me acompañan mientras leo los poemas de Antonio en días de canícula y contingencia: “Estos días hace tanto calor, no hay manera de encontrar un lugar fresco; bebo y bebo el agua hervida, me he terminado nuestro jarrón pero no he satisfecho mi sed. Quizás por eso me ha salido ese largo discurso sobre la sed”, relata en su correspondencia M.O. Gershenzón al poeta Ivánov, año 1921; “No nos hemos pasado, amigo mío, exponiéndonos cada uno a su manera: yo, con mi misticismo, usted con el utopismo anárquico y el nihilismo cultural…”. Leo su conversación epistolar de esquina a esquina, en un mismo sanatorio. Sigo esta lectura de crítico y poeta que discuten, argumentan; mientras, también sigo en diálogo con la escritura de mi editor y colega. (Correspondencia desde dos rincones de la habitación, M.O. Gershenzón/V.I. Ivánov. Tr. Yulia Dobrovrolskaya Pesina. Jus, México, 2018).

Sed jaguar transita formal y estilísticamente por la prosa, y aunque en el epígrafe implora, se infiere, al cantar de gesta guerrera, el libro es un lamento, y a veces más una increpación caótica, injuriosa, enumerativa, dura y no necesariamente melódica, donde emisor y receptor tienen fronteras difusas, intercambiables, como el destinatario que puede ser un tú, usted, un él o nombre propio específico. Esto es así y tiene que ser así por la rabia que el poeta siente ante el inminente lugar que ha tomado la poesía: “brilla por su ausencia” (p.21), la amistad, el hacer y el pacer en su contexto doméstico, báquico o político. “… Huyendo –dice el autor de Sed Jaguar– es como cierro la boca  y guardo silencio” (p.73), “hiere la muerte no mía”, “hechos de agua e insípidos mendrugos”, “este Valle no es nuestro…, menos es nuestro”, dice el poeta o tal vez el jaguar cansado de ser, cansado de sed.

La lectura que Demián Flores hizo de los retablos que Antonio Calera surcó en sus tallas de poesía-prosa me parece un deleite; un poco macabro y un mucho fascinante, el artista gráfico oaxaqueño ilustra ahí donde el poeta hiende con la palabra. Así como no imaginamos los artilugios del mago de los párrafos y lo que resulta de ese discurso entre artistas, “No importa quién haya escrito las líneas de nuestras manos sino quién las haya puesto sobre el fuego…” (p.98), porque tantas muertes sobrevienen antes de la partida final que tal vez sea preferible el fuego de la herida de lo que hizo arder el punto ciego de un destino necio o malhadado para por fin cambiar el rumbo que acecha lo jaguar.

La voz de Sed, en un entorno de jungla entronizadamente viril, no da tumbos, deja la marca de un guarecerse anticipado más que el de una amenaza predadora: “Perder la escritura es perder el libro […] No pierda su amor por la sangre…, no se convierta en un hombre de piedra” (p. 62), clama el yo de la jungla donde hay tanto de “orificio en la médula del error”, de “cabezas que huyen y se alejan del cemento”.

El personaje que nos guía por este libro, aunque consciente de sus garras también lo está de las manchas de su pelaje, manchas de jaguar, manchas como cometas oscuras en un pelo incendiado y por eso el felino dice de las caudas y meteoritos un invocar así: “Porque pocas cosas hay ya para cruzar la vida…, las grafías en paredes traen cometa […] es decir estela, como decir rauda coda, cauda de fuerza... rellenos de energía…lumbre…hermosear la luz que nos recuerda lo que clamamos en todas las páginas… todas las plazas…” (p.51).

Antonio Calera-Grobet, escritor, editor, promotor cultural, poeta, chef, discutidor y, muchas veces, en todos estos roles, escucha; oidor de las iteraciones; oidor en un “humo mayúsculo” que nos sofoca. Como él lo ha despellejado en su poemario, felino al fin, apuesta por una vida posible, vida no la manirrota, vida que cree como el ruso que le escribiera a otro hace casi un siglo:

“… que en la cultura existe un movimiento que nos lleva hacia los orígenes de la vida. La época del gran regreso, alegre y comprensor, está por venir […] brotarán los manantiales y crecerán rosales en los grises sepulcros”. (Gershenzón, Ob. Cit.)

Aunque tantos se han ido de la lengua y han perdido la cabeza e insistirán en el error sin autocrítica, “dizque magos elocuentes…”, nos ha dicho el poeta, yo, en esta “línea divisoria entre unos y ceros [y] la katana que recorta los cielos rojos y los cinturones de humo”, estoy entre amigos y entre hermanas, y tengo mi sed jaguar para saber pacer y, pese a todo optimismo trágico cada vez más crónico, riego sepulcros grises deseando que el rosal florezca.

 

Camila Krauss (Boulder, Colorado, 1976). Es mexicana. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Veracruzana. Ha trabajado como traductora, editora, gestora de contenidos y correctora de estilo. Escribe ensayo, crónica y poesía. Fue becaria, en la disciplina de poesía, del INBA en 1995, del Instituto Veracruzano para la Cultura (Ivec) en 1999, de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2004 a 2006 y del Fondo Nacional para la Cultura en 2009. En 2013 fue becaria en la categoría de artistas con trayectoria por parte del Ivec. Sus más recientes libros son Embryos (Ediciones El Humo, 2019), En las púas de un teclado (Mantarraya Ediciones/LACANTI, 2017) y Sótano de sí (Dragón Rojo, 2013).


De lo íntimo a lo social, puente abierto en la poesía

Mercedes Alvarado

 

Me gustan los libros que empiezan diciéndome dónde estoy parada. Así es Sed jaguar, un libro que inicia en un sitio que conozco: el valle en el que vivo, el que nos dijeron que es “el Valle de México” y que “Ahora no es un valle y mucho menos nuestro”. Y luego me mueve; me lleva de un sitio a otro y me permite encabalgarme en los pasos de este jaguar que es Antonio Calera-Grobet, que lo mismo camina que corre, llevándonos sobre el lomo para que veamos lo que él está mirando.

Me gusta que la poesía no sea sólo palabra, porque hay que entender que la poesía está en el poema, pero que es mucho más que la sola palabra; que poemas son los que vivimos y poemas son también los que no nombramos, y poemas, los cuerpos cuando huimos de nuestro cuerpo con el cuerpo de otro, de otra.

Sed Jaguar abre con una declaración: “Nací el día del entrecruzamiento entre vivos y muertos, en que ambos se acurrucan entre flores y cantos, en un entrecerrado páramo de la realidad”. 

Hay una conciencia de los ancestros, un saber que somos el eslabón entre los que fueron y los que vienen y, sobre todo, una conciencia de que en la poesía están los que fueron antes y los que vendrán después. En este sentido, Calera tiende puentes entre el pasado y el futuro iniciando por los lazos más íntimos y personales para avanzar hacia lo más social y colectivo. 

En este mismo poema que apertura el libro y que se titula “El natural”, leemos:

Mírame. Miro las cosas como tú: me entusiasma el pan pasado por vino, y me paro frente al mar como lo haces y lo harán los hijos de tus hijos: asombrado, temeroso y absolutamente conmovido por el hecho de ser vivo.

De aquí partimos. Este es el libro de un hombre que sabe que nació en el día más enigmático de la cosmogonía mexica y que reconoce este diálogo entre la vida y la muerte de manera absolutamente natural. 

Hay otro diálogo en el libro, el visual. Son 50 poemas en prosa que dialogan con las ilustraciones de Demián Flores. Y aquí insisto: este es un diálogo entre dos procesos de creación en el que se establece un segundo puente: el de la poesía de lo visual con la poesía de la palabra.

Valga decir que la poesía de Calera es un desencadenar de imágenes que crecen y evolucionan en una musicalidad fuerte en ritmo y alcance.

En el ritmo de Calera hay una urgencia por decir; no prisa, no apuro, urgencia; una necesidad corriente del que sabe que no nombrar es dejar que el silencio gane en territorios en los que ya hemos perdido demasiado. 

El poeta, entonces, pide: “no perder el amor por la sangre”, no perder el espejo, no dejar de mirarnos como lo que somos. Y el libro va de nombrar lo trascendente, lo que nos hace, hacia el señalamiento de lo que falta, a la acusación -necesaria y completamente a
lugar-: al intelectual que no mueve a nadie con su palabra, a la apatía del que no quiere ver la guerra en este país, a quien subestima la cantidad de muertos, a quien no se siente parte del pueblo… al que no se pregunta, siquiera, a qué ha venido.

Hay un tercer puente que se tiende a todo lo largo del libro, el que nos da la posibilidad de construir y que, de alguna manera, es justamente como yo ubico a Toño Calera: como el artífice de un espacio colectivo en el que la otredad y la diferencia son amadas. 

En el poema “Amaré” leemos:

Construiré ese barco para mí y todos mis hermanos que es casi decir un pleonasmo, porque yo soy tu consabido otro, tú ese otro tan raído como vejado que soy yo, en donde cabe decir que andamos necesitados de ramos y velas, océanos de gente para navegar seamos lo que seamos y vayamos a donde vayamos. 

Si tuviera que decirles qué tipo de libro es Sed jaguar, diría quizá que es un libro sobre el México que somos hoy y que aquí Antonio lo ha escrito con lucidez emocional y con mucha honestidad. Diría, también, que esta es una poesía social en la misma medida en la que es una poesía personal, porque para poder hablar de lo que somos hace falta reconocerse y asumirse, ante todo, como lo que se es en lo individual.


Mercedes Alvarado (México, Distrito Federal, 1984). Es autora de los poemarios Cuerpos Ajenos (2006) y Apuntes de algún tiempo (2013), así como autora y productora del proyecto Y hasta la muerte amar (2017), poemario multidisciplinario, en el que cada texto es presentado en formato postal e ilustrado por un artista visual. Su trabajo poético ha formado parte de diversos espectáculos escénicos.