Cecilia Eudave,
El verano de la serpiente,
México, Alfaguara,
2022, 200 pp.
Daniela Albarrán (Toluca, 1994). Es licenciada en Letras Latinoamericanas por la UAEM. Ha participado en diversos congresos nacionales de literatura y publicado cuentos en Monolito, Grafógrafxs y Castálida. Es autora de la novela La ciudad se camina de noche (Grafógrafxs, 2020) y del libro de poesía La escuela (Grafógrafxs, 2020). Aparece en Blavatsky. Antología del taller de poesía de Grafógrafxs (Grafógrafxs, 2022). Es integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.
Niñez, abuso y crueldad en El verano de la serpiente,
de Cecilia Eudave
Daniela Albarrán
Cuando comencé a leer El verano de la serpiente, de la escritora mexicana Cecilia Eudave, me sorprendió la capacidad que tiene, desde el primer cuento, para prensar a su lector, como la víbora que nos presenta al inicio. Desde las primeras líneas quedé atrapada en un escamoso cuerpo, y tuve la sensación de querer leer más y más de Maricarmen y de la mujer serpiente.
A través de narradoras, curiosamente niñas, va reconstruyendo el verano de 1977, un verano caluroso, extraño. Las voces que se yuxtaponen para contar una o las muchas historias que se centran en la mujer fantasma y la mujer serpiente sorprenden porque pueden ser leídas como cuentos por si solos o como un conjunto que construye una novela contada desde diferentes perspectivas.
No es casual que las narradoras sean particularmente niñas. Tampoco lo es que sus dos puntos de fuga sean la figura de una serpiente y el fantasma de una mujer. Todos los personajes que habitan este libro tienen algo en común, la infancia, que termina de la misma manera en que lo hace un verano, rápido y con la sensación de que no concluye jamás.
Las narradoras nos muestran que son niñas que han perdido la inocencia en un mundo en el que predomina el adultocentrismo, en el que tampoco cabe la inocencia ni el juego ni mucho menos los cuidados que se le tendrían que dar a las infancias: “La tragedia de una pobre chica que fue transformada en culebra por desobedecer a sus padres, por no escuchar consejos ni estudiar, por huir de casa y desear”.
Los dos elementos, el fantasma y la víbora, son el símbolo de aquello que se ha perdido en la infancia, la inocencia, pero también aquellos fantasmas que corroen la cotidianidad de las familias que fingen sólo por aparentar. El morbo que da lo familiar se convierte en ese fantasma que va serpenteando en todas las historias. “No sé qué hicimos para merecernos una fantasma. Cada uno de nosotros ha reflexionado, no pocas veces, cómo la adquirimos, por qué se pegó a esta familia y nos siguió a todas partes. Fue agotador. Al principio no entendíamos muy bien su naturaleza, porque no siempre estuvo con nosotros y porque no somos expertos en fantasmas”.
Con una prosa muy pulida, las historias se van yuxtaponiendo para poner en tela de juicio las voces infantiles: ¿qué es lo que está sucediendo en ese universo narrativo? Los personajes nos colocan a nosotros, como lectores, en una posición de voyerismo, con la que, como bien lo dice Uriel (el único narrador niño), nos adentramos en la intimidad de los personajes para ver de cerca su crueldad: “Ese mismo día decidí que mi proyecto se enfocaría en dónde, cómo, cuándo y por qué la gente les pega a los niños. Descubrí que no me motivaba el morbo, sino una cuestión de carencia: a mí jamás me reprendieron con alguna agresión física”.
Temas como el morbo, la crueldad, la pérdida de la inocencia y, sobre todo, los abusos en la infancia son condensados en la figura de la serpiente.
En la mujer fantasma podemos ver que se encuentra aquello que no se cuenta, la sombra, lo siniestro que vive en nuestra cotidianidad, pero también la falta de certezas, como es la propia muerte, el dolor y el sinsentido de la vida: “Sí, la vida no tiene argumento, nacemos al mundo sin saber por qué y nos vamos de él del mismo modo”.
El verano de la serpiente es un libro peculiar que se disfruta desde la primera página, en el cual, al igual que la serpiente, sus personajes cambian de piel para crecer abrupta y dolorosamente.